A todos aquellos escritores que han conseguido con sus libros que naciera mi pasión por la literatura y mi sueño de dedicarme a ella. Si soñar fuese fácil.
Me llamo Jimena. Siempre he pensado que si es verdad eso de las reencarnaciones en una vida anterior fui un gato, y como tal tengo siete vidas. Ahora estoy en la última de ellas. Mi vida número siete. El comienzo de cada una de esas vidas está marcado por un acontecimiento que ha supuesto un antes y un después. El fin de una etapa y el comienzo de otra.
Nací en casa, faltaban dos meses para el parto, mi madre disfrutaba de su serial radiofónico favorito tomándose un café con pastas.
“Claro que quiero estar contigo Flor María, pero no puedo dejar sola a mi mujer, entiéndelo, a ella la quiero y a ti te deseo, soy un hombre que intenta nadar entre dos mares luchando por no ahogarse”. Esto le decía Antonio Jesús Alberto a su amante de turno cuando mi madre, a punto de meter la galleta en la boca, sintió correr un chorro entre sus piernas. Lo primero que pensó fue que con la emoción del momento había derramado el café sobre sí misma, pero enseguida se dio cuenta de lo que estaba pasando. En ese momento sonó el timbre, una vendedora ambulante de libros se convirtió en la improvisada matrona que asistió el parto.
Y así fue como llegué al mundo, fastidiándole a mi madre el final de su radionovela favorita.
Vida 1.
Los veranos de mi infancia surgen de mi memoria como veranos eternos. Veranos al sol. Por las tardes los niños del barrio nos íbamos a buscar moras, nos decían que las buenas eran las negras pero preferíamos las rojas, incluso las verdes, y la mayoría de las veces nos las comíamos nada más cogerlas. Con las que llegaban a casa hacíamos mermelada o las devorábamos cubiertas de azúcar. Si alguien me preguntara a que sabe el verano yo le diría sin dudarlo que a mora y si alguien me pidiera que lo identificara con un sonido mi respuesta sería con el “cri-cri” de los grillos. Me encantaba ir a cazarlos. Buscaba agujeros en la tierra, les echaba agua y esperaba a que saliera el grillo medio ahogado para cogerlo y meterlo en un bote de cristal, luego les compraba una jaula de plástico. Aunque a mi me gustaban mucho más las que mi tío me hacía de madera.
Me pasaba todo el año esperando que llegara San Juan, ese día marcaba de una forma solemne el comienzo definitivo de las vacaciones. Los niños del barrio recogíamos los días previos todo lo inservible y lo amontonábamos para quemarlo en una hoguera la noche del 23 de Junio. San Juan era sin duda una noche mágica, donde lo buenos deseos y los malos presagios se entremezclaban en el fuego. Una noche de San Juan, faltando pocos minutos para encender la hoguera, recordé que me había dejado en casa mi lista de deseos que cada año echaba al fuego siguiendo la tradición. Cuando entré en el portal me salió al paso un hombre, nunca conseguí recordar nada de lo que pasó, me encontraron horas después llorando, acurrucada ante la puerta de mi casa. Al día siguiente tuve mi primera regla. Me hice mujer emocional y físicamente a la vez, de golpe. Así viví todos los acontecimientos importantes en mi vida. Sin previo aviso.
Vida 2.
Mi madre se había quedado embarazada muy joven, nunca conocí a mi padre. Ella y yo vivíamos con mis tíos. Mi madre y su hermana se habían quedado huérfanas cuando mi madre era una niña, y mi tía 12 años mayor, se ocupó de ella como si fuese su hija. El peso de mi educación cayó sobre mis tíos, mi madre pasaba largas temporadas fuera de casa, hasta el punto de llegar a estar meses sin tener noticias de ella. Un día desapareció para siempre.
Desde el principio se creó un vínculo especial con mi tía. La primera noche que dormí en casa, lo hice con ella, en su cama. Puede que se dejara arrastrar por su deseo de ser madre, llevaba muchos años intentando quedarse embarazada. O puede que a mi madre le afectasen demasiado sus pocas ganas de serlo. La cosa es que mi tía se volcó en mí, convirtiendo mi adolescencia, momento en que mi madre dejó de dar señales de vida, en una etapa dulce a pesar de los pesares.
Mi tío estaba enfermo. Esto lo entendí después, por aquel entonces lo que yo veía era como mi tía se encerraba por las noches en mi habitación, obstaculizando la puerta con los muebles para impedir que mi tío entrase. Lo que yo oía eran los gritos de mi tío golpeando la puerta mientras la insultaba, Lo que yo sentía eran los llantos ahogados de mi tía, que aunque intentaba que yo no me diese cuenta de ellos, su llantina muda se convirtió en la canción de cuna con la que crecí. No quería dejarla sola, porque me asustaba la idea de que mi tío se levantase en plena noche y pudiese hacerle daño, así que me dormía con la cabeza apoyada en su pecho.
Cuando era niña y mis tíos se peleaban, pensaba que mi tío era un hombre malo, cuando crecí, mi tío se convirtió en un cabrón, y cuando ya asumí su enfermedad, intenté eliminar todos los sentimientos de odio, rabia y rencor que me despertaba y llegué a verlo como un enfermo.
Las discusiones entre mis tíos eran muy frecuentes, pero cuando todo pasaba llegaba un período de calma y felicidad, hasta que de nuevo se despertaba la furia de mi tío por cosas tan cotidianas como una puerta cerrada demasiado fuerte, o el run run de la lavadora mientras él veía la tele, o que se encontrase a mi tía charlando con algún vecino en el portal.
Veía que las cosas no iban bien en mi casa y distinguía perfectamente los buenos y los malos momentos de mi tío pero como no era capaz de prever las situaciones que podían provocar la erupción del volcán no podía evitarlas, así que aprendí a desarrollar un mecanismo de autodefensa. Conseguí obviar los problemas al más puro estilo Escarlata O`Hara, “ya lo pensaré mañana”, me decía, hasta el punto de actuar como sino existiesen. Hasta que algo me hacía volver de golpe a la realidad, entonces deseaba echar a correr sin mirar atrás y no parar nunca.
Una día, al volver de clase me sorprendió no encontrar a mi tía en casa, la llamé sin obtener respuesta, me detuve ante su habitación con la certeza de lo que me iba a encontrar. Cuando abrí la puerta la vi recostada en la cama, quieta, muerta. En el suelo sus pastillas revueltas, las recogí, me acerqué a ella, la besé y me tumbé a su lado hasta que mi tío llegó. Cuando entramos en la cocina la mesa estaba puesta y la comida preparada. Mi tío y yo comimos en silencio antes de llamar a los servicios funerarios.
El médico diagnosticó muerte por paro cardíaco, sólo yo sabía que mi tía no había aguantado más y decidió marcharse.
Vida 3.
Nunca había conseguido llevar a mi tío a un médico, pero para mí estaba claramente enfermo. Tras la muerte de mi tía su enfermedad empeoró Las crisis eran cada vez más frecuentes, sus obsesiones aumentaban hasta el punto de obligarme a tener las persianas bajadas permanentemente por miedo a ser expiado. Se levantaba por las noches y me despertaba gritando, asustado porque alguien había entrado en casa. Yo me acostaba vestida para estar preparada si tenía que salir en busca de ayuda. No quería que trabajase, así que se inventaba mil excusas para que dejase el trabajo a media mañana. Salía dejando el gas abierto y las llaves dentro de casa, o llamaba en la puerta de algún vecino y fingía un desmayo para obligarle a que se pusiera en contacto conmigo. Le propuse buscar una residencia donde pudiera estar atendido las 24 horas, no quiso ni oír hablar del tema así que seguí adelante como pude. Intentaba no hacer demasiado caso a sus llamadas de atención aún sabiendo que me arriesgaba a que alguna vez fuesen de verdad.
Un día me encontré una carta en el buzón. Los vecinos del edificio donde vivíamos habían denunciado la situación de mi tío, en el escrito aseguraban que no se encontraba en condiciones de estar solo, pues molestaba continuamente al resto de propietarios y creaba situaciones de peligro al dejarse el gas abierto. Poco tiempo después, dos agentes de policía aparecieron en mi casa, nos metieron en el coche y nos llevaron al juzgado. Allí, un forense examinó a mi tío, como resultado del análisis esta frase lapidaria “su tío se encuentra en plena capacidad de sus facultades mentales por lo que no es posible ingresarle en ningún centro médico en contra de su voluntad”. Asumí mi situación sin salida. Me imaginé mi vida a lo Norman Bates, con el cadáver de mi tío en el salón. Me veía a mi misma balanceándome en una mecedora a su lado cada noche. Por fortuna Dios aprieta sin llegar a ahogar. Uno de los agentes mantuvo una conversación con mi tío mientras yo hablaba con el médico y le convenció de las ventajas de estar acompañado todo el día, así que salimos de allí con la dirección de un centro residencial. A mi tío le gustó tanto que pasó en él la noche. Tengo la certeza de que el policía era un ángel cumpliendo una misión en la tierra, que suerte la mía cruzarme en su camino.
Vida 4.
Creo que durante mi vida 4 engordé, me sentía totalmente aliviada. Tras el ingreso de mi tío en la residencia alquilé un apartamento, no me gustaba vivir en su casa, sentía que le había echado para quedarme yo con ella, así que busqué un piso pequeño y allí me instalé. No tenía una vida demasiado especial, pero era feliz. Después de trabajar visitaba a mi tío, hice muy buenas migas con el resto de residentes y con las encargadas de la residencia, así que cenaba allí cada noche. Terminaba mi visita cuando mi tío se acostaba. Al llegar a casa, me ponía el pijama, y cenaba sentada en el sofá mientras veía la tele. Nada de gritos, nada de sobresaltos, nada de miedos. ¿Se puede pedir más?.
Vida 5.
Aunque yo no pedía más, llegó a mi vida Guillermo. Le quise desde el primer momento que le vi. Guillermo era yo, pero en otro cuerpo, estar con él era estar conmigo misma. Las cosas nunca habían sido tan fáciles como lo fueron con él, se mudó a mi casa pocos meses después de conocernos. Era completamente feliz, segura de que ya no habría más cambios en mi vida. Un día, Guille me dijo que ya no sentía lo mismo por mi y que lo mejor era seguir caminos diferentes. Así, de sopetón.
Vida 6.
Entré en un período de tristeza infinita, apenas sonreía y llevaba mi día a día de una manera rutinaria, tenía que levantarme y lo hacía, tenía que trabajar y trabajaba y visitaba a mi tío intentando que no notase como me encontraba. Cuando entraba en casa por la noche rompía a llorar hasta quedarme dormida.
Vida 7.
Han pasado 4 años desde que Guillermo se fue. Acabo de enterrar a mi tío. Por primera vez estoy sola. He vuelto a la casa donde nací, mi tío me la dejó como única heredera. Siento que ahora empieza mi vida. Sin cargos, sin dependencias, sólo yo. Sólo Jimena.