Yo fui siempre una niña algo tímida, con una gran imaginación. Y un terrible defecto, eso sí: era sensible en exceso. Ser una persona sensible en esta sociedad en la que vivimos es una gran desgracia. Mi vida transcurría lamiéndome pequeñas heridas; cualquier cosa —una mala nota, un insulto de una compañera, un grito de mi madre…— me afectaba de forma desmedida.
Así fui creciendo, intentando evitar todo cuanto pudiera herirme. Me volví bastante retraída; iba de casa a la facultad y de la facultad a casa. Apenas contaba con un par de amigas, sin embargo, mi vida transcurría apacible y yo me encontraba satisfecha.
Un día conocí a un chico; alto, moreno, con una preciosa sonrisa. Yo estaba acabando mi carrera de traductora, él trabajaba en una multinacional. Me resultaba difícil creer que se hubiera fijado en mí; se tomaba todo tipo de molestias para arrancarme una sonrisa, una palabra. No pude resistirme a su encanto. Nos casamos pocos meses después. Yo, profundamente enamorada; él, por la necesidad perentoria —incluso para mí se haría evidente a los pocos meses— de tener a su disposición alguien a quien dominar.
Al principio fueron sólo malas caras; yo intentaba agradarle a toda costa, pero sentía que todo lo hacía mal. Me reprochaba a mí misma ser tan torpe y pasaba las horas ideando maneras de complacerle. Luego empezaron los insultos y enseguida llovieron los golpes. Me pegaba cada vez más a menudo y yo seguía culpándome. Embarazada de tres meses, sufrí un aborto tras una de sus palizas. Reaccioné al fin. Aproveché su breve reclusión en la cárcel: cambié de nombre, de ciudad, de trabajo. En definitiva, desaparecí.
Decidí renunciar a ese mundo exterior cruel y vacío, hacia el que sólo albergaba aborrecimiento.
Primero dejé de ir al supermercado; encargaba la compra por Internet y me la traían a casa. Unos meses más tarde, ya compraba todo lo que necesitaba en la red: muebles, velas de colores perfumadas, deliciosas mantas de cachemir, jabones y geles fabricados sólo con productos naturales, con los que el baño nocturno se convertía en un placer voluptuoso.
No me resultó difícil encontrar empleo; llevaba varios años traduciendo informes comerciales de todo tipo, era buena en mi oficio y, con las nuevas tecnologías y el apoyo de un mensajero de vez en cuando, no tuve ningún problema.
Trabajaba en un gran escritorio de madera clara frente al ventanal de la terraza. Allí, mientras tecleaba incansable, las estaciones se deslizaban ante mis ojos. En primavera florecían los crocus amarillos y morados, unas semanas después las rosas banksiae lutea cubrían la celosía de color amarillo bebé. Cuando ya se acercaba el verano, las hortensias reinaban en los dos macetones de cerámica, con sus inflorescencias azules realzadas por el verde esmeralda de las hojas dentadas. Y así hasta el otoño, donde los pensamientos tomaban el relevo. Los tallos desnudos del cornus alba alegraban el invierno como un coral en dique seco.
En cualquier rincón hacia el que dirigiera mis ojos encontraba belleza. Todos los objetos en torno a mí estaban llenos de encanto, y sólo con mirarlos me invadía el bienestar. Sin yo misma saberlo, había llevado el cocooning, una tendencia que se extendía por occidente, hasta sus últimas consecuencias.
Iba tejiendo mi capullo poco a poco, haciéndolo cada vez más acogedor y placentero. No sentía ninguna necesidad de cruzar la puerta que separaba mi confortable piso del desorden que reinaba ahí afuera. Mi hogar era mi fortaleza, y yo eludía a la adversidad encapsulada entre sus sólidas paredes.
Todas las pasiones que movían el mundo entraban en mi refugio a través de los libros y la música. Atesoraba las vivencias más sublimes sin temor a que pudieran descontrolarse y causarme dolor.
Por la noche, tras llevar al salón mi bandeja con la cena —en la que no faltaba mi preciosa vajilla floreada de porcelana inglesa y una servilleta de hilo— encendía la televisión y veía las noticias. Los horrores que se sucedían sin pausa en la pantalla: terremotos, violaciones, asesinatos, casos de pederastia,… para mí se asemejaban a una tarde de lluvia torrencial en la que yo, envuelta en una suave manta y con la chimenea encendida, contemplaba las gotas de agua tratando de atravesar los cristales sin conseguirlo.
Creía que nada horadaría jamás la coraza protectora de mi guarida; que sólo saldría de allí un día lejano, cuando algún vecino preocupado me encontrara tendida sin vida en mi cama, entre enormes almohadones y sábanas blancas de tira bordada, ramos de flores y velas aromáticas.
Me equivoqué una vez más. La crudeza exterior no ceja hasta que se cuela por los resquicios de las puertas o por las ranuras de las ventanas.
Mi marido me encontró.
Trece años después, cuando casi había logrado borrar de mi mente mi vida anterior, se presentó en mi casa. Llamó al timbre y yo abrí confiada, pensando que sería el portero que había quedado en arreglarme el grifo de la cocina esa mañana. A pesar de su pelo algo más canoso seguía igual que siempre; lucía en su cara la misma mueca burlona y despreciativa que yo recordaba tan bien y que me erizaba los pelos de la nuca.
Me empujó a un lado y asaltó mi refugio. Deambuló por el salón observándolo todo, con los brazos cruzados sobre su pecho mientras con el dedo índice golpeaba rítmicamente su labio superior. Se detuvo frente a mi escritorio; paseó su mirada sobre los papeles bien colocados, el ordenador encendido, el pequeño jarrón de cristal de Bohemia que albergaba un lirio solitario. Sus ojos se posaron sobre mi taza de porcelana favorita, en la que solía tomarme un té todas las mañanas frente a la terraza. Atisbó dentro de mí, y algo debió encontrar, pues su sonrisa burlona se ensanchó aún más; alzó la taza del platillo y de repente, los dos dedos que sujetaban el asa se abrieron dejándola estrellarse contra el suelo. Me mordí los labios para no gritar.
A continuación, entró en mi dormitorio. Abrió de par en par las puertas de los armarios con violencia, buscando algún signo de la presencia de un hombre en mi vida; noté cómo se hinchaba de satisfacción al no hallar ni rastro de ella entre mis vestidos. Sacó el cajón de la mesilla de noche y volcó su contenido sobre la cama, mancillando con sus dedos despiadados objetos que yo consideraba casi sagrados; fotos de mi padre, unos viejos cuadernos del colegio, invitaciones de cumpleaños ya lejanos. Acechando mi reacción comenzó a rasgarlos uno a uno mientras yo miraba impotente desde la puerta, sintiendo que era mi alma la que se desgarraba.
Tomando objetos de aquí y allá, procedió a un meticuloso aniquilamiento; arruinando en pocos minutos toda la belleza que me había costado años reunir a mi alrededor.
Cuando, implacable, terminó su orgía de destrucción, se volvió contra mí.
Se puso en pie a mi lado, sofocándome con su alta estatura. Apoyó el pulgar contra mis labios temblorosos y fue deslizando poco a poco el dorso de su mano por mi mandíbula en una caricia asfixiante que bajó por mi cuello y se detuvo sobre mi pecho.
Permanecí inmóvil, sintiendo los latidos de mi corazón atronar en mis oídos. Esperando. No duró mucho la espera; la mano que poco antes me acariciara se estrelló contra mi rostro con tanta fuerza que me derribó.
Yo sabía muy bien lo que vendría a continuación.
No me importó. Quería morir.
Tampoco en eso me acompañó la suerte. Cuando el portero subió a mi piso, le extrañó mucho encontrar la puerta abierta; entró sigiloso y al percibir la terrible mezcla de golpes sordos y gemidos ahogados, decidió avisar a unos vecinos. Entre todos consiguieron reducir a mi marido y me salvaron la vida.
Creo que la ironía más cruel se ha cebado conmigo. Llevo semanas llorando sin consuelo; los médicos me regañan; me dicen que debería alegrarme de estar viva. Y yo me pregunto ¿de qué me sirve la vida, si he perdido la esperanza?

Felicidades por el relato; muy bien escrito, muy logradas las descripciones que me han hecho imaginar a la perfección a los protagonistas y lo que les rodea. ¡Suerte!
Es un relato tan triste como real, el de los malos tratos es un tema que me preocupa bastante. Quizás se hace un poco lento al principio, y la acción se desarrolla demasiado rápida al final.
No pierdas la esperanza, te deseo suerte en el certamen.
Muchas gracias por leerlo y por vuestros comentarios.
Tremendo relato. Hace meterse en la piel de la protagonista.
¿No pierdas la esperanza? Jajajjajaja. Menuda sentencia.
En fin, el relato está muy bien escrito aunque no me gusten demasiado las temáticas de problemas sociales en literatura; pero ojo, sólo en lo literario, no soy insensible a ellas. Es cuestión de gustos, lo que no implica que no se aprecie la calidad de lo escrito.
Mucha suerte
Un cuento técnicamente intachable, cuidado en cada línea de su redaccíón. Yo hubera abreviado algún párrafo, y omitido, por ejemplo, datos como los nombre botánicos, en aras de la fluidez de su lectura. Es un relato idóneo para alterar el tiempo cronológico en beneficio del narrativo. Pero, insisto, todas las formas de redactar son respetables. Y del tema, para qué hablar: de los de a pie de calle y telediario.
Tenéis bastante razón en lo del tema de los malos tratos. Es verdad que está muy visto aunque no deja de ser tremendo; pero os podéis creer que cuando empecé a escribirlo para nada pensé en que iban a ir por ahí los tiros? Es lo que tiene escribir sin un plan serio; pero es que si no no me sale…
A Escritor en desuso: lo de no pierdas la esperanza era por continuar con la última frase del relato, no porque me parezca que es malo. Quiero puntualizarlo, no me gusta ofender a nadie.
Estoy de acuerdo con Luc, yo hubiera empezado el cuento por el final y después ir desvelando el resto.
No te preocupes Capitan Wentwhort, a mí me pasa algo parecido, sin quererlo hay cuestiones que me asaltan, y creo que los temas sociales no tienen que estar reñidos con la buena literatura, la clave está en la forma de abordarlos, en realidad todo los temas están vistos.
Lo dicho, suerte.
Gracias, RobertaB, por la puntualización. En ningún momento me he ofendido, creo que hay que aceptar los comentarios sean buenos o malos. De todo se aprende.
Muy bien relatado, te hace sentirlo como si lo estuvieras viendo representado en una obra de teatro. Como final esperaba un final feliz.
Muy duro. Yo ahora estoy trabajando con temas de violencia de género y conozco de primera mano situaciones similares. Gracias por dejarnos su testimonio, ficticio o no, de este tipo de situaciones. Su escritura no desmerece en absoluto mención especial,enhorabuena. Qué seríamos si la escritura? sin esa herramienta que se configura en cada uno de nosotros de forma tan diversa, distinta, única. Sin ella, sin la escritura,sin palabras no seríamos capaces de conocer todos esos mundos posibles o imposibles en los que habitamos o en los que imaginamos habitar. Mucha suerte Capitán.
Muchas gracias a todos por vuestros comentarios y por dedicar unos minutos a leer este relato.
Un relato al que le sobran varios párrafos explicativos desde que ella decide marcharse. Desde mi punto de vista pierde interés.
Es un relato que toca un tema candente.
Gracias por exponerlo.
Suerte!!
Gracias Abeja, Luz.
Tal vez me reitere… Pero este relato es un «rebotado» de cualquier certamen celebrador del «Día de la Mujer». No entro a analizarlo, pero que conste que me lo he leído…
Gracias Antístenes, yo también te quiero…
La verdad es que, cuando he empezado a leerlo y me he dado cuenta de que el tema iba de malos tratos, he estado a punto de dejarlo, pero le he querido dar una oportunidad por si acaso encontraba en él algo diferente, un nuevo enfoque, sorpresa o encanto. Una vez que el marido la encuentra, mi ilusión se desvaneció. Qué pena.
Tratándose de temas tan manidos, hay que buscarse la vida y dejarse los sesos para que resulten atractivos. Está bien escrito, pero tampoco tiene una prosa que enganche por sí misma, cuando el tema no ayuda.
Seguro que tendrás otros relatos con temática más envolvente.
Suerte.
Muy de actualidad pero, ¿alguien se atreverá en algún momento a escribir algo sobre el maltrato femenino?
Mucha suerte.
He sentido miedo imaginando a este tipo apareciendo por la puerta, rompiedo con risa socarrona sus cosas. Está muy bien, realmente haces que ella se vuelva complice de quien lee la historia. Suerte
Muchas gracias a todos por leer mi relato. Buscaré los vuestros si estáis.
historia bien escrita, triste lo que le pasa a esta «princesita». un relato más sobre el maltrato a la mujer, he contado alrededor de diez. suerte
Bueno La ciudad, como dice un profesor mío, no es tanto lo que cuentes como cómo lo cuentes (aunque no digo que yo no pueda contarlo fatal). Hay un relato «Bajo al super» por Safo, que tb va de malos tratos y me ha parecido muy original y bien escrito; mientras otro «María llena eres de grasa» por Coquito que a pesar de que el tema puede parecer original, ya que es de los pocos relatos que podríamos decir que es erótico-irreverente, me parece que la estructura es pobre y está lleno de faltas y lugares comunes. Por eso para mi el tema no es lo más importante, aunque pueda compartir tu opinión de que la violencia contra la mujer es un asunto que se ha tratado en innumerables ocasiones.
De todas formas gracias por dedicar tu tiempo a leerme. Un saludo.
Me ha gustado tu relato, Capitán, y está bien escrito. Aunque echo de menos una cosa: la voz de los personajes.
Mucha suerte.
Gracias, Ágata. Te buscaré…
Opino que es entretenido y que está correctamente escrito, pero me parece corriente en forma y fondo.
Mucha suerte
Saludos.
Me ha gustado mucho Capitán. Y pienso que todo lo que se escriba sobre este tema es poco. Hoy han muerto dos mujeres más y mi alma se encoge un poquito con cada una. Hay que saber de lo que se habla, y tú lo expresas muy bien.
Me gustaría poder cambiar el final, no porque no me guste, sólo por vislumbrar hoy un poquito de esperanza.
El tema del maltrato tampoco es mi preferido, aunque por desgracia está de plena actualidad y sabemos que no es fácil de solucionar por los comprometido que puede ser para la víctima. No obstante, pienso que el relato está muy bien narrado y te lleva sin preámbulos hasta el final.
Los comentarios son diversos como siempre. El de Antístenes sin comentarios…jajajajajaja ( no tiene arreglo), y concretamente el de Hóskar Wild es interesante. ¿Cuantas mujeres maltratan a sus parejas aunque sea sicológicamente?
En fín…como siempre son temas a debate.
Un saludo