I
El chico queda junto a la ventana cuando la mujer sale de la habitación.
-Yo también- murmura y la voz es como un quejido.
II
-¿Te dijo algo?
-Permaneció junto a la ventana, parecía que no respiraba, y sus ojos…
-Adivinan que mientes una vez más
-¿Hay prueba de amor semejante a esta?
-Suenas como si trataras de convencerte.
-Maldita seas. No te escucharé más.
-¿A dónde vas?
-Al infierno- grita antes de cerrar la puerta.
-En el infierno ya estás, hija- suspira la vieja y se persigna.
III
Hoy lucen distintos el barrio, la iglesia… las personas. Ximena siente deseos de abofetearse, escupirse, llorar hasta secarse por dentro, y como cuando era niña se remanga la blusa para soplarse la nariz. Con tiempo a notar que la señora que venía por su misma acera ha cruzado a la del frente
¿La vieja tendrá razón? ¿Lo hará por él, o por sí misma? Desde el accidente ha sentido mucha culpa.
– Agradece que hayan quedado vivos.
-Vivos ¿para qué? –se pregunta y mira al cielo- ¿Dónde estás, Dios, dónde andabas el maldito día?
Cree que si lo hubiera agarrado habría podido amortiguar el golpe. Aunque después del impacto vino el verdadero horror: alaridos, quejas, sangre, un anciano sin piernas, una mujer muerta.
Los heridos menos graves salieron a buscar auxilio porque las ambulancias no aparecieron. Caminaron en caravana, apoyándose los unos en los otros, hacia las luces que veían a lo lejos. Finalmente muy pocos llegaron a un hospital cercano.
Entraron de uno en fondo ante la mirada expectante del personal. Una enfermera les preguntó por el seguro. Sólo dos podían quedarse.
Ella cerró los ojos, pero al abrirlos el hermano continuaba tirado en el suelo, inconsciente. Entonces volvió a cargarlo.
–Campesinos- comentaría alguien al verla salir.
IV
Anduvo en la carretera hasta que el cansancio la hizo hincarse de rodillas. Y postrada sobre la tierra húmeda por el rocío de la madrugada, lo abrazó casi sin fuerzas, lo llenó de besos secos, de lágrimas sucias de polvo
Él estaba demasiado pálido, demasiado frío. Parecía esconder bajo el pecho un silbato y un coágulo de sangre le había deformado la frente. En ese momento sintió que no podía detenerse, que de ella dependía esa otra vida tan suya. Entonces alguien le extendió una mano. Ximena la aceptó.
–Dios me ha enviado- le había dicho la vieja entonces.
Entre ambas lo levantaron y echaron a andar.
-¿Se va a morir?
-Sólo quita la vida quien la obsequia.
-Su madre está muerta.
-El vientre forma el cuerpo, el espíritu lo sopla Dios.
-No comprendo sus palabras ¿Falta mucho?
-Hemos llegado.
Entraron a un cuartucho oscuro con olor a humedad. Después de acostarlo en un catre aquella encendió una vela para iluminar el rostro inerte.
-Deténgase ¿Qué hará?
Luego dijo:
-Sólo sálvalo, por favor. Dile a tu Dios que lo ayude, es tan pequeño.
-Jesús dijo: “Dejad a los niños venir a mí…que de ellos es el reino de los cielos.
-¿Quién es Jesús?
-Supongo que tampoco conoces ninguna oración
-No ¿Morirá porque no sé una?
Entrada la noche tomaron sopa y compartieron la misma cama.
Soñó con el accidente, y despertó sobresaltada. Para colmo la vieja había desaparecido y el hermano estaba tapado de pies a cabeza. Comenzó a llorar.
-Despreocúpate, sobrevivirá.
-Pero…
-Lo cubrí porque temblaba a causa de la fiebre y el paño sobre el rostro es para ahuyentar las moscas- dijo la vieja mientras colocaba un pollo en el fregadero.
Ximena fue junto a él y sintió la piel abrasándole.
-Bajará. Prepara un caldo.
–Hermana- balbuceó un rato más tarde.
-Estoy aquí, a tu lado.
-No puedo verte. Está muy oscuro.
-Descansa. Has estado muy enfermo.
-Quiero verte, quiero verte…-comenzó a repetir sin control.
-¡Basta! -gritó tan alto que lo asustó- Lo siento. No llores. Estoy tan nerviosa.
-Ambos deben procurar la calma.
-¿Quién habló? ¿Dónde estamos?
-Estamos en la casa de Dios.
V
Él era el dolor, la enfermedad, la culpa. Lo veía pararse con dificultad, caminar con miedo, tropezar, golpearse; llorar de impotencia, desesperación, vergüenza; maldecir.
A lo mejor por eso las calles, aunque reviven la zozobra de la primera vez que las recorrió, no la hacen sentir ajena. Temía al silencio brutal de la noche, a sus ruidos y sombras, a los espíritus y noctámbulos.
La vieja sólo sentenció:
–Te estás condenando.
–Es cuestión de acostumbrarse. Claro, tienes que ponerle empeño para ganar buena plata.-había dicho La Albina que administraba el club.
Cada noche cuerpos desnudos bailaban a su alrededor, mientras ella imaginaba que era un pedazo de carne subastado para hambrientos. Hombres y mujeres la acosaban, como si hubiesen advertido que ya daba leche la ternera fresca.
-Me voy- repuso y la voz de la vieja llamándola a casa se repetía como un eco, una redundancia.
-Estúpida. Si te marchas ¿quién pagará el tiempo que he invertido en tu enseñanza? ¿La bruja santa o el mocoso ciego?
-¿Qué debo hacer?
Y hoy la maldita respuesta repiquetea en sus tímpanos como una campana.
–Te estrenas hoy.
Lo más difícil fue intentar convencerlo a él.
-Conseguí empleo en la ciudad, ganaré dinero suficiente para cambiar nuestras vidas.
Le dio la espalda, como si hubiera presentido el engaño, como si la ceguera le hubiese acentuado la intuición.
VI
Ya no teme a sus rincones y esquinas, pero hubo una segunda vez de pánico: cuando aquel loco la golpeó tanto que casi la desfigura. La Albina dispuso:
–Dile a esa puta consagrada que te borre las cicatrices con agua bendita o parecerás una muñeca de trapo.
Más dolió la nueva sentencia de la voz ya familiar:
–Agradece que esté ciego.
Le quedaron marcas en el cuello y en las nalgas más una sombra tenue alrededor del ojo que le daba aspecto felino.
–Si vuelves a marcharte lo perderás para siempre.
-Hace mucho lo perdí.
Aquella mañana también había cerrado la puerta.
–Nos vamos, he rentado un apartamento en la ciudad- dijo al volver.
VII
-Quiere encontrar al padre para marcharse con él- le dijo la vieja algún tiempo después.
-Sobre mi cadáver.
Las maldiciones comenzaron a sucederse cuando su madre murió para que ella naciera, y el padre la maldijo. Meses después él se juntó con otra mujer, a quien abandonó embarazada. Ximena tuvo que atender el parto del hermano. Días después la madrastra amaneció muerta.
Ni siquiera recordara su fisonomía pero partió, con el único papel que se había traído del campo: la dirección del degenerado progenitor, hacia lo que a primera vista creyó el fin del mundo. Alguien terminó de matarle la ilusión al decir:
-La gente al cambiar de pueblo debiera cambiar de nombre.
Sin embargo un presentimiento la estremeció cuando supo de la existencia de un viudo loco que había emigrado del campo.
Plantas trepadoras habían devorado el frente de la casa. La puerta se entreabrió para dejarle ver una cabeza calva y una boca desdentada que masculló:
–Si no vienes por el empleo, lárgate.
-¿Qué debo hacer?- afirmó por segunda vez en su vida, ignorando que pasaba a otra cuenta del rosario maldito.
-Atender la casa y sacar a mear a la perra.
Una noche se quedó mirándola con notable indiscreción.
-¿Cobras muy caro? Y la empujó contra la mesa. Por más que forcejeó no pudo sacárselo de encima.
-Papá ha muerto- fue lo único que habló al respecto.
Luego abrazó al hermano hasta quedarse dormida.
-Puedes fregar platos, lavar pisos, vender periódicos, hay maneras dignas de hacer dinero. Aun puedes salvarte.
-¿Realmente lo crees? ¿En verdad te has redimido? ¿Confías en que las oraciones te han borrado el pecado del cuerpo? ¿Acaso esperas subir al cielo?
-¿Quién dijo que no estoy pagando mis pecados? Sin embargo Dios derrama su misericordia sobre los que no arrojan piedras. Déjalo entrar a tu corazón.
-Soy una puta. Nadie se me acerca sin pagar.
VIII
La ciudad inmensa. Las calles vírgenes para sus pies. En cada cuadra un hotel y en las esquinas varias de su tipo, como hienas hambrientas.
-Llévame contigo.
-¿Estás loca?
Comprobaron que el niño dormía y salieron a caminar tal si fueran madre e hija de paseo.
– En esta empresa las débiles no reciben ascenso. Harás lo siguiente…
-¿Por qué me ayudas?
-Porque regresarás como el hijo pródigo.
-¿Quién?
-Olvídalo.
Los clientes comenzaron a caer a sus pies. “La Monja” se convirtió en la ramera mejor pagada de las calles. Las penumbras de sus ropas contrastaban con la claridad que emanaba del cutis pálido y la mirada de ángel. Entre todas era la única que aparentaba tener una cita o esperar un taxi.
Después de pagar renta, comida y electricidad, guardaba el dinero restante en una lata, hasta que reunió el suficiente para pagar la consulta con un especialista. La cantidad ahorrada sólo pagaba el trasplante, no los ojos.
-¿Cuánto cuesta un par de ojos? ¿Lo venden en la farmacia? ¿Alguien pregona: ojos azules, pardos, bicolores, de variadas formas y tamaños? ¿Cuánto…?
-Saldría más barato si consiguieras un donante, por fuera- aconsejó el doctor.
Empezó a levantar la cabeza. Cada ojo que le salía al paso podía servirle al hermano. Lo hizo con muchos supuestos donantes y anduvo muy lejos tras un posible vendedor. Hasta que escuchó hablar de una mujer muy pobre que vivía con su hija moribunda. La desconocida la corrió de su pedazo de suelo honrado y antes de cerrar la puerta en su nariz, susurró:
-Si tanto lo quieres ¿por qué no les das los tuyos?
IX
-Qué afán por que descubra un mundo que tantos matarían por no haber conocido. ¿Tú querrías volver a ver las caras que han estado encima de la tuya?
-¡Basta! He visto suficiente.
-Entonces sácatelos y tíralos a la basura. No se los des porque no tienes más que hacer con ellos, no es un limosnero. Al contrario, se ha resignado con entereza a la vida que le deparó el Señor. Deberías aprender de él.
-He apagado las luces, me he vendado los ojos para sentir lo que siente.
-¿En verdad crees conocer sus sentimientos? Son tan puros que no podrías comprenderlos. Has ignorado tanto tiempo que hay algo que lo aniquila más que la ceguera, la soledad. Los caminos de la fe y del amor son angostos, pero los limpios de corazón llegan al final. Quizás tu peregrinaje sólo está comenzando.
-Ni fe ni oraciones nos han servido la mesa.
-A los dos no has jodido con tanta amargura, y tanta culpa.
X
-Haré un viaje.
El chico permaneció junto a la ventana. Apretaba los labios sin apartar la vista del frente.
-La vieja…
Caminó hacia la puerta para abrirla. Ella ya conocía ese modo suyo de acabar las conversaciones y lo empujó sobre la cama.
-Escucha, insolente, aun no termino de hablarte
Sin embargo no pudo contener el llanto y lo abrazó.
-Te quiero tanto
Luego había abandonado la habitación.
Volvió antes del amanecer, a buscarlos.
XI
-¿Cómo lo conociste?
-¿A quién?
-A Dios
-Fue hace mucho tiempo
-Faltan unas horas para que amanezca
-Una noche llegó un encapuchado al club donde yo bailaba desnuda. Las otras lo abordaron como moscas a un pastel, pero él sólo quería emborracharse. Llegó hasta mi mesa con una botella en la mano y me pidió permiso para sentarse. Fue la primera, y ha sido la única vez, que me han tratado con tanto respeto.
Entonces habló de Dios, de la fe que traslada montes, y del amor a uno mismo. De inmediato deduje que había un hombre de carne y hueso escondido bajo los atuendos del sacerdote.
-¿Lo hiciste con él?
-Al verme desnuda se arrodilló y comenzó a rezar.
-Cuando desperté había mucho dinero en la cabecera de la cama. Tuve la certeza de que su Dios lo había enviado.
-Te enamoraste del hombre que ya había escogido a alguien para pasar el resto de su vida.
XII
Ante la puerta del cubículo donde aguardan por ella los doctores, da un paso atrás.
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