Hace frío. El viento azota la calle provocando tolvaneras de nieve. Refugiada en su chal negro, una mujer camina pegándose cuanto puede a la fachada de los edificios. Se detiene. Suspira sin esperanza, con esa angustia resignada de quien asume un hecho desafortunado. La ventisca arrecia, y ella, arrebujándose en el abrigo, reanuda la marcha. No es el frío lo que le asusta, sino el silencio instalado en su alma, la histérica mudez de un segundo infranqueable en el que todo parece estar a punto de suceder; pero nada ocurre. Nunca. Y sumisa, carga con la incertidumbre.
Cada noche observa el vaho de su respiración fugándose hacia la oscuridad y cada noche envidia su fácil evanescencia. Bajo el chal negro gira nerviosamente las muñecas, como si de aquel modo se librara de la inquietud que lame su espíritu. Otras veces, la desesperación agota sus fuerzas hasta sumirla en estado de indiferencia y, en medio de la tempestad, permanece con el cuerpo rígido, los brazos lánguidos y los ojos velados de olvido. De nada sirven las imprecaciones que le profieren los trasnochadores al topársela en el recodo de una esquina. Al cabo, la mujer se aleja derramando lágrimas por aquello para lo que no encuentra nombre.
Cuando llega a la casa, tiene la sensación de haber vivido ya el momento. Atraviesa el pasillo. Ocupa una butaca. Mira a la anciana con expresión ausente. La mira. Espera con obstinación la respuesta a una pregunta que no sabe formular o si la ha formulado ya y en qué consiste.
– Sucede algo horroroso – susurra, por fin, al alba.
Entonces, la anciana escruta el aire con sus ojos vidriosos, mueve la manta sobre las piernas y sonríe maliciosamente.
– Eres es una terca – masculla – Te he dicho mil veces que ese hombre ya no te quiere. Ahora es mío. Es a mí a quien ama.
La mujer rompe en quebrantos.
– Tú ya no le gustas – insiste la vieja – ¡Te quedarás soltera por los siglos de los siglos!
La infeliz grita, llora; está histérica. Los vecinos se despiertan y santiguan. La anciana se incorpora cuanto le permiten sus maltrechos huesos. Aquella escena colma su rencor: aún agitada por los estertores del llanto, la mujer abre el ventanal y permanece inmóvil, recortada contra la tormenta, antes de saltar al vacío.
Sobrecogera historia de desamor, narrada desde un punto de vista muy interesante. Con la brevedad justa para que el mensaje sea más impactante. Empecé leyéndome los relatos que más votos o comentarios tenían y ahora que hago lo mismo con el resto, estoy realmente sorprendida de algunos que, como éste, son realmente dignos de este Certamen. Mi más cordial enhorabuena. Mucha suerte.
Si, la verdad es que el cuento no necesita más, con ese aire onírico y fatal, y ese final arrollador que pone un punto de angustia al leerlo.
Te deseo suerte en el concurso.
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