Está lloviendo y tenemos que salir. Por la ventana del balcón llena de gotas veo a mi padre, en la calle, llenando de bolsas el coche. Mi hermana, con una mochila más grande que ella en la espalda, me grita, Bahía, venga Bahía, vámonos. Noto el miedo en su voz. Mi habitación está en calma, es una calma como jamás había visto. Creo que apenas llevaré nada; miro la ropa que he sacado del armario y cojo unas cuantas bragas y sujetadores, las camisas cómodas de deporte, los calcetines gordos. Llevo puestas mis botas de baloncesto Air Jordan. Los vecinos ya se han ido. No todos, claro. Aunque mi padre siempre deja todo para el último momento.
Mi hermana abre de un empujón la puerta, parece a punto de llorar. Venga idiota, me sacude. Es pequeña. Lleva el pelo recogido, muy apretado, ella no suele llevarlo así.
Por un instante se queda quieta, mirando la ropa que no va a caber en mi mochila, mirando por última vez mis peluches, el tocadiscos y mi colección de música heavy.
Entonces se gira y sale por la puerta, la coleta baila de un lado a otro, de un lado a otro. Yo no estoy nerviosa porque ya soy mayor, pasé el rito de tótem el año pasado, y tengo novio.
Vale, ha sido una cagada meterme por ahí. Mejor me cuelgo la mochila y nos vamos. Hay una ventana abierta y una puerta que no para de dar golpes. Qué más da.
Me cuelgo mi mochila Mistral. El mistral es mi viento preferido. Es el viento de mi chico. Y ese es mi padre haciendo sonar el pito del Mitsubitshi verde oscuro. Salto los ocho escalones de golpe. Soy mucho más rápida que el ascensor. Y otros ocho. Dos saltos hacen un piso. Vivimos en el cuarto. Es sólo un cuarto pero es el último piso, así que mi balcón sirve de observatorio. Creo que hubiera sido una maga muy buena, pero ahí se quedan los compases, las esferas, las semillas, los mapas, el libro de magia de Ohlan Murr.Ahí se queda mi vida. Aprieto los dientes, un viejo truco que aun funciona.
Sol se pone de pie sobre los pedales, aprieta con fuerza. La cuesta es increíble. Por un momento piensa en platos y piñones, un plato mas pequeño, un piñón más grande. Lo intenta, se lo han explicado cientos de veces, pero no le sale, no le sale. Ni siquiera una cosa tan fácil le sale. Ya es bastante con que cada vez que despierta las cosas estén en el mismo sitio en que las dejó.
Bueno, a veces si le sale. A veces, si se deja llevar, puede hablar con gente en idiomas que no conoce, puede manejar matemáticas terrestres. Pero generalmente lo que le sale son apagones de luz, roturas de electrodomésticos.
Entonces sopla su viento. Se olvida de todo, ahora el viento le pega en la espalda y él se siente como una vela de barco de vela y la cuesta ya no cuesta tanto. Pero él no se da cuenta. Está llegando al distrito del puerto. El día es negro, como toro zahíno. Y Sol se ha quedado colgado. Un sólo hombre, con su mono azul y un casco amarillo, está cavando una zanja. Sus compañeros desayunan una y otra vez. Así es la vida, amigo. Comienza a ver a los esclavos. A él no le gusta llamarlos así. Una figura familiar aparece. Es Heidern, el que trae las tormentas: un militar tuerto, con boina; siempre lo ves sorbiendo vitalidad de la panza de alguien, mediante su brazo manguera. ¡Ay! Así son las cosas. Pero Sol es lento y gasta demasiado maná. Pronto tiene que bajarse de la bicicleta y el viento ya no es su viento. No tiene ni idea de qué hora es, no tiene ni idea de cuándo salen las naves. Bahía le ha dicho que salga cuando ella le mande un mensaje y que vaya al distrito del puerto. Bahía confía demasiado en él. Le dijo, ya verás como llegas.
Mi abuelo siempre me daba un manotazo cuando me mordía las uñas. Ya me he hecho sangre. Esto está lleno de gente. Conozco a muchos, por ahí anda Maledictus Oruga, cogido de la mano de su chica manzana. Me guiña un ojo. Aquí no hay esclavos, para lanzar la nave están sudando todos los mayores. Igual nos piden ayuda a nosotros, aunque no lleguemos del todo, si la cosa se pone fea. Igual no voy a poder colar a Sol, pienso, igual ni siquiera le ha llegado mi mensaje y está durmiendo en su cama. Mmm, su cama. Qué puedo hacer, no puedo hacer nada más que estar nerviosa, comerme las uñas y dejar que se vayan activando mis guías, y ya está.
Sol no ve el almacén a lo lejos ni los coches rugiendo en esa dirección. Sabe que están todos ahí, pero no lo ve. Se pone nervioso. Ese es su problema, necesita ver para hacer su magia, pero si vee, es incapaz de hacer su magia. Bahía ya le ha dicho cómo salir de un Uroboros. Le puso la canción de Riders_of_Theli y joder, ahí se veía bien claro. Pero estaban tranquilos, estaban en una habitación mirando el techo, tumbados sobre la cama. La aguja en el surco, el fuego pequeño de una hidra, y bum, la canción se abre y tienes la llave, y recuerda, no puedes saber que tienes la llave, no tienes que notar que la canción se abre, no tienes que ver a los esclavos, no tienes que quedarte colgado.
No se hace con palabras, no se hace con pensamiento. No es de seres humanos. Por eso nos vamos, vente.
Sol ha vuelto a pedalear. Le gusta pedalear. Los hombres de la tierra pedalean desde la época del Códex Atlanticus, o más atrás. Le gusta pedalear y le gusta el viento.
Se para cerca de la orilla, las olas cabreadas muerden la roca del puerto. Alrededor de los norays se pudren maromas viejas. Llueve, pero Sol no se da cuenta, extiende la mano para comprobarlo. Aquí está.
Míralo, es él, con la camiseta de Therion. Es la camiseta del disco que tiene la canción de Riders_of_Theli. Me dan ganas de reírme. Pero todos lo están mirando y no ponen buena cara precisamente. Es muy fácil ver que esa camiseta es un pase válido para la nave. Pero saben que la lleva por influjo mío.Los guardias están disponiendo las vallas. En la cola no se permite magia, pero todos llevamos daemons corriendo en modo pesadilla. En modo pesadilla todo vale. Supongo que en algún lugar, en quién sabe dónde, unos cuantos soldados cargan con bayoneta. Aquí, chupo la sangre que me sale de la uña, bajo la mirada oximorónica de uno de los guardianes ciegos. No quiero pensar. Caminamos apelotonados, mi padre nos tiene cogidas por un hilo familiar reglamentario. Le suda la calva. Está ahí con los demás actores, gestando la nave. Se me ocurre mirar al techo del almacén y entonces la veo. Un gigantesco plátano rojo. Es como un zeppelin de hierro, flotando en un cielo negro. Ya no hay almacén. Ya no hay cola. Escucho una voz que viene de un megáfono doble, atado a un poste. Queridos amigos, vamos a disfrutar de una noche espléndida, os habla Swifty Frisko, sé que muchos vais a dejar hoy el panorama Tierra, y os quiero dedicar una cancioncita llegada desde no sé dónde:¡ Therion- Riders_of_Theli ! ¡Seguramente dedicada a nuestra Mamá Roja, la Clara-Theli, crucero interestelar!
Algo va mal. Sol no ha llegado. Rompo las reglas y escaneo en su búsqueda, extiendo mi mano, como una pequeña antena hacia el cielo…
Sol abre los ojos. Sí llueve. Una gota le ha caído en la palma de su mano abierta. Se monta en su bici y baja salpicando agua por la cuesta encharcada, el cielo está rojizo, no sabe si es el crepúsculo o el amanecer. Tararea una canción. Pedalea.