V Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura

Noticias del III Certamen

12 abril - 2008

161- Emma y el articulista. Por ASOR

Emma es una chica corriente. No destaca por nada en especial, excepto por el profundo azul de sus ojos, a los cuales la opinión pública califica de ‘preciosos’, aunque ella no suele creerlo.

A sus veinticuatro años sigue siendo bastante escéptica y desconfiada. Pensaba que ese pensamiento barroco de la adolescencia acabaría pasando, al igual que otros muchos de otras épocas vitales, pero, en ese aspecto, aún no se había superado a sí misma.

Abogaba por el racionalismo, pero era consciente de que su constante ambivalencia emocional solía traicionarla.

Su vida era ‘normal’, como ella decía cuando le pedían describirla. Trabajaba y estudiaba. Ya tenía un título universitario, pero era ambiciosa en ese aspecto. Podría decirse que uno de sus lemas era ‘siempre puedes superarte’. Amaba el arte, la literatura, la filosofía y a los grandes humanistas. Si le hubieran dado la oportunidad de elegir donde nacer, sin duda hubiera dicho que durante el Renacimiento.

Su situación actual no era lo que había soñado, pero de momento no estaba mal. En teoría no tenía de qué quejarse.

Si enumeraba los elementos, por los que cualquier vida debe estar compuesta, no echaba en falta nada: familia, amigos, pareja, estudios, cultura… Era una chica completa.

Al menos aparentemente.

Pero se sentía vacía.

Las continuas decepciones de un pasado, digno de no recordar, todavía hacían estragos en su frágil personalidad y la voz de su ridículo subconsciente afloraba en momentos de debilidad para recordarle que nada es imperecedero y que debía darse prisa en encontrar el sentido que tanto llevaba buscando.

Ésa era la idea. Los medios debía aportarlos ella.

Un día cualquiera, en la facultad, halló por casualidad un nuevo diario gratuito de los que proliferaban con éxito en su entorno. Decidió echarle un vistazo poco entusiasta mientras esperaba en clase la llegada del profesor.

En aquella asignatura optativa no conocía a mucha gente y prefería no tener demasiadas relaciones sociales superfluas que, tarde o temprano, acabarían fracasando. Ya estaba escarmentada.

Pasó las páginas sin saber muy bien qué estaba buscando y, en ese preciso instante, lo encontró. Ya se sabe que las cosas acontecen cuando uno menos se lo espera.

Allí, en la contraportada, donde ya nadie tiene ánimos para seguir leyendo, aparecía un curioso artículo firmado por un desconocido Roberto Gandía Barceló.

Más que curioso era diferente. Era lo que ella llevaba tiempo esperando leer.

La mañana pasó y todo era como siempre. Pero las palabras del artículo permanecían en su cabeza.

Y lo hicieron durante más tiempo del que ella tenía previsto.

Había encontrado una razón por la cual sentirse despierta. Algo, sin saber cómo, había generado en ella un sentimiento hasta entonces mermado.

No había día en que no se hiciera con aquel diario para ver con qué la sorprendía ‘su articulista’.

Nadie le conocía, era un escritor prácticamente anónimo, pero, a ella, sus palabras le resultaban cercanas y ya casi familiares.

Hasta que llegó el momento de intentar poner rostro a esa persona que la hacía vivir. No sabía a quien estaba leyendo. Intentaba imaginar y aparecía la sombra de un hombre de unos cincuenta años, de pelo cano y barba incipiente, con ojos cansados y ojerosos de ver el día a día sin novedad y con la suficiente experiencia como para no escribir una contraportada. Seguramente se encontraba en decadencia y no esperaba mucho más de la vida.

Pero Roberto no era así.

Su intuición, esta vez, le había fallado. Se dio cuenta de ello la primera vez que interactuó con él.

Su propósito se centró en conocerle a toda costa y a cualquier precio. Necesitaba saber de esa persona tanto como respirar. Se volvió dependiente de aquellos artículos y de la necesidad de conocer al causante de su desazón.

Y, sin esperarlo, llegó el trágico momento.

Llegó el día en que ‘su articulista’ se despidió de aquel diario.

A Emma le gustaba tener el máximo control sobre todo, pero entendía el constante devenir del libre albedrío y éste era uno de esos casos.

Otro más que se le escapaba de las manos.

Como una autómata buscó por toda la página de su querida y última contraportada hasta que dio con lo que necesitaba. Ahí, en una de las cuatro esquinas, se encontraba la forma de contacto de Roberto, vía e-mail, probablemente dejada para acudir a las posibles quejas o peticiones de sus asiduos lectores.

No lo pensó dos veces y. al llegar a casa, se sentó frente al ordenador dispuesta a contactar con ‘su articulista’. Redactó un correo simple, denotando su admiración pero sin muchos adornos literarios y escribiendo entre líneas, con la pícara ilusión de que Roberto sintiera que, para ella, era más que un periodista. No estaba segura de obtener respuesta, pero algo en su interior le decía que así sería.

Lo que ella no sabía en ese momento es que ése sería el primer e-mail de otros tantos que se sucedieron a lo largo de casi un año.

Roberto correspondió a Emma y se inició una confusa amistad que ninguno de los dos sabía hacia donde conducía.

De la admiración y los cumplidos pasaron a la intimidad. A ser amigos a través de la red. Y él no tenía cincuenta años, sino a penas dos más que ella. Habían veraneado durante años en el mismo pueblo sin saberlo y, probablemente, también estado espalda con espalda en alguna cafetería de la zona.

Resultó que el mundo es muy pequeño y, las coincidencias, necesarias.

Emma empezó a necesitar sus correos de manera casi anormal. Encendía a todas horas el ordenador, deseosa de ver qué tenía que contar cada día ‘su articulista’, como a ella le gustaba llamarle cuando pensaba en él, que no era poco precisamente.

Del contacto esporádico pasaron al diario y ya éste se les quedaba corto.

Digamos que lo suyo era una sana obsesión. Sentía respeto hacia la situación y, sobre todo, a lo que él pudiera pensar, pero un impulso irrefrenable le hacía continuar a la deriva, hasta caer… hasta dudar… hasta empezar a sufrir.

Se dio cuenta de que esa relación estaba tornándose más sería de lo que ella quería y de que aquello que había generado podía estar empezando a complicársele.

¿Se estaba enamorando? No estaba segura.

Eran dos extraños que congeniaban sorprendentemente bien y que tenían tanto en común que, a veces, daba un poco de pánico.

Había idealizado de tal manera a Roberto que ya nada le parecía suficiente. Dejó de lado su mundo real para dedicarse a él, a un ente, y se sentía vacía cuando le necesitaba y no le encontraba.

No sabía muy bien qué sentía aquel chico, no habían hablado de ello, pero, tarde o temprano, sabía que acabaría desnudando sus sentimientos ante él.

Y, de la noche a la mañana, desapareció.

No hubo más correos, no hubo más artículos… Nada.

El articulista se había esfumado. Ella sabía que no era la culpable, pero no podía evitar sentirse intranquila al respecto. Nunca le dijo nada sobre sus sentimientos, siempre fue respetuosa y, como siempre, prudente y expectante, dejando que, tras su iniciativa, fuera él quien tomara los pasos restantes.

Hasta que Roberto ya no caminó más junto a ella.

Probablemente temeroso de que su vida se desestabilizara al conocer en ella algo por lo que tendría que cambiar lo que le gustaba tal cual estaba: su vida.

Nunca se vieron, salvo por unas reclamadas fotos vía electrónica, nunca se tocaron, ni sus ojos cruzaron una mirada. Nunca disfrutaron de un café ni de una amena conversación y, quién sabe, si algo más.

Pero en ambos residía la esperanza de coincidir por una calle angosta de su ciudad y reconocerse y, entonces, dejar que el fatum decidiera, porque la historia no podía a acabar así.

Merecía demasiado la pena.

Meses después, tras una larga lucha por olvidarle y una vana certeza de que así había sido, Emma salía de la facultad en dirección incierta. Había retomado las riendas de su vida o, al menos, eso tenía que creer para poder volver a ser ella.

Ese día se sentía rara, ausente. No había sido capaz de atender en clase y mucho menos a las conversaciones triviales de sus compañeras. Pensó que lo mejor era marchar a casa y estar consigo misma durante un rato, sin ruido y como a ella le gustaba, en soledad.

Pero los planes no siempre salen como se tiene previsto.

Al volver la esquina de una de las calles por las que cada día pasaba, pero de la cual no sabía el nombre, sintió una presencia heladora. Alguien pasó a su lado, alguien a quien ella reconoció sin titubear. 

Y ahí estaba.

Era él.

Roberto caminaba en dirección contraria a la suya, habiendo rozado su hombro al pasar a su altura.

Y en ese momento quedó parado el tiempo.

Un pálpito incesante hizo eco en su delgado pero fuerte cuerpo, que la paralizó durante un instante. Y, a pesar de ello, decidió seguir caminando porque sabía que si volvía la vista atrás ya nunca podría separarse de aquella persona y no quería sufrir más. Mejor dejarlo estar.

‘Punto y aparte’, se dijo.

Pero tras dar a penas dos decididos pasos escuchó en una voz masculina su nombre. Era la voz que siempre había querido oír y, aunque no la había escuchado nunca, sabía que sería así… porque era perfecta.

Y ahí estaba él, Roberto Gandía, llamándola:

–  Emma…

Y Emma se dio la vuelta.  

160- Et pluribus unum. Por Grimaldo Ezcurra
162-La cadena del perro. por Chancay


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Participantes

Norma Jean:

Me estoy preguntando después de leer tu relato ¿qué parte es fantasía y qué parte realidad? Encantadora inocencia. Muchísima suerte.


Asor:

Muchas gracias por tu comentario, Norma. Puedo decirte que es una fantasia que, por qué no, podría tornarse real y seguro que a más de uno le ha pasado alguna vez algo parecido. Mucha suerte a tí también.


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