Hacía tres años que no veía a Nacho. Seguíamos en contacto, pero sólo por correo y, muy pocas veces, por teléfono. Él se había instalado definitivamente en Cuenca. Yo había vuelto a Madrid tras pasar una larga y extraña temporada en Londres que no me había servido para aclarar las ideas.
Conduje hasta tener delante las famosas Casas Colgantes, era la primera vez que las veía y no me parecieron gran cosa. Creo que me perdí durante el trayecto, suele ocurrirme. Tardé en llegar más del doble de lo que esperaba y pasé un cuarto de hora buscando sitio para aparcar. Mientras, pensaba en qué nos diríamos, en cómo nos encontraríamos el uno al otro. En cierto modo siempre lo había considerado como un hermano mayor. Tiene la misma edad que yo y no es muy alto, pero nunca ha repetido curso, no ha estado en paro, ni enfermo, ni indeciso o deprimido, con lo cual me lleva muchos años de ventaja. Cogí mi bolsa del maletero, no pesaba nada, estaba casi vacía. Me senté a esperarle en una tasca decorada para epatar a los turistas. Me dio tiempo a tomar dos dobles de cerveza y sentirme como un esnob al sorprenderme pensando que en ningún sitio los tiran como en Madrid. Me cuesta estar en ciudades pequeñas, cuanta menos gente haya, antes me angustio. Para mí un fin de semana en el campo es una experiencia asfixiante.
Cuando empezaron a pasar adolescentes dándose voces unos a otros y cargando con mochilas por la calle, supe que mi amigo llegaría pronto. A base de años de estudio había logrado recorrer los veinte metros que separan el último pupitre del aula y la mesa del profesor; daba clase de Historia en un instituto. El muy gilipollas se presentó dándome una colleja que hizo que se me derramase parte de la jarra que tenía en la mano. Era una vieja costumbre entre nosotros, ahora no tenía tanta gracia como cuando lo hacíamos en el parque del barrio. Me dijo orgulloso que ya no fumaba, se le notaba varios kilos más gordo. Se rió de la pinta que tengo desde que he dejado de llevar el pelo largo. Comentó que, al contrario de lo que suele salir en la tele, la mayoría de los chicos de ahora son mucho menos brutos que nosotros cuando teníamos su edad, recordamos algunas de las barbaridades que habíamos hecho entonces. Se interesó por saber de mi trabajo y si estaba saliendo con alguien. Me encogí de hombros, él ya sabe cómo soy, es el mismo gesto con el que le respondía cuando me preguntaba si había aprovechado los apuntes que me solía pasar fotocopiados semanas antes de cada examen cuando estábamos en COU. Nacho conocía al camarero y le pidió un plato de carne mechada, al parecer era lo que mejor hacían allí. A mí me daba igual comer una cosa que otra, tampoco supe apreciar el vino que escogió, era tan caro que no hice ningún intento de impedírselo cuando se ofreció a pagar la cuenta. Luego me llevó a su casa, un segundo piso de tres habitaciones. Hacía tiempo que no veía un apartamento así, ordenado, con libros en las estanterías y todos los muebles haciendo juego, salvo una cuna desmontada que le habían regalado sus padres para que se decidiera a darles un nieto.
Dormí una siesta y después me aseé, quise dar un paseo, aproveché para acercarme al coche y devolver el equipaje al maletero, ya en ese momento estaba decidido a volver a Madrid cuanto antes.
Cenamos a base de tapas. Fuimos a un bar de copas anticuado y cutre. Al llegar, nos fijamos en un hombre de unos sesenta años que iba medio mamado. Tenía el pelo tintado de negro y vestía pulcramente a la moda de veinte años antes, cada poco rato pedía a gritos otro cubata de Smirnoff con tónica. Estuvimos bebiendo hasta que llegó la novia de Nacho, trabajaba a algunos kilómetros de la ciudad. Era tan guapa como en las fotos. Se divirtieron advirtiéndome de lo dura que era la vida que me esperaba, entre hipoteca, pareja, familia, trabajo estable… Ellos parecían contentos aunque intentasen disimularlo. Les costaba estar más de un rato juntos sin toquetearse o darse besos, era algo incómodo para los tres. El sesentón estaba como una cuba, intentó agarrarse a una mujer con el culo gordísimo que se hizo la ofendida chillando exageradamente. El camarero le cogió bruscamente por las solapas y al arrastrarlo hacia la puerta me tiró la bebida, inmediatamente me trajo otra y nos pidió perdón. El individuo al que había echado se quejaba en voz alta desde la calle.
Fueron llegando algunos otros profesores jóvenes del instituto, alternaron con nosotros hasta que cerraron el local. Hablaban sobre películas que no he visto, libros que nunca leería y anécdotas profesionales que me resultaban ajenas. Trufaban su discurso con muletillas de jerga juvenil que seguramente habían aprendido de sus alumnos, en su boca chirriaban. A veces bailoteaban algunas de las canciones, me hacía sentir como cuando era pequeño y mis padres salían a la pista en alguna boda. Pronto empezaron a utilizar conmigo el tono condescendiente que seguramente reservaban para los chicos a los que daban clase. Me sentí obligado a participar de su conversación, se me ocurrió contar una anécdota que había escuchado a un compañero de piso en Londres como si hubiera sido yo quien la hubiese protagonizado, fue bastante bien recibida, lo que me permitió pasar el resto de la velada sin tener que decir mucho más. Podía limitarme a escuchar y asentir educadamente. Un profesor de Educación Física que llevaba la cabeza afeitada para disimular lo que ya eran algo más que entradas quiso saber cómo consigo mantener tan buena forma. Suelen preguntarlo cuando me quedo en manga corta, resulta halagador, pero también algo embarazoso. Mi respuesta tipo es, no fumo, no bebo y procuro llevar una vida ordenada. Generalmente tengo que dar un trago al vaso, o una calada al cigarro que casi siempre llevo en la mano para subrayar la ironía, pero en este caso todos entendieron inmediatamente la broma, supongo que habían oído hablar de mí. Mientras apagaban las luces del local, mencioné el incidente de la copa derramada, resultó que todos conocían al hombre que me la había tirado, al parecer frecuentaba los bares cada vez que tenía algo de dinero en el bolsillo y solía terminar haciendo el ridículo. No había ningún otro sitio adonde ir, me sentí tan aliviado de terminar con aquel aburrimiento que ni siquiera me molestó el hecho de que allí las veladas sociales no durasen lo suficiente para que el alcohol empezara a notarse en las sienes.
Nacho me ofreció pasar la noche en su casa, decliné su invitación al ver la cara que puso su novia. Mentí pretextando que tenía una habitación reservada. Cuando me preguntaron dónde, tuve que hacer memoria para recordar el nombre de alguno de los hoteles que había visto por la tarde. Me acompañaron hasta la puerta, pero intuyo que él sabía perfectamente que yo no soy de los que hacen reservas. Se despidió de mí dándome un abrazo, me dijo con mucha solemnidad que me cuidase, que esperaba volver a verme pronto. Parecía como si me hubiesen asignado una misión suicida a la que me hubiera ofrecido voluntario. No supe qué contestar. Nunca he sido voluntario para nada. Bajé la cabeza haciéndome el compungido, mirándole de reojo. Cuando él hizo lo mismo, le lancé una de mis mejores collejas en años. Su novia se asustó tanto que hasta dio un salto hacia atrás, cuando nos vio reírnos mientras él se frotaba la nuca con una mueca de dolor sólo a medias fingida, se unió a nuestras carcajadas.
Mientras mis amigos se alejaban, empezaron a oírse gritos destemplados. Era el hombre del pelo teñido, estaba presumiendo de que se iba a ir de putas, pero no parecía lo bastante sobrio para follar. Le vimos al final de la calle, se paró bajo una farola y vomitó sonoramente todo lo que había bebido. Luego se perdió discretamente en la oscuridad, intentaba recomponerse, mantener el paso tan firme y digno como le fuera posible. Nacho y su novia se despidieron de mí con la mano en la distancia a la vez que se burlaban abiertamente de aquel personaje patético. Les devolví el gesto y me quedé mirando cómo se iban andando cogidos por la cintura hasta que torcieron una esquina. Me esforcé por alegrarme de verlos tan felices
Pensé en ir a dormir al coche, pero no tenía ni idea de cómo llegar hasta donde había aparcado. Entré en el hotel. Probé con cada tarjeta de crédito que llevaba, finalmente el recepcionista aceptó una de mala gana, no creo que tampoco ésa tuviera fondos. Me dio a cambio la llave de una habitación, ni siquiera subí para verla. Entré directamente en el bar a comprar tabaco, a esa hora sólo podíamos acceder los huéspedes. La tele estaba sintonizada en un canal de vídeos musicales con el volumen al mínimo. Había una mujer mayor que yo sentada en la barra, luego supe que era viajante comercial, tenía desperdigados por el suelo de su habitación un montón catálogos y muestrarios de azulejos para cocina. Llevaba la sombra rosa de los párpados cuarteada y las cejas de un color diferente al del flequillo que le enmarcaba la cara. Sólo me acuerdo de sus ojos, es porque empezamos a intercambiar miradas antes de estar completamente borrachos. El camarero vestía un chaleco rojo que le daba el aspecto de un mono amaestrado. Me preguntó qué iba a tomar. No me quedaban más que unos cuantos euros en el bolsillo. No tenía pensado seguir bebiendo, hasta que reparé en que podía hacerlo a cuenta de la tarjeta que había entregado en el mostrador de la entrada. Pedí Smirnoff con tónica, quise probar aquella mezcla.
Los primeros tragos me resultaron amargos. A partir de la segunda ronda no me supo a nada
138-Segunda ronda. Por Croqui,
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Algunos tragos no saben a nada tampoco en la primera ronda.
Mucha suerte.
Croqui: un relato estupendo, muy bien narrado.
Me has hecho sentir la soledad del alma del protagonista. Se alegra de la felicidad de los otros, sintiéndose totalmente desconectado. Las imágenes son muy buenas.
Con un remate de comparación entre el futuro al que apunta y el borracho que hace el ridículo.
Excelente.
Un abrazo: Abeja.
El cuento podría tener la mitad de extensión sin perder su valor. O tal vez lo aumentaría, ya que un exceso en la aportación de detalles tangenciales distrae del dibujo de los personajes, sus circunstancias y el ambiente.
Otro estudio de la soledad. Y, en lo fundamental, bien trabajado.
Bien redactado y creo que totalmente autobiografico. Suerte
Impecable, con una redacción muy bien cuidada.
Excelentes descripciones.
Felicitaciones
Gracias a todos por vuestras observaciones, me son muy ´utiles.
Saludos.
buen trabajo. Muchos nos hemos sentido como tu personaje. felicidades Croqui
Buena descripción de un perdedor, uno de tantos personajes que se encuentran perdidos, fuera de los cánones de la sociedad.
Por cierto, he descubierto una palabra nueva: epatar. Un galicismo de raro uso.
Suerte.
Gracias también a vosotros La ciudad, Francis Drake, por vuestros comentarios. No pensaba que «epatar» fuera una palabra poco común. Aquí lo que intenté es utilizar un léxico sencillo y un tono coloquial.
Un relato con buenas descripciones y con un final agridulce que te hace pensar. Eso para mí es muy importante en una historia. Utilizas un lenguaje sencillo como la vida misma, eso hace que te entre con facilidad.
Te deseo mucha suerte
Gracias por tu comentario, Aida.
Un encuentro muy bien narrado. Enhorabuena y suerte.
Croqui, pues no sé, «epatar» a lo mejor es común, aunque no lo sea para mí, o es común en determinadas zonas de España y no en la mía. En cualquier caso, no recuerdo haberla leído y, si la leí antes, se me había olvidado. Ya no se me va a olvidar.
Fíjate que, leyendo tu relato, al pasar por la palabra pensé que ponía «etapar» a los turistas = ponerles tapas, typical Spanish, jajaja.
¿Me das un gallifante?
Gracias por vuestros comentarios, Nesteia y Francis Drake. Igual es eso y el uso de «epatar» va por zonas, la verdad es que no recuerdo a quién he leído u oído la palabra. Pero el «etapar» desde luego que merece un gallifante, incluso podría llegar al rosco de Pasapalabra.
Saludos.
Antístenes, Hank, ¿no se animan a comentarme algo? ¿Será que no entran en relatos mediocres? Sin sus críticas no me siento en el concurso.
No teman ofenderme, ya intente ser una persona sensible y no funcionó.
Trato de comentar todo lo que puedo, Croqui, sin prejuzgar la calidad hasta que no lo leo, y no dude que en cuanto tenga un rato libre leeré con gusto su relato y trataré de darle mi opinión sincera al respecto. Mientras, y aunque no me hace demasiada gracia ese paralelismo en el que me une con el afamado Antístenes, me siento muy halagado por su petición.
Me está resultando divertido este concurso, a pesar de los pesares.
Gracias y suerte
Croqui, este comentario suyo me ha conmovido. No he leído su relato, pero le prometo que lo haré y aunque no sea referente comentarista, le dejaré mi opinión sincera. Está usted en este concurso de lleno caballero. Hank concuerdo con usted en que está resultando divertido y ameno 🙂
Un día conocí a un tipo que escribía casi tan bien como usted, Croqui. Algunos años después, he vuelto a verle, y ahora firma libros de relatos en una caseta del Retiro. Estoy convencido de que en cuanto escriba usted algo más atractivo que este paseo por Cuenca, me encontrará haciendo cola en busca de una dedicatoria.
Tengo cientos de ideas que me encantaría tener tiempo y pluma como la suya para poder darles forma. Y no crea que no vaya a secuestrar más de un detalle de su relato, aunque nunca se entere.
Suerte, Croqui. Y cuéntenos algo con miga, no sea tacaño.
Muchas gracias por atender mi llamada, Hank. Gracias tambi´en por su indulgencia con mi prosa y su sinceridad respecto a mi argumento. Espero contar algo m´as de su agrado en futuras ocasiones.
Saludos.
Eeehhh… ¿Antístenes?
Leo el relato predispuesto a que, cuando llegue a la línea final, asegure que me ha gustado: tengo una extraña (y para mis amigos y familiares preocupante) afición a las historias llenas de melancolía y con finales trágicos. Ante la presión «popular» para que escoja argumentos más positivos me he parado a analizar el motivo por el que «padezco» esta debilidad, y he llegado a la conclusión de que, por un lado (y desde el punto de vista del potencial literario) siempre tiene más interés saber si un perdedor o un sufridor puede cambiar su destino que describir los aciertos de un triunfador. Está claro que la carga dramática es completamente distinta. Y, por otro lado, a lo mejor, y afectado por una absurda superstición, escribiendo mis tristes historias trato de espantar las desgracias sobre mi familia. Lo sé, suena un poco friki, pero, tras mucho meditar, creo que los tiros pueden ir por ahí.
Lo fastidiado a la hora de tratar los personajes de este tipo de relato, para algunos deprimente, es que si no eres bueno describiéndolos el resultado final acaba oliendo muy mal. Y si la cursilada bienintencionada tira para atrás, la que versa sobre perdedores mata con su hedor. Ahora bien, si aciertas, como es el caso, …
En fin, que la historia, a parte de estar escrita con una pulcritud envidiable, es perfecta: destripar en el presente toda una vida pasada y dejarnos ver cómo de deprimente será en el futuro, en menos de 2.000 ágiles palabras. Y es que, como me pasa con otros concursantes, sólo puedo aplicarte mi mejor elogio: ojalá lo hubiese escrito yo.
Yo hubiese jurado que había dejado un comentario, pero… ¡En fin!
Bien escrito, pero demasiado lineal la historia. Una simple descripción en lo que más destaca y emociona son las collejas. En todo caso tiene la calidad ortográfica y sintáctica suficiente para darse un paseo hasta la semifinal…
Suerte.
Muchas gracias, Arponero y, finalmente, Antístenes por vuestros comentarios.
Todavía no he encontrado la manera de escribir sobre triunfadores sin que me salga el sarcasmo y la envidia por algún lado, me alegra que esta historia haya transmitido algo más que la anécdota del paseo por Cuenca a alguien.
También me siento muy halagado por la buena acogida de la prosa y las descripciones. Espero mejorar hasta el punto de emocionar utilizando recursos argumentales diferentes a las collejas.
Lo único que puedo asegurar es que me esfuerzo.
Croqui: no sé si terminas de darte cuenta que cada comentario que te dejan, a su manera, es un elogio.
Lo haces estupendo.
Un abrazo y un beso: Abeja.
Es muy triste, pero a mí también me gustan las historias tristes. Y está perfectamente escrito. te dejo manzanitas con toda mi admiración
Gracias, Abeja y Adafina por vuestros comentarios y vuestras manzanitas. Aunque hasta ahora pensaba que eran naranjitas. En cualquier caso, gracias.
Saludos
Muy bueno. ¡Qué bien lo haces!
Me gustan los finales tristes.
Suerte.
Hay tantos relatos (y tengo tan poco tiempo) que cuando alguno no consigue engancharme en el primer párrafo lo dejo y paso a otro. En este caso he leído hasta el final, sin saltarme una línea. Es cierto que la historia no es sorprendente, ni suceden grandes cosas. Y por eso mismo tu relato tiene más mérito, consigues mantener la atención sin estridencias. No sé si llegará a la final, a veces, en los certámenes se busca otra cosa, algo impactante, pero creo que tu relato se merece estar entre los mejores.
A mí también me gustan los perdedores, dan mucho más juego.
Suerte
Muchas gracias Sol y Roberta B. , por leerme y contarme vuestras impresiones. Y tambi´en aprovecho para agradecer su visita a Enrique que se me qued´o en el tintero en su momento
En ocasiones he escrito historias m´as sensacionalistas, soy de los primeros que cuando va a ver una pel´icula y resulta que es de gente sentada hablando de sus cosas, a veces queda decepcionado.
Sin embargo, cuando escrib´i este cuentecillo me apetec´ia hacer algo m´as contenido. Adem´as que, total, doscientos setenta y tantos de los doscientos ochenta no vamos a cobrar un c´entimo por esto, as´i que por lo menos, nos podemos permitir contar lo que queramos.
Es un placer que les llegue a algunos lectores, gracias otra vez.
Un saludo.
Y qué razón tienes Croqui, yo he escrito relatos a los que les tengo mucho cariño, con los que he disfrutado escribiéndolos, y que no se han comido una rosca en ningún certamen, ni falta que les hace. A mí me gustan, y a alguna gente que los ha leído también. Quiero pensar que ya tendrán su oportunidad algún día. Saludos.