A estos chiquilines los conozco bien, tienen los cuerpos chicos y el alma vieja y dura como piel de tortuga.
Vienen a Constitución de cada lugar…. Y se juntan como moscas en los videos, desde tempranito y andan por aquí hasta bien pasada la tarde. Algunos se pasan años por acá hasta que se van a joder a otra parte, luego vienen los que siguen, casi ninguno vuelve. Para qué.
Desde el puesto los miraba ir y venir, ir y venir y no entendía cuál era la gracia. Se divierten barato, pensaba. Una vez uno me contó que hacían carreras: unos iban por la E, de Varela hasta Independencia, y otros por la de Lacroze a 9 de Julio, los primeros en llegar al Pasaje Obelisco ganaban. Como jugaban por plata y el que estaba en la llegada siempre cobraba un porcentaje, se mataban por el puesto.
La verdad es que hay que tener ganas de pasarse los días bajo tierra, con luz entubada, en lugar de cielo y estrellas hay paredes y techos verdosos descompuestos de humedad; aire puro no tenemos, sólo el que entra por las bocas de las estaciones, o de las rejillas que viene cargado de toda la mugre que se le cae a la ciudad, por eso tenemos esas ráfagas de aire, a veces frías a veces calientes, siempre sucias, que con el tiempo te oscurecen la piel. Ni siquiera hay calles por donde andar, sino estos pasadizos miserables. Palpitantes, dicen algunos. Cuando vinieron a filmar los llamaban «laberintos de pesadilla» donde «en el momento más impensado puede desencadenarse lo siniestro» y no sé qué cosas más. Pavadas.
Uno ya esta asimilado, son tantos los años que llevo acá que mi piel ya se parece a los diarios viejos, de mis pies salieron raíces que se incrustaron en el fondo de la tierra, a esta altura de mi vida el aire libre me produce vértigo.
Pero no me quejo, un puesto como el mío atrae a todo tipo de público. Además de los diarios están las revistas de tejidos, las pornográficas, las que cuentan cómo viven los ricos o los nobles o las estrellas, las que enseñan a sacar músculos, o esas que traen fotos enormes, a todo color de tipos descuartizados. Hay mercado para todo, no me va mal.
Y nunca falta el atormentado que se lanza de su último viaje. Enseguida se escuchan los ecos del grito final que se van convirtiendo en voceros fantasmales que, a la delantera de los trenes, anuncian la novedad a lo largo de todos los ramales.
Estaba hablando del chico. Me gusta ese taconeo redondito, hueco, retumbante contra las baldosas, parecido al ruido de los cascos de los caballos de las series de la tele, ¿te acordás?, me decía mostrando sus botas negras con tachuelas, me explicaba que se ponía anteojos oscuros porque había visto una de patoteros que con lentes negras robaban billeteras en los subterráneos americanos. Yo le decía que eso pasaba sólo en las películas, que en la vida real los agarran de las pestañas y los meten en un reformatorio y no salen hasta que se pudren. Pero no había caso, el negro se sentía un héroe.
Esto es peor que la ley del cemento, viejo, decía encendiendo un fósforo con la suela de la bota. Para andar por acá hay que tenerlas bien firmes, esto no es como allá arriba, esto es una noche eterna y ya se sabe que las noches son… ¿cómo te diría?, son resbaladizas, oscuuuras como todos nosotros. No tenemos tanta mezcla de gente, en general estamos todos cortados con la misma sierra metálica, ruidosa y miserable de los subsuelos.
Es tan grande Buenos Aires, andar un rato y aparecer en San Juan y Boedo y al rato terminar en Chacarita, y un poco más y estoy en Plaza Italia, como si fuese un topo que taladra y atraviesa rapidito la ciudad. O mejor, como si fuese un misil de las profundidades. Bárbaro, che.
Cuando hay poca gente me siento, cierro los ojos, el ritmo continuo me adormece y es como si la vieja estuviera acunándome, calentiiito. Aunque el otro día, estaba por llegar a la terminal y sentí que una modorra espesa me recorría el cerebro hasta desbordarse sobre los párpados que se me pegoteaban, mi cabeza parecía envuelta en un sopor pegajoso. Sabía que iba a llegar enseguida, que tenía que abrir los ojos, levantarme, y hacía fuerza pero el cuerpo no me respondía, che, no podía mover ni un dedo. Pero cuando el tren se paró el vaivén desapareció e inmediatamente me desperté asustado, solo, todo sudado. Una mierda, bah.
Che Diario, ¿te conté lo que me pasó el otro día? venía caminando por allá un minón una hembra… ¡mamita!… hacía la combinación con la D, me apuro para alcanzarla, pero un pelado que andaba por ahí me gana y se le acerca como perro en celo. Ella camina más rápido y el otro se le arrima más, todavía. Roza, eléctrico, su cadera contra la de ella, los dedos de la mano le bailoteaban, mirá. Ella se corre, le dice algo pero él es un moscardón. Yo los sigo un poco más atrás, alcanzo a ver de costado esa mirada caliente, veo mover sus labios despidiendo suciedades, palabras malolientes. Ella se para, le grita, y eriza el lomo como una gata rabiosa, tiene listas las garras rojas para el arañazo. Ahora arreglate, pelado, dije, y me fui… ¿Qué hora es, Diario? hoy me toca la ofrenda a la Virgencita de Luján. Es que con los muchachos somos muy creyentes, ¡je!. Dejo la ofrenda en el altar y luego viene el Loro, la agarra y la lleva a la Pueyrredón. Yo no puedo ni pisar Pueyrredón, es zona de la gente de Julio y la cosa esta demasiado reciente, todavía no puedo andar por allá. Tengo que apurarme porque a las siete anda la Federal y no quiero que se repita lo de la semana pasada. Aparecieron, me puse nervioso y dejé el paquete demasiado a la vista, luego el Loro tiró la bronca porque podían haberlo afanado. Es mucha plata… Mmhh, ahí viene otro marrón, chau viejo, mejor me voy.
Sí, mejor que se haga humo, éstos se ensañan con cualquiera que ven dando tres vueltas seguidas, cuanto más los pisan mejor se sienten. Con el uniforme parece que se olvidan de que son cucarachas como cualquiera que anda por acá.
Como si hubiera querido sacarle chispas a sus botas de vaquero criollo, se fue taconeando bien fuerte. Dio una vuelta hasta donde estaba la que vio al ángel para tocarle la cabeza (trae suerte); ella estaba en el lugar de siempre con el chico en brazos. Esa es una… se inventa unos versos quejosos que recita de memoria, que ni ella entiende y nadie escucha; con esa cara de mosquita muerta es habilísima, le afanó al Chino Márquez casi todos los pibes prometiéndoles una comisión mayor.
Estos mocosos irritan a la gente. En los diarios y en la tele algunos se llenan la boca con palabras de cartón, los niños abandonados que mendigan por ahí, que ya llevan los malos hábitos, son los hombres del mañana, es nuestro deber educarlos y hacerlos hombres de bien. ¡No los abandonemos!,.Sí, pero cuando los tienen frente a las narices los desprecian. Cada vez que hay un robo, que a una le tocan el culo, cada vez que hay que encontrar un culpable, siempre clavan los ojos en ellos.
-Tienen miedo de contaminarse con nuestros olores- me decía el pibe el otro día.
Me gusta mirar a la gente -había confesado una vez mientras empañaba los lentes con su aliento a rencor y los frotaba contra la campera-, esas caras blancas, parecen carne hervida, esos cuerpos blanditos que se dejan llevar como si fueran al matadero. Si los habré visto. Mudos, con mirada de vaca, la verdad es que me dan asco, vacas con sobretodo parecen. Me gusta ponerlos incómodos. Los miro fiiiijo y se inquietan, se miran como si se les vieran las partes sucias del cuerpo. Una vez tuve una especie de duelo con uno de ésos que andan con La Prensa bajo el brazo, que son las siete de la tarde y todavía no leyeron el diario. Había poca gente, lo oteé durante un rato largo, al principio me mantenía la mirada, pero luego se puso nervioso y me gritó mocoso insolente quien te creés que sos, y yo me ponía más pesado todavía, le sonreía como me gusta sonreírles, cuando bajó me lanzó una puteada mientras yo le hacía así con el dedo, contaba orgulloso el negrito.
Horas más tarde vi venir al vaquero compadrito, ridículo, como si caminase por el lado brillante de la vida, con esa risita negra que delataba sus dientes viejos; se acercó al puesto y, como si estuviese haciendo tiempo para algo, se puso a mirar las revistas. Sacó un diario de la tarde, miró largamente el titular que decía otra vez VIOLENCIA EN CONSTITUCION: más ATRACOS DE LA BANDA DEL LORO SINGAPUR mientras su boca trazaba una sonrisa infame. Vio que lo vigilaba y a modo de explicación se señaló el pecho con el dedo, con su vocecita áspera -medio de mocoso crío medio de hombre- dijo casi desafiándome:
– No hay que esperar que las cosas te lleguen, esa es mi filosofía. Yo voy y agarro todo lo que encuentro a mano. Todo. – y con esa sonrisa verde pasó la palma de la mano con suavidad sobre los diarios.
Se fue caminando despacio en dirección contraria. Escuché sus taconeos alejarse.
No lo vi nunca más.
A mi juicio tu relato tiene aspectos positivos y en general sabe crear una atmósfera peculiar, aunque presenta algunos altibajos, quizá debido al ritmo narrativo o a algun factor que ahora mismo no podría determinar con exactitud.
Te deseo suerte en el certamen.
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