Desde niños nos han enseñado que el león es el rey de la selva. Si, el león y no el elefante, el hipopótamo o el rinoceronte, no, el león. Cuando los has podido contemplar de cerca entiendes inmediatamente porque.
Todo empezó como un juego después de una cena con unos amigos a los que no veíamos desde hacía tiempo. De esos con los que, de tanto en tanto, mantienes contacto irregular a través de esporádicos correos electrónicos, con los que cruzas el preceptivo mensaje ocurrente por Navidad o Nochevieja y a los que ves gracias a las fotografías que van colgando en la red social.
Un comentario aislado, de esos que caen en medio de un silencio u parece que quedan flotando en el aire como un eco. Hacía tiempo que no nos veíamos, a pesar de que vivíamos muy cerca. ¿Porqué no cenar juntos el sábado por la noche y nos ponemos al dia de nuestras cosas? Y así fue. La cena fue amena, con constantes idas y venidas al pasado acarreando recuerdos. Unos graciosos, Otros no tanto. La velada había sido muy agradable. Todos habíamos disfrutado de la compañía más de lo que esperábamos. Tanto que aquella reunión nos supo a poco. Como es natural, se propuso volver a vernos en otra ocasión.
Santi comentó que tenían previsto visitar un safari park. Estuvo en uno de esos parques cuando era un niño y le gustó tanto que siempre había tenido el propósito de volver. Yo también visité uno cuando era pequeño, pero mi recuerdo no era tan hermoso como el de Santi. Recordé leones tristes y flacos mirándome con sus lánguidos ojos, como reprochándome lo que habíamos hecho con ellos hasta convertirlos en aquello. Era el momento de superar aquella mala experiencia. Solo faltaba poner fecha
Por fin llegó el día. Si he de ser sincero, esperé con ilusión que llegase el día. Ilusión que hacía tiempo que no sentía, que tenía como guardada en un cajón desde que dejé de ser un niño. Pasaron a recogernos. Su coche era mucho más cómodo y espacioso que el nuestro, y al fin y al cabo íbamos a pasar casi todo el día dentro del vehículo. Por nuestra parte nos habíamos encargado del avituallamiento y habíamos preparado una espectacular tortilla de patatas que compartiríamos con algo de jamón serrano, queso y algunos de esos aperitivos deshidratados. Seguro que encontrábamos el lugar adecuado para una comida al aire libre.
Habíamos tenido suerte y no se si por el tiempo, que no resultaba del todo apacible, por la proximidad de otros lugares mas atractivos para el turismo de fin de semana o por la coincidencia de algún evento deportivo, apenas había afluencia de público al parque. Mucho mejor. Sin el bullicio de otros visitantes seguro que podíamos observar mejor a los animales.
A la entrada del parque los típicos carteles informaban de la prohibición de bajar de los vehículos y de alimentar a los animales. Hacían especial énfasis en que mantuviéramos cerradas las ventanillas del coche, sobre todo en la zona de los monos, para evitar que se metieran en el vehículo, o que nos robasen cualquier objeto de lo cual, el parque declinaba cualquier responsabilidad.
El primer animal con que nos cruzamos era una especie de buey de gran tamaño con la mirada perdida en el infinito y cara de aburrido. Al principio tratamos de llamar su atención desde el coche, pero aquel animal de enormes cuernos nos miró y siguió rumiando su propio aburrimiento. Saqué la maquina de fotos y propuse hacernos alguna foto de recuerdo junto a aquel animal.
Resultaba de lo más pacífico y mientras no supusiéramos una amenaza, no nos haría nada. Sin duda estaba más que acostumbrado a la presencia y a la proximidad de las personas. Salimos del vehículo, lentamente, con cuidado y un poco de miedo. Nos aproximamos al enrome animal y Lucía, desde la portezuela del coche nos hizo la fotografía. El bóvido permaneció impasible durante todo el proceso sin prestarnos la menor atención.
Nos metimos en el coche y entre risitas histéricas por haber hecho algo prohibido, la subida de adrenalina por el riesgo de habernos aproximado a un animal de semejantes dimensiones y entre chistes fáciles relativos a la magnitud de la cornamenta del animal continuamos nuestra visita.
Unos tras otros fuimos haciéndonos fotografías con todos los animales que no huían de nuestra presencia. Al fin y al cabo seguro que los responsables del parque contaban con que los visitantes se comportasen de aquella forma y tenían buen cuidado en alimentar bien a los animales antes de la llegada del publico para evitar accidentes. Estaba resultando una jornada mucho más divertida de lo que había podido imaginar. Habíamos tenido suerte. Seguro que si hubiera entrado más gente no lo habríamos pasado tan bien.
Tomamos excelentes fotografías de los monos. Habíamos dejado algo de comida sobre el capó del coche . No tardaron en aparecer y ponerse a pelear sobre el vehículo parta conseguir una parte del botín. Aquellas peleas con sus carreras, saltos, escaramuzas, engaños y demás estratagemas, nos dejaron escenas y fotos de lo más gracioso.
Se acercaba la hora de comer y nos adentrábamos en la zona de los leones. Me vino a la memoria la imagen del león flaco, triste y lleno de llagas, al que apenas quedaban algunos mechones de lo que fuera su majestuosa melena. Aquella imagen que me acompañaba, como un reproche desde niño. Pronto comprobé con satisfacción que las cosas habían cambiado mucho desde entonces. Junto al camino, como si fuera consciente de que debía interpretar el papel estelar apareció un joven ejemplar de macho, limpio, lustroso, bien alimentado y con una melena frondosa. A pesar de nuestra presencia, aquel magnífico animal se tumbó y se recostó al tiempo que se lamía pacientemente una de las enormes zarpas delanteras. Más adelante un grupo de hembras dormitaba junto a unos cachorros. Hicimos fotografías desde la ventanilla del coche. El león parecía disfrutar posando para la sesión fotográfica.
Creo que todos pensamos lo mismo ¿Que tal una foto junto al león? Esta muy tranquilo, bien alimentado y en absoluto se adivinaba ninguna reacción hostil. Bajamos del vehículo y nos fuimos aproximando, deteniéndonos cada pocos pasos para verificar que el león continuaba tranquilo sin temer nada de nosotros. A una cierta distancia tomamos alguna fotografía. Ante la ausencia de reacción por parte del animal decidimos aproximarnos un poco más. Podía ver sus pupilas entre sus parpados entreabiertos. Podía ver la condensación de humedad en su hocico y escuchar el lento y cadencioso ritmo de su respiración. Se percibía con claridad el olor a animal, ese olor que me recordaba a los animales del circo, mezcla de polvo, sudor y orín. Podía sentir la suavidad de su pelo espeso y brillante.
De tanto en tanto, como si se tratase de un tick, agitaba rápidamente los bigotes. Santi y yo continuamos aproximándonos. Las mujeres decidieron regresar al coche. Me giré hacia ellas y vi que nos hacían señas para que volviésemos y no nos aproximásemos más. Debíamos hacerles caso. Había sido una experiencia inenarrable. Mi cerebro no era capaz de procesar tantas sensaciones y tan intensas.
Un agudo dolor me dejó paralizado y desorientado. Me ardía la cadera. Vi a Santi correr hacia el coche. Apenas tuve tiempo de mirar mi pantalón desgarrado y ensangrentado, cuando un tremendo golpe me derribó. Sentí los dientes afilados de aquel terrible animal penetrando en mi muslo. Con una de las zarpas me sujetaba una pierna y apoyaba la otra sobre mi espalda impidiendo que me incorporase. El gran peso de aquel animal sobre mi espalda me producía una angustiosa sensación de asfixia. Creía que moriría asfixiado cuando el león estiró de su bocado. Sentí como una intensa rampa en la pierna e inmediatamente después cómo las fibras musculares cedían y se rompían ante la presión del felino.
El león cambió de posición y pude zafarme de su mortal abrazo. Traté de rodar sobre mi mismo. Tenía que levantarme y correr hacia el coche. Esperaba que el bocado que había conseguido fuese suficiente para entretenerlo y poder escapar. Allá, junto al vehículo, los demás se había quedado petrificados y podía ver el horror pintado en las muecas de sus caras.
Apenas había conseguido ponerme en pié a pesar de las heridas en la cadera y en la pierna, cuando un nuevo zarpazo me derribó. Esta vez caí boca arriba y pude ver a león aproximarse a mi sin hacer el menor gesto. El pánico me había hecho un nudo en la garganta y no podía siquiera emitir un gemido. El olor al animal y la desesperación lo inundaban todo. Un intenso dolor en el abdomen me dejó claro que no iba a salir bien de aquello. Es curioso en lo que se pone a pensar uno cuando es consciente de que va a morir. Miré hacia donde estaba el vehículo, pero mi visión era bastante borrosa. Notaba cómo el león había abierto mi abdomen, pero la sensación de dolor iba desapareciendo, a medida que me desangraba y finalmente perdía la consciencia