María se sentó frente a Jorge y comenzó a explicarse.
Yo te cuento lo que desde la mesa de al lado pude oír relatar a María mientras Jorge la escuchaba sin mucha convicción de que ella estuviera cuerda.
Es una época extraña, Jorge, sobretodo extraña, de esas de altos y bajos y cambios de humor constantes. Tú dirás que esto sucede cuando estamos luchando por la conquista del mundo adulto y racional. Yo creo que puede ser por todo lo contrario.
Hoy no he ido a trabajar te he esperado toda la mañana entre las sábanas y cuando me he dado cuenta estaba sola en mi casa, donde nadie vendrá ni a meter publicidad en el buzón.
Me paso el día buscando cosas que ya tenía, aunque ya sepa que no es tanto la búsqueda como el encuentro; porque siempre es mejor si éste es fortuito.
Lo que se espera, defrauda.
Es una época extraña también porque tengo miedos inútiles y estoy baja de defensas.
Estoy en medio de una soledad sin fin. La soledad que espera para toda la vida aunque compre pan de molde familiar. La soledad del desayuno en cafetera pequeña y de pie junto al pollo de la cocina. La soledad del rollo de papel eterno y del cartón de leche infinito.
No obstante, al fin y al cabo, todo son lecciones de la vida, ¿no crees, Jorge? Son ejercicios diarios y exámenes que me hago al meterte en la cama cuando todo está a oscuras y cierro los ojos en el silencio. Por supuesto, con la puerta cerrada con dos vueltas y la llave cruzada en el cerrojo.
He adquirido la costumbre de caminar a paso ligero en lugares desconocidos y no darme la vuelta a pesar de equivocarme de calle. Es una seguridad equivalente a la de ser decidida delante de un camarero, sonriente, mirando hacia el interior del local. Lo que cuenta es el resultado,¿verdad? Lo que cuenta es la seguridad de creerse la imagen que se proyecta en los demás.
Solo falta que me gusten los gatos.
Resulta que tengo pereza, y me aburre enormemente acabar hablando con tantas palabras que terminan en “mente”.
¿Soy siempre tan inconsciente, Jorge?
Jorge asiente, solo por darle la razón, como a los locos. Hace tiempo que se debió perder en sus pensamientos o tal vez es que el fondo del vaso de cerveza le parece muy interesante.
María no le mira fijamente mientras habla. Está realmente concentrada en sus palabras.
Soy. Soy siempre tan inconsciente de creer que vivo la historia que me invento en los vagones de tren o en las estaciones de autobús.
El otro día casi me atrevo y me siento con unos en el bar de la plaza, con la excusa de parecer un poco extravagante y darme la satisfacción de “ser capaz”.
Es típico de esta época extraña abandonarte a medio día y querer retomarte cuando se pone el sol. Lo cual es una tontería y un alivio.
Prefiero la luz a las tinieblas, pero prefiero ver entre sombras a quien quiero más cerca. Una de cal y una de arena.
Esto es solo para aquellos a los que les gusta jugar. A mí me gusta jugar, el problema es que a ti te gusta ganar.
Tengo sueño. Ya se que son solo las diez.
Abandoné mi dieta y para colmo estoy desganada con alguna de mis novedades.
A veces se me olvida cómo es mi voz.
A veces se me olvida que no vivo sola.
¡Ah! No te he contado, pero he aprendido a enviar un fax, a ser contundente en respuestas por teléfono…
He aprendido muchas cosas, pero en lo esencial siempre me he quedado corta. Esta vez no he aprendido a decidirme a tiempo.
Aunque por otro lado… Hoy me he decidido a contarte todas estas verdades punzantes y salir de mi escondrijo.
Cuando termine de desahogarme me habrás inscrito en tu registro de culpables de egocentrismos varios, de pesadumbres que molestan y estaré en la lista de los que se regodean en sus pequeñas desgracias.
Lo admito, y desde ya puedo considerarme también culpable de no saber preguntarte por tus cosas y aturdirte con las mías, tan banales.
Me había entregado al aquí y ahora, al contigo y sin ellos… Pero no Jorge, no se pueden llevar a cabo planes tan aventureros en esta época extraña.
De repente Jorge se levantó de la silla, le dirigió la cara con las manos, con los pulgares le selló la boca y comenzó a hablar:
¡Confianza! ¡Eso! ¡Me has robado la confianza!
Y fue exactamente hoy. Cuando dices que me estabas esperando entre las sábanas y te encontraste sola en casa.
Yo tenía miedo de levantarme y dejarte sola.
Al pasar por delante del baño me encontré de frente con mi cara marcada por las sabanas y decidí dejarte una nota en el espejo que decía:
“Buenos días María. Te quiero.”
¿No la viste, María?
No, claro que no la viste, porque no me había dado la vuelta y el vapor ya había emborronado el mensaje del espejo y ya no había dos cepillos de dientes en el vaso.
Al parecer habías tomado la decisión de que aquella era tu casa. Yo no te dejé sola. Tú me obligaste a salir.
María, temblorosa, se deshizo de las manos de Jorge:
Para mí eres lo único.
Lo único sobre lo que no tenía dudas.
Lo único que me hacía creer un poco en mí.
Lo único que me hacía reír hasta cuando estaba más sola que la una.
Lo único que me daba una razón más que consistente para quererme.
Lo único que me permitía ser natural cuando estaba desnuda.
Lo único que un día me abrazó y se quedó inerte.
Lo único que me recordaba estupideces en la intimidad.
Lo único que me convenció de que estar guapa no dependía de mí.
Lo único que me ofreció agua cuando tenía la boca seca para continuar besándole.
Lo único que me miró a los ojos y no se si me entendió.
Lo único que no me conoció y creyó hacerlo.
Lo único que se quedó a medias.
Lo único que no me explicó.
Lo único que no se lo que quiere.
Lo único que me tiene en vilo.
Lo único que no me contará.
Lo único que no supo esperar.
Lo único que me miente.
Lo único que desistió.
Lo único que quise evitar.
Lo único que ya sabía.
Lo único que me defraudó.
Lo único que aún espero.
La espalda de Jorge alejándose le resultó una escena familiar. Se iba sin despedirse como por la mañana y María ya solo tenía reproches en la boca que escupió lo suficientemente alto como para no dejarme sin final:
¡El problema es que ya no me reconoces!
Yo misma. La que se sentó a ver pasar tus conquistas en la terraza de este bar.
Yo misma. La que te dejó hacer y deshacer con frases hechas.
Yo misma. La que contaba del uno al diez con los ojos cerrados mientras hacías trucos de magia.
Yo misma. La que escuchó una historia de tu vida basada en ficciones de otros héroes.
Yo misma. A la que no le gusta ser yo misma.
Yo misma. La que está condenada a aceptarlo.
Yo misma… ¡Jorge!
María se levantó y salió corriendo.
Me imagino que fue a casa a comprobar los restos del mensaje en el espejo. Yo me quedé en la terraza de la cafetería con pena de no poder seguirla y con la esperanza de que se sentase otra pareja a mi lado.