Recuerdo que un día diecisiete perdí mi fortuna cuando una calamidad destrozó una propiedad que no tenía asegurada. También recuerdo que Mario ese día me arrancó de mi postura y me llevó escaleras arriba a mi cuarto; cerró las ventanas de mi habitación, encendió el vaporizador de agua y oscureció el recinto, me ayudó a acostarme y tapó mi rostro con una tela embebida en agua fresca.
Serían las tres o cuatro de la mañana cuando desperté muerta de frío y en la penumbra del dormitorio alcancé a ver a Mario dormido y arropado a los pies de mi cama. Al día siguiente cuando volví a despertar ya no estaba.
Mucho tiempo después mientras escribía sentada a la mesa del comedor de la planta baja, me sobresaltó que alguien abriera la puerta bruscamente sin llamar antes a ella.. Era Mario. Yo accedí a acompañarlo a recorrer sus campos. No medió diálogo entre nosotros mientras caminábamos y cada vez nos alejábamos más. Cuando la noche empezó a caer y ya cansada de caminar pregunté si regresaríamos pronto, sólo me tomó del hombro con firmeza y me obligó a caminar.
Yo no he sido nunca una persona físicamente fuerte, si a esto le agregamos mis problemas respiratorios resultará una mujer endeble aunque solapada bajo mi juventud. Ese día la fuerza surgió en mis piernas como por arte de magia cuando en la penumbra se quitó los pantalones y me invitó a recostarme en el césped junto a él. Corrí y corrí indignada por la crudeza del acto y no por el hecho de que lo hubiera intentado.
Si mi estado de ánimo hubiera sido otro habría reído explicándole que conmigo no ligaba.
Pasados cinco días, al salir de mi trabajo, fui a su casa, un poco por saber qué le pasaba y un poco para estudiar el ambiente. Una viejecita adorable atendió mi llamado y al presentarme abrió sus ojos que se desorbitaron.
-Por fin sé de quién habla Mario cuando nombra a su amiga extranjera!
No sé por qué me ruboricé.
-No lo deje! Por favor no lo deje solo! Ud. es la única persona que él tiene. Ud. es el único ser del que ha hablado desde que yo recuerde. Ayúdelo!…está tan solo….La gente del lugar dice que está loco, pero yo que lo vi nacer, sé que no es así! Él…él fue cayendo de a poco en esa nostalgia que a veces parece alegría, en ese encierro que no demuestra siendo sociable y cariñoso.
-No lo deje por favor!, pero vaya!, que sea rápido, que no sepa que estuvo aquí y menos hablando conmigo, creerá que yo he tratado de robarle su intimidad.
Casi empujándome me convenció para que me retirara.
-Él ya irá a verla y ese será un buen signo. Espérelo cuando corra el viento del norte.
Ese día, como aquel diecisiete también corría el viento del norte: presagio de ahogo, presagio de frío..
Llegué a casa riendo sola por las ocurrencias de la anciana y la sonrisa se me desdibujó en la cara cuando vi a Mario, abrazándose a sí mismo, con los codos a la altura de los hombros en la acera de casa.
Una corriente de aire me anunció que la temperatura subiría y corrí dejando la puerta abierta tras de mí esperando que Mario entrara y me ayudara a cerrar ventanas y cortinados.
El entró, pero se sentó en un peldaño. Allí lo dejé, corrí a tomar una ducha y cambiar mi ropa, un poco provocando la situación nada más que para observar el desenlace de todo aquello que se me ocurría una aventura arriesgada.
Baje al sótano donde había instalado una barra para hacer gimnasia y practicar danza. Bajé a disfrutar un poco de mi casa, ya que no sabía por cuanto tiempo más podría mantenerla y él me siguió y me observó todo el tiempo mientras realizaba mi rutina.
Yo lo dejé hacer, se me acercó y con manos enérgicas comenzó a dar masajes a mis vértebras. Pocas veces que un ser extraño me tocaba y menos aún las que yo lo permitía.
En algún momento me quedé dormida y cuando desperté mi día transcurrió normalmente aunque permanecí sola y encerrada a causa del viento.
Al día siguiente, como siempre al regresar al mediodía, escuché ruidos en el sótano y bajé; allí estaba él, tenía mi ropa de danza en sus manos, la música preparada, la toalla en su lugar… cumplía la función de valet a la perfección.
Todo a cambio de un favor
-Acompáñame a recorrer mis propiedades….
Comenzó el viento del norte nuevamente y a esa altura ya estábamos a dos o tres kilómetros de casa, no quedaba otra salida que aproximarse a la vivienda de campo que Mario poseía cerca de allí esperar que el viento calmara su furia.
Cuando llegó la noche ambos en la pequeña casa nos dispusimos a dormir. Me acosté en un cuarto apagando la luz, desde mi cama a oscuras y a través de la puerta semiabierta vi a Mario en su habitación iluminada que se despojaba de sus ropas…su esbelto cuerpo que en realidad no sé si llamaba o no mi atención, se veía de pie, desnudo y mirando al vacío oscuro recinto donde yo yacía inmóvil con el corazón saliéndoseme del pecho. Apagó la luz.
No me sorprendí cuando unos segundos después su perfil desnudo se dibujó en la penumbra cerrando ventanas y cortinados. Se sentó sobre mi cama y apartó las sábanas, suavemente susurró: “es el viento…el viento del norte…” y cubrió mi cuerpo aplastándose contra mí, dejando escapar todo su aliento intentando recorrerme.
En un momento me deshice de su abrazo corriendo al cuarto de baño y echándole llave. Cuando los golpes dejaron de sonar desesperados sobre la madera de la puerta quité la llave y abrí.
Mario sonreía angelicalmente recostado en su cama, sus ojos celestes miraban muy lejos a través del cuarto, afuera el viento arreciaba y la temperatura había traído gotas de lluvia.
Llegué a casa empapada antes de que amaneciera y justo a tiempo como para cambiarme y partir al trabajo. Nunca más supe de Mario…hasta hoy, diecisiete.
Desde aquel episodio mi vida cambió mucho su rumbo, pude conservar la casa que temía perder, conocí a mi marido, el hombre de mis sueños (creo que además de mis hijos esas fueron las mejores cosas que me acontecieron). Volví con él a mi país en varias oportunidades, pero nunca pensé en abandonar mi hogar.
Ahora el gimnasio del sótano está convertido en sala de juegos donde los niños se pelean por ensuciar y desordenar las pocas cosas mías que me recuerdan aquellos años (preferí ir a clases particulares de danza para asegurarme estar en movimiento)
Hace quince días que mi esposo y mis niños se han ido al extranjero en visita de familia y a pesar de que los extraño mucho, gozo bastante de esta libertad que me da la soledad.
Hace poco me enteré que Mario estaba ingresado en un neuropsiquiátrico donde pasaba la mayor parte de su vida; era el lugar a donde iba a parar cada vez que intentaba suicidarse.
Acabo de hacer mis compras del día y a medida que me aproximo a la acera de casa siento que estuve aquí y en este mismo momento anteriormente; voy caminando y una figura se va perfilando delante de la puerta de casa…la figura de los brazos cruzados muy arriba.
Todo me da vueltas. El aire es muy caliente y me ahoga. Mario me arranca de mi postura y trata de llevarme adentro, pero reacciono y cierro rápidamente la puerta dejándole fuera.
Mi respiración se agita y aunque no quiera, vuelvo a sentirlo detrás de la puerta de madera del baño, debajo de mis sábanas, en el sótano…
Ahora desde mi ventana lo veo haciéndome señas y saludándome con la mano. El odio ya cedió el paso, sonrío, levanto la mano y la agito devolviéndole el saludo.
Dentro de diez minutos, hoy diecisiete, estará golpeando a mi puerta, yo abriré y no diré palabra, un aire fuerte y caliente entrará con él a casa y yo perderé la respiración.
Quizá hay algunos aspectos nebulosos en esta historia. Al principio parece que la chica y Mario han vivido juntos, pero luego resulta que cada uno tiene su casa. No alcanzo a comprender tampoco la justificación de esos paseos agotadores para recorrer sus campos…
En fin, hay detalles de interés, y el relato por lo menos está bien rematado.
Te deseo suerte en el certamen.
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