En un recóndito lugar de la puna de Jujuy, al resguardo de la cordillera del Dulce Nombre, cerca del cerro Zapaleri -una cunbre que marca el límite tripartito entre Argentina, Bolivia y Chille- allí debajo de esos faldeos se ubica la laguna Vilama.
Por la altitud y aislamiento, la región quizá sólo habrá sido hollada por el turismo aventura pero, hace más de cuarenta años, cateábamos allí posibles reservas de boratos debajo de sus aguas pandas, frías y salitrosas. El paisaje gris apenas estaba coloreado por el rosado plumaje de centenares de flamencos, que en esa región se conocen como «parinas».
Las parinas pasan sus días presumiendo con sus cuellos largos, flexibles y elegantes cuando no están hundiendo sus cabezas en el agua para con sus corvos picos, escarbar el barro del fondo para extraer su alimento. Además mantienen sus largas patas elegantes en constante movimiento porque, a cuatro mil quinientos metros de altura, el agua permanece casi rayana en el punto de congelamiento.
Por las noches el frío es más intenso, entonces la colonia se apiña en grupos familiares persistiendo en el colectivo movimiento de sus patas para evitar que el agua se congele a su alrededor, ya que al día siguiente deberán seguir hurgando el barro del fondo para subsistir.
La oscuridad es el peligro por la vecindad de los zorros andinos que, a la distancia durante el día, pudieron estar acechándolas para intentar atacarlas por la noche. Habitualmente antes de la madrugada estos predadores se acercan en silencio por sobre la escarcha para amagarlas con sorpresivas embestidas.
Generalmente logran buen resultado ya que provocando pánico y sobresalto en la colonia, alguna parina se aleja del grupo y del agua removida intentando escapar. La circunstancia resulta fatal ya que a medio volar, casi corriendo, al apoyar las patas mojadas sobre la escarcha, estas se le congelan al instante dejándolas pegadas a la superficie helada.
Un ave echada, impedida de moverse, pronto será arrastrada por el cuello hasta la orilla, donde las crías de la zorra esperan para darse el banquete.
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Regresaba de mis investigaciones mineras en ese páramo desabrigado, cuando supe que la «parina curaca» o sea la más anciana y experimentada de la colonia, había convocaba a una asamblea en busca de hallar solución a los ataques del zorro. Se supone que de estas reuniones multitudinarias sólo surgen ideas torpes y equívocas pero en Vilama sucedió algo paradójico: una parina joven que venía observado nuestro trabajo de geólogos aseguró a sus camaradas que, toda la laguna era apenas un charco poco profundo y que, con el esfuerzo colectivo podrían lograr la solución.
Sin duda con vocación tecnológica, propuso que esa noche la colonia no moviese las patas: debían dejarlas quietas hasta que el agua se congelase alrededor de las zancas delgadas y elegantes. Las parinas quedarían plantadas y firmes en medio de esa base helada, aunque el zorro anduviese merodeando por la vecindad.
Fue así que todas se mostraron tranquilas y confiadas a la espera del total congelamiento y de la consigna pactada: un bronco graznido que daría la parina curaca sería la seña acordada para que todas, respondiendo al unísono con sus graznidos, iniciasen el despegue al mismo tiempo.
Con el total movimiento de sus alas, la colonia inició el aleteo que al principio fue un simple meneo acorde de remos emplumados para luego de trepidar logrando despegar el hielo del suelo e iniciar el vuelo. Fue así que el lago congelado se elevó por los aires al empuje enérgico de millares de alas.
En masiva escuadrilla apiñada las aves hicieron el riesgoso vuelo nocturno dejando allá abajo en medio del arenal, sola anonadada y cada vez más pequeña, la figura de una zorra con sus cachorros. El enorme cristal de agua escarchada se elevó por encima de las cumbres de la cordillera del Dulce Nombre hasta que tomó rumbo al poniente.
Antes de perderse en el cielo, al pasar delante de la luna llena, la luz fría de la enorme moneda de plata trasparentó la reverberación rosada del plumaje de las aves.
En azarosa recalada la bandada aterrizó del otro lado de la cordillera, en un lugar bajo y sin nombre, en pleno desierto de Atacama. Los chilenos aseguran que milagrosamente en ese lugar tan seco, surgió una madrugada una laguna nueva que pronto se llenó de parinas rosadas que escarbaban el barro por debajo del agua.
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Nunca regresé a esos parajes que descuento siguen tan inhabitados como antes, pero si alguien va por allá, es poco probable que se entere donde quedaba aquella laguna Vilama.
Ni siquiera los taimados zorros recordará el lugar, pues dicen que muchos, famélicos, se marcharon rumbo a la quebrada de Humahuaca, cuando se enteraron que las ingenuas gallinas tenían la costumbre de dormir en las ramas de las higueras.