Despertó: y se sumió al instante en una oscuridad áspera y pajiza. Los labios se le fruncieron contra un pedazo de cinta adhesiva; alguien anudó un lazo en la abertura, por donde entraba la luz. Olió el esparto sobre su nariz: estaba encerrado en un saco, como un conejo . Lo empujaron, y cayó al suelo con las manos crispadas, embutido: rotundo como un atún sobre la borda.
Olores robustos: algunos brazos lo levantaron y transportaron; temblaba bajo el pijama caro. Un frío mordaz le permitió intuir la noche, mientras eescuchaba la herrumbre, el chirriar de un maletero abriéndose, su gemido al caer allí dentro. Un portazo cerró su reducida ilusión de cielo: quedó todo en hermético silencio.
Bujía, chispa y gasolina: el ronroneo del motor inundó el habitáculo. El coche inició un movimiento oscuro, leve como un cuerpo en la vigilia del sueño. Pretendió silenciarse, tranquilizarse; el asfalto parecía tiritar, prudente, bajo las ruedas.
Se buscó: sus manos se anudaban en la espalda, y la tela áspera que le apretaba el cuerpo se cerraba en la cabeza como un triste colofón. Intentó aflojar el cordaje empujando hacia arriba, con fuerza, pero abandonó la idea cuando un calambre se asomó al cuello. Rozaba la tela al pestañear. Intentaré rasgarla, pensó; y trató de arañar mientras estiraba las piernas para tensar el saco. Pero sintió como una uña se le destapaba, lenta y esponjosa: un dolor estridente y con voz propia gritó desde su dedo, ahora carne desnuda y sin coraza; un dolor que le llenó la boca como un trapo húmedo.
Aspiró con ansia, como en su primera detención, y el polvo de arena adherido a las paredes del saco entró por su nariz y se instaló en el paladar. Recordó aquel sabor marrón en su boca: era algo que no sentía desde su juventud, cuando todavía peleaba contra los gitanos del polígono.
Calma: la buscó con respiración acompasada. El coche entraba en un camino; oía piedras crepitando bajo las ruedas.
Pero las piedras callan cuando el coche se detiene. Y un frío húmedo y sano, de niebla, entra cuando se abre la portezuela. Había mantenido la esperanza de que todo hubiera sido un sueño, pero el presente es real: el dedo descarnado palpita como un animal moribundo.
–Pásame la pala –se escucha: es una voz quemada.
Alguien le levanta los hombros, y retira el objeto largo que antes abultaba contra su espalda. Se mueve conmocionado.
–¡Mmmmm…! –su boca no recuerda estar pegada –¡Mmmmm…!
Algo inmisericorde y metálico le impacta en las piernas; su rodilla se desagua mientras el objeto redobla como un augurio. El dolor trepa a dentelladas; oye risas: dos, distintas, salvajes.
–Imbécil, otro golpe así y doblarás la pala –más risas, se distingue la risa quemada.
Los grillos; el coche; la niebla. La pala; el olor a campo y a tierra mojada. Un vapor fluido empalaga sus piernas, se extiende caliente, ocre.
–Mierda, el cabrón se ha meado. ¡A ver quién limpia esto!
Pero la voz quemada no está escuchando, tan sólo murmura; un hilo enredado y creciente que va tomando forma hasta desanudarse en palabras:
–…es un hijo de puta… ya no puedo esperar más… ¡hijo de puta!
Y en la noche se escucha la presencia, como en un poema, de un filo plateado. Y siente como el aguijón frío, de hoja estrecha, entra en su costado. En su costado, y en su estómago, y en su vejiga:;; la herida hurga hacia arriba como una rata hambrienta.
–¡Espera, mátalo fuera, lo vas a manchar todo!
–Ya no puedo esperar más… ¡Llevo tanto tiempo esperando!
Y de pronto recuerda el momento exacto de aquella amenaza, silábica y contundente, pronunciada por aquel rostro rugoso, de piel morena y ojos hundidos: pronunciada tiempo atrás, en el polígono, por aquella voz lacerada, justo antes de morir. No puede ser él…, piensa, …es imposible…¡ordené que lo mataran!… ¡debería estar muerto!
Como una triste réplica, la voz chilla poseída, abriéndole con sus relámpagos húmedos y filosos, una y otra vez, corte tras corte. Arquea el cuerpo hacia adentro, pero su estomago ya derrama; entonces chilla, chilla tan fuerte que la cinta de su boca se despega en una erupción de voz. Sus ojos al vivo; intenta respirar: burbujea; y boquea de costado con las manos crispadas tras la espalda; y siente en el pecho, embutido, un miedo rotundo como un atún sobre la borda:
con las agallas desgajadas
(boquea)
los redondos ojos cristalinos
(boquea)
negros ojos atónitos.
boquea.
boquea.