“BUSCO ÁNGEL DESTERRADO PARA SALVAR MI VIDA. ES URGENTE. SE RECOMPENSARÁ. CASILLA 2108. CORREO CENTRAL. 5000 CÓRDOBA”
—¡Ja! ¡Mira ésto! –rió Pedro.
—¿Qué cosa?
—Este aviso… Un loco que busca un ángel… ¡Está bueno para hacerle una broma!
Todos deben pensar lo mismo. Ya que la casilla de correos se llenó de cartas de idiotas que me insultan o me prometen cumplir mis fantasías, sin contar a los místicos que quieren salvar mi alma.
Él no sabe.
Voy a morir antes de encontrar lo que estoy buscando.
Pedro interrumpe sus reflexiones para ofrecerle el analgésico de las doce. Es puntual con los medicamentos, con las cuatro comidas diarias que el doctor recomendó y con la preparación del baño nocturno. Es puntilloso con el aseo de la casa y con la atención del local. También con la lectura del diario y la insistencia para que duerma la siesta y se mantenga despabilada catorce horas al día. Para evitar la depresión, para que los malos hábitos no empeoren su sistema inmunológico. Había puesto en práctica cada indicación del médico, salvo aquella que sugería incentivar la religión en base a la idea de que la fe fabrica los milagros.
¡Cuál será el milagro? ¿Sobrevivir un tiempo más? ¿Morir? Sí, tal vez morir sea el milagro que me arranque de estas idas y vueltas. Del espanto que significa sentirme un poco mejor una mañana a sabiendas de que en breve empeoraré. Estoy cansada, a veces quisiera dejar esta cama sin importar si la reemplazo por un cajón. Sino fuera por Pedro que anda rondándome a cada rato, tratando de recuperarme y de insuflarme esperanzas, ya hubiese dejado de tomar los medicamentos y me resistiría a acudir al hospital para las transfusiones.
¿Qué fe podía incentivar? ¿La de Pedro? Que como buen alumno de escuela religiosa se acordaba de Dios sólo cuando le urgía la desgracia. ¿La de sus padres? Que repetían actos aprendidos y mecánicos: la misa del domingo, el rosario de cada tarde. En los que se pedía insistentemente por una mejora en su salud, por un milagro. Ella no tenía fe, ni creía en los ritos y, menos que menos, iba a caer en la bajeza de recurrir a un Dios que había ignorado toda su vida, para que ahora la sacara de la muerte.
—Es una prueba, querida… Dios pone pruebas… Pronto vas a mejorar. –aseguraba su madre.
¿Prueba de qué? ¿De Dios? Si Dios es tan cruel como para obligar a sus criaturas a pasar por pruebas como ésta… no quiero creer en Dios. Reniego de Él y de cualquiera que vuelva a pedirme resignación.
Pero estaba inmóvil y débil. Y se extinguía paulatinamente en la cama, como una lámpara que consume sus últimas gotas de aceite. Atada a una única esperanza que consideraba casi imposible y en la cual Jorge tenía mucho que ver.
Jorge no era como los demás amigos que tenían.
Cuando llega el final no todos lo soportan. Cuántas personas queridas quedaron en el camino porque no supieron acompañarnos, porque no teníamos nada para ofrecerles. Nada más que una situación económica deteriorada por los tratamientos y la carencia de fuerza y tiempo para brindarles una amistad continua.
—¡Es un loco lindo! Un bohemio modernizado que se lo pasa leyendo. ¡Sabe un montón del tema que se te ocurra! Pero está algo chiflado… lo que no quita que sea buena gente. –le había advertido su marido, antes de invitarlo a cenar la primera vez.
Y después de esa primera cena, Pedro perdió a Jorge para siempre. Porque, sin que ninguno de los tres se lo propusiera, Jorge y ella se volvieron confidentes, tan unidos como hermanos ligados por algo más fuerte que la sangre.
—Sangre, -le dijo Jorge- dos gotas de su sangre, es todo lo que necesitas. Si pudiéramos encontrar uno, te juro que lo exprimiría para poner dos gotas de su sangre en una de tus transfusiones.
Él aseguró que existían. Que había escuchado de fuentes fehacientes que varias chicas de la Avenida Japón desaparecieron en aras de su apetito.
—No son muchos, pero viven en la ciudad y salen a alimentarse en los barrios periféricos. Llevan la vida normal de cualquier vecino.
Normal. Jorge llamaba normal a salir a morder gente por la Avenida Japón.
—Te llevaría allí. Pero no te quiero muerta. Necesitamos que venga por propia voluntad, que te done ese par de gotas. Hay que esperar. –sentenció Jorge, en voz baja, para que Pedro no oyera desde la sala, luego de sugerirle abrir una casilla de correos y publicar un clasificado en La Voz del Interior cada mañana.
—¿Cómo sabemos que va a ayudarnos? ¿Quién dice que no nos va a devorar?
—Una duda es mejor que nada. No todos son malvados. Confiemos en encontrar uno con buenos sentimientos. Son ángeles expulsados del Edén. No fueron arrojados por cometer crímenes sino por rebelarse, por secundar a Lucifer en su intento de emular a Dios. Por eso no están en el infierno.
—¿Y si Dios no existe? ¿Si Lucifer y el Infierno son un invento de la literatura bíblica? Estarías equivocado.
—No me equivoco. Lo sé. Pero es tu decisión.
—Está bien. Publícalo.
Desde entonces, Jorge rescata las cartas de la casilla con la ansiedad de que ése sea el día. Sin embargo, siempre es lo mismo: neuróticos, místicos, maniáticos, obscenos.
“LO HARÉ. SIRE ÁNGEL”
Jorge sacudía la carta ante sus ojos, como quien ostenta una pancarta.
—¡Es él! ¡Es él!
—¿Cómo lo sabés?
—¡Lo sé! Fíjate en la firma, puso Ángel para que supiéramos que es quien buscamos.
—¿Qué es Sire?
—Es un título. Es un iniciador…
—¿Iniciador de qué?
—De vampiros, Isabel. ¿Lo comprendes? ¡Existen! ¡Realmente existen! ¡Y están aquí!
—¿Le escribiremos?
—No. no hay dirección, ni casilla de correo, ni nada. Tendremos que esperar. Él vendrá.
—No me dejes sola. No sé qué debo hacer.
—Trataré de estar contigo el mayor tiempo posible. No me lo perdería por nada del mundo. ¿qué le diremos a Pedro para que yo me quede aquí?
—Pedro duerme en la otra habitación hace meses, para no molestarme. Dile que tengo insomnio, que te quedas a darme charla.
Jorge no cabía en sí de la euforia. Se echó en el sillón junto a la cama, luego de haberle asegurado a Pedro que él la cuidaría, que era preferible no darle somníferos porque tal vez sólo estaba con ganas de desahogarse. Y que era mejor que él se fuera a dormir tranquilo como de costumbre porque alguien debía atender el negocio. Farfullando pero confiando en que Isabel estaba en buenas manos, Pedro aprobó la decisión al fin.
Pasaron cuatro noches, antes de que Jorge abriera los ojos y en el entresueño lo avistara. Pegó un salto y se puso de pie conteniendo el grito que le empujaba la garganta, en una mezcla de pánico y dicha por partes iguales.
—Vengo por la recompensa –murmuró deslizando su mirada sobre el pálido cuerpo de Isabel.
—Pide lo que quieras. ¡Lo conseguiré!
—¿A cambio de qué?
—Dos gotas de tu sangre… en la próxima transfusión.
—¿Y para ésto me molestaste? ¿Tan estúpido eres que no lo sabes?
—¿Qué cosa no sé?
—Yo no tengo sangre. Ningún vampiro la tiene.
—Entonces va a morir. Creí que tu sangre podía salvarla…
—Creíste mal. ¿Qué es salvarla? ¿Quieres convertirla en alguien como yo?
—Debe haber otra forma… sino no hubieses venido… el aviso decía que necesitaba que la salves…
—No te gustará saberlo.
—Entonces no me lo digas. ¡Hazlo!
—El precio es muy alto.
—Te daré lo que quieras. Lo que sea.
—Necesito calor. Debo usarte.
Jorge estuvo a punto de dar un paso atrás. Pero él ya lo había tomado por los hombros; cuando sintió la mordida en el cuello, se desvaneció. Lentamente pero no del todo. Era una sensación nueva; a pesar del sopor, podía oír y ver lo que sucedía, pero no podía moverse ni hablar porque ninguno de sus músculos le obedecía.
Isabel dormía profundamente. Las manos lánguidas corrieron la sábana y dejaron al descubierto su cuerpo delgado. Apenas el pulso de su respiración movía el pecho de forma tan suave que se volvía imperceptible.
El Sire olfateó en el aire primero y luego sobre ella. Desprendió los botones del camisón y comenzó a acariciarla mientras se desnudaba. Jorge hizo un esfuerzo demoledor por cerrar los ojos, no quería verlos. Cuando lo logró, la pesadez que lo embriagaba era tan poderosa que creyó que soñaba con los gemidos de una bestia encelada, con los ruidos tenebrosos que hace un león mientras mastica a su presa. Cada tanto, volvía a sentir el mordisco en su propio cuello y nuevamente recomenzaba la vorágine de ecos salvajes llegados a través de su duermevela. Hasta que el sueño profundo se apoderó de él definitivamente y desaparecieron los sonidos por completo.
Despertó antes que lo hiciera Isabel, a tiempo para arreglarle las ropas e ir a la cocina en busca de un café que le despabilara el efecto de resaca que le presionaba las sienes antes de partir.
—¿Estás bien? –preguntó Pedro a la vez que entraba al dormitorio cargando la bandeja del desayuno.
Demasiado bien. Me siento plena por primera vez en mucho tiempo, tengo apetito.
—Sí. ¿Me veo mal?
—Te ves hermosa, como de costumbre. –respondió acariciándole el brazo.
¿Cuánto hace…? ¿Cuánto hace que no me toca, que no lo toco? Lo deseo tanto…
—Métete a la cama conmigo, por favor…
Pedro la miró con asombro, pero obedeció. Se deshizo de los zapatos y se metió entre las sábanas con cuidado. Sintió los brazos de ella, su olor, la suavidad de su piel, y el recuerdo de tantas noches compartidas lo empujó a la erección. Isabel buscó el contacto, se sentía mejorada y ardiente. Lo suficiente como para desnudarlo y olvidarse de todo aquello que no fuera su marido.
Nadie entiende cómo pude recuperarme de una enfermedad mortal de la cual nadie se recupera. Recobré mi peso y ya no necesito vitaminas ni tratamientos. Los médicos no salen del estupor e insisten en que la mano de Dios se posó sobre mi cuerpo. Fui su conejillo de Indias durante varios días, me efectuaron análisis de todo tipo y no hay dudas: estoy en perfecto estado de salud.
Jorge reapareció y encontró a Isabel de pie, andando de un lado al otro de la cocina, preparando la cena a la espera de que Pedro regresara del negocio.
—¿Me explicarás qué pasó?
—¿Para qué quieres saber? Estás sana. Te veo mejor que nunca.
—¿Estuvo aquí, verdad? El Sire… estuvo aquí y me dio su sangre.
—Si no lo recuerdas, tal vez sea mejor… No hagas más preguntas.
—Dime qué pidió a cambio.
—Yo pagué tu deuda. Al principio fue difícil de asumir, pero ya me estoy acostumbrando y le encuentro sus ventajas…
—No entiendo.
—No hay nada que comprender. Sé feliz. No le debes a nadie.
—Gracias, Jorge. No sé qué hubiera hecho sin ti.
Ahora recuerdo todo… la remembranza se me aparece como en un sueño irrompible…encapsulado… veo a Jorge reclinado en el sillón mientras el Sire lo consumía como a una botella que no iba a acabarse… veo mi propio cuerpo abierto entregándose a la pasión de quien intentaba moderar sus impulsos para no lastimarme, apretando los labios para resistir el deseo de hundirme los colmillos mientras me sembraba…Jorge debió advertirme… él dice que el Sire tiene buenos sentimientos, que ser malvado es una elección, que la deuda está saldada. Sospecho que pagó con su vida. Sólo viene cuando el sol ha caído y he descubierto un brillo terrible en sus ojos cuando vio manar sangre de una cortadura que me hice mientras cocinaba. Sé que no me hará daño. Es incapaz de ello. No es a él a quien temo, sino a lo que vendrá: estoy embarazada… Pedro no cabe en sí de la alegría. Yo también estoy feliz… pero lo estaré más cuando tenga la certeza de que mi hijo no es el precio.
233- Lo haré. Por Lau Ledesma,Enviar a un amigo Imprimir
Para hacer una película a medias entre Polanski y Carpenter.
Mucha suerte.
Está muy bueno mi tesoro, me gustó mucho. Te dejo un gran abrazo y besos para todos y cada uno en especial…Los amo y extraño mucho
Aunque me dió un poquiito de miedo de pensar en sangre y vampiros.
Esta muy bien logrado.
SUERTE
ALICIA (Alvit Oillart)
Me sorprende la extension, te conozco de cuentos breves, pero no me sorprende porque conozco tu talento. Te quiero mucho y Suerteeeee!!!!
Muy bueno tu cuento Lau, te deséo muchos éxitos. Neli ♣
Veo que sólamente el comentario de Hóskar es de alguien que no te conoce personalmente o que no es de tu familia o amistades. Yo espero que tengas muchos comentarios que no sean parciales, porque tu cuento es excelente, me gustó mucho. es un cuento en donde están presentes la muerte, la vida, el vampirismo y el sexo, todo contado de magnífica forma. te felicito lau.
Curioso asunto el de los seudónimos y el anonimato, pero tampoco viene al caso incidir en más tonterías a estas alturas.
Sobre su relato, Lau —sin entrar en asuntos ortográficos y de correcta puntuación, que luego se me puedan echar en cara, pero con la recomendación de que trate de mejorarlos—, le diría que es preferible no ver tanta televisión ni películas de vampiros, aunque incluso es posible que sea lector/a de esa serie nefasta de éxitos juveniles sobre chupadores de sangre y se haya visto influenciado/a por ellos.
Su relato es bastante mediocre, la verdad, y mentiría si le dijera otra cosa.
Sí es meritorio el hecho de presentarse a un concurso y quizá no tanto el sucumbir a las alabanzas vacías de familiares y amigos.
Pero siga intentándolo, que público ya tiene.
Suerte.
A mí también me ha gustado. Me parece un relato estupendo, lleno de cosas interesantes y bien contado. Suerte
Un relato entretenido, bien hilado y de fácil lectura. Me gustó
Simplemente malo, sin «diplomacias»…
Cuántas cosas pasaron tras el tabique mientras dormías a pata suelta, ¿eh, Pedro?