El móvil lanzó dos agudos pitidos que se me clavaron hasta los tuétanos. ¿Quién osaba a las…? Entreabrí un ojo intentando ver el despertador, pero estaba borroso. Cerré el ojo y procuré “pasar” de móvil, pero era imposible. Era evidente, había entrado un mensaje a las… levanté ligeramente la cabeza, enfoqué como pude y… ¿ocho y media de la mañana? ¿Quién envía un mensaje a semejante hora un sábado? Se supone que la gente esta durmiendo, ¿no? Aunque, un sábado y a esta hora, debe ser importante. Podría ser de la redacción, algo sobre el reportaje de anoche, no está… ¿bien? Buff! Lo que me fastidia tener que trabajar en fin de semana, se supone que son para descansar, ¿no?
Resignada por la llamada del deber me levanté a regañadientes. Sentada en la taza del water intentaba revisar el trabajo de la noche anterior, pero estaba demasiado somnolienta como para tener un mínimo de lucidez. Abrí el grifo del agua y con la cuenca de las manos lancé el vital elemento sobre el rostro; dos veces, tres, cinco. Levanté la mirada y allí estaba yo, en aquel espejo que me devolvía una imagen … dejémoslo ahí: me devolvía una imagen. Busqué el móvil en ese bazar que las mujeres llamamos bolso, y en el que de vez en cuando encontramos lo que buscamos… y lo que no. Ya el dichoso móvil en mi mano, en la pantallita aparecía aquel dibujito de un sobrecito amarillo que indicaba que había entrado un mensaje. ¡Que bien, qué alegría, un mensaje a las ocho y media de la mañana un sábado! Solo espero que no tenga que matar a nadie.
– ¿Qué es esto?
Miré el número; desconocido. Y desde luego el mensaje no era para mí. Quien fuera había conseguido ponerme de mal humor a primera hora de la mañana. Respondí:
“Te has confundido. Gracias por despertarme. Feliz día.”
Tuve la tentación de volver a la cama pero, a pesar de haberme acostado sobre las cinco sabía que sería infructuoso cualquier intento de conciliar el sueño. Así que dispuse una cafetera sobre el fuego y busqué algo con lo que improvisar un desayuno. Mientras esperaba el reconstituyente café llamé a la redacción.
– Hola Judith, soy yo.
– Hola Elena, ¿qué tal anoche?
– Si la pregunta va por si me tropecé con algún famoso con el que tontear, pues no. Y lo de perseguir al personal cámara y micro en ristre entre una marabunta que se mueve en todas direcciones es cansado. Estoy destrozada. Oye, del reportaje, ¿todo bien?
– Si, bueno, ya sabes que a Joan le gusta siempre dar su toque personal.
– ¿Cuánto ha cortado?
– Tres minutos.
– ¿Qué? Vamos que estoy de un humor como para que me vayan tocando… Bueno, bien. A parte de eso, ¿alguna novedad?
– No. Bueno si. Esta mañana alguien ha llamado preguntando por ti.
– ¿Y quien era, qué quería?
– No lo se. Dijo que tenía algo para ti que debía entregarte personalmente y me pidió si podía facilitarle tu número.
– ¿Y?
– Se lo dí.
– ¿Qué? ¿Le diste mi teléfono a un desconocido? Pero Judith, tu…, tu…, buff.
– Lo siento, parecía muy correcto y simpático.
– Judith, ya hablaremos.
Lo que me faltaba. Y a todo esto solo eran las nueve y cuarto de la mañana. Cogí una taza dispuesta a tomarme un café bien cargado aunque fuera hirviendo. Ah, el café se había salido.
¡Have a nice day!
Dos nuevos pitidos agudos sonaron en el móvil y mis cinco sentidos se fijaron en él cual leona sobre su presa.
“No, no me he confundido. Siento haberte despertado. Gracias por tus deseos.”
Se me cayó la mandíbula al suelo al leer aquello. Supe que… quien fuera me conocía, sabía de mí. Y sin embargo yo no tenía el más mínimo indicio sobre… quien fuera. ¿Acaso sería aquel hombre que llamó a la redacción por la mañana? No lo sabía, pero iba a descubrir de quien se trataba. Sin considerar el atrevimiento tomé el móvil, pulse la tecla de respuesta y escribí:
“¿Quién eres?”
Deposité el teléfono sobre el banco de la cocina, con el mismo ceremonial que un cura deposita la hostia sobre la patena, y quedé adorando aquel icono de nuestros días esperando que el oráculo se manifestara. Pasaron unos minutos; y más minutos; y… nada. El que espera desespera, así que mejor tomaría una ducha, me enfundaría unos vaqueros y una camiseta y saldría a desayunar por ahí.
El agua caliente sobre la piel tiene un efecto sedante maravilloso. Se alivió la tensión de mis músculos y mi mente recuperó recuerdos vividos en aquella ducha en otros tiempos, cuando unas manos fuertes y decididas viajaban por mi cuerpo provocando un estallido de sensaciones. Embelesada estaba en estos pensamientos cuando dos pitidos agudos entraron en el baño sin permiso. Salí patinando a toda prisa en busca del móvil y al encontrarme frente a él hice una profunda inspiración antes de abrirlo.
“Anoche, en el Palacio de Congresos, la gala del Planeta.”
Apreté los ojos, intentando ver la película de la noche anterior. Gente y más gente, personalidades de la cultura, de la vida política y pública, algún que otro infiltrado, compañeros de la prensa, abarrotaban aquel salón a la espera de que se hiciera público el nombre de la ganadora. No iba a descubrir nada con este visionado pero podía ver las imágenes grabadas anoche.
Llegué a la redacción sobre las once, y aún no me había tomado ni un triste café.
– Uy, ¿qué haces tu aquí?
– Hola Judith, vengo a buscar algo que dejé olvidado. ¿Ha vuelto a llamar el señor ese de esta mañana?
– No. ¿Te ha llamado? Oye siento …
– No Judith, ahora no. Ya hablaremos.
Saqué un café con leche de la maquina que hay en el pasillo y me dirigí a una de las salas de edición. Encendí un monitor y tomé un sorbo de aquel brebaje mientras buscaba las imágenes. Hacía como una hora que había enviado mi mensaje y por el momento no había respuesta. Empecé a ver las imágenes sin montar, había como cerca de hora y media. Aquello iba a ser entretenido si me tenía que ir fijando en reconocer a alguien que además no sabía quien era ni en qué fijarme. No le dí más vueltas y me puse a la tarea.
Miré el reloj, cerca de las tres. Me escocían los ojos de tanto revisar desconocidos sobre el monitor. Allí no había nada o yo no había sabido encontrarlo. Y ya más de tres horas largas que envié el mensaje atreviéndome a preguntar ¿quién eres? Me sentía frustrada, y de nuevo, en un arrebato de insensatez, tomé el móvil y llamé a aquel número desconocido. Un tono, necesitaba resolver…; dos tonos, quien estaba al otro lado del telefono…; tres tonos, y qué quería…; “El teléfono al que llama está desconectado o fuera de cobertura”.
– ¡Mierda!
Se me contrajo el estómago, más de nervios que de hambre, pero decidí salir a dar un bocado a ver si con ello conseguía apaciguar un poco la tensión. Devoré un sintético sándwich de ensalada de pollo con un botellín de agua. Hurgaba en los posos de la taza del café que acababa de tomar pero carecía de las habilidades de las pitonisas para ver más allá de unas manchas oscuras sobre fondo blanco. Me sentía derrotada, por no haber conseguido el más mínimo indicio sobre el misterioso autor de los mensajes. ¿Qué era aquello, una broma, un juego? Pues no tenía ninguna gracia.
Dos pitidos agudos provocaron una sacudida en mis tímpanos y un terremoto en todo mi cuerpo. La precipitación con que cogí el móvil hizo que se me cayera al suelo y… lo que faltaba.¡Los dioses se han conjurado hoy contra mi! Me toca hacer el gato bajo las mesas, ¿dónde está la batería? Ahí, tres metros más allá. Espero que funcione o me va a dar algo.
“Detrás de esa coraza de hombre frío y calculador,
hay un corazón sensible capaz de derramar una lágrima
al contemplar la belleza de una flor”
Me quedé muerta. Aquellas palabras eran la respuesta a mi pregunta, y se referían precisamente a quien las enviaba. Comprendí que encerraban un significado, seguramente importante para él, y probablemente esperaría que significaran algo también para mí. Pero no alcanzaba a entender. Apreté los ojos, busqué en mis recuerdos, en mi corazón, en mi alma, intentando descubrir un rostro, un lugar, un tiempo. Si acaso fui yo quien las pronunció ¿era posible haber olvidado a quien se las dediqué? Fueron apareciendo preguntas y más preguntas que provocaron que me sintiera abatida. Pero al mismo tiempo un fuerte impulso me movía a saber quien, más allá de mis recuerdos, volvía a cruzarse en mi vida. Tomé el móvil y escribí:
“¿Podemos vernos?”
Apreté la tecla. El mensaje partió a zambullirse en el mar borrascoso del espacio radioeléctrico en busca del puerto perteneciente a aquel número ya no tan desconocido. Salí a andar un poco, a que me diera el sol y el aire en la cara, a procurar encontrar alguna pieza del puzzle y ver como encajarla. Dos pitidos agudos:
“Calle Montsió 3 bis, a las siete.”
Me quedé paralizada por un vértigo propio de padecer acrofobia. Leí y releí aquella dirección, que sin localizarla me resultaba familiar. Miré el reloj, eran algo más de las cinco, tenía poco tiempo. Al llegar a casa encendí el ordenador e introduje la dirección. Le dí al intro y… me sonreí. Había estado allí muchas veces, hace años. Observaba con nostalgia las fotos que aparecían en el ordenador, y de pronto, una chispa se encendió. Abrí el mapa que tenía ante mi y busqué en él la calle Santa Ana 10. Hice el recorrido desde aquí, hacia las Ramblas, para coger luego la calle Canuda, torcer por Portal de l’Angel para llegar a la calle Montsió. Me admiré de mi descubrimiento. ¿Sería él? Lo último que yo sabía es que se marchó de Barcelona: dijo que no podía soportar vivir en la misma ciudad y no estar juntos.
De nuevo el reloj: las seis, tenía una hora para ducharme, arreglarme, y llegar a la cita. Me alisé el pelo, como solía entonces; seleccioné un traje chaqueta de color beige, como el que llevaba la última vez; una leve sombra en los ojos y un poco de brillo rosado en los labios. Otra chispa se encendió: ¿donde estará? Revolví un cajón, y otro, y otro, hasta que encontré una pequeña cajita que llevaba muchos años perdida. No pude reprimir una nostálgica sonrisa. La abrí, y encontré aquella pequeña medalla de plata, con el signo de Tauro y grabadas mis iniciales EA y mi grupo sanguíneo B+ en el reverso. Nunca supe como llegó a saberlo.
De camino al encuentro iba recuperando recuerdos, como el de aquel año en que le regalé un libro en el día de su santo. Lo abrió y me dijo:
– Está incompleto, – me lo tendió sonriendo – falta que escribas en él un deseo.
Llegué a Els Quatre Gats. ¿Habríamos cambiado tanto como para no reconocernos ni un rasgo, ni un gesto, ni una mirada de los que guardábamos en el desván de la memoria? Estaba nerviosa como una colegiala: respiré profundamente y entré en el café. Mi mirada se fue instintivamente al fondo a la izquierda. Allí había un hombre que me miraba y que yo no reconocía. Pelo negro, algunas canas, barba, gafas, bien vestido,…¿Sería él? Me acerqué despacio, intentando contener la agitación que provocaba mi acelerado pulso. Sobre la mesa había un libro, con las tapas descoloridas. Le sonreí. Lo tomé, lo abrí y leí:
“¡Felicidades!
Brindemos por el presente y
por nuestra amistad;
por el destino y
por lo que el futuro nos depare.
Un beso,
Elena
19/03/85”
– Hola, Josep.
– Hola, Elena.
146- Un mensaje en el móvil. Por Trebsae,Enviar a un amigo Imprimir
Al margen del final, que me ha desconcertado bastante, la peripecia de esa muchacha, o no tan muchacha, se merece más texto. Se lee casi como el arranque de una historia larga.
La forma de encadenar los elementos del cuento, intachable. La forma de contar, de esas que da gusto saltar al renglón siguiente para ver qué pasa (¡ay, los móviles y sus trampas y venenos!).
Muy bien.
Buena historia de móviles, de destinatarios equivocados (o tal vez no), el morbo de salirse de la rutina…
Mucha suerte
Una buena narración que descubre cómo el tiempo vivido puede llegar a evaporarse en los laberintos de la memoria. Suerte.
Tiene tensión y momentos que hay que decidir si son divertidos o sólo puro nervio. Se va contruyendo a buen ritmo. Suerte
Un final muy pobre para una historia que prometía más. Una lástima. Aun así, hay que reconocer que tiene momentos muy acertados y que su lectura me ha resultado agradable.
Muy buen ritmo que, junto a la naturalidad en el lenguaje y la destreza en los diálogos, le da ligereza al texto. Por tanto, fácil de leer, queriendo llegar al final a ver qué pasa, a ver quién es el tipo del mensaje.
A mí sí me parece un buen final. Me gusta. Lo que estuviera por venir, lo que decidan hacer con sus vidas a partir del momento de ese genial encuentro, queda al margen de la historia que has contado y formaría, pues, parte de otra historia distinta. Así lo veo yo. Un estupendo final abierto que estimula la imaginación del lector.
Mucha suerte.
YA TE DIJERON TODO LO QUE HABÍA QUE DECIRTE. ÁGIL. ESA ES LA PALABRA QUE FALTA
Siento discrepar de la opinión general… Me parece una historia para adolescentes, contada de una manera simplista. El final no podía ser otro porque ya se nos desvela mucho antes.
No destaca por nada, si acaso por algunas incoherencias y errores de puntuación. Es un relato que no deja poso, tras leerlo se olvidará en seguida.
Una matización: water es una palabra inglesa que tiene su equivalente español, váter. Si no usas el anglicismo, sino la palabra original, ésta debe ir entrecomillada. Igual ocurre con los nombres de las calles en castalán.
Suerte.
Estimad@ Trebsae:
Quiero mostrarte mi agradecimiento más sincero por haber dedicado unos minutos a leer mi relato y por pensar que es merecedor de algún reconocimiento.
Por otra parte, permíteme que te comente que, dentro de mis proyectos más inmediatos, está comenzar a escribir una novela y que me gustaría poder manejar los diálogos entre los personajes con la frescura con la que tú lo haces. Es, sin duda, una de mis muchísimas asignaturas pendientes.
Mucha suerte en el Certamen.