Cuando tres años atrás Habib Daf abandonó su Diourbel natal, difícilmente podía imaginar que acabaría encontrándose con su vecino de toda la vida en una calle de Sevilla.
Aunque más sorprendente resultó para Khalilou N´Diaye, martirizado aún por el largo viaje que acababa de concluir, comprobar que el primer fruto de tan arduo y sacrificado periplo consistía, en cierta manera, en volver a su lugar de origen.
Recuperado de la impactante sorpresa, Habib, como veterano afincado en la península, asumió el papel de anfitrión y enseguida se ofreció a colocar a Khalilou, regalándole los oídos con la misma verborrea que, como bien sabía Khalilou, lo caracterizara desde crío. Mientras le hablaba de posibles techos bajo los que pasar la noche y futuros trabajos estupendos con los que ganarse la vida, Khalilou no dejaba de observar, desconfiado, la delgadez de su amigo, la ropa, gastada y un poco sucia, y el hatillo de discos compactos que llevaba en la mano izquierda y que no paraba de agitar mientras soltaba su espontáneo discurso de bienvenida.
Viendo a Khalilou esquivo y con evidente gesto de fastidio, Habib aumentó el torrente de optimistas palabras con la esperanza de que alguna de ellas despertara el ánimo de su compatriota. Y en ese manantial emergió el nombre de Amy, la dulce y cariñosa Amy, otra oriunda de su ya lejano barrio de Diourbel, y cuya mera mención sirvió para cambiar radicalmente la mueca de Khalilou.
El resucitado Khalilou se interesó en la manera de contactar con Amy y Habib, como liberado súbitamente de un locuaz arrobamiento, aminoró la velocidad de su perorata y su entusiasmo se tornó en nerviosismo. Y más aún cuando Khalilou, impaciente sin la pronta respuesta que cabía esperar de su solícito interlocutor, repitió la pregunta con el tono un poco crispado.
Entonces Habib, el elocuente Habib, pasó el brazo por encima de los anchos hombros de Khalilou y se dispuso, con toda su diplomática habilidad de parlanchín, a explicarle, que, a igual que ocurría en Diourbel, la prostitución, en este su nuevo hogar, tampoco era el peor de los males.