Unos finos tacones de aguja martillean las losetas de la acera. No pisan el centro de cada una de ellas, evitando los gastados bordes, por casualidad. La superstición hace que cada pisada aterrice en ese sitio exacto. Alguien le ha contado que si atropellara descuidadamente los márgenes, las consecuencias podrían ser inexplicables…
Una mujer camina por la acera con paso lento y vacilante. El sonido metálico que van imprimiendo sus tacones al golpear las grises baldosas resuena en la distancia. Se dirige al encuentro de un nuevo destino que permanece latente sin especificar.
Unas zapatillas de deporte corren sobre las mismas losas de la misma acera. Un calzado que pisa firme, inequívoco y veloz transporta a aquel hombre que rebasa a la mujer por la izquierda sin detenerse a pensar dónde cae exactamente cada una de sus pisadas.
Ella le sigue con la mirada mientras él, ajeno a toda presencia, se pierde en la distancia.
La mujer sigue caminando por la acera pisando cautelosamente cada una de aquellas figuras geométricas que abrazan a sus suelas. Sus pasos distan mucho de ser uniformes. Incluso alguno de ellos tiene una ligera apariencia desgarbada, sin duda debido a su afán de imprimir su huella en el centro del baldosín. Porque ella, de desgarbada, no tiene absolutamente nada. Siempre se ha considerado una mujer elegante, aunque el infortunio haya decidido fijarse en ella.
Finas gotas de lluvia empiezan a golpear la superficie para después deslizarse resbalando por los contornos. La mujer abre su bolso y extrae el paraguas plegable de diseño que la acompaña a todas partes para resguardar su cuerpo de la nueva invitada vertical procedente del cielo. No mojarse con gotas de lluvia. Una más de las múltiples manías, quizá estúpidas, que hacen que los demás la consideren una «mujer rara».
Creencias que ha ido adquiriendo con el paso de los meses.
Dobla la esquina y se topa cara a cara con el corredor usual que minutos antes la había adelantado. Se ha detenido bajo un balcón para resguardarse también del aguacero casual que ha propiciado que ella se fije nuevamente en él. Su tropiezo, aunque no ha sido un choque brusco, sino tan sólo un fino roce, hace que todo en ella se desestabilice. El contacto físico no la agrada, y mucho menos si es imprevisto y repentino. Pero, de pronto, se siente cautivada por los ojos masculinos. Unos enormes ojos grises en los que ella se pierde irremisiblemente y que hacen que, inesperadamente caiga desmayada en unos brazos vigorosos que la atrapan al vuelo impidiendo que todo su cuerpo sea un amasijo de carne que agravia indecorosamente los bordes de las baldosas. Ella se recupera rápidamente al sentir el tacto de una piel extraña en su piel.
Una piel extraña que, por fin, la devuelve a la realidad.

Relato desordenado que a mi me ha gustado especialmente, la imaginación para escribir es espectácular, pero demasiadas divagaciones hacen que se diluya un poco. Aún así me gusta
Empiece por aprender el significado de las palabras, no las coloque unas tras otras simplemente porque le suenen bien… ¿Cómo diablos unas figuras geométricas «abrazan» a unas zapatillas?… Y sólo le indico éste, por ser el último que le leo. Me disculpará, pero no sigo.
En todo caso, mis mejores deseos.
Yo pienso que, lo de las figuras geometricas que abrazan a sus suelas, puede ser una metáfora poética. De todos modos creo que el relato comienza bien pero termina muy precipitado, deberías desarrollara más la idea. Suerte.
Cada cual tiene sus manías y su propia forma de conectarse a la realidad.
Mucha suerte.
simpático relato. creo que todos podemos tomarnos todas las licencias poéticas que queramos en lo que escribimos. suerte