premio especial 2010

 

May 07

El vapor de agua presente en el aire aumentaba el sudor de las manos de Alberto, ansioso las secaba con la camiseta vieja que usaría para el crimen, aun se sentía incapaz de hacerlo, pero no tenía alternativa. Se vistió de luto con una camiseta que nunca había usado y un pantalón que le hacía ver más delgado de lo normal. Su mente recorría los episodios de su vida al lado de su madre, recordaba sus palabras de la semana pasada, llorando desconsolada por la ruina de la familia.  A las doce de la noche los calmantes lograban su máxima eficacia, su víctima descansaba boca arriba en un sueño profundo, la cama se veía enorme. Las ventilaciones de Alberto aumentaban, el sudor escapaba a chorros por sus poros, con la camiseta roída embadurnada de sarín cubrió la boca de doña Estela, sus ojos de repente se abrieron completamente pidiendo ayuda, el temible gas le causó una muerte instantánea. 

Alberto quedó inmóvil, incrédulo frente a su obra. 

–         Realmente ya no sé cómo ayudarle señor Rodriguez.

–         Estoy pensando en algo, deme sólo un instante.

–         Mire señor Rodriguez, su situación no es sencilla, entenderá que como abogado de oficio debo atender varios casos, no puedo seguir horas frente a usted en una conversación sin sentido, así que entre más pronto me explique, mejor.

–         ¿Le gustan las historias de policías? El otro día estaba pensando en escribir una, era de un policía que  nunca capturaba a ningún delincuente ¿se imagina? todos se reían de él…

–         Perdone que lo interrumpa, la verdad es que no tengo tiempo para esto. He revisado su expediente, entiendo que su padre cayó en desgracia ¿tiene algo que ver esto con su comportamiento?

–         Amo a mi padre, es un buen hombre.

–         Lo que se desprende del expediente es que su familia tenía negocios  transparentes, pero al quedar usted a cargo empezó a importar licor y cigarrillos de contrabando, su padre se declaró culpable para protegerlo.

–         ¿Sabía usted que el padre de Shakespeare fue acusado de comercio ilegal de lana?              – replicó Rodriguez, eliminándole importancia a las palabras del abogado-

–         No lo sabía y creo que no viene al caso.

–         Imagínese, tenían una posición privilegiada y quedaron en la ruina, ¡Ah! como el padre de Cervantes,  ambos fueron detenidos, pero en este último caso el motivo era una vieja deuda.

–         Vea usted, que coincidencia –comentó el abogado con un interés mal fingido- Señor Rodriguez, ¿podemos avanzar? – respiró profundamente- Existe la posibilidad de que podamos alegar incapacidad absoluta por demencia, las situaciones en las que se ha venido involucrando tienen episodios francamente subnormales. ¿Es cierto que en la mitad de un club de judíos gritó varias veces ¡que viva Hitler!?

–         Esperaba  que me obligaran a irme a otro lugar.

–         Es extraño, tenía usted una vida absolutamente normal, su esposa al testificar  mencionó que solía ser un esposo ejemplar. Disculpe la indiscreción, ¿cuándo empezaron sus tendencias homosexuales?

–         ¿Tiene que insistir en ese episodio? Le ofrecí disculpas a ella por eso, no soy el primer hombre que parece heterosexual y resulta acostándose con otro, ¡es usted un ignorante!, ¿Ha leído la carta en la que Goytisolo le ofrece disculpas a su mujer por su homosexualidad?

–         No la he leído y  espero que modere su tono o dejamos acá la conversación.

–         ¡Léala!

–         ¡Respóndame! –le ordenó el Dr. Rait,  ya sin ningún esfuerzo  por disimular su impaciencia- ¿Cree usted que todo fue desencadenado por la culpabilidad que le generó dejar a su familia en la ruina?

–         Yo quería un origen humilde, quería tener que luchar por pertenecer a una familia de clase alta,  ¡sufrir alguna desgracia!  El destino me acomodó  en una familia perfecta, pudiente, de padres felizmente casados, ¡ni siquiera la llegada de estos tiempos modernos ha logrado separarlos! Parecen personajes de un cuento infantil, de uno muy malo, un cuento al que ni el más ingenuo de los niños le encontraría gracia.

–         Bueno, pues era usted un afortunado.

–         ¿Con esa misma mediocridad me va a defender? El dolor es el motor de grandes cosas.

–         Señor Rodriguez, -el abogado cambió dramáticamente el tono de la conversación- aparte de sus negocios ilícitos, bastante graves,  sus insultos contra los judíos, extraños pero legalmente insignificantes, quiero que sea usted consciente de que estamos frente a una acusación de asesinato. La señora Adela, su tía, asegura que usted mató a su hermana, es decir, a su propia madre Alberto. No me cabe en la cabeza que un hombre sano cometa semejante atrocidad. He venido para ayudarle, trato de reunir argumentos para demostrar su incapacidad mental, estoy esperando el dictamen forense del juzgado para presentar una defensa sólida, lo único que le pido, por su bien, es que me diga la verdad. -El abogado se puso en pie y con las dos manos en el escritorio acercó su cara a la de Alberto hasta incomodarlo con su desagradable aliento, producto de la mezcla entre café y cigarrillo- respóndame con toda sinceridad, ¿usted, Alberto Rodriguez, la noche del martes 3 de febrero mató a su madre?

–         Siempre he tenido una muy buena relación con mi padre, ¿sabía que Javier Marías y su padre eran muy unidos?, es típico que use características de su padre en sus personajes.

–         El Dr. Rait estaba atónito, no podía creer la respuesta de su cliente, -¡señor Rodriguez, por favor!-

–         Es que no le había contado, él perdió a su madre cuando era muy joven, bueno, no es el único, a algunos les ha ido peor, ¿ha escuchado usted de Juan Marsé?  ¿Ya le hablé de él, no? pues lo cedieron, se ve clarísimo el reflejo de esa sensación de orfandad en sus textos.

–         Sr. Rodriguez, tengo que partir, esperemos a ver qué nos dice el forense, pediré una audiencia especial al juez para comentarle algunos detalles de su caso, esto es lamentable.

–         Por primera vez, desde que estaba preso Alberto dejó ver un gesto de preocupación, llevó ambas manos a su rostro, cubriéndolo casi completamente.  Tras una larga pausa, abrió sus manos, levantó la cabeza y adelantando que la respuesta sería positiva preguntó            -¿Estoy perdido, cierto?-

–         Sr. Rodriguez, volveré a visitarlo pronto, tal vez otro día resulte productiva la reunión          –tras estas palabras, el Dr. Rait dio la espalda, lleno de lástima se disponía a cruzar la puerta del pequeño salón -.

–         Alberto gimoteó para llamar su atención, tomó aire como si fuera a hacer una reveladora confesión –  ¡Dr. Rait!  –exclamó-  yo sólo necesitaba un tema para escribir, sólo quería ser un gran escritor.



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4 Responses to “66- Papel tan Blanco. Por Carmelita”

  1. Luc dice:

    La idea es buena, pero le encuentro cierto desorden en su desarrollo. Mucha suerte.

  2. Antístenes dice:

    Aprenda que la acción se separa con puntos. «…las manos de Alberto. Ansioso, las secaba… Aún se sentía…». En fin, siento decirle que no he seguido al leer que Alberto se encontraba «incrédulo ante su obra». Confío que otras personas sean menos exigentes que yo…

  3. la ciudad dice:

    la idea es buena, pero pienso que no está bien desarrollada. suerte carmelita

  4. HOSKAR WILD dice:

    ¿Quedarán asientos vacíos en la Real Academia para tanto corrector de estilo? Buena historia, muy visual.
    Mucha suerte.

 

 

 

 

 

 

 

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