Elena se había transportado a la casa del los Helmer, en Noruega y al año mil ochocientos ochenta . Sentía los aromas y sonidos de las distintas escenas que iba leyendo, sin percatarse de que había quedado sola en el inmenso salón de esa biblioteca pública, en el centro de Buenos Aires. No le estaba cayendo bien la protagonista: esa Nora culpable de fraude. Aunque sus motivos habían sido loables, como salvar la salud de su marido, no había visto en ella a la heroína trasgresora, que se suponía Ibsen había querido retratar en su bien titulada “Casa de Muñecas”.
No, definitivamente no era la heroína esperada.¿Qué sabía esa Nora de verdaderos sacrificios?
Llegó a la última página. Nora le decía a su esposo que era asunto terminado, que le dejaba las llaves , que las mucamas estaban al tanto de todo lo que incumbía a la casa, incluso mejor que ella, que al día siguiente Cristina vendría a recoger lo que había traído de su casa paterna. -Cómo?¿Va a dejar a sus hijos? ¡Si Nora no le había simpatizado al principio, mucho menos al final!
Cerró el libro y los ojos. El profesor de teatro había pedido que leyeran esa obra, afirmando que era un hito de la revolución femenina. Había sostenido que cuando Nora le decía al marido: ”Siéntate, tenemos que hablar..” se rompía el esquema del arquetipo de la mujer de fines del siglo diecinueve.
¡Pero qué decepcionante! ¡Huía! ¡La heroína huía! ¡Qué arrogante! La odiaba. Sí, odiaba a esa Nora que pensaba solo en ella, que había aprovechado y mantenido siempre su condición de muñequita: ¡Que los eduquen otros, yo no sé! ¡Ay, que lo haga otro, yo no sé!…¡Se aprende, nena, para eso está la vida! No, esa Nora nunca había amado, ni a Torvaldo, ni a su padre, ni a nadie. Había representado el papel, mientras le había convenido y no porque la época lo requiriera; Cristina Linde, la amiga, no lo había tenido que hacer. ¡No, esa Nora era una absoluta inútil!
Suspiró. Cuando abrió los ojos encontró la mirada penetrante de una mujer, sentada enfrente. Se apuró a levantarse y a tomar sus cosas para salir. En ese momento se dio cuenta del silencio y vio que en la biblioteca no había nadie más.
La mujer se ponía de pie. Elena la observó mejor, vio su sombrero extravagante, su rico vestido largo de amplia falda con polizón y la cintura afinada por algún tipo de corsé. No podía ser otra. ¿Qué estoy pensando? Nora es un personaje.
La mujer daba cortos pasos, bordeando la mesa hacía ella y señalándola con su mano enguantada.
-¿Así que se siente con autoridad moral para juzgarme?
Elena sacudió la cabeza, esperanzada en que la visión desapareciera.
-¿No me quiere contestar?- insistía, elevando su mentón a modo de desafío.
-¿Qué es esto?¿Alguna… broma?- Elena retrocedió.
-No. No es broma.
-Oiga. ¿Quién la mandó? –Tenía que ser una broma y los únicos candidatos eran sus compañeros del instituto -Sí, la mandaron Julio y Claudia ¿No? ¿Donde están? ¿Escondidos riéndose de mí? ¡Vamos, salgan!- la biblioteca seguía desierta y silenciosa-¿Quién eres?¿Una actriz?¡Mira el vestuario que te prepararon!
-Soy Nora. Y usted no me contestó. Me siento agraviada y necesito que aclare sus malos pensamientos hacia mí.
-¿Nora, eh? Pienso que no eres heroína alguna. ¿Eso?- Elena se ruborizó.¿Qué estoy haciendo? ¿Siguiendo el juego?- Bueno, ya está,…terminó la broma ¿Julio? Sí, seguro que son Julio y Claudia…Salgan, ya está…¡Pero qué locura!
-¿A quiénes habla? –dijo la mujer y miró a su alrededor.
-Bueno, digo, ya está bien- y otra vez recorrió el salón a los gritos-¿Ya se rieron a costa mía? ¡Salgan, no me voy a vengar!
– No hay nadie más que usted y yo.
– Te contrataron mis compañeros ¿No?…Dímelo.
– ¿Será posible que nadie me toma en serio? –sacó el pañuelo de una manga y enjugó dos lágrimas.
– ¡Eu!, ¿Qué te pasa?-Elena se le acercó con desconfianza.
– Soy Nora. ¿No ve usted que soy Nora, acaso?
-Nora es un personaje de Ibsen…la protagonista, la heroína y qué quieres que te diga, no me pareció nada valiente; al contrario, ella huye, usa la fácil…¡Se va! ¡Te das cuenta!¡Deja a los hijos!.¡A los tres hijos!..
-¡Claro!- Los rasgos de la mujer se endurecieron-¡Para usted, señorita, es usar …¿cómo la llamó?..¿la fácil?. No, mi querida, usted no tiene idea de lo que era ser mujer en mi época. Usted no se da cuenta en la libertad que vive. Es más, no es conciente de todo lo que tuvo que pasar, para que usted la disfrute alegremente, juzgando a diestra y siniestra..
-¡Ja!¡ Ay , sí, cuánto que padecías! – A Elena le había irritado la postura de victima de la sociedad y desenvainaba su ironía-Llena de sirvientes, pensando en fiestas y máscaras… ¡Muñequita cabeza hueca! ¡Con razón tu marido te llama con nombres de animalitos … alondra…ardilla….!¡Me gustaría verte, acá en Buenos Aires y ahora, trabajando nueve horas, viajando en subte en las horas pico y batallando para mantener limpio el departamento y la ropa y tratando de cumplir los sueños, aunque le quites horas al descanso para aprender! ¡Ah, y además mantenerte flaca y firme! ¡Ya te quisiera ver! ¡No duras ni un día! ¡Acá y ahora, las mujeres son heroicas, …pero jamás dejarían sus hijos! …¡Ay, claro, ella se ofende y se va! ¡Que se encargue otro! ..Yo no tengo hijos todavía, pero cuando los tenga, no los voy a abandonar aunque se me caiga el mundo encima. Tu no tienes ni el mínimo instinto de madre.
-No es así… –gimoteó .
-Sí, que es. –estoqueó Elena
-Usted no comprende- La mujer se desparramó en la silla, llorando- En mi época, en Noruega…
-¡Excusas! ¡Hasta los peores asesinos dicen ser victimas de la sociedad! ¡A mí no me vengas con eso! ¡Vamos, mantequita! ¿Hasta tuviste que pedirle a Cristina que te cosa el ruedo del disfraz? ¿Qué, vos no tenías manos?…¡Un momento! ¿Qué estoy haciendo?¿Otra vez le estoy hablando a una comediante como real? -Y volvió a recorrer la biblioteca gritando-¡Caí, eh! ¡Cómo la estarán gozando! …¡Salgan, vamos, ya es demasiado! Deben estar tirados en el suelo de la risa…
-Ya le dije que estamos solas. – la mujer retomó la compostura- Usted está acostumbrada a ser tratada como un igual. ¡Hasta puede elegir gobierno, estudiar lo que quiera ,heredar como un varón, tener bienes a su nombre, hacer planes!…Nosotras no. Todo lo teníamos vedado…¿Entiende? No, no puede siquiera imaginar lo que es vivir en la sombra, sumidas en la ignorancia…como eternas niñas…o peor, como infradotadas. Por eso hice lo que hice. Venciendo todos mis temores falsifiqué la firma de mi padre, en ese préstamo que una mujer no podía pedir…Y le robé, sí, le robé, haciéndome pasar por caprichosa y derrochadora, para pagarlo mes a mes…¡Qué sabe usted el infierno que viví!
-¡Por cobarde!- Elena volvió a la contienda- Por no enfrentar los hechos. Por no plantarte frente a Torvaldo y que él se diera cuenta que podías pensar y actuar. Te convenía que él siguiera creyendo que tenía una muñequita descerebrada…así podías evadir todas las responsabilidades ¿no?
– No. Sí… Fue por miedo, sí, pero no a lo que usted dice. Fue por miedo a la reacción que revelara…¿Quien se atreve a poner a prueba un amor con un riesgo semejante? Fue miedo a que no me apoyara, a que no me amara lo suficiente… Como finalmente pasó…Ya lo sabía. Típico de Torvaldo. Típico de los hombres de su posición…Finalmente ocurrió como en mis pesadillas .Demostró que no era capaz de arriesgarse…por mí.
-¡Ay ,que cosa!- Elena volvió a la ironía- ¡Cómo me ofendo! ¿Qué querías que hiciera el tipo, si se da cuenta que la muñequita es un fraude?…
-¿Ah, si?- La mujer se puso de pie-¿Y Usted que hubiera hecho?
Elena recibió la provocación con satisfacción. Tenía la respuesta:
-Dar batalla. Si él es un energúmeno, porque así lo criaron, habría que enseñarle cómo son las cosas. Cuando pasó el chubasco…cuando el prestamista te perdonó la deuda con el recibo y Torbald te perdonó, ahí es cuando necesitabas estar lúcida, no ofendida ni cerrada. Ahí era la oportunidad, en el momento en que lo hiciste sentar frente a vos, tenías el futuro en el puño…Ahí debías poner las nuevas reglas… ¡Vamos nena, cómo pensaste en huir!…¡Si las batallas se pelean desde las trincheras antes de avanzar!…
-Me deja usted atónita… Es muy importante lo que acaba de decir… Luchar en la trinchera, desde adentro…y después avanzar… – La mujer hizo silencio. Un silencio lleno de voces interiores agitadas y se calmó – ¡Caramba!
-¡Caramba no, carajo!- A Elena le pareció poca sacudida, tenía que completar su afirmación.-¡Eso! Con todo el alma. Y le decís: voy a estar al lado tuyo, viejo. ¡Pero al lado, no abajo, no atrás, al lado, a tu altura, qué joder! ¡Eso esperaba yo de la protagonista de Casa de muñecas…! –se sobresaltó.¿Estaba discutiendo con un personaje de ficción? ¿Qué le pasaba? -¿Quién eres? ¿Quién eres realmente? Una actriz.¿no? Muy buena. Te felicito. Me hiciste entrar ¿eh? -comenzó a aplaudir mientras buscaba a los artífices de la broma – ¡Terminó la función! Ya pueden salir … ¡Claudia! ¡Julio!
Nadie contestó. Cuando volvió a la mesa donde estaban sus cosas, la mujer la enfrentaba con los brazos en jarra y una extraña mirada.
-¡Ya la querría ver a usted!- Levantó los brazos en un rápido y preciso movimiento.
El trueno hizo temblar los estantes y las luminarias de cristal que pendían del techo.
Elena sintió apretada su cintura y vio guantes en sus manos. Estaba en el cuerpo de Nora ,con el vestido largo y Nora en el suyo.
-¿Qué hiciste?
-Va a entender. Usted va a ir a mi casa y yo a la suya. ¡Claro que me va a entender!- La mujer rió y elevó nuevamente sus brazos. Otro trueno ensordecedor puso a Elena en el centro de una sala antigua, en el momento en que Torvaldo entraba desde el estudio.
-¡Nora! ¡Mi pequeña alondra ha recapacitado! No dejarás nuestro nido ¿Verdad?- Y corrió a abrazarla.
Elena se dijo que lo importante era saber de los niños.
Él, embelesado, la seguía llamando con distintos nombres de pequeños animales y finalmente le contestó que estaban en el parque, con la criada.
Ella no iba a utilizar los ardides de la muñequita de la casa. No, iba a ser frontal y a poner todas las cartas sobre la mesa, como debía ser. Logró separarse unos pasos y enfrentándolo, le confesó todo lo ocurrido: la biblioteca, la obra de Ibsen, la aparición de Nora y el intercambio de cuerpos.
Torvaldo la miró aterrado y retrocedió hasta la puerta. Desde allí llamó a alguien. La obligaron a subir hasta un dormitorio apartado, donde fue encerrada con doble cerrojo.
Ella no paraba de gritarle que se equivocaba, que era Elena, que no era Nora. Solo las paredes la oían. Extenuada, se tendió en la cama a llorar.
Se estremeció: ¿Qué estaría haciendo la verdadera Nora, con su cuerpo, con su esposo, con su vida? Otro, más negro la sacudió de lleno. ¡Ella sabía! ¡Sí, Nora sabía que no había oportunidad alguna para cambiar esa casa de muñecas! La historia estaba escrita y tenía un final. Helmer seguía esperando que recapacitara la muñequita y Nora… ¡Traicionera! ¡Con qué maestría la había enredado! ¿Hasta cuándo estaría en ese encierro?¿Hasta que Enrico Ibsen resucitara compadecido y escribiera la continuación? No era dramaturgia, le estaba pasando a ella.
Habían llamado al médico, con seguridad la declararían insana. Era urgente cambiar de táctica.
Iba a tener que dejar de lado su dignidad y mentir. Tendría que confesar que estaba confundida, que el shock había sido muy fuerte, que ya había recapacitado y había comprendido todo. Sí, tendría que fingir ser en verdad Nora. Nora, la muñeca de la casa.
122- La muñeca de la casa. Por Lantana,Enviar a un amigo Imprimir
Buen tema y bien trabado, pero muy largo el cuento.
El intercambio de identidades hace pensar en un relato onírico que, al final, se revela más bien como abierto.
Sobre el fondo del relato, el arquetipo femenino en las sucesivas sociedades occidentales, se han rellenado cientos de miles de páginas. Y sigue abierto. Es un fondo sin fondo.
Ojo con el tipeo.
curioso relato, es interesante el abanico de probabilidades que existe para introducir a personajes famosos con el que escribe relatos.
suerte
Gracias, Luc y La ciudad por haber comentado mi cuento.
Doy razón a Luc por lo extenso, podría haber sido más breve.
Al fin y al cabo, todos nosotros estamos encerrados en un personaje. A veces, incluso, representamos nuestro propio papel.
Mucha suerte
Gracias,HÓSKAR WILD,por tu comentario tan verdadero.
Posiblemente me equivoque, pero yo juraría que un jurado no pasa de su segunda línea. Por favor, no crea que esta referencia va dirigida a usted (estoy harto de las personas que lo toman como ataques personales), sino que es mi simple opinión sobre su trabajo. Empiece de nuevo…
Antístenes, no me siento atacada, al contrario. Los chinos dicen que un error es un tesoro. En los primeros párrafos la protagonista muestra su disgusto por lo que lee. Podría probar de reescribirlo, como me sugieres, todo es perfectible siempre.
Lo encuentro muy original, ese cambio de personalidad y los diferentes estilos de vida, están muy bien narrados, unicamente que, es cierto, resulta un poco largo. Te deseo suerte. Si quieres leer el mío está en el 144
Gracias, Minerva. Pensaré en acortarlo. He leido el tuyo, te felicito. Suerte