premio especial 2010

 

May 13

Había salido deprisa de su casa, ya iba tarde. Cerró la puerta blasfemando por qué el despertador no había sonado, no era la primera vez que le pasaba y tal y como estaban las cosas por la empresa no podía llegar otro día tarde. Mejor ir en el metro- pensó- no arriesgaré a perder otra media hora buscando un aparcamiento. Así que se encaminó hacia la entrada más cercana. Apenas bajó las escaleras sintió el hedor, volvió a blasfemar para sí mismo prometiéndose que jamás volvería a bajar allí, cada vez había más gentuza tirada por el suelo, no podía comprender como permitían aquello. Subió al metro de la línea cuatro. Había tenido suerte, acababa de llegar y apenas tuvo que esperar, se quedó en pie, alejándose todo lo que pudo para no tener ningún tipo de contacto con nadie, no soportaba que lo empujaran, ni que se sentaran a su lado, por eso siempre permanecía de pie, dejaba caer su espalda sobre la pared para no tener que agarrarse a nada, a ningún sitio donde todo el mundo antes había tocado, miraba su reloj continuamente, todavía tenía tiempo suficiente y observaba con repugnancia a la gente que había en el vagón, deseando que las puertas se abrieran lo antes posible. El metro hizo otra parada y la gente comenzó a bajar, estudiantes con sus carpetas, obreros con sus neveras, abuelos con sus periódicos, mujeres con sus hijos, algún que otro con  traje de chaqueta y su maletín, como él, que tal vez también hubieran cogido el metro porque llegaban tarde, por otro motivo no lo entendía. Y subieron más, iguales a los que habían bajado, siempre lo mismo y algunas putas con las medias rotas y las caras despintadas, sin disimular un cansancio por haber pasado la noche vendiendo sus asquerosos cuerpos por una mierda de dinero.

La siguiente era su parada, menos mal, el trayecto se le había hecho interminable.

Bajó tan rápido como pudo y comenzó a caminar hacia las escaleras. Entonces reparó en él. Había estado todo el tiempo allí, en su mismo vagón y le hubiese pasado inadvertido si no fuera porque notaba su mirada continua. Lo había reconocido y lo seguía. Subía justo detrás de él, apresuró su paso y el otro también, miró hacia atrás y le pareció que lo había perdido entre la multitud, pero lo vió sorteando a la gente para alcanzarlo. No sabía porque empezó a sentir miedo, no podía hacerle nada allí ante tanta gente. La cabeza le iba a estallar, no soportaba el desagradable ruido del murmullo de todo el mundo- ¡es que no podían callarse de una vez! – Se dijo a sí mismo. De repente sintió un sudor frío en sus sienes, al notar que casi lo había alcanzado, no podía dejar que le hiciera daño, tenía que llegar a su trabajo, lo iban a despedir, ya se lo advirtió el jefe de personal la última vez que llegó tarde, y todo por culpa de una mierda de despertador que a veces no funcionaba. Empezó a faltarle el aire y su respiración se aceleraba, notó las pulsaciones en su cuello, se aflojó el nudo de la corbata y aceleró todavía más su paso, casi se puso a correr. Y por fin vio la salida, estaba a punto de lograrlo, subir hacia el exterior y mezclarse con la gente, esa sería su escapatoria. Pero notó como le rozaban el brazo, lo había alcanzado. Su corazón se aceleraba, no iba a llegar tarde, no lo iba a consentir. Sacó un cuchillo de su bolsillo y se giró. Con todas sus fuerzas y su rabia lo hundió en el pecho del hombre, ni siquiera dejaba de hacerlo a pesar de que yacía inerte en el descansillo de la escalera, la sangre había teñido de rojo todo el suelo y chasqueó su lengua al ver que le había salpicado la ropa y no tenía tiempo de ir a cambiarse. Levantó la mirada al oir el grito de la gente. Tiró el cuchillo y sonrió. Lo había conseguido. Nadie le impedía ahora salir a la calle, todavía estaba a tiempo de llegar. Ya no tenía de que preocuparse, por eso se extrañó mucho cuando lo detuvo la policía. 

– Me estaba persiguiendo, me estaba persiguiendo, todo el mundo lo vió, yo solo quería salir de allí- Decía en voz alta por el pasillo del sanatorio.

– Acuéstese un rato, haga caso de lo que dice el doctor, tiene que descansar.- La enfermera lo ayudó a tumbarse en la cama ante la atenta mirada de un hombre despeinado que se fumaba un cigarro de cartón en la cama de enfrente.

– Me estaba persiguiendo, todo el mundo lo vio, no quería que yo saliera de allí, quería que llegara otra vez tarde…

– Sí, sí, ya me lo ha dicho- Lo interrumpió la joven.- Pero se ha portado mal otra vez, si quiere que le traiga su maletín tendrá que prometerme que será bueno y no se volverá a escapar de la clínica. Aquí tiene su despertador- Dejó el reloj encima de la mesilla de noche.- Ya está arreglado.

– Eso dices siempre y después me despierto tarde y tengo que coger el metro.

– Duerma, verás como sí se despierta temprano.- Y lo escuchó roncar cuando echaba la llave en la puerta de la habitación. 

Había dejado de comer, el almuerzo era asqueroso. Estaba sentado solo, esperaba que todos hubiesen terminado para no tener que soportarlos emitiendo esos desagradables ruidos al masticar. Bebió un sorbo de agua y la escupió al darse cuenta de que ese no era su vaso- Al menos podían limpiar la mesa antes de que se sentara otra persona– Dijo en voz baja. Cogió una servilleta y la limpió. Estaba a punto de levantarse cuando la vió. Lo observaba desde la puerta de entrada al comedor. Lo había encontrado. Tendría que pasar por su lado sí quería salir de allí, aunque era más seguro quedarse dentro, todavía quedaban muchos internos y celadores en la sala, ellos no iban a permitir que la mujer le hiciese daño. Miró la puerta del jardín, menos mal, estaba abierta, tendría que salir por esa.

Fuera hacía frío, quizás por eso no había casi nadie. Anduvo deprisa para llegar a su habitación rodeando la casona, pero de nada le sirvió, ella lo seguía, podía notar su presencia sin mirar atrás. Se acercaba cada vez más y no tenía escapatoria. Pero esta vez no apresuró más su paso, se paró y se quitó el cinturón. Ya estaba tras él. Soltó la bandeja de medicinas que llevaba en sus manos para intentar quitarse el cinturón del cuello, sus pies no tocaban el suelo cuando dejó de respirar. 

Estaba recogiendo las pastillas del suelo cuando le pusieron la camisa de fuerza.

116- La persecución. Por Paulena, 6.3 out of 10 based on 15 ratings

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7 Responses to “116- La persecución. Por Paulena”

  1. HÓSKAR WILD dice:

    La obsesiva sensación de creerse perseguido. Angustioso
    Mucha suerte

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  2. paulena dice:

    Gracias Hoskar Wild, por dejar tu comentario. Angustioso, me gusta ese adjetivo, de eso se trataba.

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  3. Antístenes dice:

    Lo primero es una ortografía básica…

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  4. la ciudad dice:

    muy buen relato. te felicito paulena

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  5. paulena dice:

    Gracias por dejar tu comentario la ciudad.
    Me paso a leer el tuyo, ya te dejaré mi comentario.

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  6. Granizo dice:

    Me parece que es un relato que tiene buen ritmo y que juegas bien con el tema de las diferentes realidades (la del tipo y la del resto, me refiero). Que tengas suerte.

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  7. minerva dice:

    Un relato muy duro, y que te sobrecoge desde el principio. Y también muy bien narrado. !Suerte!

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