premio especial 2010

 

May 05

–          Naturalmente que naturalmente – dice el Señor

–          Por supuesto. Naturalmente! Y como bien dices, no podemos ofrecer ningún tipo de garantías, hay que evitar correr riesgos – dice el alto ejecutivo

–          Yo no he dicho eso, Señor – dice el Señor

–          Ah no? Y entonces qué coño estás diciendo? – dice el alto ejecutivo

–          … que te puedes ir a tomar por culo. Tú y tu puta madre!! – dice el Señor. Para acto seguido propinarle una soberana ostia a cámara lenta visualizando el contacto de los nudillos con el pómulo, abriendo una brecha que requerirá media docena de puntos. La sangre del fulano se esparce por doquier y unas gotitas mancharán la firma de los Contratos originales; allí donde pone “Apoderado”. Habría preferido golpearle con el canto del móvil en la cabeza hasta abrirle un boquete y esparcir sus sesos por el jodido despacho de la planta 50 del maravilloso edificio acristalado, pero esta puta tecnología de los cojones es cada vez más reducida y, a todo lo más, podría matarnos de cáncer o acaso por ingestión accidental  – Mierda! – piensa el Señor después de abrir la puerta para largarse con intención de iniciar algo útil en su vida, en el mundo, sin saber exactamente qué hacer, sin comprender muy bien la practicidad de lo útil.

 

El Señor sale del despacho con la corbata manchada de sangre. Dejó de lucir por siempre su excelente sonrisa de vendedor, sus movimientos pausados robóticos en corriente continua a semejanza de la vieja saga ‘Star Wars’, sus oportunas y frías ocurrencias, su solícita y falsa consideración, su voz modulada de formal caballero inglés entonada con su perfecta logopédica vocalización audible en su sempiterno ejercicio de comunicación sin tacha, los acontecimientos perfectamente previstos y calculados para la firma, todo ello quedó atrás como una lejana reminiscencia del pasado. Y mientras tanto, algunas secretarias y eunucos trajeados han iniciado su particular competición de grititos histéricos.

–          AyAy!!

–          Avisen a seguridad!!

–          Qué ha pasado?. Oh!. Dios mío. Un atentado!!

–          Ahhh. Un médico, me sofoco!!

–          …

–          Joder, creo que voy a vomitar – murmura el señor para sus adentros mientras se dirige pausadamente hacia el ascensor y guiña el ojo a la telefonista que es muy gorda y rubia teñida, pero que tiene pechos muy prominentes y una sensual voz de viciosa. La zorra, gravemente seria, involuntariamente sonríe de repente; muestra una sonrisa rota por la ansiedad, al borde del llanto. Y por mucho que al señor le ponga ver cómo se le corre el rímel, sin entender exactamente por qué motivo, la secre está caliente. Ella ya ha arrancado; se imagina deseada y se humedece pensando en su suave e hidratada piel con cremitas muy caras enrojecida por los pellizcos de su último amante, su carne fofa agitada por los manoseos sobre su vestido arrugado en la cama de matrimonio de su actual novio; casado y medio impotente.

–          Adiós guapa, que os follen – Dice el señor a modo de despedida para la atractiva telefonista simpática.

 

Desde el imponente edificio acristalado pueden verse, si se les presta atención, las cortinas de agua meciéndose, indolentes, en viscosas caricias por sus ventanas. Fuera está lloviendo a raudales. La tormenta arrastra suciedad y cenizas en su esfuerzo para devolver la naturaleza a su primigenio pasado con su desordenado ejército de rayos y truenos, precedido por densos y oscuros mantos de agua envueltos en vapores de olores ancestrales. La tierra mojada anuncia la persistencia de la materia orgánica con su infinidad de gusanos y bacterias en su particular batalla contra los monstruos de cemento y asfalto, pero nunca será suficiente; pues el silicio de nuestros cerebros gana terreno reproduciendo unas sinapsis absurdas que devoran el amor del hombre.

Pierde su mirada en la tormenta dejándose llevar por su influjo, anticipándose a una sesión que desea por encima de cualquier placer que pueda proporcionarle un buen revolcón o un gran cliente; que a la postre siempre derivarán en un mal polvo. Su cerebro acumula mucha estática a causa de las declaraciones contenidas en las medias promesas, de las decisiones que concluyen por la lógica particular de las verdades inquebrantables y del sometimiento al yugo de los recibos de la hipoteca.

Donde otros liberarían tensiones quemando incienso, él percibe con claridad meridiana que debe, con urgencia, calzarse sus zapatillas ‘Asics Nimbus’ y perderse en un camino sin retorno; paso a paso, controlando su respiración y dominando, con la potencia de sus pulmones, el ritmo de sus zancadas; sintiendo el boom-boom de los latidos de su corazón hipertrófico hasta en la más minúscula de sus venas y arterias palpitando por reventar o seguir, acompañar el vuelo sobre los metros de terreno que se deslizan bajo sus pies en el golpear constante de rodillas y articulaciones con movimientos síncronos de todo su cuerpo en la particular danza de sus brazos con los relevos coordinados del tronco inferior y el zigzagueo inapreciable de su cabeza; deslizándose entre el viento que acaricia su frente secándole el sudor de la cara hasta que nuevas gotas reaparezcan para empapar su pelo, su nuca, su espalda, sus axilas, animándose hasta llegar a la próxima curva, hasta la próxima cuesta que encarará sin aparente esfuerzo, con la misma determinación y la vista más allá proyectada por el rictus de su rostro transformado en el agónico esfuerzo aeróbico; concentrado en los próximos cien metros, confiando en la garantía de sus cuádriceps tensados, expresándose a través de sus duras líneas orgullosas que endurecen y relajan sobre cada impacto con absoluta precisión desde cada una de sus exhalaciones.

–          El inesperado Ding anunciando la llegada del ascensor interrumpe sus reflexiones. De sus puertas aparece un guarda de seguridad con galones, gafas de sol, impecable traje negro, pelo ralo, corpulento, algo encorvado; sin duda por la edad, un ridículo cordoncito le cuelga de la solapa, avanza dos pasos para salir y no entorpecer las idas y venidas del continuo circular de uno de los varios ascensores con los que cuenta el edificio para encararse con él – Eres tú el loco – dice quien se supone que manda en el zoo

–          Quiero irme, tengo que hacer – dice el Señor

–          Primero tendrás que pasar por mi despacho

–          Serás tú quien me lleve? – el Señor no puede evitar el esbozo de media sonrisa, esperando, concentrado en la botonera del ascensor

–          Mis chicos. Hace tiempo que yo dejé de ensuciarme las manos con capullos como tú

–          Eres un mierda, lo sabes

–          Los tienes bien puestos pero estás loco

–          De qué tienes miedo cabrón? Me tienes miedo a mí?

–          Los tienes bien puestos, ya hablaremos en mi despacho – las últimas palabras del jefe de los seguretas se pierden en un eco amenazador, abruptamente interrumpido por el estallido de nuevas exclamaciones de la muchedumbre prisionera en el edificio acristalado. Por causa de la tormenta que ha cortado el suministro eléctrico un ambiente sin rostro, iluminado solamente por las débiles bombillas del sistema de emergencia, anuncia aquello que ya es terriblemente inevitable.

–          Tus chicos tardan – dice el Señor, muy cansado, hundido por la nostalgia de su imaginación, añorando situaciones que no ha vivido, debatiéndose por lealtades a personajes que no existen, arrastrando el peso del vacío de una causa por la que poder luchar, con la mirada fija en la punta de sus zapatos.

Olas embravecidas en la marea alta de adrenalina saturan cada una de sus terminaciones nerviosas en la tensa espera. Está todo a punto para arrancar, el inicio de una competición basada pura y simplemente en rebasar sus propios límites, preparado para el imprevisto, listo para no parar; seguir y seguir más allá del agotamiento. Impaciente por sumergirse en su propio karma y desconectar en un trance que le permite mantenerse ajeno al malvado mundo real, unido a éste tan sólo por su respiración sincronizada con los latidos del corazón que siente cómo se acelera por momentos, cómo se prepara para su particular ignición. Visualizándose a sí mismo en carrera, escupe en el suelo para liberar tensión.

–          Estoy aquí gilipollas! – dice el Señor a las voces jadeantes que han subido por las escaleras y tropiezan con mesas, escritorios, lapiceros y monitores de ordenadores en el preludio del caos que se organizará en la planta 50, lúgubre antesala del infierno. Una masa de gorilas descerebrados con bocas abiertas y babeantes se abalanza sobre él batiendo sus porras de goma, envalentonados por la rabia de poder ostiar de forma impune e inminente a un mendrugo con corbata, fino y desarmado. Incomprensiblemente, del hilo musical empieza a sonar Molotov.

 

… Marica nena… puuto, puuto… matarile al maricón… y qué quiere este hipo de puta? Quiere llorarr, quiere llorarr…

 

Y con la música, el mágico sonido de las guitarras se eleva en un denso manto de niebla; blancamente iluminado por los rayos que surgen de la luz de la luna, que penetra a través de sus oídos por los que se introducen en tromba apocalípticos acordes que incitan a la rebeldía en reacciones salvajes de un libre espectro de sonidos eléctricos que se apoderan de todo; cegando la razón, la conciencia le abandona para asomarse ocasionalmente en fragmentos de luz estroboscópica provocando dolor… Un trozo de carne le molesta en su boca, está cruda, tiene el sabor salado de la sangre caliente al masticar sus cartílagos… su pie se hunde sorprendentemente fácil en las costillas de un gorila que se arrastra por los suelos, cediendo éstas para rasgar los pulmones… sus nudillos han dejado de doler inflamados golpeando una mandíbula… salta como un felino enloquecido, rabioso consigo mismo, sobre el más gordo de los que le rodean sin la seguridad absoluta que sea uno de los gorilas o alguno de los oficinistas trajeado…

… Viva Méjico cabrones!… dame, dame, dame, dame todo el power…

 

… grita, con la boca abierta en silencio, los brazos abiertos en cruz, arrodillado sin ya poder sostenerse, llorando sin lágrimas con su cabeza inclinada hacia atrás…

 

La bondad ruge furiosa, atrapada, prisionera y vencida en el ojo del huracán. Engullida y arrastrada por la tormenta. Maltratada como un viejo muñeco de trapo, harapiento y roto por los zarandeos de violentos vaivenes. Cualquiera puede oír sus maldiciones que van más allá de decibelios audibles aunque nadie atiende ni entiende. El clamor de su ira se alza sobre los autómatas insensibles, inconscientes de sus osados intentos de someter a la madre naturaleza que les reserva el más salvaje de los castigos bíblicos por sus impíos sentimientos de metal y por sus actos. En la lucha de fuerzas; el Ying y el Yang se funden sometiéndose a sus enormes campos de fuerzas, a la vez que se repelen por inexplicables razonamientos cuánticos que desenvuelven una realidad escondida de pavorosas consecuencias. Un coro, siguiendo el ritmo seco y sordo de sacrílegos timbales, de voces infantiles que pueden revolotear como rojos diablillos perversos toda vez que se abrió la caja de Pandora; acompaña, o provoca, o mitiga, la destrucción de las inertes e impías obras de sus acólitos, arrebatando la belleza de la osadía de los impuros. Arrastrando con ellos al edificio de metal: Sus estructuras de acero y hormigón sometidas en una grotesca performance de plásticas formas inconcebibles, sus paredes acristaladas estallando en un mar de añicos, sus plantas derrumbándose unas sobre otras, sus moradores habitantes del imperio de las termitas envueltos en carros de fuego eléctrico de sus sistemas colapsados que escaparon de cualquier intento de control. Las alarmas, en un convencional argumento de desesperación, siguen sonando tristemente en el vacío de la hermosa sombra del edificio acristalado que jamás se alzará de nuevo.

Surge corriendo de entre el horizonte; en su ruta diaria, al ritmo de siempre, con sus sensaciones habituales. Sólo hay castigo; sin perdón, ni culpa. Sin redención.

50-Pandora. Por Miquel de Roure, 3.0 out of 10 based on 13 ratings

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6 Responses to “50-Pandora. Por Miquel de Roure”

  1. Antístenes dice:

    Empiece por aprender lo mínimo del castellano…

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  2. Ágata dice:

    Parece un relato juvenil, donde el lenguaje y la acción son los protagonistas.

    Suerte

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  3. Miquel de Roure dice:

    Oh! Gracias, por la lectura, los comentarios y las pretendidas lecciones de castellano…

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  4. la ciudad dice:

    Miguel: no te vayas a ofender, pero tu texto se me hizo cansado, pretencioso y lleno de improperios que podrían no venir al caso. lo siento

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  5. HÓSKAR WILD dice:

    Otro que se ha cansado de soportar tanto imbécil con corbata y tanto guardia de seguridad al servicio de lo políticamente correcto.
    Mucha suerte.

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  6. Miquel de Roure dice:

    Gracias de nuevo. Por cierto Sr. Hoskar, me parece una descortesía no corresponder sus comentarios con la lectura de su relato… Pero no lo encuentro, donde cojones está?? … Upps, recórcholis, perdóneme ‘la ciudad’

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