Icono del sitio 7 Certamen de Narrativa Breve 2010

70- Averno. Por Ruiz de la Muela

“Pasados casi diez años de esta experiencia personal y veraz que a continuación voy a narrar sigo, muy a mi pesar, pensando lo mismo. El tiempo no madura al ser humano, se ha cambiado de país o de región pero las acciones siguen siendo similares.
Quizás, porque nunca se debe perder la esperanza, un día reescriba esta historia”.

 

El valor si se supone es que no se tiene, porque en el transcurso de una vida se ofrecen infinidad de oportunidades para demostrarlo. Quizás sea yo el mayor de los cobardes, pero en numerosas ocasiones he antepuesto mi ética a un ficticio beneficio propio. No entiendo al ser humano, no entiendo razonamientos hipócritas que convergen en puntos difusos altercando innoblemente al sentido común. Desde mi ignorancia no comprendo guerras absurdas donde nunca hay vencedores ni vencidos porque, desde mi punto de vista, todos han perdido frente a la razón. Individuos que se vanaglorian de hechos detestables avergüenzan mi raciocinio. Imponer convicciones con la fuerza de las armas empequeñece al ser humano. Encontrar sentido a cualquier acto bélico escapa a la manera en que yo pienso. No somos libres cuando necesitamos armamento para doblegar  individuos hostiles a nuestra razón.

No creo que sea cuestión  de razas ni religiones, el individuo como tal padece la necesidad de sentirse poseedor de la verdad, una verdad absoluta inexistente y cuestionable. Se escudan  en dogmas que subjetivamente encauzan, según siempre su parecer, para llegar a mentes dóciles y fácilmente maleables. Si no hubiese sido  testigo involuntario en situación extrema quizás seguiría apostando por la nobleza del ser humano.

En junio del año dos mil partí hacia Kosovo en misión humanitaria. Fue una decisión impuesta, pero aún así decidí acometer mi destino con la mejor de mis sonrisas. Marché para permanecer en aquella zona algo más de cuatro meses, nunca, aunque pensemos lo contrario, se está preparado para ello. Consciente era de mis temores y de mis miedos, aunque intentara encubrirlos. Miedo a miradas sin futuro, a cuerpos abandonados a su suerte. No entendí y aún hoy no entiendo el motivo ni el porqué del conflicto, no es misión mía el buscar culpables, la justicia o sus conciencias, si las tuvieran, se encargarán de ello. La guerra hacía tiempo que estaba adormecida pero todavía vehículos militares custodiaban puntos estratégicos. Calzadas, iglesias, monumentos, estaban resguardados por fusiles. A los lados de la carretera fosas comunes irrumpían en el paisaje apoderándose de él, casas derruidas, estaciones de autobuses quemadas, caminos y puentes bombardeados, el lado oscuro del ser humano se presentaba sin velo.

Filas interminables de chiquillos, los más afortunados, caminaban al borde de la carretera durante varios kilómetros, sorteando tumbas y algún vehículo, para llegar a una escuela derruida. Sobre edificios en ruinas la población intentaba recuperar una vida cuyo equilibrio le era esquivo. Aquellos niños que no tienen la suerte de acudir al colegio, deambulan sin rumbo por las calles mendigando para comer. Cuerpos de críos desnutridos transitan descalzos entre socavones y barro sin tener presente ni futuro. Ellos no entienden de guerras, no entienden el odio, su ingenuidad ha sido asesinada impunemente por mentes atrofiadas que han dirigido un mañana, el suyo, sin horizonte. Muertes absurdas hacen que se incrementen rencores estancados, no temen perder la vida, temen al hambre y al frío. Me entristecía sobremanera el pensar que aquellos niños no tenían sueños. Su prioridad era sobrevivir a unos acontecimientos que les habían privado de soñar. Todavía alguna noche me despierto sobresaltado cuando recuerdo a bebés envueltos en telas debajo de un puente con un cartón a sus pies solicitando limosna. Algunos de ellos murieron de frío sin que pudiéramos hacer nada. Estaba terminantemente prohibido  intervenir. Aquellos bebés sólo tenían un par de meses, algunos incluso días. Perfectamente envueltos en telas parecían un paquete correctamente realizado si no fuese porque su pequeño rostro estaba al descubierto. Apenas lloraban, como  conocedores de la suerte que podían correr. Enrojecidos o amoratados por el frío esperaban impasibles ellos y el mundo su destino. Eran los propios padres los que allí los colocaban, esperaban agazapados y escondidos que alguien dejase alguna moneda para atracarlo y hacerse de todo lo de valor que pudiera  tener, había que observar a distancia. No hay lágrimas que lo sepan entender.

En nuestros desplazamientos entregábamos alimentos que nunca eran suficientes. Camiones cargados se donaban a las autoridades para que ellas efectuaran el reparto. No podíamos ni debíamos proporcionar ningún tipo de alimento de tu a tu. Los conductores de  los vehículos tenían orden expresa de no detenerse durante el trayecto. Nos privábamos mis compañeros y yo de zumos, galletas y dulces para entregarlos, sin parar el vehículo, a los chavales que nos seguían, por caminos repletos de socavones, solicitando viandas. Antes de emprender cualquier desplazamiento acumulábamos de aquellos alimentos que nos pertenecían los que a los niños más les pudiera apetecer para dárselos durante el viaje. Se acercaban tanto a las ruedas que temía por su integridad física, les lanzábamos despacio la comida y se peleaban entre ellos por apoderarse de ella. Es imposible por muy duro que se tenga el corazón no derramar una lágrima ante el espectáculo bochornoso de lidiar niños por un bollo. Así está el mundo y así, impasibles, miramos hacia otro lado porque estamos cansados de penas. En uno de esos desplazamientos estuve a punto de desobedecer órdenes y abandonar el vehículo al contemplar a dos chiquillos luchando con todas sus fuerzas para apropiarse de un zumo de naranja. Se rompieron sus maltrechas camisetas y se magullaron en la lucha por tan insigne trofeo.

El jugo acabó en el barro, pero aún así durante varios minutos siguieron su batalla por conseguir el zumo de naranja. Un pequeño tetra brik de 25 cl con una pajita era el tesoro más valioso que ante sus ojos pudiera aparecer. El valor ante espectáculo tan lamentable no se demuestra empuñando un arma, a la vida en esas condiciones no se le da el mismo valor, el hambre y el frío también matan.

El valor si se supone es que no se tiene.

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