V Certamen de narrativa breve - Canal #Literatura

Noticias del III Certamen

15 abril - 2008

192-Round de sombra. Por Ravena

En mi teléfono siempre es martes. En el despertador de mi casa siempre son las seis. Cuando pienso en Peter Pan me entran ganas de llorar. Mi trabajo consiste en arreglar relojes. Curarlos. Es una ironía que los de mi casa estén siempre, con necedad impertinente, descompuestos.  
            La tienda abre cada mañana a las ocho. Para este momento, ya he limpiado con tacto los mostradores de vidrio y también mis instrumentos. Hoy por hoy, los clientes escasean. La llegada de las pantallas de plasma y las horas electrónicas me han vuelto obsoleto.
Ya no tiene caso reparar el cuadrante que me sirve de letrero. Ni montar de nuevo esta caricatura de mi persona, este mono de hierro, que simula ordenar las manijas. No me deja por eso de gustar mi trabajo. Comercio con una arena finísima, casi invisible, soy un artesano de detalles.
Ha nevado. La noche anterior. Tintinea la campana de la puerta. Aparece una señora, ataviada de un rico abrigo y se sacude la melena:
         ¡Hace más calor aquí adentro!
Sonríe y su sonrisa tiene algo de frío. Un susurro gélido. Remueve las cosas en su bolso y extrae una bolsa de paño de negro. Desata los cordones y me enseña, con la misma sonrisa, un reloj de bolsillo, de oro por el peso, con su cadena acompañante.
         Se ha parado- me aclara.
Lo sostengo en mis manos. Un Piaget 1942 como nunca pudieron hacerlos después. Una leyenda. Nadie sabía de su paradero, había dejado de aparecer en subastas y en catálogos. Se había esfumado y ahora lo tenía entre las manos. De pronto, me siento torpe.
Desprendo la tapa posterior y se me revelan los engranajes. Las ruedas y tornillos, el universo del reloj. A primera vista, no detecto un error. Estimo el tiempo necesario y voy a comunicarle un diagnóstico pero ella se me adelanta.
         Volveré por él en un par de días. En realidad no me pertenece y su dueño no tiene prisa.
         ¿Algún teléfono donde puedo comunicarme con usted para avisarle cuando esté listo?
         No se preocupe, yo paso.
Su aliento huele a menta. A pista de hielo. Se da la vuelta y me apresto con la luz y mis herramientas. Deposito el enfermo sobre papel y, ya iluminado, procedo a observarlo, a entenderlo. Después, reviso las ruedas, las clavijas y el escape. Por si se ha roto un diente o si se han despegado las piezas. Mi concentración se enfoca en descubrir la intimidad del reloj y detectar el problema. Nada. No veo nada. 
Sus manecillas están detenidas a las diez con cincuenta.
Cuando me levanto, para estirar las piernas y ventilar mis pensamientos, los faroles de la calle están encendidos. Volveré a casa, me digo, y mañana solucionaremos el asunto. Guardo mi equipo en su lugar y voy a cerrar. Una punzada de remordimiento me invade. Dejar esta joya aquí, abandonada, sería un crimen. Y peligroso, además. Lo cierro y lo envuelvo en su bolsa para guardármelo en la chaqueta.
La bufanda en el cuello, me dirijo a mi casa. Al entrar, enciendo los radiadores y pienso en ir a la cocina. Aunque no tengo hambre. Reviso mentalmente la construcción del reloj y me enojo.
Yo, Raúl Espinosa, incapaz de hallar una falla. Incompetente. Vencido por un error invisible. Un detalle debe haberse escapado. Me acomodo en el respaldo del sillón, lo inclino hacía atrás y miro, una vez más, el interior del misterio. Ninguna marca de deterioro o golpe es visible. Lo palpo, lo volteo y recuerdo a la mujer.
Pienso que me gustaría tener este reloj y albergo la esperanza de que no regresen por él. Pienso que de sentirme codicioso, también me quedaría con la mujer. Siempre he vivido sólo y hasta esta noche no me había molestado. Ahora, me gustaría volver al hogar para encontrar a alguien con quien compartir este hallazgo. Encontrar un tesoro y que nadie lo sepa. Qué tristeza. 
Basta de ideas sombrías. Mañana debo levantarme. Puntual. Contra mis costumbres, llamo para que me den la hora. Son las diez cuarenta y cinco, me indica la voz de la máquina. La voz de todas las máquinas. Va siendo el momento de acostarme.
Me enfundo el pijama y frente a mi decisión de levantar las sábanas mi brazo se queda sin responder. Como una serpiente quieta, echada a un lado de mi cuerpo. Aunque inmóvil siento el hormigueo que zumba en mi mano y trepa por la muñeca.
Cuando pierdo el conocimiento son las diez con cincuenta.

191-La Llamada. Por Icaro
193-Cita a ciegas. Por Tristán Da Cunha


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Participantes

Jorge trejo Rayón:

excelente, un bello cuento breve y por lo mismo doblemente bueno.


Catalina:

Me encanta. El desenlace se va adivinando pero aun así sobrecoge en su sencillez.
¡Enhorabuena!


Norma Jean:

Tic tac; tic tac. Esclavos del tiempo. Bellísimas expresiones: artesano de detalles, curar relojes, la voz de todas las máquinas….
Mucha suerte en el certamen. Tienes mi voto.


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