13-Caraguatay, destino final. Por Garcilaso de la Barca
No puedo decir que me obligaron a venir a Caraguatay. Tampoco que fue por decisión propia. Más bien acepté una sugerencia difícil de rechazar.
Relatos a concurso
No puedo decir que me obligaron a venir a Caraguatay. Tampoco que fue por decisión propia. Más bien acepté una sugerencia difícil de rechazar.
Llovía. Las gotas se estrellaban con violencia en el cristal. Ana dio tres vueltas más en la cama hasta que supo que el sueño no iba a acudir a su cita.
Carla se acomodó en la mullida luna menguante, con los pies desnudos colgando hacia el infinito, balanceándose juguetones.
Todas las mañanas, antes de salir de la cama, la imaginaba ya duchada, vestida con esa camiseta de Supertramp (que sabía lo mucho que me gustaba) y sus pantalones vaqueros ceñidos a la cintura, cuyo aroma femenino podía oler con sólo cerrar los ojos.
La ciudad entera soñaba. Únicamente el sonido del viento se colaba de vez en cuando por las rendijas abiertas que dejaba el silencio.
Al llegar a la morgué no hubo necesidad de utilizar el bisturí, el cabello teñido de rubio, el botox seguía manteniendo los ojos alineados, las pestañas se conservaban firmes, los labios aún rojo carmesí pero el silicón derramado por la nariz. En el acta el perito se limitó a declararla una muerte natural.