Me parece que aún no se ha despertado, sigue respirando con una cadencia hipnótica y suave, sin saber que la mañana ha ganado posiciones más allá del balcón. Si viera el sol que abrillanta nuestra ciudad de perdernos se levantaría de un salto, como casi siempre. Yo llevo un ratito con el ojo abierto, alternando la atención entre las rendijas de la persiana y las gotas de luz que proyectan ordenadamente sobre su piel al descubierto, mezcladas de modo casual con las constelaciones de pecas y lunares que ya habitaban esa tersa envoltura. Casi he memorizado su disposición, por si algún día perdiera la vista y necesitara recurrir a su imagen exacta. Son fascinantes. No puedo evitar estirar la mano que no ha aprisionado la cabeza y acaricio dos de ellos, próximos entre sí, con la yema del índice, el mismo que hace unas horas buscaba tesoros en zonas más meridionales de su escultura. Trazo círculos concéntricos alrededor de su ombligo, esculpido como una gema en bajorrelieve sobre el abdomen que asciende y se desmaya por el empuje del oxígeno. Entonces lo exhala mansamente y se vuelve hacia mí, sin abrir los ojos, pero con una ya exigua dosis de sueño en su interior. No, ya no duerme, ahora se desprende de la modorra vencida sobre mi hombro, ofreciéndome una de sus caderas enloquecedoras, parcialmente amortajada por las sábanas ya templadas. También paseo la mano sobre esa extensión irresistible, con la palma, rozándola, y ella se estremece un poco, ensanchando levemente una de las comisuras. Levanta un dedo del puño más próximo a mi barbilla y me hace cosquillas con la uña, revolviendo los cabellos que de allí brotan. La imito, empleando de nuevo el índice para pasear por su mejilla, acercándome peligrosamente a los labios, serios pero con su atractivo intacto. Voy a besarla, no aguanto más, pero ambos se descolocan de súbito y retrocedo a medio camino.
– Haz unas tostaditas, anda…
Sonrío y retomo la misión. La beso con lentitud, rozando su nariz, invadiendo con la punta de la lengua las primeras estancias de su boca dulcísima. Me separo, pero vuelvo a besarla, enredando la mano libre por su nuca, apretando más que antes, entre suspiros cortos de placer. Ella también altera su respiración, anudando la piernas con las mías. Deslizo los cinco dedos desde el pelo hacia la espalda y la recorro varias veces, acercándome cada vez a su límite inferior. Siento que no puedo controlarme, separarme de su cuerpo palpitante y labrado en terciopelo, de los humedales de la lujuria, de las caprichosas formas que coronan su pecho. Sus manos tampoco logran serenarse y me exploran cuidadosamente, hundiéndome en un goce terriblemente adictivo. Su pasión me aprisiona y no quiero rebelarme, aunque esa fuera mi pena capital, la última experiencia. No elegiría ninguna otra. Sin embargo, dejo de agitarme y me abandono a una quietud inesperada. Al poco ella también ralentiza sus movimientos hasta detenerlos por completo. Despega los ojos por primera vez en el día y me mira desorientada, con las pupilas convaleciendo la oscuridad y las cejas temblando ligeramente.
– ¿Qué pasa?
Consigo demorar la respuesta mediante una mueca de malicia. Despues sello su segunda pregunta con un beso fugaz, prólogo de mil más cuya entrega seguro intuye, y me despojo de la ropa de cama. Contesto desde el borde, mirándola aún con gesto burlesco y cariñoso.
– Voy a traerte el desayuno a la cama, pequeña.
Cuando conquisto la puerta me giro y sonrío al comprobar cómo intenta componer en vano una mirada de odio. Si no la conociera tal vez la creería, pero necesita ser aún mejor actriz para conseguir engañarme. Le saco la lengua y voy a la cocina casi despejado. Allí me la imagino tendida todavía en la cama, ocupando su lado y el que acabo de dejar vacante, con los ojos cerrados de nuevo, quizás algo disgustada por mi huída, pero con la certeza de que al volver con el desayuno me voy a entregar a ella antes de que logre verter azúcar en su café.
Delicadísimo relato; precisas descripciones de un amanecer junto al cuerpo amado. Increíblemente pocos votos y ningún comentario. Me parece que está lleno de ternura. Huele a mañan fresca. Muchas gracias por compartirlo y muchísima suerte.
Muchas gracias a ti por apreciarlo, efectivamente en él hay más ternura que tinta. Mucha suerte igualmente.
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