La noche previa a la boda, Lola, en su desgastado sillón, repasaba nerviosa y con media sonrisa fotografías de su único hijo, David. Levantó la cabeza y cerró los ojos, no para aferrarse a un tiempo pasado, sino para evitar que dos lágrimas imprevistas manchasen los retratos. Todavía disfrutaba al verle disfrazado de pirata a los siete años; con uniforme de almirante, tan guapo, en su Primera Comunión; o riéndose en uno de sus cumpleaños antes de soplar una tarta con velas, que Lola se tomó la molestia de contar. Ocho, pronunció en voz alta.
Tenía sentimientos encontrados. Era feliz al ver a su hijo ilusionado al empezar, por fin, una nueva etapa en su vida. Sin embargo, en su interior no quería reconocer que a partir de entonces quedaría relegada a un segundo plano. Ya no sería imprescindible para él. No volvería a sentir el torrente de alegría al verle entrar por la puerta después de la jornada en la escuela, en la universidad, en el trabajo. Ya no le elegiría sus trajes, ni sus menús, ni pasearían juntos del brazo por el bulevar en noches calurosas como la de ese mismo verano.
Una madre y un hijo se necesitan el uno al otro durante toda la vida. Siempre. Por eso se había citado con Teresa esa tarde. Confiaba en poder convencerla para que se quedasen a vivir con ella. La casa era suficientemente grande para los tres y bien situada, no como ese pequeño apartamento que habían alquilado en los límites de la ciudad. No se preocupe, allí lo tendremos todo, no necesitamos más, decía a menudo Teresa. Quizá ella sí, pero no mi hijo, pensaba Lola.
Sonó el timbre de la puerta y guardó el álbum en un cajón. Fue a abrir arrastrando las zapatillas por el pasillo y provocando a cada paso crujidos en la madera desgastada del suelo. Ni el choque con la atmósfera poco ventilada de la casa alteró la sonrisa que Teresa lucía en el rellano de la escalera. Un gesto tan forzado y protocolario como la ropa que había elegido para la visita. Lola, que desde que la conoció la había visto con todo tipo de ropas informales y casi nunca con falda, se dio cuenta enseguida de su intento por agradar. Demasiado corta, demasiado joven, rumió para sí, mientras la invitaba a pasar.
En cuanto estuvo sola, como si le hubiese leído el pensamiento y antes de sentarse en una silla propia de un anticuario, Teresa, incómoda, se estiró la ceñida falda hacia abajo sin lograr apenas corregir la exposición de sus rodillas; volvió a guardar un cigarrillo no encendido; se levantó para abrir la única ventana de ese pequeño cuarto, sin conseguirlo porque estaba atascada; y sólo se relajó, cuando descubrió en una pared, casi oculta entre las cortinas y una vitrina repleta de cerámica amarillenta, una imagen en blanco y negro de Lola con traje de novia. Sólo ella, sin pareja. Se asombró de lo poco que había cambiado la mujer desde que se tomó la fotografía: el mismo peinado que le cubría el ceño rugoso, la misma mueca de aparente alegría, los mismos ojos, pequeños, casi cerrados, como para velar lo más posible sus pensamientos.
No oyó los pasos de Lola regresando desde la cocina, porque toda su atención estaba en ese momento volcada en dos cuestiones que despertaron su curiosidad: el vestido, que parecía de un estilo más moderno del que cabría esperar. Inevitablemente le vinieron a la cabeza imágenes de las decenas de catálogos que había repasado en las últimas semanas para su propia elección y ese corte, ese diseño, de algún modo le resultaba familiar. Por otro lado, el exceso de maquillaje de Lola, siempre tan pulcra y tan crítica con ella en ese aspecto. La incredulidad le hizo acercarse aún más al retrato y sonrío al comprobar lo mal que le habían perfilado los labios para la ocasión.
No resultó sencillo porque la futura nuera se resistió más de lo que había imaginado, pero al final, Lola se salió con la suya: David seguiría viviendo allí y Teresa, con paciencia, se integraría en la familia. Poco a poco.
Después del trámite con Teresa, ya más tranquila, decidió hacer un último sacrificio por su hijo en ese día y se puso a prepararle con esmero su plato favorito: lasaña de carne.
David esa noche llegó de madrugada, algo aturdido por la despedida de soltero, pero no se resistió a despertar a su madre para darle un abrazo y enseñarle el nuevo anillo que había encargado para Teresa.
Lola, que esperaba su llegada despierta, como siempre, encendió una leve luz ámbar en su mesilla, rozó su pómulo y antes de besarle le colocó el pelo de forma que quedase lo más disimulada posible la ya incipiente calva.
—Mamá, el otro me parecía demasiado vulgar para ella. Éste, con los diamantes incrustados es más especial, más inolvidable ¿Crees que le valdrá? —preguntó David, abriendo con suspense un pequeño estuche de terciopelo rojo, que dejó escapar de su interior una constelación de reflejos en la penumbra.
—Me parece que sí, pero compruébalo tu mismo. Los brazos están en la bolsa grande de basura, debajo de la pila.
¡Menudo final! Me ha dejado impresionada. Un relato fresco, que se deja leer con soltura hasta llegar a un final sorprendente.
Suerte en el certamen
Delgadina,
Gracias.
Si a ti te ha gustado, creo que podría empezar a pensar en qué hacer con el dinero del segundo premio.
Suerte también.
Es un relato con un final impactante. Cuando lo leí, la sensación que tenía era de pánico. Es difícil transmitir tanto en un relato tan corto. Te felicito y te animo a seguir.
Una segunda lectura hace que todo se ilumine y gane en profundidad. Recomendable relato.
.. Impresionante .. como siempre ..
Dómine, Alex, gracias por el comentario.
Borde, van a pensar que te pago más de lo que realmente convinimos.
Saludos.
Un relato que te produce infinidad d sensaciones desde el principio hasta el fin.
Tienes la capacidad para dejar a uno boquiabierto!!! Felicidades!!!
Hola Íñigo, me ha gustado mucho tu relato, el final me ha sorprendido y causado terror a partes iguales.
Te felcito y buena suerte.
Qué voy a decir yo , Iñigo, que siempre me sorprende la capacidad que tienes para contar historias, que en el momento de la lectura me meto en ellas por su realismo, y al final de las mismas me quedo gratamente sorprendida por cómo concluyen . Nunca dejes de escribir
Suerte
Iñigo, eres un maestro del verbo… Al principio me centré en la clara exposición de la personalidad de esa «gran madre», pero el final es de todo menos lógico… Muchas gracias por haberme regalado esta pequeña gran obra de arte. Y, por supuesto, la suerte es para los inseguros, y tu relato tiene seguridad por los cuatro costados. Eres genial.
Felicidades, Iñigo. Me ha encantado tu relato. Como dice Alex, me lo he leído dos veces y creo que he disfrutado el doble. Tu relato tiene mucho ritmo, da la impresión de que no te ha costado nada escribirlo por la naturalidad y sencillez con la que está escrito, es muy creíble, el título es muy adecuado y el final … lo mejor.
¡Enhorabuena!
Gracias Bárbara, Encarna, Bubble y Encarna.
Cuca, no sé si ya te he dicho que en otra vida me casaré contigo.
Saludos.
Lacrima… gracias y suerte.
Impactante!, que te voy a decir? me encanta, me llega!sigue asi peke.
Divertido y siniestro. Enhorabuena. Resulta un lujo leerlo. No quiero generalizar, pero se agradece, especialmente visto el clima dominante de dramones y párrafos farragosos que no dicen nada. En cambio tú nos regalas una prosa ligera, un gran y sorprendente final y una buena dosis de ironía. Suerte.
El cuento es bueno y por lo que veo a casi todos nos obliga a leerlo un par de veces.
No estoy de acuerdo con TDLemon en lo de que imperan los dramones y los párrafos farragosos. Hasta ahora he visto bastante variedad y el nivel general me parece mejor que otros años.
Íñigo, espero que tengas suerte en el certamen.
Te envio mi mesaje para decirte que me ha gustado tu relato, me has introducido enseguida en la piel de la madre y me has hecho odiar a un hijo «calzonazos». Enhorabuena
Gracias por las lecturas de mi relato, por los comentarios, por los silencios (sí, sé que lo has leído y no has querido poner nada, ni bueno ni malo, para que parezca que lo has podido ignorar) y por lo votos.
Iñigo, tu relato me ha tenido en tensión desde el principio, leía y pensaba ?como acabará esto? … Y aunque yo hubiera preferido que Teresa no acabara hecha una «lasaña», te felicito por la historia que has contado y por cómo la has contado. Suerte.
No me esperaba este final; un escalofrío ha recorrido mi cuerpo. Me consta que existen madres posesivas pero tu personaje es espeluznante. Felicidades Iñigo has conseguido ampliamente el fin que pretenden todos los cuentos. Vuelan mis votos
Debe identificarse para enviar un comentario.