Se me tragó el olvido.
O se te trago a ti.
No distingo quién cayó por ese agujero donde se pierden nombres, olores y momentos. Caen y no encuentran el fondo hasta muchas mareas después. Y ahí quedan, porque quedan, en el fondo del pozo sin clasificación alguna. Se pierden juntos, se caen juntos. Se van quizá, cogidos de la mano como siempre habitaron.
Solo tu te quedas descompuesto. Claro, piensas, la amalgama que me unía era ellos. Los pequeños retazos que componían ese rompecabezas que es mi vida; vino una corriente de aire con nombre de mujer o de hombre y lo desordenó todo, cuando tu pensabas que seria al contrario. Y vuelta a empezar. Sólo que ahora eres un poco más viejo y tienes menos miedo pero más pereza y sabes más y quieres menos pero más.
Y aún así, vuelves a empezar. Con ese pozo cada vez más lleno, con ese pozo en que los recuerdos cada vez están menos en el fondo y más cerca de la superficie, asomándose para no perderse detalle de lo que es tu vida ahora.
Pero tu vuelves a empezar. Porque si, porque en algún momento antes de nacer, antes de ver la primera luz la curiosidad te pudo y te comprometiste con algo o con alguien a vivir. Te comprometiste a salir de ese agujero que también es pozo y nacer para todos. Y aún ahora la curiosidad te puede. La curiosidad de saber todo lo que puede llegar a pasarte, por todo lo que aún eres capaz de pasar.
Y se te traga el olvido, si, pero a poco y desde dentro tu lo devoras a él. Como quién come su merienda tranquilamente, como si no tuviera hambre pero tampoco prisa por dejar de comer.
Hasta que un día, ¡pum! Ya no eres una digestión pesada. Te lo comiste todo. Comiste como una reina y te liberaste de tu devorador.
Pero no lo notas. Porque has olvidado. Y no te das cuenta hasta que de repente, porque pasa de repente, un mañana te despiertas y tu primer pensamiento no es para aquel que ya salió.
Finalmente te han sido devueltos tus pensamientos.
Notas que cuando te levantas te sientes más ligera pero aún no aciertas a saber por qué. Hay más luz – piensas- quizá se acerca la primavera….
Hasta que cuando hablas con un amigo no confundes su nombre y no lo llamas por el nombre del olvidado y así es como tu amigo es quién se da cuenta y te da la noticia de tu propio olvido:
– ¡Me has llamado por mi nombre! – exclama asombrado.
Te detienes. Piensas. ¿Qué tiene eso de raro? ¡Oh! ¡Dios! ¡Es cierto!
– ¿Habrá terminado ya? – preguntas tímidamente con alguna lagrima asomándote por
donde suelen asomarse.
Tu amigo te abraza. Por eso es un buen amigo.
– no lo creo
Desazón en sus brazos
– pero te estás acercando…
Te aprietas un poco más para que tus lágrimas se sequen en su jersey.
7 meses desde nuestra última noche.
210 días sin notarte a mi lado ni recibir un beso de buenos días.
Y ahora tu nombre se pierde.
Se pierde…