V Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura

Noticias del III Certamen

13 abril - 2008

172-La batalla de Ksar Sghir. Por zoki

– Dime qué quieres, emir – exigió Najm al-Dîn cansado de tantos rodeos que no llevaban a ninguna parte.
– Su apoyo, su tierra y sus hombres – declaró Abdel Jabbâr mirándole fijamente a los ojos.
Los dos hombres estaban sentados frente a frente, separados por una robusta mesa donde descansaba un mapa de los territorios musulmanes y cristianos. Najm señaló con un dedo su reino en el mapa, Nekor, próxima a la península ibérica por el sur.
– Puede que mi reino sea pequeño en extensión, pero la fuerza de su gente es grande – comenzó a hablar el rey Najm, mientras daba pequeños golpes con el dedo en el mapa -. No rendiremos pleitesía al califato de Damasco, ni a su señor Al-Walid a quien tú sirves. No cederé ni mis tierras ni mi gente para engordar la excusa de promulgar el Islam. ¡Y no oses decirme que no es una vil excusa! Porque sino, unámonos e invadamos toda Iberia. La convertiremos hasta los Pirineos, ¡pero bajo el mandato de Nekor! Pero eso no es lo que habéis venido buscando, ¿verdad? Pues dile a tu señor que no le voy a ceder cuanto poseo, ni que voy a luchar por engrandecer su Damasco.
– No digas tonterías, Najm. Mide tus palabras… – rió con desdén el emir, mientras negaba inconscientemente con la cabeza.
Pero repentinamente la risa del noble Jabbâr se apagó. El señor de Nekor se levantó súbitamente y con el rostro rebosante de ira, se acercó hasta situarse ante el sorprendido hombre.
– Dirígete a mí como debes, maldito, soy el rey de Nekor – escupió las palabras frente al rostro de Jabbâr -. Hace tiempo eras rey de Egipto y ahora no eres más que un emir, un siervo al que el califa permite tener a su cargo hombres y terrenos.
– Perdonadme, majestad – rectificó el emir, agriando la frase cuanto su garganta pudo -. Como emir, y voz de Damasco, le aconsejo que renuncie a su cargo y ceda a la voluntad de Alá. De esta forma, puede que el magno califa Al-Walid, dote de privilegios a su majestad así como a su familia – inclinó la cabeza el emir tras pronunciar la última palabra, esperando la respuesta del terco rey.
– No es voluntad de Alá todo esto – respondió altivo Najm -, es voluntad de un insaciable, un megalómano con ansias de conquistas. Este rey no se degradará a tu situación, emir. Este reino no pasará a ser una provincia más del imperio de Damasco, como pasó con Egipto. Vuelve con tu amo y dile mi respuesta. Aquí os esperaremos.
– Como deseéis, majestad – alzó la cabeza Jabbâr y se encaminó hacia la salida -. Entonces habrá batalla… y que Alá te acoja en sus brazos – se despidió el emir, sin esperar respuesta alguna del rey.
Najm al-Dîn se sentó en la silla que antes ocupó el emir. Sabía que sus tierras no aguantarían ante la furia de Damasco. Las murallas protegían a la gran ciudad de Ksar Sghir, pero las máquinas de guerra las acabarían derrumbando o pero aún, un sitio traería la hambruna a la población. El rey sabía que solos no podrían vencer.
 

El conde Marcos de Altanosa leyó la misiva del rey Najm al-Dîn, mientras acariciaba con las yemas de los dedos la empuñadura de su nueva espada. Aguardó sumido en sus pensamientos, sabía que el momento que tanto temía había llegado. Los musulmanes se encontraban ya muy próximos a la península y, sin duda, su Ceuta sería uno de los puntos clave a conquistar para dar el salto a la piel del toro. El conde miró a su hombre de confianza, el capitán Sebastián Ares, que esperaba impaciente la orden a ejecutar.
– Nuestros espías ya nos habían avisado. Sabíamos que el imperio de la media luna se aproximaba de manera alarmante – dijo en voz alta, mientras hacía gestos con las manos para mitigar los inoportunos murmullos que comenzaban a surgir -. Su majestad, el rey Rodrigo, está al corriente de esta situación allá en Toledo – concluyó a la vez que se alzaba y señalaba a Sebastián -. ¡Seguidme! Tenemos asuntos que tratar.
 

El rey musulmán Najm al-Dîn vivía impaciente desde hace unos días. No había respuesta alguna del conde de Ceuta y el ejército de Abdel Jabbâr estaba ya a menos de dos días de camino. La ciudad de Ksar Sghir y en consecuencia el reino de Nekor, estaba destinado a la derrota sin ayuda extranjera. El ejército que se había logrado reunir constaba de casi ocho mil soldados de infantería y unos dos mil de caballería. También había que sumar las máquinas de guerras con sus técnicos, pero incluso así, apenas superaban la cuarta parte de lo que portaba el orgulloso emir, según la información expuesta por los exploradores.
– Todo rey necesita dormir – le interrumpió los pensamientos su mujer que se encontraba bajo las sábanas de la cama -. Que los problemas no le quiten el sueño, mi señor, sino, no tendrá fuerzas para afrontar los de mañana.
El rey se acostó junto a su mujer y la abrazó, pero por mucho que lo intentó, no concilió el sueño.
 

Unos golpes persistentes resonaron en la estancia real, expandiendo el eco a lo largo de los pasillos.
– ¡Majestad! ¡Majestad! – gritaba a la vez que recuperaba el aliento un sirviente al otro lado de la puerta -. El capitán Sebastián Ares, representante del conde don Marcos de Altanosa acaba de llegar y requiere de su presencia. ¡Parece que trae buenas nuevas!
– ¡Grande sea Alá por escuchar nuestras plegarias! – agradeció en voz alta el rey -. Ahora mismo bajo, muchacho. Atendedle hasta entonces en lo que requiera.
El rey se preparó todo lo rápido que pudo y bajo velozmente hasta las estancias reales. Allí estaba el caballero cristiano, alto y fuerte, portando una espléndida armadura decorada con motivos religiosos acordes a su fe.
– Bienvenido a mi reino, capitán – le expresó el monarca, mientras se le acercaba -. Sentíos como en casa en la medida de lo posible y decidme, ¿qué nuevas traéis?
– Su majestad Rodrigo, rey de los visigodos, nunca ha recelado del reino de Nekor. Jamás ha habido batalla alguna entre nuestros reinos, habiéndonos respetado mutuamente hasta la fecha – se explicó el militar ante los atentos ojos del rey -. Por tanto, el rey Rodrigo considera oportuno cederle su ayuda, quedando ésta al mando del conde de Ceuta don Marcos de Altanosa.
El rey cogió dos lujosas copas con aguara aromatizada con té y ofreció una al caballero. Éste hizo una pausa en su discurso y bebió, para aliviar la fatiga del viaje.
– El conde trae consigo un ejército compuesto por nueve mil hombres de a pie y cuatro mil de caballería. Lucharemos a su lado contra las hordas de Damasco.
– ¡Maravilloso! – exclamó el monarca -. No olvidaré la de duda que contraigo con vuestro rey, ni pequeña será mi gratitud hacia vuestros hombres, capitán.
– Y nosotros se lo agradecemos majestad – se inclinó Sebastián complacido -. El conde llegará mañana, con todo el grueso del ejército.
– Perfecto. Descansad hasta entonces. Si vos o vuestros hombres necesitáis algo, no tenéis más que pedirlo. Mañana será un largo día… – concluyó el rey mientras acompañaba a la puerta al fornido guerrero.
 

El conde llegó según lo esperado con todo el tropel. Fue esquivo en las presentaciones y se encaró directo al problema, cosa que agradeció el rey ya que el tiempo se agotaba. Las tropas enemigas ya habían entrado en las tierras circundantes a la ciudad y el ataque era inminente. El rey admiró la pericia del conde y de su capitán, grandes y experimentados estrategas, al menos sobre la mesa. No tardaron en idear un plan para repeler la ofensiva, pese a estar en inferioridad numérica, pues eran tres cuartas partes de las unidades atacantes. Los tres hombres quedaron satisfechos con las conclusiones sacadas y con las directrices indicadas a cada responsable de unidad. Ya sólo quedaba esperar…
 

Unos veintiocho mil musulmanes provenientes de Damasco alzaron sus voces a los cielos, clamaban plegarias y promesas a Alá, iniciando una batalla en su honor. Las catapultas escupieron rocas contra las admirables murallas de Ksar Sghir, a la vez que la infantería avanzaba hacia ellas, escoltados por la caballería. Desde el interior de la ciudad devolvieron el envite catapultando rocas y grava, que herían a los más osados soldados. En cuanto estuvieron a distancia, los arqueros lanzaron lluvias de flechas sobre los invasores, obligándoles a cubrirse bajo sus escudos. Aún así las bajas enemigas fueron cuantiosas. Estos devolvían las saetas pero las murallas y los parapetos retenían la mayoría de los impactos.
El ejército atacante, repentinamente, se convulsionó para dejar paso al enorme ariete que costosamente transportaban. Lo empujaban decenas de personas que lo dirigían directo a las puertas de la metrópoli. Éste fue el momento en el que los arqueros cristianos aparecieron por los flancos externos de la ciudad y comenzaron a escupir flechas sobre el lateral enemigo. La caballería atacante se encaró hacía los cristianos y comenzaron a formar una fila de ataque. En este mismo instante, los caballeros del conde don Marcos, encabezados por Sebastián Ares, emprendieron una carga desde el otro extremo de la ciudad, flanqueados por la caballería árabe del rey Najm al-Dîn. La ingente masa de seis mil caballeros penetraron en las filas enemigas trayendo la muerte y el caos con ellos. El ejército del emir se desplomó en gran parte, huyendo los portadores del ariete y miles de soldados. La caballería comenzó a cargar hacía en contingente cristiano de a pie, pero se llevó una incómoda sorpresa al verles replegarse y reorganizarse, para mostrar en la vanguardia cientos de picas que esperaban atravesar a los desdichados jinetes. Estos detuvieron su ataque al ver que la carga no era más que un suicidio y comenzaron a virar mientras eran objetivo de infinidad de proyectiles. Pero nefasta fue su visión al percibir cómo la masa de caballería defensora se les venía encima tras atravesar longitudinalmente todo el ejército de Damasco.
Muerte y dolor fue lo único que encontraron la mayoría de los integrantes de la milicia invasora. Otros pocos pudieron huir a sus tierras para salvar sus vidas, pero no así su orgullo.
 

– ¿Qué tenéis que decir ahora, emir? – le preguntó el rey Najm, en medio de aquella húmeda y maloliente celda. Abdel había sido apresado por Sebastián Ares, frustrando así su huída -. ¿Dónde está la grandeza de su misión?
– ¡No os moféis! He sido derrotado, rey de Nekor, pero esto no detendrá el avance de Damasco hacia tierras hispanas – dijo el emir mientras se levantaba del frío suelo -. Alá ha querido que hoy no venciéramos, pero sólo es cuestión de tiempo…
– Entonces lo tenéis difícil, emir – dijo el rey mientras desenfundaba su espada -. Tiempo es lo único que no tenéis. Ahora pagaréis con vuestra vida el daño que habéis causado a mi pueblo.
– ¡No tendréis la osadía de matarme, Najm al-Dîn! – exclamó el prisionero mientras retrocedía -. El regicidio es indigno hasta para un rey.
– Cierto es… – admitió el monarca -. Lástima que ya no seáis un rey. Os rebajasteis ante el califato de Damasco, emir, no lo olvidéis. Que Alá te acoja en sus brazos – concluyó Najm mientras ensartaba su espada en el vientre del prisionero.
El cuerpo de Abdel Jabbâr cayó al suelo, manando sangre por su herida mortal. El rey salió de la celda, dejándole sólo en su agonía. Tenía mucho trabajo pendiente en la reconstrucción de la ciudad. Ksar Sghir había resistido, pero habría que fortalecerse más. La furia de Damasco no tardaría en surgir de nuevo.

171- El lamentable error del antepasado. Por Galas
173- Sueños y lunares. Por Ronin


7 votos, promedio: 3,71 de 57 votos, promedio: 3,71 de 57 votos, promedio: 3,71 de 57 votos, promedio: 3,71 de 57 votos, promedio: 3,71 de 5 (7 votes, average: 3,71 out of 5)
No puede votar si no es un usuario registrado.
Cargando...

Participantes

Noema Jean:

Siempre me he sentido incapaz de escribir un relato de este estilo, por lo que sé de su dificultad. Mi enhorabuena y mucha suerte. Tienes mi voto.


William Cullen:

Zoki:

Me había propuesto no volver a dar una «crítica sincera» sobre un relato, pero creo que tú la mereces.

El hecho de que tienes talento es indudable, pero tener algo que contar no lo es todo (si bien es imprescindible). El relato que presentas no es un cuento canónico, más bien parece un fragmento de una novela, pero sin duda es interesante. Tienes que procurar cuidar algo más el estilo: la puntuación no es del todo correcta y abusas demasiado de los gerundios, pero no dudes de que te sobra materia prima.

Espero que no te tomes a mal mi mensaje, tan sólo es una advertencia de alguien que daba traspiés hace un par de días en la misma piedra que tropiezas tú.

Saludos y suerte en el concurso.


Envia tu comentario

Debe identificarse para enviar un comentario.