La tarde comienza a instalarse, ardiente y pesada, en los callejones de la Habana, calentando cada adoquín de la ciudad en aquel Noviembre de 1895. A más de cinco cuadras del malecón, el Hotel es una caldera a la que no llega ni un atisbo de brisa marina que pudiera en algo aplacar aquel horno.
La mucama del lugar se haya en el recibidor, sacudiendo distraídamente algunos muebles mientras su atención está puesta por entero en el joven gringo que sube por la escala hacia el tercer piso. Tampoco en el almuerzo le despegó ni uno de sus enormes ojos oscuros al muchacho que disfrutaba del lechón y la cerveza como si no hubiese comido en un mes.
Ha tenido en los últimos días su atención y fantasía puesta en el cuerpo del muchacho. Con ansias que aumentan a cada hora, fantasea sobre el color que cada parte del cuerpo del pasajero debe tener, su pecho, su espalda, sus piernas, su sexo. El deseo es creciente, imposible de parar.
La guajira veinte añera sabe ya del amor. Ha sido de uno que otro señor cubano y de varios negros mandingas cosechadores de caña en las tierras que la vieron nacer antes de venir a la capital de la Perla del Caribe. Pero jamás ha sido poseída por un hombre de piel de leche y cabello dorado, lo que hace del deseo una obsesión y de esta un suplicio del que solo escapará entrando en la habitación 306.
La mucama sube sigilosa los tres pisos, evitando lo mas posible la crujidera de los peldaños que pudiera interrumpir la siesta de algún pasajero, sueño mas sagrado que el nocturno. Cuando sus caderas zambas detienen su cadencia, su mano morena golpea tímidamente la puerta del 306, anunciando, con un susurro el servicio de cuarto.
El rubio muchacho con su camisa pegada al cuerpo por el sudor que lo cubre entero, abre la puerta y sin soltar el habano de su boca le pregunta seca y molestamente:
-What?¡¡
La guajira ha llegado hasta el cuarto movida por el deseo y no será la falta de cortesía que apague su cuerpo en aquella tarde ardiente. Con el pelo sobre sus descubiertos hombros, balanceándose nerviosa como si pisara dos nueces con sus toscas alpargatas de lona azul, le devuelve la pregunta con la universal voz del deseo:
-Habla español el señorito?
-Claro – responde el muchacho quien no tiene que hacer gran esfuerzo para darse cuenta que la guajira no ha venido por la limpieza del cuarto- Pasa, adelante.
La mulata no está para preámbulos y ni siquiera espera que la puerta se cierra tras ella, arrancando la sudada camisa del joven, palpando el torso lechoso y cubierto de pecas que es mejor de lo que ha imaginado en los últimos cuatro días. Lanza al joven sobre la cama, desabrocha la correa y hace saltar cada botón de la bragueta con un tirón violento parecido a las ráfagas atlánticas que de tanto en tanto asolan la ciudad. Está consumando su fantasía que la obsesionado por mas de setenta horas. Sin apartarse un centímetro de la piel rosada del joven, estira su mano hasta el mueble de noche, toma una botella de ron a medio consumir y comienza a verterla sobre el pecho del muchacho, deleitándose al ver como aquel arroyuelo ámbar se dirige por la gravedad hacia donde ella se ha propuesto beberlo; en aquel bosquecillo púbico rojizo en cuyo centro se haya un enloquecido miembro que ya no resiste un segundo mas sin entrar en la mulata.
Mientras la guajira bebe, toca, palpa, gime y lame, el muchacho toma las riendas del asunto. Se incorpora frenético, levanta las polleras de la mucama y entra a ella una, otra y otra vez, sin soltar en ningún instante el habano de su boca y bebiendo las ultimas gotas de Ron de la botella.
La tarde sigue ardiendo allá afuera y en el cuarto la mulata descansa sobre el rosado pecho del inglés mezclándose su ensortijado cabello negro con las espigas doradas del torso del muchacho.
En la esquina de la calle del Hotel suena un piano con la melodía precisa para acompañar el descanso placentero que sigue a la lujuria, mientras que desde el puerto comienza a sonar un frenético silbato de un vapor que llama urgentemente a sus pasajeros.
Más todo el encanto es interrumpido por los golpes en la puerta de un oficial español ansioso que grita imperativo:
-Winnie….Winnie..¡¡¡Despierta…nos llaman desde el barco..partimos en una hora¡¡¡-
El muchacho despierta justo cuando comenzaba a ensoñarse con su Inglaterra.
fría y granítica. Le pide a la mulata ayuda para hacer su maleta mientras piensa que en lo que le queda de vida no olvidará aquella siesta.
Cierra la maleta sobre la que hay una pequeña y hermosa placa de bronce que no le es indiferente a la curiosa muchacha:
-Que dice en esa placa señorito?- le pregunta sin dejar de tocarlo.
-Ah negra linda y curiosa. Acá dice: Winston Churchil, The Daily Graphic. London.- responde el muchacho dándole a la mulata un último beso con humo y Ron….