Llegaron en uno de aquellos automóviles grandes y negros como los ataúdes de los ricos. Era entonces nuestro pueblo un lugar tan perdido que hasta el cartero y el cura se olvidaban de él a menudo. A lo mejor es eso lo que nos hizo así: algo descreídos y bastante desinteresados por lo que pasa en el mundo que no es éste de adobe y pastos, acostumbrados a creer en los signos del cielo y a preocuparnos por si a Matías, el Mocosflojos, se le curaba el constipado que todos los años le pillaba en la época de la siega. Fue precisamente él el que primero los vio llegar desde la cumbre, atravesando el camino, entonces de tierra, que lleva directamente a la plaza, dejando tras del automóvil una nube de polvo amarillo que a Matías le recordó a los caballos bajando la ladera para huir del hielo. De primeras, pensó que sería el Señor Obispo, ya que recordaba que don Alfredo, el cura, había dicho en cierta ocasión que Su Eminencia vendría cualquier día a castigar nuestro poco temor de Dios: “initium sapientiae timor domini est”, solía declamar desde el púlpito. Incluso hizo que Augusto, el alcalde, colgara por todo el pueblo carteles en los que se podían leer esas palabras. De hecho, en la escuela los niños practicaban caligrafía copiando la cita latina una y otra vez, con alguna variante, ya que Braulio, el Milmundos, se había empeñado en que no podía ser “timor” sino timón, que era el volante de los barcos, como él había visto cuando hizo la mili en la marina. Y aunque no fuera así, muchos lo creían, pues Braulio había viajado, decía él, por todas las costas de los cinco continentes y sabía más que nadie. Pero todo eso fue antes de que Matías, el Mocosflojos, llegara corriendo a la cantina y, tras sorber el agüilla que su nariz destilaba, resopló, tomó aire dos o tres veces y dijo:
—Viene el obispo.
Entonces, Augusto, el alcalde, salió corriendo al Ayuntamiento a ocupar su despacho, que habitualmente instalaba en la tasca. “Si pasa el Obispo por aquí, decidle que estoy en la Casa Consistorial”. Viendo la precipitación del afanoso edil, el dueño de la tasca, Roque, el Y-mañana-qué, al que llamábamos así porque ésa era su respuesta cuando le pedíamos que nos fiara, nos dijo que sería muy pobre la impresión que se llevaría el Señor Obispo si nos veía a todos en el bar y que a lo mejor por ese motivo le cerraban el negocio, que los hombres de Dios y los de las tascas no suelen llevarse bien, por más que Jesús brindara con vino en la última cena, y que nos fuéramos todos a la calle a recibir a Su Eminencia, que él iba a cerrar. Como el bar del Y-mañana-qué estaba en la plaza, nos sentamos en el banco que hay bajo el olmo esperando a que llegara el hombre más insigne que había pisado nuestra tierra.
—Por allí viene, ya casi está aquí.
Precedido por la arena del camino, llegó el automóvil, brillante y oscuro. Fue frenando lentamente mientras nuestras bocas se abrían con la admiración descarada de los palurdos.
La puerta del conductor se abrió primero. Vimos cómo un hombre alto, vestido de un negro hermético, bajaba del coche, lo rodeaba y abría la puerta a su acompañante. Del lado derecho del coche bajó alguien cuya estampa ninguno de nosotros ha perdido a pesar de las nieves del tiempo. Rubia y esbelta, foto viva de un sueño, hada sensual de fantasías urbanas, vestía unos pantalones de un plástico que se le ceñía a la carne como una segunda piel y una chaqueta que a duras penas contenía el desborde de sus pechos.
—Joder, cómo está la Obispa.
Dijo Matías y sorbió sus mocos.
El hombre y la mujer miraron la plaza del pueblo como si acabaran de salir del túnel del tiempo. Enseguida fueron llegando los demás vecinos, que habían oído el ruido del coche y los rumores de la llegada del Señor Obispo. Conforme todos se acercaban, crecían conjeturas y dudas sobre quiénes serían aquellas dos personas de ojos velados por cristales oscuros que lo miraban todo con tanta curiosidad y complacencia. Al fin, los dos forasteros se acercaron hasta el banco donde estábamos sentados. Fue ella la que habló primero. Los susurros cesaron de golpe.
—¿Dónde podríamos ver al alcalde?
Su voz sonaba pulida, como trillada de paja, y nos llegaba envuelta en el aroma del deseo.
—Les está esperando en el Ayuntamiento —dijo Pedrolo, que se llamaba Pedro, pero que por romper piedras con la cabeza tenía tal apodo.
—¿Nos espera? —replicó el hombre, con esa misma voz de agua limpia.
—Claro, ya nos avisó don Alfredo, el cura.
—No entiendo —dijo la mujer.
—Venga, señorita, nosotros los acompañamos.
Y aquélla fue la primera procesión que se celebró en nuestro pueblo, la de los dos forasteros llevados en cortejo por todos los vecinos hasta el despacho de Augusto, el alcalde. Cuando hubieron entrado en el Ayuntamiento, esperamos en la puerta, ansiosos, expectantes. Pero las horas iban pasando y decidimos continuar la espera en la tasca del Y-mañana-qué, que había sustituido de golpe el temor al Obispo por un afán nuevo de pulcritud y educación. “No deis esos golpes en la mesa, coño”. “No eructéis, burros”. Y eso que aquella tarde estaba haciendo más dinero que en un mes, pues hasta las mujeres esperaban allí las explicaciones de Augusto.
Los cuchicheos y susurros corrían de un lado a otro en una marea de ilusiones y miedos.
—Esa pelandusca ha venido a llevarse a nuestros maridos.
—Pues él, menudo hombre, ya podía llevarnos a alguna.
—Qué alto, y qué bien plantao, seguro que no huele a establo.
Decían las mujeres, perdiendo su recato, virtud que siempre tuvieron por sagrada.
—Ésa debe de ser la querida del alcalde, de cuando viajó a la capital.
—Más quisiera el Augusto. Esa hembra es de otro mundo.
—Así deben de ser los ángeles de los que habla don Alfredo.
—Mejor que sea diablo.
Confesaban los hombres recreando en palabras cada detalle del cuerpo que habían visto.
Braulio, el Milmundos, se subió a una silla y habló.
—Escuchadme, yo os diré a qué han venido esos dos, que yo he viajado por todos los continentes. Esos dos han venido a comprar el petróleo del pueblo. Nos haremos todos ricos.
—¿Petróleo? ¿Pero qué dices, Milmundos?
—Ya lo veréis. Nuestro pueblo tiene petróleo, yo lo he visto en la charca de la cumbre. Allí está, no hay más que recogerlo a cubos.
“Claro, el petróleo, claro”, se oía en cada mesa. “Y para qué vale eso”, “pues para qué va a ser, para todo”
Poco a poco, opiniones y conjeturas se volvían certezas, y las ilusiones ahogaban temores y recelos. Por eso, cuando al fin el alcalde entró en el bar acompañado de los dos extraños, todos los recibimos con aplausos y vivas. Augusto, entonces, se subió a una silla. Tenía en los ojos un brillo fanático y contagioso. Todos nos callamos. El hombre y la mujer se pusieron uno a cada lado de nuestro alcalde. La imagen de aquellos dos forasteros iba calando a través de cada pupila que los miraba, filtrándose por los ojos y dejando en el fondo de cada uno el deseo de, algún día, tener esa piel, esas manos, esa ropa, esa belleza pulcra y como de otro mundo.
—Ya sé que todos queréis saber por qué el señor y la señorita han llegado a este humilde pueblo que es el nuestro —empezó a decir Augusto, con una pasión que nunca le habíamos visto, que parecía brotarle de un manantial remoto, extraño y fascinante—. Pues os lo voy a decir. Han venido a rescatarnos de nuestro atraso, a enseñarnos todos los avances que no conocemos: maquinas, aparatos, prodigios que ni imaginamos; felicidad y prosperidad para todos. En poco tiempo, seremos otras personas, todos tendremos todo lo que queramos, se acabó preocuparse por la lluvia y las heladas, ya no habrá enfermedades, ni cansancio, ni aburrimiento. La vida será otra. Nuestros nuevos amigos, queridos vecinos, han venido a traernos el futuro.
Al acabar Augusto su discurso, todos aplaudimos y chillamos con furor, henchidos de ilusión, dando gracias al cielo por habernos enviado a los ángeles de la prosperidad. Cuando salimos de la tasca, el sol iluminaba nuestra vieja plaza con desgana.
Camiones, coches brillantes, gente de voces pulidas, incluso el Señor Obispo; el futuro no tardó en llegar. Quiso el cielo otorgar a nuestro pueblo la bendición de la nieve; ése era el petróleo que el Milmundos había imaginado.
La vida corre ahora con otro ritmo que ya no es el del banco bajo el olmo ni el de la tasca del Y-mañana-qué. El tiempo es más estrecho y las palabras escasas. Caras y voces copiadas se renuevan cada año. Y yo, encogido y miedoso, me escondo en mi casa, cierro los ojos y veo la imagen del futuro: rubia y esbelta, foto viva de un sueño, vestida de una piel tan negra y brillante como los ataúdes de los ricos.

Maneja usted el ritmo del relato con maestría, Beatus, y la lectura se hace entretenida y amena, más atractiva a medida que avanza hacia el final; pero ese final desmerece todo lo anterior, y es una verdadera lástima. Creo que es de lo mejor que se ha escrito en este concurso, pero insisto en que tanta calidad prometía un final más interesante, y sin duda lo merecía.
Da gusto, en cualquier caso, encontrar escritores como usted por aquí.
Estas absolutamente en los cierto.
Uy,uy, uy, se me complicó el tema del la lista, te comento amigo/a que estoy armando una, con los diez relatos del certamen, ya tenía el décimo pero haz llegado tú, para complicarla, ¿por qué tardaste tanto? jeje ¿los últimos serán los primeros?, en fin, de todas formas hay ciertos personajes que me gustaría saber más de ellos; Augusto, Matías el de los mocos, Milmundos y las historias que en ese boliche (Y-mañana-qué) se deben de contar. Un abrazo y gracias por tu relato
Es estupendo, fluido con un ritmo fácil, descripciones medidas y sin abuso de adjetivos que cargen la historia. Genial descripción de la «muchacha de otro mundo» y de como sus encantos apretados en el escote, eclipsaron a los locales. Es estupendo y me sumo a la opinión de que se deshincha al final. Sigue siendo muy bueno de todos modos.
¡Que el Señor nos libre de los ángeles del progreso, aunque algunos (léase algunas) se desborden por el escote.
Mucha suerte.
Muchas gracias por los comentarios, tanto por los positivos como por los negativos, que si los unos engordan los otros enriquecen.
Por cierto, me encanta este formato de concurso; es francamente divertido.
Me pasa lo que a Hank…el final se me esperaba más prometedor, quiza es que se queda una con ganas de más..
Suerte!
Simpático relato, muy bien escrito pero con el final un tanto flojo como ya te lo han hecho ver algunos de los compañeros. felicidades Beatus
Un buen comienzo y un final decepcionante…
Parece que estos pobres hombres del pueblecillo bien se merecen un repasito.
Muchas gracias por el tiempo que os habéis tomado, tanto en leer el cuento como en dejar comentarios, bien sean generales como de detalles de la historia.
Desde luego, estas cosas son las que le animan a uno a seguir escribiendo. La literatura es como el cerveza:compartida sabe mejor, a solas amarga.
Fantástico relato.
Éste es mi primer comentario en este foro porque de todos los cuentos que he leído es el que más me ha gustado. (Vaya por delante que aún me faltan por leer casi la mitad).
En estos ángeles están las huellas de «El Camino» de Delibes y de «Bienvenido Mister Marshall» de Berlanga (cito, que conste, ambas referencias como elogio). Más. En este relato no hay fallos de sintaxis ni tampoco de puntuación (cosa que en otros abunda); el léxico está cuidado al detalle; las pinceladas con que aparecen descritos tanto los lugares como los personajes son impecables.
En cuanto a las críticas sobre su desenlace, no estoy de acuerdo. Creo (que me corrija el autor si me equivoco) que si quería reflejar los cambios repentinos que vivió nuestra España rural hace unas décadas, no había mejor forma de reflejarlo. También en nuestro país (que se lo digan a nuestros abuelos) se vivió una elipsis argumental y se vieron de buenas a primeras con el progreso encima sin haber tenido tiempo de asimilarlo. Lo mismo sucede en este cuento. Lo mismo se refleja cuando el narrador (indefinido en el “nosotros”, en el “nuestro”, etc. se singulariza en el “yo”, justo al final. Feliz hallazgo.)
Para contar lo que el autor quería contar (sin caer en la parodia -que sacasen del coche un móvil, por ejemplo, o un pc o un tetra-brik o una colonia de “busco a Jack`s”, por aquello del escote; o sin caer en el final no-final, que nada supiéramos de esos personajes), para contar, decía, lo que quería contar, ése es, en mi opinión, el único final posible. Me sorprende que Beatus Ille (pseudónimo ad hoc, por cierto) acepte tan modestamente esas críticas (cosa poco habitual por estos lares).
Único fallo: le falta una tilde a la palabra “máquinas”.
Discutible: el apodo “Y-mañana-qué” me gusta más sin guiones y sin espacio, igual que aparece “Milmundos”.
Perdón por mi extensión, aunque prometo seguir extendiéndome en los relatos que más me gusten y seguir callado en los que no.
Última cosa, Beatus Ille: la cerveza a solas también está muy buena. Amarga, lo que se dice amarga… pues no. Entiendo tu comentario y lo agradezco (por la parte que nos toca) pero la comparación no es feliz. ¡Salud!
Excelente, tanto que debo sumarme a la mayoría de los comentarios anteriores y declarar mi inconformidad con el final. Es que quedan los ojos con ganas de más… Estupendo, estupendo. Creo este trabajo está gritando que lo dejes crecer. Por lo menos así lo escucho.
Mis humildes felicitaciones y también una pizca de envidia de la sana.
Me parece un relato maravilloso. Es un relato maravilloso. Capitán Mijalis lo ha dicho ya todo, así que seré breve.
Algunas razones para amar este relato:
1. El tono, que se columpia con habilidad entre la ternura , la nostalgia y cierta distancia.
2. La adjetivación, magnífica. Todos y cada uno de los adjetivos son absolutamente significativos, precisos y, algunos, muy sugerentes. Ya sabes, «el adjetivo, cuando no da vida, mata». Me gustan mucho el «negro hermético», las «voces pulidas» y una frase del final que merece un punto aparte para ella solita:
3.»El tiempo es más estrecho y las palabras escasas». ¡Qué frase más preciosa!…No puedo decir más.
4. «La imagen de aquellos dos forasteros iba calando a través de cada pupila que los miraba, filtrándose por los ojos y dejando en el fondo de cada uno el deseo de, algún día, tener esa piel, esas manos, esa ropa, esa belleza pulcra y como de otro mundo». Otro momento magnífico.
5. Me gusta especialmente que la imagen del futuro sea un recuerdo.No sé si me explico, pero no quiero enrollarme demasiado, así que aquí lo dejo.
6. Sobre todo, sobre todo, sobre todo, EL FINAL. Yo, como Capitán Mijalis, no puedo entender que se diga que es flojo. O yo estoy loca o he leido un cuento diferente. Lo mejor del cuento, sin lugar a dudas, es el final. Es conmovedor, brillante y, como dice mi afín Capitán, el único posible. Es maravilloso el uso del presente únicamente en ese breve párrafo. Es maravilloso que ese narrador instalado ya en otro mundo, en otro tiempo, aparezca sólo así, breve y sutilmente, como si se estuviera asomando a la rendija de una ventana entreabierta y nos susurrara a nosotros, los lectores. Es ese final lo que consigue teñir de nostalgia todas y cada una de las líneas ya leídas. No hace falta nada más. Como lectora, me importa un bledo qué fue del Mocosflojos, por ejemplo. No creo que sea de eso de lo que trata este cuento. Gracias a esas pocas líneas, el cuento se aleja por completo del terreno del costumbrismo y se adentra en algo mucho más hondo y más vivo. No es un retrato del ambiente rural. No, al menos, para mí. Gracias a ese párrafo, (perdóname, Beatus ille, porque quizás esa no era tu intención, pero ya sabes que, una vez escrita, la obra ya no es del autor, sino del lector, así que, ahora tu cuento es mío), el foco pasa de fuera a dentro, del mundo exterior al mundo interior de un personaje que consigue conmovernos sin que sepamos absolutamente nada de él. ¿Mágico, no? Para mí, ese es el gran logro de Beatus Ille, hacer que, en las últimas líneas, se cambie bruscamente el punto de enfoque y, como por arte de magia (por arte de un buen escritor, en realidad), aparezca un yo que nos conmueve sin que hayamos tenido, ni siquiera, el placer de conocerle. Qué habilidad, pasar de la primera persona del plural a la del singular tan sólo en ese momento, en ese último párrafo. En ese mero cambio, en ese preciso instante, el cuento se convierte en otra cosa. Entonces conmueve, entonces todo lo anterior cobra otra dimensión y otra vida.
Del nosotros al yo, del mundo exterior al interior, del costumbrismo a la conmovedora nostalgia. Todo ese camino recorrido en cuatro líneas… ¿Y eso es flojo?
Por cierto, Capitán Mijalis, coincido con Beatus Ille en lo de la cerveza. Siempre con compañía.
Acabo de darme cuenta de que dije que iba a ser breve…en fin, ¡qué vergüenza!. Perdonadme: no tengo capacidad de síntesis.
¡Vaya! Me temo que tengo que empezar de nuevo dando las gracias. Esta vez a los tres últimos que habéis comentado el cuento.
Capitán Mijalis:
Las referencias del relato son, efectivamente, las que has dicho. Da lo mismo, en realidad, la inteción del lector, pues, como dice El Ratón de Chlóe, la obra la reconstruye el lector y la hace suya. En todo caso, mi intención sí era la de contar el desmoronamiento de un modo de vida, cosa que sucedió en algunos lugares de la noche a la mañana.
Muchas gracias, por el tiempo tomado en tales reflexiones y en escribirlas. La verdad es que le das una hondura al relato que lo dignifica.
Hara Kei:
Gracias. Sí, esa misma sensación ya me la han comentado alguna vez.En realidad, me gusta por lo que tiene de universo creado que pide expandirse.
EL Ratón de Chlóe:
Por cierto, este pseudónimo me recuerda a un personaje de una novela, pero el Ratón no era de Chlóe, sino de Colin, ¿no? Tu análisis (porque es más esto que un comentario) me deja sin palabras. Las sutilezas que ves en el relato, la explicación de la «maquinaria» del final y el tono entre reflexivo y entusiasta son dignos de todo agradeciemiento.
Tal vez no tengas capacidad de síntesis, pero de la de análisis vas sobrada, compañera.
Por cierto:
En cuanto a lo de la cerveza:
Tal vez el verbo «amargar» ofrezca una hipérbole injustificada, pero me sigo apuntando a la compañía.
Gracias a ti.
Sí, el ratón era de Colin, pero como yo me siento más Chlóe he decidido robárselo y hacerlo mío. En realidad, el ratón se convierte en una parte más de la vida de los dos desde el momento en que Chlóe inunda de amor el apartamento y la vida de Colin. El ratón de Chlóe/Colin hubiera sido más acertado.
A mí la cerveza sí me sabe amarga sin compañía.
Por lo que veo, a la capacidad de análisis unes la sensibilidad. Lo digo porque la historia de amor de Colin y Chlóe me parece una de las sutiles que he leído; sutil poque, al fin y al cabo, está hecha de detalles, como el que dices del apartamento.
Pues claro: la cerveza a solas recuerda a los cuadros de Hopper. A no ser, claro, que sea ante una tele con un partido de fútbol (pero, entonces, uno ya no está solo).
Me ha encantado tu relato aunque tengo que sumarme a quienes creen que el final debería haber sido de otra forma, más brillante, más acorde con el resto de la narración.
Sólo un detalle me ha sobrado: eso de ‘las nieves del tiempo’ es una expresión a mi modo de ver demasiado conocida. Quizá podías haber probado con otras más audaces, del tipo ‘la sed de los relojes’ o ‘la languidez del calendario’.
En cualquier caso te felicito y te deseo suerte en el certamen.
Dejo este comentario para sentar protesta por el promedio con que han calificado este buen relato. ¿4.8? Por favor, nada más leyendo los comentarios se nota que merece más.
P.D: Por favor no armen un debate de esto, no vayan a decir que blablablá y nosequé de la libertad de opinión y gustos y todo ese cuento de lo políticamente correcto. Reafirmo: es sólo mi opinión.
Efectivamente, como dice Hara Kei, la puntuación de este relato no le hace justicia, pero qué importa eso, en realidad.
Concursos, premios, competiciones… nada de eso puede, bajo ningún concepto, servir para medir algo tan inaprensible como el talento o la sensibilidad .Tú lo tienes, Beatus Ille, se percibe en todas y cada una de las líneas que construyen este relato. Se nota que quieres a las palabras y que las palabras te quieren a ti.
Los resultados de los concursos son irrelevantes, estoy segura de que lo sabes. No sé si éste lo ganarás o no, pero sí creo poder afirmar que detrás de este buen cuento hay un escritor, un buen escritor que tiene cosas que contar y que sabe cómo hacerlo. Por eso, si tu relato ganara, y se desvelara así el nombre que se esconde detrás de tu seudónimo, y algún día, paseando por una librería, dentro de unos años, me encontrara con un libro firmado por ti, ten por seguro que lo compraría.
Suerte, en cualquier caso.
Si ganas, me beberé una cerveza a tu salud. Y si no, también.
Perdón por la h que falta.Es, obviamente, aprehensible.
Aun a riesgo de ser pesado con dar las gracias, insisto: gracias. A Gárgola, por los elogios y por el consejo. Es cierto que la expresión «las nieves del tiempo» es manida, pero pensé que el relato lo resistía como un juego de palabras (algo obvio, sí) entre el sentido metáforico y la importacia de la «nieve» real en el relato. Gracias por las sugerencias, son buenas (alma de poeta, ¿no?).
A Hara Kei: la verdad es que a mí también me resulta chocante que alguine vote un relato y lo haga con un tres. No sé, el «rating» ese es la media de la nota que le han puesto al relato los lectores, ¿no? Entonces, cada cual tiene su opinión. Muchas gracias, en cualquier caso, Hara Kei, tus palabras me llegan cargadas de ánimo.
Al Ratón de Chlóe: tu entusiasmo me desborda, compañera. Desde luego, después de tu análisis del cuento, saber que tienes tal concepto de mí como escritor, me hincha el ego peligrosamente. Lo digo porque se nota que, por tu manera de analizar el relato, eres una lectora, no sólo caudalosa, sino también particularmente formada (¿filológa, tal vez?). Esto no quita valor a las demás opiniones, por supuesto.
Te digo una cosa: si algún día pasara que te encontraras en una librería un libro escirto por mí, nada me gustaría más que poder dedicártelo. Y te digo otra cosa: la cervecita me la tomaré yo también a tu salud.
Yo ya te voté hace tiempo, te puse 10. No importa el final, es una maravilla de relato.
Muchas, muchas gracias, Adafina. No tanto por el voto (que también, para qué negarlo), sino por tu opinión.
No sé que más añadir, a mí también me parece un relato muy bueno, un firme candidato a estar en la final.
En cuanto a la votación, creo que hay gente que intenta rebajar la calidad de un cuento a base de quitar manzanitas, y eso es imposible.
Otra cosa, si uno de los participantes quiere contactar con otro, es posible, sólo hay que enviar un correo a Canal Literatura y ellos se encargan en intercambiar correos, siempre que los dos concursantes estén de acuerdo. Lo digo por si a alguien le interesa, vista la admiración que tu relato ha provocado.
Enhorabuena y suerte.
El relato me parece impecable desde todos los puntos de vista.
Un acertado mapamundi humano genuino de una época de brutalidades, mangoneos y sirvengonzonerías que nunca se agotará como veta de la que extraer historias de ficción.
Felicidades.
Muchas gracias, Roberta B. y Luc. Vuestros comentarios le dan al relato tanta vida como ánimo a mí.
Gracias por el consejo, Roberta B.
De nada Beatus, así conocí yo al que ahora considero un buen amigo y un gran escritor. Nunca se sabe dónde puede surgir una amistad. Por cierto, agradecería que leyeras mi relato, es el número 27.
Me alegro de que tu relato se esté haciendo tan popular. Es obvio que lo merece. Me alegro mucho, mucho,mucho, que lo sepas, Beatus ille. En fin, que ya me he tomado esa cerveza a tu salud (hoy mismo, hace un ratito). Chlóe espera tu libro dedicado. Algún día ¿no?. La vida da muchas vueltas, nunca se sabe. Suerte con el concurso, y con todo lo demás,
¡Y un 10 para subir la media! Suerte, Beatus ille.
Muchas gracias, Roberta B. Por supuesto que leeré tu relato. Ahí dejaré mi comentario.
Hola, Chlóe (abrevio). No sé por qué me da la sensación de que compartes con ese personaje más que el nombre. Vuestro entusiamo es igual de contagioso. Muchas gracias de nuevo. En mi próxima tanda de cervezas, la primera va por ti.
Rosa Azúl: muchas gracias. Un 10 siempre mola mucho.
Hola de nuevo, Beatus Ille.
No sé bien cuándo se dan a conocer los resultados del concurso, pero, por si el verano me mantiene alejada de este foro (a lo mejor eres tú el que desaparece de este mundo virtual), quiero desearte toda la suerte que te mereces en este juego (eso son los concursos, tú lo sabes, un juego) y, ya de paso, en la vida en general.
Chlóe (sospecho que tú eres un poco Colin, que lo sepas) esperará tu libro. Algún día, seguro, lo veré en alguna parte. Gracias por tu cuento…
Sé feliz, Beatus Ille.
Amiga Chlóe: tienes razón: los concursos son, al y fin cabo y en cierto modo, un juego. No sé si mi relato estará ahí o no, pero creo que para ti (permítemelo) ya es ganador y eso para Colin basta y sobra. La vida te da sorpresas (mira al pobre Pedro Navaja, quién se lo iba a decir a él). Quién sabe si volveremos a encontrarnos, bien en este mundo virtual o en el real, ante dos cervezas bien frías.
Cuídate y que la vida te llene de flores que ahuyenten los nenúfares malsanos.
Sé feliz, Chlóe.
Hola Colin:
Quién sabe, es verdad. La vida da muchas vueltas si uno la deja girar. Quizás en algún lugar, en algún momento, nos están esperando dos cervezas fresquitas.
Me rodearé de preciosos tulipanes amarillos como el sol, como mi sol.
Que la vida te dé todo lo que te mereces, lo que deseas y lo que sueñas. No creo que se pueda pedir más. Ni menos.
Un beso, Beatus Ille.
Lo mismo te deseo de todo corazón. No te rindas ahora, ni nunca; no te rindas.
Un beso, Chlóe
No ha habido suerte con la votación, pero, recuérdalo, se trata sólo de eso, de suerte. No hay nada más en juego, ya lo sabes. Como bien dijiste, para Chlóe Colin siempre ha sido el ganador. Espero que eso te sirva, de algún modo.
Suerte con todo lo demás, Beatus Ille. Que la vida te sonría y te haga feliz.
Un beso.
Una vez más tienes razón, amiga Chlóe. Pues claro que nos vale el juicio de Chlóe (como alguien muy listo dijo en una ocasión, la objetividad está sobrevalorarda): nos vale a mí, a Beatus Ille y a Colin. Que la vida te sonría a ti también y, sobre todo, que la vida te haga sonreír.
UN BESO.
Hola Beatus Ille,
A veces la suerte se alía con los que la merecen y el talento recibe su recompensa. Me alegra saber que es así. Y siento ese triunfo como si fuera algo mío.
A veces suceden cosas que no hacen sino reafirmarme en algo que creo ciegamente y que jamás dejaré de creer: lo que se escribe desde la emoción auténtica y vivida, por «ficcionalizado» que esté, tendrá siempre un plus. Hay algo indefinible, que está por debajo de la técnica, de la habilidad o el talento y que, como una corriente subterránea, late dentro de cada palabra y contagia y conmueve y hace vibrar lo escrito, cuando lo escrito surge de lo más íntimo de uno. Sin eso, se puede hacer un buen cuento, una buena novela o un buen poema, pero me gusta creer (y como me gusta creerlo, lo creo) que faltará la magia, la chispa. Alguien me dijo una vez que a veces la vida te pone en situación de sentir poemas que, hasta ese momento, uno sólo había podido entender. Quizás ahí esté el secreto, en que un texto te haga vibrar, y eso sólo puede suceder (o eso me gusta creer a mí) si quien lo escribió vibró también. Esa vibración, si es auténtica, pervive por encima de los siglos (mira Garcilaso, sin ir más lejos, y su «Cuanto tengo confieso yo deberos…», aquí vivito y coleando, todavía hoy, sin haber perdido una gota de su potencia y su emoción).
Pues eso.
Un beso.
¡Hola! Es cierto. A mí también me gusta creer (y como me gusta creerlo, lo creo) que la materia de la buena literatura son los sentimientos vividos a pecho descubierto, pasados por el filttro de la ficción y puestos en el molde adecuado. Está claro que lo que vibra y hace vibrar (y más si lo lleva haciendo más de cuatrocientos años) no puede nacer de la técnica fría y medida.
Muchas gracias una y mil veces. Por tu fe, por tu apoyo, por tus coementarios y por no saber disfrazarte. Que allá donde el verano te lleve, vayan contigo las palabras dulces; en libros, en papeles sueltos o en tu cabeza.
Un beso.