¡Aquello que divisé junto al estrecho gibraltareño no eran molinos de viento!; eran cayucos que ondeaban entre olas animosas en busca de tierras a las que coronar y llenar con la felicidad de miles de almas que allí se tornaban escabrosas.
El futuro que deparaban sus pasados no era más que la pesadumbre del hambre y de tan terco presente.
Ha min formaba parte de aquel cayuco, en el cual: su madre, padre, tíos, abuelos, amigos y entre trescientos surcaban las aguas como corsarios en busca de un futuro, un sueño…
Ha min contaba nada más que con tres años y ya era el pajarero 299, su futuro en áfrica era muy incierto; vivía junto a su familia en un suelo desértico. La sed y la hambruna le dejaron con aquellos ojos que son parte de un hundimiento, sus costillas se asomaban por su pecho al destierro de los quebrantahuesos que ondeaban en el cielo tras sus presas más débiles. Sus labios resecos agrietaban la melancolía de una tierra que en gran parte alegraba su perdida.
«El desierto alberga la desesperanza de una hambruna y una pena».
En el cayuco sobraba agua salada, y faltaban velas que ondear con su timón y timonero; tras llegar la noche el único alimento que podían percibir sus labios eran los cien cachos de pan sumergidos en agua marina, y mazorcas de maíz las cuales roían como castores en sus presas. La luna en ocasiones llena aumentaba los pesares de las miradas de aquellas gentes prisioneras de la distancia entre la libertad, y la humillación de un país que dejaron tras un cayuco con su prisionera muerte.
Pasaron días, noches…y el cayuco perdía carga con la muerte de aquellos que se dejaron la vida con el sueño de la libertad, la justicia y los valores humanos que creían encontrar en aquello que no conocían. Ha min perdió en el camino a su padre, tíos…
«No es fácil ser un niño cuando las barreras entre lo real y lo divino albergan un estrecho».
Los cuerpos ya sin vida fueron omitidos a la mar, ya que el espacio interlineal en el cayuco con la vida que continuaba era esencial para la supervivencia; tras tristes pesares, muerte, olvido y ausencias llego la luz del día y cierta ráfaga de vida a través de una lancha motora circundada por médicos de cruz roja, los cuales habían recibido una llamada de S.O.S por un barco pesquero que había avistado sus presencias. Aquellos médicos cuidaron con esmero y valentía a aquellos inmigrantes que valerosos sobrevivieron a un cuento con un final trágico; aunque vertidos con el calor humano de un país que no era el suyo. Ha min sufría: deshidratación, hipotermia, desnutrición y tras llegar a tierra firme fue atendido por los servicios de emergencia de cruz roja, los cuales atónitos no entendían porque arriesgaban la vida de un niño en un estrecho mortal; pero tras mirar los ojos a los supervivientes y en especial a Ha min entendieron que «la necesidad no es cobardía cuando se pierde en la mar».
Ha min hoy en día es un joven integrado en la sociedad española, en la cual participa a través de la culturización de su país en un entorno sin perfección como es la inmigración.
Su lema hoy nos dice: «ENCONTRE EN LAS TIERRAS MANCHEGAS UN QUIJOTE LUCHADOR; EL CUAL BATALLABA CONTRA MOLINOS DE VIENTO QUE NO SON MAS QUE: EL MIEDO A LO DESCONOCIDO Y A UNA VIDA QUE NUNCA TERMINA DE GENERAR CAMINOS NUEVOS».