Relato DESCALIFICADO para el premio del público.
Llevaban meses planeándolo, pero conforme se acercaba el día, los nervios se hacían más patentes. Lucas entró en la habitación y descubrió a Más sentada de espaldas a él, con la mirada perdida en el paisaje urbano que se extendía al otro lado de la ventana, abrazándose las rodillas. Avanzó hasta ella y dejó caer su mano en el hombro de la chica, con un gesto protector. ¿Estás bien? Preguntó. Por toda respuesta, Más suspiró pesadamente. Después de un largo intervalo, ella agitó la cabeza con resolución y se alzó de la silla. Lucas temió que se echara a llorar, que los miedos que la atenazaban desde que tomaron la decisión se rompieran dentro de ella como una cuerda demasiado tirante y que, al fin, aquella autómata en que se había convertido Más en los últimos días, estallara en un enjambre de gritos y llantos. Pero en lugar de eso, su voz sonó clara y decidida: -Sí.
Entonces buscó los ojos de Lucas para hacerle comprender que el momento de temor y debilidad había pasado. -Todavía podemos echarnos atrás… sugirió él, tanteando el terreno inseguro en el que se movían desde hacía meses. Ella lo sorprendió con una carcajada levemente siniestra. A veces Lucas tenía la impresión de que Más nunca se recuperaría de aquello. Había aceptado el plan con reticencias iniciales, pero poco a poco había ido implicándose hasta que, en aquel instante, Lucas comprendió que era ella la que había tomado el mando de forma irremisible. El momento de lucidez lo golpeó como un mazazo: hasta esa mañana todo había sido una fantasía de la que podían desembarazarse sin consecuencias. Bastaría con deshacerse de los planos, limpiar la mesa del salón como si nunca hubiera servido para calcular, registrar y anotar cada detalle de lo que debía suceder al día siguiente. Y no volver a mencionarlo nunca. Borrarlo de un plumazo, como un mal sueño. Eso es lo que hubiera sucedido si dependiera de él, pero ya no estaba en su mano: ahora Más estaba al frente y no dejaría que él abandonara. En realidad siempre sucedía igual, Lucas tenía las ideas, pero era Más quien acababa poniendo la decisión necesaria para llevarlas a cabo cuando creía que valían la pena. La tarde que surgió aquella historia del banco, Más lo miró como si se hubiera vuelto loco. Durante semanas Lucas insistió sin hacer mella en Más, hasta que un día, agobiada por los recibos del alquiler, la luz, la comunidad, Más se volvió hacia él y dijo: explícame cómo lo haríamos. Como sucedía siempre, en cuanto lo transformó en palabras el plan de Lucas se convirtió en algo pueril, tanto, que hasta él comprendió que nada bueno podría salir de ahí. Sin embargo, Más se hizo cargo. Obvió todo cuanto había planeado Lucas excepto la idea original y empezó a trabajar de cero. Desde ese momento se dedicaron a vigilar entidades bancarias y pasaron horas enteras sobre la mesa del salón, estudiando posibilidades, ensayando diálogos y actitudes que debían abrirles las puertas de la caja fuerte. Durante ese tiempo ninguno de los dos mencionó los evidentes riesgos, fingiendo que aquella aventura sólo podía tener un final posible, pero ambos empezaron a pagar el precio de sus miedos y sus silencios.
Más se volvió irritable al principio. Se sobresaltaba con cada ruido y si él entraba en la habitación sin hacer ruido, ella reaccionaba exageradamente, arrojando al suelo lo que tuviera en las manos. En cambio Lucas empezó a acusar los nervios cuando Más comenzó a cambiar. De una manera sutil, Más dejó de sufrir un estado permanente de nerviosismo y dio paso a una indiferencia temible. Se tornó fría, hosca y ausente, como si hubiera asumido plenamente las consecuencias de lo que iban a llevar a cabo y que ya nunca mencionaban directamente. Seguramente fue esa frialdad la que hizo mella en Lucas, atemorizándolo, no sólo porque comprendió que no había marcha atrás, sino por la sensación de que Más había cambiado, había dejado de ser la chica despreocupada y alegre que él conocía para convertirse en otra persona, alguien a tan sólo unos pasos de cruzar esa línea invisible y sin retorno que separa la cordura de la locura. ¿Sería permanente aquel cambio, o todo volvería a la normalidad después de su “visita” al banco? En cualquier caso, lo descubriría al día siguiente. Aquella noche se fueron a la cama sin intercambiar palabra, encerrado cada uno en sus propios miedos. Más, tensa, alerta, pero sin dejar escapar un solo gesto bajo su autocontrol permanente. Lucas deshecho, por fin plenamente aterrado y consciente de ello. Por la mañana se vistieron en estrecho silencio, cuidadosamente, con las ropas que Más había elegido hacía tiempo. Los minutos se deslizaban mientras ellos repetían con seguridad los gestos tantas veces ensayados hasta que todo estuvo listo. El único instante de vacilación, ya en la puerta de casa, mientras Más comprobaba de un vistazo que llevaban todo lo necesario, pasó sin que ninguno de los dos pusiera en peligro el plan echándose atrás. Y así se encaminaron con paso firme hasta la puerta automática del banco, tomando aire antes de cruzar el umbral y dirigirse con decisión ante el único empleado que había llegado. El hombre los vio llegar y atravesar en un segundo el minúsculo espacio que separaba su ventanilla de la puerta. Los rostros tensos, desencajados, levantaron leves sospechas en su cabeza y su mano tanteó bajo el mostrador en busca del dispositivo de seguridad mientras Más hurgaba en el gran bolso cruzado que llevaba sobre las ropas oscuras. Antes de que sonara ninguna alarma Lucas ya estaba frente a él, a escasos centímetros del cristal de seguridad. El cajero clavó sus ojos en la mirada amenazante de Lucas y permaneció inmóvil, hipnotizado como un minúsculo ratón frente a una serpiente. La voz de Más rompió el silencio de la sucursal precipitando la situación, y los dedos del empleado se alejaron temblorosos del botón maldito, reaccionando ante la mano de ella, que empuñaba un impreso verde encabezado por un rótulo escrito en grandes caracteres: SOLICITUD DE HIPOTECA.