Icono del sitio V Certamen de Narrativa

26- A lo pecho, hecho. Por Lacrima

—Esnúdese, señora, quíteselo todo menos la grusa, ex-tírese sobre la camilla y colóquese en posición daleada que le voy a poner la pendular.

—Perdone las disculpas, dostó —dijo el marido de la mujer embarazada—. Somos primeríparos y estamos un poco despreocupados.

—¡Que no funda el pánico, señores!, aunque a veces dar la luz puede traer cola marinera, aquí se va a hacer todo lo que sea neceser. Y usted, señora, —sujetando una jaringa—, tómeselo con falosofía porque va a sudar la tinta gorda en el esparto, se lo digo con toda franquedad.

—¡Demoño!, dostó —gritó la mujer aluego de las constricciones—. ¡Qué espeso me ha quitado de encima!

—¡Aquí lo tenemos, refollante de salud! —exclamó el médico al ver aparecer la cabecita del neño—. Ha tenido usted un comportamiento ex-quesito, mi facilitación —añadió, bosquejando una sonrisa.

Entonces el padre se quedó plasmao y quieto como una estauta. Los ojos del dostó se desposaron en los del marido y diceversa unas cuantas de veces hasta que el médico se dio puerta de que lo acababan de poner en un membrete.

—¡Jorobines! —exclamó el dostor un poco excamado, mientras sujetaba al neño por los pieses—. ¡Qué chequetín más escuro! —.Y dirigiéndose a la enfarmera: —Tráigame de mediato la hestoria cínica de la estufepaciente.

La mujer embarazada, a lo primero, trató de desimular, pero aluego, un poco extasiada por el esfuerzo, respondió: —El neño es escuro porque tengo el color esterol alto.

—Ni conesteroles ni leches, el neño es negro como un Pinzón— exclamó el marido, levantándose del tabulete—. Mira, Antoña, te he querido muncho durante nuestro matribodrio, pero yo no me corto un pelo de tonto, ¿sabes? y me voy a deseparar —le dijo a punto de darle un simposium.

—¿Y me vas a dejar agora, Ungenio, así, desvalijada y enviudada hasta las cejas y con la hipoterca por pagar?

—No me vas a volver a ver el velo, Antoña —gritó el marido, hembralentonándose y poniéndose como un asterisco.

—¡Ni falta que me importa! —reaccionó entonces ella, haciendo tripas de flaqueza.

—¡Veste a freír gárgaras! —le contestó el marido avalanchándose sobre ella.

—¡Esgraciao!

—¡Indiota!

—¡Jalipollas!

Y se fueron insultando ansí, sustantivamente, hasta que apareció la enfarmera con los papeles.

—Cálmense y déjenme hacer un conciso —les interrumpió el médico al terminar de leer el hestorial—. Acabo de tener coñocimiento de una novicia y se la voy a decir sin más dilatación —.Y dirigiéndose al marido: —Por la extradición de sangre de su último cacheo, se colige que es usted omnipotente.

—¿Imponente, Ungenio? —dijo la mujer visiblemente altereada—. ¡Qué barberidad!

—¿Cómo? ¿Está insinuando usté, dostó, que no voy a poder tener nunca trascendencia porque soy esméril?

—Ensartamente, eso es lo que le estoy tratando de decir, alba de Dios, le estoy diciendo que es usté sméril y a las pruebas me repito —añadió, señalando al chequetín.

—Endeluego, eso es una columnia, una enquivocación o que alguien a jerjiversado las cosas; me deja usté de una piedra, dostó —contestó el marido echo un matojo de nervios.

El doctor trató de solucionar el intercado y alvanzando hacia el marido le dijo:

—Permítame hacerle una subgerencia que bajo mi prespetiva puede remendar el horror. ¿Se ha planteado adoctar al neño?

—¡Manuda preposición! Rotundidentemente, no. ¡Vaya timadura de pelo!

—exclamó—. Que tenga yo que descargar con un neño cuyo padre puede ser un yanqui o un anarcotraficante….

—¡Veste! —le dijo ella entonces echa un obelisco—, al fin del cabo, ya no te nacesito. ¡Ajolá te mueras!

— Di lo que quieras, me es impertinente —dijo él, y puso los pies en polvo-rosa.

—Andiós, señora —se despidió el dostó—. Yo también me abro, esto me pasa por extramilitarme en mis defunciones —y  desapareció del micrófano como por anselmo.

—Pensaba que estaba curada de espasmos pero me han dejado ustedes esputrefacta —dijo entonces la infermera, que se había quedado a solas con la mujer—. Permítame que le diga, ñora, que se ha premeditao usté, ha asavallado a su marido y por eso se ha jido, pero tengo la presentición de que golverá, se lo digo con consentimiento de causa. Aunque un poco tontifacio, creo que su marido es atracativo y picharachero. Lime las perezas, mujé, chalre con él, dígale que entodavía está enamorreada y que le gustaría que adoctara al chequetín porque sabe que será un pedrazo y que jubará con él, y ya verá como con pacencia hará de su hogar un reflugio extrañable; que otra cosa no, pero ya sabe usté, Antoña, que las mujeles para las cosas del contimiento tenemos, desde hace muncho, el mango por la sartén.

25- La tierra que cura. Por Blanca Lamares
27- La habitación de pensar. Por Delgadina
Salir de la versión móvil