– ¿A qué huele?
– ¿Eh?
– ¿No lo hueles?
– ¿El qué?
– No sé, así como a flores.
Mario arruga la nariz y procede a inhalar. Mil olores distintos acuden a sus fosas nasales.
– Llevas razón
– Pero, qué raro, ¿no?
– Pues sí. Quizás hayan echado ambientador.
Un vaho a jazmines, rosas, claveles, rododendros, genesta, romero y multitud de plantas indescifrables recorre el vagón colándose entre los asientos; dotando el estático aire acondicionado de una calidez insólita.
El hombre que ronca se despierta sobresaltado:
– Pero… ¿qué demonios…? – Refunfuña.
Los pasajeros absortos ante tan inesperado regalo olfativo, comienzan a mirarse unos a otros, inquisidores y desconfiados. Pasa una azafata: Violeta pone en su placa, apropiado nombre piensa Sofía.
– Disculpe…- La retiene del codo para preguntar, mas la cara de la chica habla por sí sola. Aún así, Sofía decide investigar. – Mire señorita… Violeta: es la primera vez que vamos en este tren, quizá sea normal, pero no entiendo el motivo de por qué, de repente, todo huele tan…tan… no sé, tan a campo. ¿Es un ambientador?
Violeta clava la mirada en los azules ojos de Sofía. No reacciona. “Puede que no me haya explicado bien”. Sigue sin reaccionar durante ocho segundos con la mirada fija en el paisaje repetido allende la ventana. En un visto no visto su impertérrita sonrisita se convierte en una mueca, probablemente fruto de la preocupación.
– ¿Sabes? – “¡Vaya, ha perdido el tratamiento formal!” – No tengo ni la más mínima idea.
Revuelo de traseros acomodándose en los asientos, murmullo con signo interrogativo de fondo… y el perfume, oh ese perfume a naturaleza sigue remetiéndose por entre las axilas, las pestañas, bajo el pliegue de las faldas como un chinche en las redecillas posteriores de las butacas. Eso sigue intensificándose y la embriaguez odorosa empieza a manifestarse en las faces de los pasajeros. Vuelve el silencio. Nadie sabe nada, aunque, ya puestos, disfrutemos. Placer sensorial y nada más.
– ¡Esto es intolerable! – Salta el bello durmiente.
– ¿Por? – Pregunta un ejecutivo cuyo teléfono móvil reposa alegremente en el tablero de la butaca, humeante y relajado. – ¿Le molesta? Porque, creo, es realmente agradable esto, caballero.
– No. No me molesta. Bueno, no es normal
– ¿Y?
– Y eso. Cojo a menudo este tren y nunca me había ocurrido nada por el estilo.
– Siempre hay una primera vez para todo. Relájese y disfrute. Aún queda mucho para llegar a Atocha, si el viaje se hace agradable no lo desdeñemos.
– No me líe.
– No pretendo liarle, señor, sólo que se calme. Duerma y ya verá como se siente más cómodo luego. Yo le aviso al llegar.
Violeta, con una sonrisa homónima, se acerca al no-durmiente.
– ¿Quiere una tila, señor?
– Sí, por favor.
Transcurren veintitrés tediosos minutos sin parar en ninguna estación; Violeta se ha recostado en una plaza libre. Los demás dormitan.
– ¡Mama, mira, una flor! – Miguel bota entusiasmado sobre la tapicería.- ¡Y es negra!
Su madre contempla el pétalo boquiabierta. “Será…” No, imposible. Es un pétalo tan suave… Lo coge y lo deja reposar en su palma. Es tan suave que podría pasarse el resto de su vida acariciándolo.
Pierde el norte, parte del sur: toda la rosa de los vientos voltea floreada en su cabeza. Ese fragrancia, ese tacto…
Llueven pétalos coloreados. La gente se desvela y se levanta: unos ríen, otros, pasmados, sólo se dejan pervertir dulcemente por la suavidad de las flores.
Mario coge un puñado, y, con la mano abierta (no caen, sino que se funden con la piel de su palma) toca suavemente los párpados de Sofía. Ella ríe, jocosa y le besa. Su lengua sabe a manzanilla, la de él a espliego.
Violeta, aparentemente asustada, corre hacia la puerta que comunica con el coche turista. No se abre. Lo intenta por segunda vez y es por segunda vez vencida por el picaporte. Se sienta de nuevo. Y el chiquitín Miguel se tumba en el pasillo acolchado por una sábana multicolor, esponjosa y que huele como la ropa recién lavada. Una mujer cuyo bastón repica a cada traqueteo contra los ventanales se incorpora dificultosamente y le imita. Juega con él a cubrir y descubrirse el rostro tintado de arcoiris de terciopelo.
Pronto, tanto que es casi imperceptible, las corolas llegan a la altura de los reposabrazos.
– ¿Dónde estamos?
Clama a voz en grito Diego, el cual no ha visto casi nada puesto que estaba en el baño empolvándose la nariz. Nadie contesta. Todos permanecen narcotizados sensorialmente. Una chiquilla inspira y expira con la fuerza de una ballena , un pétalo amarillo ondea al balanceo de su aliento mientras reposa en el mentón.
Diego observa su alrededor: el panel lumínico indicador de las paradas se ha apagado. Nada indica.
El tren ya no traquetea. No se ven los clásicos postes de electricidad a través de las ventanas; de hecho, parece un fotograma repetido: prado verde, vaca a la derecha, al fondo un bosque. Se deslizan por la nada en pos de ese jardín que comienza a mostrarse.
Tallos y ramitas florecen enredando los tobillos de los pasajeros. La hiedra despeina sus calvicies. Polen gris flota cual humo a ningún milímetro de sus rostros, de los codos, de los pies, de las uñas… y pinta cada trocito de piel que toca de un tono distinto e imaginado.
Mario se ha dormido con la cabeza de su mujer apoyada en el hombro izquierdo y el puño prieto encerrando esos primeros pétalos igual de lozanos que los posteriores.
El panel se enciende y unos jeroglíficos aparecen. Diego desconoce esa lengua, mas, su cerebro es capaz de descifrar la frase:
“ Última parada. Final de trayecto: Edén”
Sofía se desvela, entre la espesa cortina de las legañas vee a Mario.
– Querido, ¿podrías ducharte más a menudo, no crees?
Él sonríe y le entrega a su amada un pétalo de luz.
Casandra, me podrías explicar el cuento. Sobre todo al final. Me ha gustado mucho, una magia que me ha llevado de la mano hasta el final. Es algo diferente, innovador, te felicito. Pero no entiendo el final, ¿era todo un sueño? y lo que olía era a Mario? Hasta que no me lo expliques no te voto, jeje, cuando lo entiendo, segurmente lo haré, lo mereces, un cuento suave, tan suave como aquella flor que podria uno estar acariciandola hasta el resto de los días.
Un saludo,
Si, en efecto, parece como si fuera una alegoría de algo, una representación simbólica. Hay momentos de apreciable belleza, pero quizá el final deja un tanto desconcertado, porque le falta a mi juicio algun indicio, alguna explicación de algo. Pensé que los pasajeros serían muertos, almas en busca de un destino o algo así. En fin, no se….
Te deseo suerte en el certamen.
Aún y no haber ni quedado finalista, gracias por los comentarios.
Es un final abierto, alegórico, sin duda; algo así como la representación del paraíso… puede intuirse en el paisaje repetido y en las mismas flores. Aunque a la vez es un sueño, entonces… no será el limbo?
Cada cual que elija su opción
*^_^*
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