Aquel día se completó la metamorfosis que llevaba semanas percibiendo, la extinción definitiva de la cordialidad inicial, de los gestos amistosos para con el nuevo integrante del grupo, de la cooperación profesional aparentemente desinteresada. Aquél fue el día en el que vio culminarse el cambio, radical e irreversible, en la actitud de sus cinco compañeros.
Los mismos compañeros que, justo un par de meses antes, en su presentación social, habían jaleado la decisión de su jefe de reforzar el departamento para hacer más llevadera la carga de trabajo.
Porque la empresa donde acaba de ingresar gozaba de un prestigio incuestionable dentro del sector, pero ganado, en buena medida, gracias al esfuerzo descomunal de profesionales con una dedicación exclusiva e interminables jornadas de trabajo.
A él, que conocía sobradamente esta circunstancia, lejos de intimidarle o desmoralizarle, era un hecho que le motivaba especialmente: se había planteado su estancia en la compañía como un periodo de instrucción, un curso práctico impartido por la élite del gremio, la formación perfecta para aspirar no sólo a ganarse con solvencia holgada la vida, sino también a posicionarse como el experto más reputado de la profesión.
Y por eso desde el primer día se tomó cada jornada como una concienzuda sesión de aprendizaje, prestando atención a cada palabra e iniciativa de sus cinco experimentados compañeros, ofreciéndose a ayudarles en todo lo que procediera, aunque ello implicase acabar haciendo trabajos más propios de un becario que de una prometedora incorporación.
Esa actitud, de compañerismo manifiestamente servil, le valió para integrarse en el grupo en apenas una semana. Primero lo enrolaron en la rutina del café: empezaron a invitarle a salir fuera, a media mañana, acompañado por dos o por tres de ellos. Allí se ganaron su confianza, compartiendo con él los cotilleos que discurrían por los mentideros más selectos de la empresa, sus opiniones íntimas sobre los miembros destacados de la clase alta de la compañía, sus críticas ofensivas sobre el personal de otros departamentos.
Luego le enseñaron fullerías, bastante sofisticadas, que le permitirían destacar por encima de sus homólogos de la competencia. Trucos de la profesión al alcance, únicamente, de profesionales de dilatada carrera y que hubiesen dispuesto de múltiples oportunidades para ponerlos en práctica y perfeccionarlos.
Y, por último, le inculcaron la idea de que ellos eran el grupo más selecto dentro de la compañía, el verdadero origen y sustento de su prestigio, y que por ese motivo, como podía comprobar todos los días, los demás les miraban de lado, acomplejados al saberse inferiores y, cómo no, enfermos de envidia malsana.
Así es que cuando llevaba un mes en la empresa y su jefe les convocó a todos para la reunión de lanzamiento de un nuevo proyecto, el joven recién contratado asistió a la misma con una confianza en sí mismo que le predispuso, sin miedo al fracaso, y sin más demora, a empezar a demostrar cuál era su valía y hasta dónde llegaban sus aspiraciones.
Y así es que una vez que el jefe realizó la presentación, y tras la invitación del mismo a que todos expusiesen las estrategias a seguir, no respetó jerarquías ni antigüedades y tomó parte en la lluvia de ideas exhibiendo una personalidad, una desenvoltura y una clarividencia que dejó descolocados a sus compañeros y gratamente impresionado a su superior.
El impacto en los cinco veteranos podría haber sido mitigado si el jefe hubiese elogiado sus logros como instructores, pero no sólo no se manifestó de esa manera, sino que sus únicas palabras fueron para la reciente (y aparentemente brillante) incorporación.
Una vez que el jefe abandonó la sala, su mirada chocó con el inexpresivo ademán de indiferencia de sus cinco compañeros. Acostumbrado a los elogios por los trabajos nimios e intrascendentes de las últimas semanas, y exultante como estaba, consciente de lo acertado de todas sus intervenciones durante la reunión, esperaba alguna enhorabuena, cuando menos, algún gesto cómplice de felicitación. Pero no se produjo ninguno.
Acabó la tarde tan borracho de satisfacción que, aunque extrañado, no paró a pensar más en el asunto: toda su atención la concentró en disfrutar del momento y en alimentar, si cabía más, su agrandada autoestima.
La jornada siguiente comenzó con la misma sensación victoriosa con que se había cerrado la anterior. Y fortaleció ese sentimiento el hecho de que, todos los compañeros de otros departamentos con los que se iba cruzando, lo saludaban más cohibidos aún de lo que solían hacerlo. Estaba seguro de que su notable intervención había trascendido más allá de las paredes de su departamento y de que sus vecinos lo veían ya como el inminente prodigio de la compañía.
Al llegar a su puesto de trabajo sus cinco compañeros lo saludaron con total normalidad, de nuevo sin hacer referencia alguna a la reunión del día anterior. Al menos, y no sabía si era debido a sí mismo o al ambiente creado por sus colegas, no parecía tan afectado por esa omisión como lo había estado al finalizar la reunión. El cambio lo notó más tarde, cuando, llegada la hora habitual, propuso salir a tomar un café y sólo obtuvo disculpas por parte de todos para no acompañarle.
Aunque no quiso considerar el hecho más que una anécdota, en el fondo se sintió herido, y recurrió de nuevo al recuerdo de las elogiosas palabras del jefe como bálsamo para calmar el daño causado por aquel desdén.
Pero, a medida que transcurrían las horas, se dio cuenta de que la reacción de sus compañeros era un enojo más serio: ni una palabra demás, ni una anécdota espontánea para compartir entre todos, ninguna de esas paradas que tanto agradecía cuando alguien se daba cuenta de que llevaban demasiados minutos enfrascados en el trabajo. Sin malas caras, sin muestras de descontento, pero con una actitud tan aséptica que no era necesario más para percibir el reproche.
Cuando, casi al final de la tarde, ya había decido reconocer ante sus compañeros que se había equivocado, que había pecado de petulante e irrespetuoso, e iba a disculparse, recibió la llamada de su jefe, invitándolo a pasar por su despacho.
Dudó entonces entre informarles inmediatamente de la llamada o esperar a volver de la reunión. Pero, finalmente, con los mecanismos de reflexión estratégica alterados por la tensa incomodidad del día, acabó por decírselo con un tono jovial que pretendía sonar a disculpa. Mientras caminaba emocionado y fabulando hacia el despacho de su superior comprobó, por primera vez en veinticuatro horas, que las miradas de sus cinco compañeros denotaban evidente fastidio o, incluso, hasta rencor.
El jefe, una vez que lo tuvo sentado enfrente, se deshizo en elogios para con su vertiginosa progresión. Le confesó que sus cinco compañeros ya le habían hablado muy positivamente de su potencial y de su actitud, pero que le parecía, y la reunión del día anterior lo ratificaba en su opinión, que no estaban explotando como se debía todas sus virtudes, desaprovechándolo, muchas veces, en vanas labores de secretario y frenando un ritmo de aprendizaje que, era evidente, podía mejorarse. Por eso había decidido que trabajaría con sus compañeros en aquel nuevo proyecto de igual a igual y, para garantizar que no sería ninguneado, se encargaría de elaborar y presentarle personalmente los informes semanales del avance de los trabajos.
Sólo cuando volvió a sentarse en su sitio, y se vio en la obligación de describir a sus compañeros el organigrama para el nuevo proyecto, se dio cuenta de las repercusiones que tal noticia podría acarrear. Por un instante, y por segunda vez en la tarde, dudó a la hora de escoger el tono para exponer la situación. Al final le pudo la vanidad, recién fortalecida, y optó por explicar los nuevos planes con un toque de arrogancia y suficiencia, mientras esperaba, un poco temeroso, a ver la reacción de sus colegas. Como ya pasara un día antes, ésta no se produjo en ningún sentido. Todos encajaron la noticia con la misma impasibilidad que mostraban en su rostro antes de recibirla.
Desde aquel día asumió su nuevo papel en el departamento con orgullo y renovado entusiasmo. Mantenía las mismas virtudes que un principio pero abandonó su actitud servil. Apenas necesitó media semana para mirar directamente a los ojos a sus compañeros, para rebatir sin contemplaciones las medidas propuestas que no le convencían, para levantar la voz cuando no se le prestaba la suficiente atención. Impuso un ritmo de trabajo severo orientado a cumplimentar puntualmente los informes requeridos por su jefe.
A la misma velocidad a la que ganaba autoridad y elogios por parte de su superior, iba perdiendo el favor de sus compañeros. No volvieron a compartir ni un solo café, ni fuera de la oficina, ni en la sala de ocio, donde, aunque la frecuentaba, siempre llegaba cuando los otros ya se iban. Las conversaciones espontáneas e informales se sustituyeron por intercambios de opiniones profesionales, incluso cuando era él quién las abría con la intención de relajar el ambiente. Y, por supuesto, ninguno volvió a aconsejarle o enseñarle viejos trucos del oficio, aunque en algún momento se lo pidiera, aduciendo que nunca antes se les había planteado la situación para la que pedía consejo.
Él, aunque ocupado por el vertiginoso ritmo de trabajo y animado por los constantes aplausos de su superior, no dejaba de apreciar los notables cambios que se habían producido desde su llegada. Alguna tarde, cuando volvía a casa, sopesaba la posibilidad de reunirse con sus cinco colegas y aclararles sus intenciones. Hacerles saber que no pretendía perjudicarles, ni pasarles por encima; que su único deseo era hacer su trabajo de la manera más óptima posible; que su ambición era triunfar, cierto, pero para integrarse en la élite profesional que ellos representaban. Que, en definitiva, y le parecía totalmente lícito, lo único que quería era aprovechar esa temprana oportunidad que se le brindaba para ser uno más, para ganarse su admiración y respeto, y para acometer junto a ellos empresas más ambiciosas que las de un simple becario.
Y, una noche de insomnio, tras mucho meditar, decidió que no podía retrasar más el sentarse con sus cinco compañeros y explicar la situación.
A la mañana siguiente llegó a la oficina y se encontró un ambiente denso como si la atmósfera fuese de agua. Nadie lo saludó. Al principio, y aunque les buscó la cara, todos lo observaron de soslayo. Una vez sentado, sus miradas, ya directas, se preñaron de desprecio y de odio. Lo atravesaban, como si mirasen a su través, y sus rostros se desfiguraron en un ademán de repugnancia que le provocó una nerviosa sensación de temor.
Aplazó el comentarles que iban a reunirse más tarde y decidió concentrarse en su trabajo. Pero le fue imposible. No podía dejar de vigilarles, mirando de reojo, observando asustado sus intercambios de señas. Y de esa forma, al ver a los cinco individuos acercándose a la mesa, sintió auténtico terror. Se levantó para hacerles frente, cuando ya lo tenían cercado, pero el chorro de voz necesario para recriminarles se le ahogó en la garganta. Allí, delante de él, como en una fantástica pesadilla, sus compañeros comenzaron a hincharse dentro de sus trajes hasta desgarrarlos con violencia. Entonces se le aparecieron unas anatomías inesperadas: brazos que eran alas, troncos de denso plumaje y, lo más intimidador de todo, donde debiera de haber visto piernas aparecían formidables patas de buitre con uñas negras y aceradas.
Perdió el resuello y el ritmo cardiaco se elevó hasta hacerle doler el pecho. Instintivamente se giró, buscó una ventana y la abrió, pensando en salir por ella. Tuvo el tiempo justo para oír el batir de cinco pares de alas y para sentir en la nuca el aire, bruscamente desplazado, que provocó su caída al vacío.
Mientras caía vio una confusión de alas, plumas y garras que asomaban por la ventana por la que acaba de precipitarse. Y, justo antes de reventar contra el suelo, también pudo apreciar los rostros de aquella infame turba de arpías, que observaban su descenso, obscenamente satisfechas.
250- Desenlace laboral. Por Arponero,Enviar a un amigo Imprimir
Real como la vida misma. La envidia escondida detrás de cada mesa y de cada sillón giratorio.
Mucha suerte.
Excelente relato que linda con lo fantástico, además muy bien escrito. me recordó el caso de un fulano al que se le dió una granoportunidad en la compañía donde yo laboraba. después de preparlo cerca de dos meses, lo enviaron a una filial de la compañía, en donde duró tan sólo un día por su actitud soberbia que rayaba en lo grosero. felicidades
Aquí estoy, devolviéndote la visita y asaltando tu barco.
Me parece una historia interesante, con un mensaje claro y, lo mejor, sin duda, las imágenes del final, bien conseguidas. En realidad, esas imágenes hacen que el final esperado (y anunciado) no defraude. La prosa es correcta (aunque hay algunas erratas tipográficas), bien escrita, sin florituras superficiales.
Tu forma de organizar los párrafos es totalmente opuesta a la mía, con abundantes punto y a parte y doble espacio. En mi opinión, algunos punto y a parte deberían ser punto y seguido, la vista lo agradece, pero se rompe lo que debería estar continuado. Como decía, es mi opinión.
Sólo te pondré dos peros en la escritura: la frase «lo atravesaban, como si mirasen a su través», es una terrible redundancia… Y la frase «se elevó hasta hacerle doler el pecho», en la que el doble infinitivo resulta un poco raro, si me permites decirlo de esa forma. Tal vez sería más adecuada «se elevó hasta hacer que le doliera el pecho».
Y una reflexión: el lector siempre agradece un poco más de intensidad. La historia está muy bien contada, pero resulta un poco plana hasta que llega el desenlace.
Me gusta el tema y la historia. Las descipciones son buenas pero quizá abusas un poco de ellas, lo cual me impacienta como lector. El final es un pelín abrupto pero el toque fantástico/paranoico le da un plus.
Mucha suerte.
Os agradezco a todos el esfuerzo de leerme y la deferencia de comentar algo sobre el relato. Encontrar comentarios es siempre una placentera sorpresa.
A la ciudad puedo decirle que, en diez años, he trabajado en empresas pequeñas, muy pequeñas, muy grandes y grandes. En todas ellas siempre, siempre, me he topado con medradores que no difieren mucho de los descritos ni de los tópicos más utilizados. Me he inspirado en ellos.Me alegro que te haya gustado. Muchas gracias por lo de «Excelente».
A mi Pirata favorita debo decirle que cualquier elogio que provenga de su teclado ( historia interesante, imágenes bien conseguidas) para mí ya es un gran premio. Te admiro desde el primer comentario tuyo que leí. No sé, cosas de la química literaria. Y sí, hay un montón de detalles que, leídos cinco días más tarde, cambiaría sin lugar a dudas. No sé si os pasa lo mismo a vosotros pero, en mi caso, si vuelvo a leer lo que acabo de escribir soy incapaz de detectar los errores más clamorosos. Lo ideal para depurar un texto es crearlo, dejarlo un par de semanas cerrado, y luego volver sobre él. De no hacerlo así, y de releerlo al día siguiente, lo único que consigo es leer lo que creo que escribí, no lo que realmente he escrito. Y Desenlace laboral, aunque es una idea a la que venía dándole vueltas bastante tiempo, la escribí el domingo pasado entre las siete de la tarde y la una de la mañana. Volver sobre el texto no me servió de nada.
El estilo directo y poco florido se debe a dos motivos: por un lado, me gusta, sinceramente. Y por otro, cuando trato de adornarme el resultado es malo, como de novel pretencioso, y eso me crea un desaliento que me espanta y que condena mis inquietudes literarias durante semanas: prefiero la página en blanco a la página encursilada. Cuando os leo a algunos de vosotros (me ha encantado el texto del odiado Antístenes), siento sana envidia y sueño con que algún día, cuando pueda dedicarle el tiempo suficiente a esta afición (en la jubilación, si es que llego a ella o si sigue existiendo para cuando me toque), llegaré a manejar la simbología como vosotros.
A Seres Entrópicos también le tengo gran simpatía: a parte de por un relato que me agradó sobremanera (me gusta más cuanto más lo leo, especialmente el pasaje del barco, y sigo viendo cierto parecido a Millás), porque es autor de aprovechables y comedidos comentarios. De alguna forma me transmites buen rollo, y creo que eres un buen tipo.
Estoy de acuerdo en que mis descripciones pueden llegar a ser muy pesadas. Me pasa en la vida real, cuando hablo y pretendo explicar algo: no paro hasta justificar y aclarar cada punto de mi discurso, las razones que me llevan a pensar de esta o aquella manera. Como dice mi esposa (la Samuelena del relato número 96), el menor día mato a alguien a vocablos. Y no es algo de lo que me sienta especialmente orgulloso. Trato de ir simplificado mi discurso. Muchas gracias.
Muy bien Arponero, un relato interesante, en el que yo veo la inseguridad y el sentido de culpa absurdo del protagonista, eso es lo que yo saco de este relato que me ha gustado mucho.
Hab´ia pasado antes por tu relato y no acabe´ de leerlo porque, a mi entender, formalmente tiene problemones. Hay duplicidades, alguna frase que rima, otras que empiezan igual. Los puntos y aparte en muchos casos deber´ian ser seguidos, palabras y construcciones que se repiten demasiado… Pensaba dejarlo pasar, pero al leer tu comentario de arriba, me he dado cuenta de que eres tratable y consciente de que hay algunos errores, adem´as ´este, el comentario, est´a muy bien redactado.
Finalmente he terminado el cuento y tiene detr´as una historia y un trasfondo interesantes, y un finalazo.
ser´ia una pena que lo dejases tal cual, si lo revisas un poco creo que puede ser un texto realmente notable, lo ´unico que le falta son un par de horas de correcciones.
Y s´i, a m´i tambi´en me pasa que tras dar a la tecla de «enviar» es cuando se me vienen a la cabeza todas las meteduras de pata que he cometido en cada escrito.
Suerte
Arponero, te auguro un buen futuro en esto de las letras porque tienes de lo que muchos adolecen: humildad y consciencia, imprescindibles para hacerlo mejor cada día. Por cierto, el relato 96 es muy bueno (ya lo comenté en su día), así que me da envidia sana la fortuna de tener tan cerca a alguien con quien puedes compartir tu afición.
Totalmente de acuerdo con tu reflexión. Se dice que Shakespeare tenía la capacidad de escribir prolijamente sin tener que borrar una frase, pero los que no estamos tocados por ese don necesitamos acudir a otras argucias, tales como dejar «en barbecho» el relato, que es como yo le llamo a dejar el texto sin releer hasta que pase el tiempo suficiente para que el escritor se despegue del texto y pueda tratarlo con cierta (nunca será total) objetividad. Entonces viene el incesante trabajo de corregir errores y pulir la prosa, si la obra lo merece, o de tirarla a la papelera si descubrimos que las musas nos tomaron el pelo (siempre podremos echarle la culpa a ellas).
Respecto a las florituras, «let them say more that like of hearsay well; I will not praise that purpose not to sell» (soneto XXI de Shakespeare).
Desde luego la prosa es excelente, fluida. La historia es interesante y, en cuanto a su final, el recurso fantástico de los buitres, para explicitar un asesinato grupal, es muy bueno… Pero… Se rompe el ritmo narrativo con tanto punto y aparte sin venir a cuento y no estaría mal aligerarlo un poco de alguna reiteración.
En todo caso es un trabajo digno de estar en la final.
Suerte.
Apreciado (y admirado) Antístenes: no sabes hasta qué punto tus palabras son una inyección de moral. Por lo menos, por lo menos, para seguir intentándolo un año más. Soy de los que piensan, desde el principio, mucho antes de recibir tus elogios parciales, que tras las expresiones tajantes y bruscas se enconde un crítico sincero, cruelmente franco, pero sincero al fin y al cabo. He seguido todos tus comentarios; al principio por morbo (no lo niego) pero después por el mero placer de ver tus ocurrencias y, en especial, para fijarme en aquellos textos que señalas como buenos y emplear mi excaso tiempo en ellos y en confirmar que tenemos ideas y criterios muy parecidos. Creo, sinceramente, que alguién tendría que agradecer tu brutal esfuerzo de leer y analizar los trabajos de todos y cada uno de los concursantes, y además dejar comentarios muy alejados de los arquetípicos (también habría que agredecérselo a Hóskar Wild y a la ciudad, aunque su estilo sea distinto).
Y sí, estoy de acuerdo contigo en lo de los puntos y a parte. De hecho, cuando el lunes vi editado el texto, y antes de volver sobre él, lo primero que me llamó la atención fue lo extraño que se precibía en pantalla, con párrafos tan raquíticos. Puedo asegurarte que a día de hoy no sería capaz de escribir algo como «Seis balas» o «Los días del perdedor»: los miro como Salieri puede mirar una partitura de Mozart, magníficos e inalcanzables. Pero una mejor distribución de mis «micropárrafos», de no haber tenido que escribir el texto a carreras, alternando el teclear con el cambio de pañales de la niña, el baño dle niño, la cena,… créeme, eso sí que podría haberlo hecho. Pero en fin, está visto que en la vida no se puede tener todo: o se disfruta de los peques o se curra uno los textos.
Por eso, compañeros todos en general, y en particular los que os habéis acercado hasta este rincón 250, no sabéis hasta qué punto celebro vuestras intervenciones.
Perdón por lo de excaso.
Y por el «alguién».
Tan real como la vida misma….
Pues sí, Luzzz9, esta clase arpías profesionales no son, precisamente, una especie en peligro de extinción. Yo me he topado (y tengo que tratar) a un montón de ellas. Y, tristemente, ahí tenemos el caso reciente de France Télécom, donde el arrojarse por las ventanas es algo más que una metáfora. El mundo laboral, creo que hoy más que nunca, es el escenario perfecto para el individuo descrito por Thomas Hobbes: el hombre actuando como un lobo contra el hombre.
Espero que te haya gustado el relato. Gracias por tu lectura.
Buen relato. Me mantuvo concentrado hasta el final y, aunque éste me pareció que se adentraba en el mundo de la fantasía, en realidad puede ser más real de lo que parece. Un brote esquizofrénico favorecido por el estrés laboral podría desencadenar esas alucinaciones. Por otra parte, la inadaptación social en un puesto de trabajo, en mi opinión, no siempre es debido a la envidia sino más bien a no disponer de estrategias que te permitan quedar bien ante los jefes sin ningunear a los colegas. Enhorabuena y suerte.
Un buen relato, que describe con exactitud hasta donde pueden llegar las envidias laborales. En el final me ha gustado la imagen metafórica de los buitres, aunque quizás el desenlace es muy rápido, deberías haber mostrado más el efecto que la actitud de los compañeros iba causando en él. Es una opinión personal, claro está.
Enhorabuena y suerte.
Me ha gustado mucho. El final previsible lo resuelves estupendamente con esa transformación en aves de rapiña, lo que vuelve a llamar la atención hasta el final. Tienes mi voto ya lo creo.
Es un relato visual y descriptivo que ha sido escrito como el autor lo ha sentido y deseado. Y hasta ahí, punto.
En el tratamiento del conflicto trasciende una postura escéptica y una percepción crítica y desengañada del entorno. En absoluto complaciente. Si como decía Breton, el buen gusto es una lacra formidable, el relato en su desarrollo no pierde las buenas maneras, como podía fácilmente haber ocurrido dado el escenario y los personajes. Para mí es lo más interesante.
La redacción, apenas con mínimos resquicios, nunca hace agua.
Y el final, echando mano de esos reinos extinguidos y mitológicos poblados de seres imposibles, posee un aire de invención desatada. Muy bien.
Apreciado Edward:
Estoy totalmente de acuerdo contigo en que, a veces, uno está «forzado» por las circunstancias (¿cobrar un sueldo a fin de mes que permita alimentar tres bocas?) a hacer cosas que, aunque no sean tan deleznables como el asesinato o el robo, sí son, por lo menos, para sentir un poco de vergüenza y autodesprecio. El hacer un doble, o triple juego con los compañeros es una de ellas. Créeme, cada día me trago más bilis, pero veo el entorno laboral y recuerdo mis experiencias (tengo 35 años y el paso por cuatro empresas distintas), y se me quitan las ganas de dar un salto más… Hasta que note que es eso o dejarme caer por la ventana. Gracias por tu lectura.
Admirada Roberta B.:
Efectivamente, el desenlace de mi relato es demasiado abrupto, fruto de la limitación de espacio y la falta material de tiempo para repasar el texto. Entre la primera oración, donde se habla de una metamorfosis, y la última, donde se alude explícitamente a que los compañeros se han transformado en arpías (tal vez lo eran ya, pero estaban ocultas bajo su envidiable carrera profesional), lo ideal, lo que deseaba, era justificar, y describir, el cambio. No sólo en ellos, también en el protagonista. Pero eso me habría llevado mucho más del puñado de horas que le dediqué a la historia. Ahora que veo las reiteraciones que emborronan el relato, y que me restaron palabras para desarrollar el argumento como quería, me da una rabia terrible. Pero, en fin, me acostaré con la esperanza de hacerlo mejor a la próxima. Muchas gracias por tus palabras.
Querido Cánquel:
Me alegra leer tus opiniones, pues a todos (y supongo que a los principiantes más) nos enorgullece recoger elogios sinceros. Y, en este caso concreto, votos. A veces (yo creo que en todos mis relatos) se me ocurre una idea prometedora, en ocasiones brillante, y hago que toda la historia gire en torno o se dirija a ella. Y no lo digo con gratuita jactancia: doy a leer esos relatos a mis amigos y todos, sin excepción, destacan la idea madre de mi trabajo y, las más de las veces, obvian el resto. Aquí, querido compañero, creo que ha pasado lo mismo. Y, bueno, dentro de lo malo, es preferible a no haber acertado con nada. Te agradezco que te hayas dado un paseo por el espacio 250.
Y por fin tú, Luc, uno de los primeros críticos que leí en el concurso y, sin duda, uno de los que más me gusta, si atendemos a estilo, contenido y modales. Por eso tus palabras las recibo con especial ilusión. Y me alegra que una de las intenciones que tenía al comenzar mi relato (la corrección al servicio de la crítica directa) te haya llegado con claridad. Me gustaría conocer un sinónimo de gracias que no sonase fuera de lugar, pero como no es así, lo repito una vez más: gracias sinceras.
Estimado Arponero.
Tan sólo quería dejar constancia de mi agradecimiento por el comentario que dejaste en ‘Cartas desde París’. He seguido tus comentarios en otros relatos y es un placer encontrarse con personas como tú, que anteponen el respeto y la educación a otro tipo de actitudes de dudosas intenciones. Si me admites el consejo, ten cuidado con las arpías. Haberlas, haílas.
Toda la suerte del mundo para el Certamen.