A ti,
Hecho de menos el olor a velas derretidas y a vino barato. Hace mucho que no siento el fuerte perfume de la cera penetrando por mi nariz, hace mucho que no te siento aquí. Otra vez con lo mismo, otra vez contigo, con tu perfume y tu risa en la mente. Rasga, perfora, se queda muy adentro.
Es una noche de invierno, como siempre, los cipreses de delante de mi habitación se contornean con el viento. El viento, una bocanada de aire frío, seco y veloz. Bora, así se llama, Bora. Me gusta sentarme en el alfeizar mientras admiro el espectáculo, a oscuras mientras alguna canción en el ordenador suena.
De repente tú entrabas, los ojos como platos, apagabas la música y dejabas que la débil melodía del viento entrase por nuestra ventana, que invadiese la habitación. Cogías tu teléfono y anulabas todas las citas, ahora sólo existías tú y el viento.
Pero te has ido, o quizás me he ido yo. Eso ahora ya da igual.
Ilusa, era una ilusa. ¡Yo! ¡La que se describía como realista, irónicamente, era una ilusa! Pensaba que podía vivir así. Creía que mi obligación era seguir el duro camino hacía mi sueño, un camino en el que te debí sacrificar.
Hoy no lo puedo evitar. No soy capaz de esconder mis sentimientos y mis gritos. Aquí estoy. Sin darme cuenta, inmersa en una carta dirigida a ti.
Hice viajes, recogí con mi cámara todos los momentos vividos, intentando retener mi memoria. Escribiendo postales en las que describía mis aventuras, mí día a día. En cada una de ellas mentía y me mentía a mi misma. Dije, afirmé y reiteré que eran emociones jamás vividas, sitios nunca antes imaginados, aventuras irreales. Contigo había llegado mucho más lejos.
Fui dichosa, pero ¡cuanta razón tenía Ingrid Bergman cuando afirmó que la felicidad era buena salud y mala memoria! Me olvidaba de ti, una vez causante y acompañante inseparable en mis viajes. Como hoy, obligándome a viajar en mi, a lo largo de los negativos de mi vida.
Me acompañaste en mi infancia, donde te veía como un camarada, alguien con quien jugar. Incluso en mi adolescencia has estado presente, cómplice silencioso. Cuando se pensaba que transcurriríamos el resto de nuestras vidas inseparables, como uña y carne, como el mar y el horizonte lo impensable ocurrió y un hasta luego se convirtió en un adiós.
Me has hecho quien soy. Tú me has moldeado, hasta conseguir esta personalidad soñadora y esquiva en algunos momentos. Esta niña que habla sola, inventa situaciones y fantasea consigo misma. Esta niña con un solo objetivo, ser feliz.
Hoy entro de nuevo, después de mucho tiempo, en esta vieja habitación polvorosa un día tuyo y mío, y me siento vacía. Los cipreses se siguen moviendo, se están burlando de mi, lo sienten, han notado que yo… yo, te hecho de menos.
Y te escribo a ti, a quien me enseñó a soñar. Siento que esta es la única forma de tocarte, de sentirte, de amarte de nuevo. ¡Vuelve! ¡Te lo suplico!
Mi móvil se acaba de apagar, un olor a cera quemada y vino barato vuelve a inundar la habitación. Me veo en el reflejo de la ventana sentada en el alfeizar, contigo. ¿Es verdad? ¿Me has escuchado? ¿Tan pronto? Estás conmigo, lo sé, lo siento. Ahora lo entiendo, siempre has estado ahí, como una sombra, durmiendo, esperando por mí; y yo por fin he despertado. Tú, energía y motor de mi vida, mi único e inolvidable amante, la lectura.
Siempre tuya
Uxía
P.D. Gracias por todo. Creo que esto que siento hoy se llama felicidad.