premio especial 2010

 

May 30

Hay muchos tipos de historias. Entre ellos, las historias hechas de historias. Nunca me han gustado mucho las historias hechas de historias, porque parece que en el fondo, se unen formando un conjunto porque ninguna tiene entidad para ser historia por sí misma. Pero ésta que os voy a contar, es una bonita historia de historias. Es la historia de un personaje que tenía una profesión en principio envidiable: oidor de historias.

El personaje, tras varios años con un trabajo que le obligaba a viajar mucho en avión, había observado que todas las líneas aéreas adolecían de lo mismo: siempre, en todos los vuelos, hay por lo menos una persona que entra o muy triste o muy contenta, pero que entra “muy”, y entra sola. Y necesita verbalizar lo que lleva dentro. Lo necesita, para compartir su felicidad o para compartir sus miserias. Como lo necesita, especialmente si el vuelo es largo, cuenta su vida al pasajero de al lado. Le importe o no a su casual compañero de viaje lo que le están contando. Si el compañero accidental es medianamente cortés, aguanta el tirón por cortesía. Si es curioso, por curiosidad. Si es hábil, no lo aguanta. Pero alguien que hace de oreja por curiosidad o por cortesía, no es necesariamente una buena oreja: el escuchador acaba aborreciendo el vuelo. El escuchado se libera, pero no lo suficiente.

Hecha esta observación, nuestro personaje armó un perfil, un proyecto. Creó el puesto de “oidor de historias”, y ofreció sus servicios para vuelos transoceánicos a varias líneas. La respuesta fue buena,  y aceptó al mejor postor.

La rentabilidad de su trabajo no era fácil de medir, no es sencillo evaluar los resultados: una persona escuchando. Una entre las trescientas que pueda haber en un pasaje. En un vuelo al día, diez días al mes. No, no hay forma de medir objetivamente el trabajo. Pero la línea aérea que lo contrató, sí tenía un dato objetivo: aumentaron las ventas. El personaje trabajaba con ahínco, y fue acumulando historias. Empezaba a rebosarle el alma de dolor y felicidad ajenas. Ciento veinte historias al año. Todas tan impactantes, que el narrador se libera cuando se las cuenta a un desconocido. El sueldo era alto, y el trabajo incómodo y difícil, pero a escuchar, aunque sólo se escuche, también se aprende. Los inmedibles resultados eran cada vez mejores, la distancia respecto a la competencia, cada vez mayor. El escuchador alcanzó la maestría, encontró un equilibrio perfecto entre el que escucha y no juzga, el que aconseja cuando procede, y el que calla casi siempre.

Pasaron los años, y cambiaron a alguien en la gestión de la línea aérea. Alguien que no supo leer los datos e interpretar que el dato, era que no había dato. El puesto de “oidor” fue cuestionado y el personaje se quedó sin trabajo. No importó. Rápidamente lo acogió la competencia. En la nueva empresa, inexplicablemente, volvió a suceder lo mismo: mejoró de forma notable la venta de vuelos internacionales.

Y siguió viajando. Y escuchando. Escuchando enamoramientos exitosos y enamoramientos frustrados. Divorcios. Muertes. Cuernos. Amistades. Arrepentimientos. Relaciones padres-hijos truncadas por la vida. Truncadas por el padre. Truncadas por el hijo… tantas y tantas historias llenaron la capacidad de guardar historias del personaje. Todos tenemos una capacidad finita de guardar experiencia ajena, cada uno una. El personaje llegó a su límite: perdió la capacidad de escuchar fuera de su horario laboral. No podía ya escuchar a sus amigos, a sus cercanos y queridos: no retenía ya más datos. Poco a poco, sus amigos se fueron distanciando: nadie comparte nada con quien muestra permanente indiferencia y hastío.

Un día, el personaje se dio cuenta de que sólo tenía datos, vida, de desconocidos a los que no volvería a ver. Sufrió tal ataque de pena y ansiedad que compró un vuelo transoceánico de los que estaban fuera de sus líneas, sin importarle a dónde, y… se lo contó todo al pasajero que tenía a su lado: su profesión, sus miedos, sus ausencias.

Desde ese momento, su trabajo empezó a cambiar. Notaba prevención en los pasajeros deseosos de hablar: ahora hacían muchas preguntas antes de empezar a contar, pedían opiniones y consejos durante el transcurso de la narración… Un día sucedió: hizo un vuelo en el que no pudo encontrar a nadie que le contara nada. Y, paseando por el avión veía perfectamente que había varias personas deseando hablar, rebosantes de materia prima que sacar al exterior, pero contenida. Los vuelos se fueron haciendo más tristes y conseguir que alguien se confesara, empezó a ser excepción. La explicación resultó ser sencilla; se había corrido la voz de que existía el servicio de “escuchador a bordo”, y con ello, se había perdido la magia: la gente huía del servicio profesional. Y de forma tan inexplicable como habían subido, los beneficios de la línea aérea, bajaron.

La línea quiso reducir costes: empezó a cobrar por las maletas, dejó de servir aperitivos gratis y dejó al personaje sin trabajo. Esta vez la competencia no se mostró interesada en sus servicios. Llegó el paro, llegó el agobio… cuando el personaje levantó el teléfono para aliviarse contándoselo todo a un amigo, se dio cuenta de que ya no tenía a quién contarle la historia, su historia.

Por eso, la estás leyendo tú ahora.

232-Una historia. Por Linda Snopes, 6.2 out of 10 based on 14 ratings

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7 Responses to “232-Una historia. Por Linda Snopes”

  1. HÓSKAR WILD dice:

    Auguro un futuro prometedor para una nueva profesión: escuchante.
    Mucha suerte.

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  2. la ciudad dice:

    Mi querida Linda, creo que esta vez yo te escuché pues me gustó mucho tu historia. felicidades

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  3. Antístenes dice:

    Que tenga suerte…

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  4. Luc dice:

    Un prodigio de imaginación narrado pulcramente y a la manera de los cuentos de toda la vida.
    Y, encima, con una frescura y espontaneidad fenomenales.

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  5. minerva dice:

    Es sencillo y real y a la vez absurdo. !Pero qué necesarios serían esos escuchantes de vidas! El relato es, sobre todo, muy original. Mucha suerte.

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  6. Roberta B. dice:

    Me gusta, por su sencillez y su originalidad. Mucha suerte, me encantó escuchar tu historia.

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  7. Hara Kei dice:

    Sencillo, original, fluido. El psicólogo aéreo se quedó sin tierra firme en la cual cimentar su vida.

    Un saludo. Sigue escribiendo.

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