Usted me cae bien…Estas palabras en boca del suboficial mayor Antunez sonaron extrañas esa tarde de noviembre seca y mortecina; máxime porque al que tenía adelante era a su yerno Fabián y los dos agitaban vasos tintineantes con hielos desleídos en Martinis.
Lo que sonaba extraño en realidad era la ausencia del carrasposo y cuartelero tono autoritario que don Toribio exhibía naturalmente como una escarapela tatuada en la vos y que a Fabián le ortigaba la sangre; cosa que lo predispuso para el alivio que buscaba y que necesitaba para entender que la vida (con la hija mayor del suboficial) podía -al fin- entrar por carriles de reconciliación.
Se equivocó. Lo supo cuando sintió el empujón violento que lo arrojó desde el balcón del séptimo piso de su departamento, mientras la vos, ahora sí estentórea, carrasposa, cuartelera y autoritaria del suboficial Toribio Idelfonzo Antunez clamaba: ¡¡ME CAE BIEN!!