premio especial 2010

 

May 23

Tanto el mayor de los sufrimientos como la más inmensa de las alegrías, cuando adquieren la condición de “hábito” a través de la reiteración, pasan a formar parte de nuestra realidad convertidas en algo cotidiano. Convencida de  esta teoría, me dispuse a hacer algo que quizá de otro modo nunca hubiera hecho.

Él nunca me puso una mano encima, pero aún así mentí a la policía cuando le denuncié, para poder llevar a cabo mis planes. Una denuncia, hoy día, es sinónimo de culpabilidad.

Peor que pegarme, lo que hizo fue castigarme con la indiferencia. Quien te maltrata al menos sabe que estás ahí, que eres algo, aunque sea solo un estorbo. Pero quien te ignora te hace sentir que no eres nada y te acaba por convencer de ello. Por eso sentí la necesidad de matarle, que con el paso de los días se convirtió en una obsesión.

No permitiría que su muerte me costara un solo día de cárcel, tenía que trazar un plan perfecto para evitarla. Analicé minuciosamente un millón de posibilidades, hasta darme cuenta de que sería inevitable pagar un precio. Ese precio, finalmente, iba a ser mi brazo izquierdo y una estancia prolongada en un hotel sin servicio de habitaciones (ya me entenderán más adelante).

Cuando todo estuvo planificado, no pude de  seguir esperando. Mi mente hervía como una olla a presión. Cada vez que le miraba, imaginaba como sería el momento en que su cuerpo se desplomara a mis pies para adaptarse a su nueva apariencia de cadáver.

Llegado el momento no tuve dudas. Me acerqué a su lado como un fantasma, y mientras dormía le asfixié. La almohada y la noche ocultaron su rostro. No se enteró de nada, en la cena le había administrado unos potentes somníferos que casi le matan por sí solos. Con la mirada perdida en el vacío infinito de la muerte, dejó el mundo con la calma de quien ignora lo que sucede. Ni un sobresalto, ni una queja, nada… Fue dulce, en la medida en que la muerte se pueda describir con tal adjetivo. 

Conecté el equipo de música al máximo de potencia. Ninguno de los vecinos se encontraba en casa, pero toda precaución era poca para ocultar el sonido escandaloso de la sierra eléctrica con la que me disponía a descuartizar su cuerpo.

Aferré el cadáver con dificultad a través de los guantes y lo deposité en una carretilla de mano que dispuse para poder subirle al primer piso. Las ruedas neumáticas facilitaron la ascensión por la escalera. Había recubierto de plástico todas las paredes del baño para evitar las salpicaduras de sangre. Metí el cuerpo en la bañera y enchufé la sierra a la corriente. No entraré en detalles de lo que vino a continuación, solo citaré que todos sus miembros se fueron desprendiendo del tronco hasta formar un desordenado amasijo de sangre, vísceras y huesos.

Tenía la sensación de haber estado haciendo esto toda mi vida. Trabajé con una calma impropia de mí. Deposité concienzudamente los despojos sanguinolentos en aquellas bolsas de recogida de cadáveres que serían su última morada. A medida que las iba llenando era como liberarme de él para siempre. Bajé, una a una, las bolsas hasta el garaje y las cargué en la furgoneta. Me sentía tan feliz que hubiese querido que el tiempo se detuviera.

Volví al baño, recogí el plástico manchado de sangre y lo metí en otra bolsa. Durante casi una hora desinfecté a fondo las paredes y el suelo, así como la sierra, hasta borrar todas las huellas de lo que allí había ocurrido. Por último me despojé del guante de la mano izquierda que ya no necesitaría, lo eché a la bolsa y la cerré. Conecté la sierra  a la corriente y volví a la furgoneta para guardar esa última bolsa.

Mi mente y mi cuerpo estaban preparados para lo que venía a continuación. De regreso al baño, mi brazo, por efecto del potente anestésico local que me había inyectado un poco antes, parecía un trozo de madera. No pensé en nada. Al máximo de su potencia, cogí la sierra con el brazo derecho y, a mitad de camino entre el codo y el hombro del izquierdo, corté con todas mis fuerzas. El brazo se desprendió bañado en sangre, pero no sentí dolor. Taponé al instante la herida con un torniquete, la vendé y salí de allí tan pronto como pude dejando una imagen macabra a mi espalda. Juraría que al mirar atrás, cuando apagué la luz, los dedos aún se movían…

Por perfecto, el plan exigió este sacrificio extremo, que no sería el único. Cuando la policía viera mi brazo amputado junto a la sierra mecánica, no necesitaría ser muy lista para sospechar que aquel hijo de puta al que yo un día denuncié por malos tratos, me había matado para darse a la fuga después. Se lanzarían en su busca y al comprobar que se lo había tragado la tierra (nunca mejor dicho), acabarían por dar el caso por cerrado.

Me asomé a la ventana y parecía que la humanidad entera se hubiera marchado del planeta. Era yo la única habitante de una realidad fantasmal casi surgida de un relato de Allan Poe. Bajé al garaje después de apagar las luces, y no pude evitar mirar de reojo, consternada, el hueco dejado por esa extremidad que perdiera minutos antes.

Arranqué el vehículo dispuesta a recorrer aquellos doscientos kilómetros que separaban Madrid del minúsculo pueblo del hombre que me acababa de dejar viuda. Todo lo que tenía que hacer a partir de ahora con un solo brazo ya lo había llevado a cabo muchas veces a modo de práctica. Había estudiado cada detalle pormenorizadamente, así que solo se trataba de repetir ahora aquella secuencia de actos que sobradamente conocía.

Y tal como tenía previsto, a las tres de la madrugada llegué al pueblo. Di un rodeo para evitar el centro y puse rumbo al cementerio. Tenía tiempo de sobra antes de amanecer. La oscuridad era absoluta y aunque tenía que circular con las luces apagadas, no tuve problema para atravesar aquel camino de cabras que conocía al dedillo. Aliviada, divisé por fin el montículo que se levantaba pegado a la parte posterior de la tapia del cementerio, único lugar por el que se podía escalar hasta ella con un solo brazo. Detuve el coche y respiré profundamente.

Una a una lancé las bolsas al interior, para inmediatamente volver sobre mis pasos y regresar al pueblo. Me dirigí a nuestra casa en las afueras. Nadie advirtió mi presencia cuando guardé la furgoneta en el garaje, que por otra parte era donde siempre estaba, pues solo la usábamos cuando íbamos a pasar el verano al pueblo.

Caminando regresé al cementerio, salté la tapia y me golpeé contra el suelo, dos metros más abajo. Afortunadamente las bolsas seguían allí. Las arrastré una a una y las dejé al lado de la tumba de mis suegros. Al terminar me senté jadeante sobre el frío mármol para recuperar el aliento. El silencio era tan agresivo y afilado como un colmillo, y tuve la sensación de que todos los muertos me observaban preguntándose quién sería aquella desquiciada que se aventuraba en tan inhóspito lugar a una hora tan intempestiva.

Traté de ordenar mi mente para no dejarme paralizar por el miedo, que por otro lado no había hecho acto de presencia en mis incursiones de noches anteriores. Pero el cansancio se había apoderado de mi euforia inicial hasta hacerla desaparecer por completo. Había permanecido horas y horas dentro de la fosa para aclimatarme a ella y hasta en ocasiones la había llegado a encontrar acogedora, pero esta noche venía para quedarme y una especie de inquietante desasosiego empezaba a recorrer todos los poros de mi cuerpo.

Sentía punzadas de dolor clavándose en mi brazo ausente, eran como furiosos aguijonazos cada vez más continuados. Vencí la indecisión y me apresuré a retirar la pesada losa de mármol que cubría la fosa. Lancé las bolsas al interior para, seguidamente, precipitarme tras ellas apoyándome en la escalera de hierro oxidado que el sepulturero usaba para entrar y salir de allí. Con los pies sobre el primer escalón, y con la ayuda de mi brazo y mi cabeza, arrastré la losa suspendida encima de mí hasta hacerla encajar en su posición original. El cemento adhesivo que había colocado en los cantos la dejaría sellada en poco tiempo. Sudorosa, y con aquel dolor lacerante a punto de hacerme enloquecer, no tuve siquiera tiempo de advertir que me estaba enfrentando a la oscuridad más absoluta que un ser humano haya experimentado jamás.

A tientas bajé hasta el suelo, tropezando con las bolsas que contenían los restos aún tibios del hombre al que acababa sepultar a mi lado. Busqué la linterna y la coloqué en el único lugar de la fosa donde era imposible advertir su luz desde el exterior –me había asegurado bien de ello-. Al encenderla sentí alivio. Me senté y sin perder tiempo busqué la botella de agua y los calmantes, que ingerí desesperadamente. Me inyecté el anestésico para el brazo y cerré los ojos unos instantes. Mi mente era una autopista donde el tráfico de los pensamientos amenazaba con colapsar la circulación.

Al poco rato el dolor cesó. Con calma, miré alrededor de esos escasos dos metros cuadrados donde iba a tener que subsistir durante al menos los próximos trescientos sesenta y cinco días. A cada lado había tres huecos para albergar seis ataúdes, pero solo tres estaban ocupados. A mi derecha, abajo, el de mi suegra, Julia, muerta diez años antes víctima de un cáncer de hígado. Justo encima, el de su marido Víctor, engullido un año después por una depresión galopante. Y a mi izquierda, en el hueco del centro, un ataúd vacío que yo misma había llevado hasta allí, y donde fui metiendo las bolsas de mi difunto marido Arturo, desaparecido en un misterioso asesinato que nunca pudo ser resuelto. Los otros tres espacios eran una improvisada despensa donde se amontonaba todo tipo de comida imperecedera y multitud de bidones de agua, casi para alimentar a un regimiento por tiempo indefinido.

Cuando todos los trozos de Arturo estuvieron dentro del ataúd, lo cerré con cuidado. Los bordes de zinc que recubrían las juntas lo sellaron herméticamente para paliar el hedor de la carne que pronto comenzaría a descomponerse. Solo restaba entonces comprobar que todo lo que iba a necesitar para sobrevivir en esa fosa, estuviera donde lo había guardado una semana antes.

Extendí en el suelo el pequeño colchón enrollable que me serviría de lecho, y tumbada boca arriba empecé el recuento: Un arsenal de pilas, radio con auriculares, libros, cargador a pilas para el móvil, dos teléfonos de repuesto, seis mil euros para pagar los billetes al fin del mundo cuando saliera de allí…

No pude acabar. El recuento terminó tan bruscamente que aún se me eriza la piel al recordarlo. Nadie, ni durante mi estancia en el hospital, ni durante el juicio, ni posteriormente en prisión donde actualmente cumplo cadena perpetua, me ha confirmado que esa noche hubiera ningún terremoto. Estoy segura de que no lo hubo, y de que el ataúd de Arturo se precipitó sobre mí impulsado por los tres difuntos que me acompañaban. ¿Cómo explicar de otro modo que los otros dos, mucho más livianos y casi descompuestos, ni se movieran…?

Quedé aprisionada bajo el peso de aquella mole de nogal con los restos de mi marido. Debo la vida –aunque ojalá hubiese muerto en ese instante-, a la inmensa fortuna de que el teléfono quedara al alcance de mi mano, y de que aquella triste raya que marcaba la cobertura me permitiera convencer casi agónicamente a aquel estúpido policía de que no le estaba tomando el pelo…

174- La última sacudida del espanto. Por S. Sorne, 6.3 out of 10 based on 18 ratings

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27 Responses to “174- La última sacudida del espanto. Por S. Sorne”

  1. Luc dice:

    Impecable relato «gore». Una pesadilla ácida y severa digna del cine independiente más arriesgado.
    El texto tiene un marcado efecto dominó: al rebasar una frase, ésta se tumba sobre la siguiente. Y a cada una que lees te van tumbando a ti un poco más.
    La narración funciona como un reloj, a ritmo milimetrado, desde el primer párrafo (quizá algo abstracto) hasta llegar a un final espléndido (aunque deja en el estómago un cierto regusto a moraleja).

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  2. HÓSKAR WILD dice:

    Poe hubiera escrito el guión y Tarantino lo habría filmado.
    Mucha suerte

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  3. la ciudad dice:

    Estupendo relato «negro». Te deja impresionado, creo que a la hora de los votos se va a llevar muchos de ellos, por lo pronto el mío que soy aficionado a este tipo de relatos.
    suerte

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  4. Panzermeyer dice:

    Jaja, curioso delirio absurdo… un año… ¿y quién saca la basura?

    ¿Y si a algún pariente se le ocurría dar sepultura al brazo?

    Y… dioses, que encima gusten estas cosas, tan mal planteadas y tremendamente rebuscadas, es inexplicable. Como el 99 % de los telefilmes.

    Por lo demás, estoy seguro de que tendrá muchos votos.

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  5. S.Sorne dice:

    A Luc: Gracias amigo. Alentador y pormenorizado comentario el tuyo, que me indica que has leído el relato analizando cada uno de sus detalles. Para para mi ya es un premio haber salido indemne del análisis, créeme que me ha costado dar por cerrado este relato. Un saludo.
    A Oskar Wild: Creo que debo tomarme tu comentario como un elogio, aunque no estoy seguro, francamente. En todo caso gracias por dedicar unos minutos a leer mi relato.
    A la ciudad: Realmente este tipo de relatos, si no eres aficionado a ellos como es tu caso, no suelen gustar. Te agradezco tu amable opinión. Un saludo.
    A Panzermeyer: Amigo, en primer lugar te diré que no se puede enterrar un brazo hasta que no aparezca el cadáver, y en este caso difícilmente iba a aparecer. Lo de la basura, vamos a pensar que como no quedaba ya nadie en casa… Poca basura iban a producir.
    Y si te parece mal planteado, rebuscado o inexplicable, simplemente lee otro tipo de relatos porque estos se escriben justamente para poder saltarse las normas de lo correcto y dar salida a la fantasía. Es solo un género más que tiene sus adeptos. Por último te diré que la mente humana, llevada a determinados estados límite, es capaz de hacer las barbaridades más insospechadas, te lo aseguro, y sin detenerse a pensar en las consecuencias. Lo de los votos me da exactamente igual, ni se me pasa por la cabeza ganar el concurso del jurado, pero el del público es imposible que lo gane porque no tengo muchos amigos dispuestos a votarme

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  6. Panzermeyer dice:

    Amigo, a ver: lo del brazo es un chiste, lo que digo además es ¿la basura de la cripta quién la saca? O instaló baño, triturador, etc… y así…… podemos seguir. ¿Sabés cuanta agua debió llevar para un año? Digo, si escribimos cualquier cosa, leeremos cualquier cosa, y así nos va. Una cosa es la fantasía pura, y otra muy diferente esto… Ya que, en fin, querés convencerme con razonamientos. Esto no funciona.

    No es pensar las consecuencias, es analizar las posibilidades.

    Bueno, mi voto lo tenés.

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  7. pepito dice:

    Menuda historia.
    Pero tengo una pregunta: Si el marido nunca le había pegado, y todo el maltrato que sufría se resumía en la indiferencia… ¿valía la pena matarlo, cortarse el brazo, obligarse a vivir 1 año en una fosa con 3 muertos, y tener que vivir toda esa pesadilla tratando de crear el crimen perfecto, cuando existe el divorcio?
    Esta bien contada, y eso me gusto. Felicitaciones.

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  8. Roberta B. dice:

    La historia tiene migas, la verdad es que engancha, quieres saber hasta dónde puede llegar; luego está lo de la credibilidad, que desde mi punto de vista, no es demasiado creible. Quizás deberías leer El arte de la ficción de John Gardner, allí habla de las historias, por muy falsas que sean, que todas lo son pues salen de la mente del escritor, deben ser coherentes y sumergir al lector en el sueño de la ficción.
    Suerte en el certamen y un saludo.

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  9. Cánquel dice:

    Ufff. Es verdad, como dice Luc, que las frases están bien hiladas. Está claro que fantasía no te falta, es más, desborda por todas partes, tal vez demasiado. Puede que una mente desesperada te lleve a lo increible, pero cuesta encontrar ese punto de complicidad, que lleve a entender y justificar al lector por todo lo que pasa la protagonista. Parece mucha venganza, sin que se haya «notado» que el sufrimiento de la narradora pueda llevarla hasta tales extremos. Es muy meritorio, desde luego y tiene muchas horas detrás. Suerte.

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  10. S.Sorne dice:

    Para Panzermeyer: No te quiero convencer de nada. De hecho lo único que te voy a decir es que si te pasas la vida calculando pros y los contras de cada cosa, no haces nada. Te aseguro que en una fosa cabe agua para pasar incluso cinco años o más. Pero no le busques todas las explicaciones, esto es fantasía…

    Para Pepito: Amigo, el relato solo admite dos mil palabras, no pude detenerme a explicar mejor los motivos de la mujer por falta de espacio,preferí ocupar esas palabras en el resto. Pero te diré que para llegar a la indiferencia antes han pasado muchas cosas. Y en esta historia si pongo un divorcio ya no puedo poner un asesinato que es lo que yo quería. Gracias por leerme y un saludo.

    Para Roberta B: Admito tu crítica y agradezco tu consejo. Pero por esa regla de tres tampoco era creíble Hitchcock, por ejemplo. Es creíble acaso Shaw? Es ficción, fantasía de la mente, nada más..

    Para Cánquel: Gracias, sí que lleva horas y muchas correcciones. Si hubiese tenido más espacio hubiera explicado las razones que llevan a esta mujer hasta el desvarío total, porque está claro que desde una mente racional esto no puede ocurrir. Pero aunque tal vez no muy claramente al principio se da a entender que muy en sus cabales la chica no está. Un saludo y te agradezco tus palabras, así como a todos los demás

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  11. neopatafísico dice:

    Un relato totalmente diferente, sí se puede decir que es un poco «gore», y no me gustaría jamás cruzarme con esa mujer. En este sentido, me ha parecido original que la protagonista macabra y maquiavélica sea Ella, y no Él.
    PD. y no tiene nada de malo que la película sea rodada por Tarantino, es un buen director, yo creo que es un halago.

    mucha suerte!!!

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  12. Panzermeyer dice:

    Amigo, no es que no quepa… ¡es cómo la llevas! Mirá, si querés seguir razonando, hay miles de errores. Decí que es una fantasía, y todo bien…

    Como relato de misterio, no funciona; lo digo por tu bien.

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  13. Pirata dice:

    No me lo he creído… Hasta un asesinato de ficción, tiene que ser contado a través de hechos que resulten verosímiles. Habría que empezar por hacer la prueba de qué pasaría si me cortara el brazo con una motosierra (que ya es difícil hacerlo uno mismo), y después salvara el estropicio de sangre y carne desgarrada con un simple torniquete. Y todo lo demás, con un brazo desgarrado… Y la tumba…
    En fin, me ha parecido un relato, por mucho que sea de ficción, excesivamente forzado.

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  14. Antístenes dice:

    Lástima… Un relato, que empieza estupendamente, se «desinfla» por completo desde el momento en que el personaje pretende pasar «365» en una fosa con lo necesario para ese tiempo. La verisimilitud es imprescindible en un relato «negro», o, al menos, hacer que el lector se olvide de los detalles que impiden su solución lógica. Le ofrezco y regalo una solución de andar por casa, por si le interesa considerarla. La señora entierra el cadáver (no sería necesario trocearlo, si lo hiciera sería estúpido) en el panteón (que no tumba) familiar y ella tira su brazo cortado en una bolsa de basura a un contenedor, para que se encuentre y se busque su cadáver. En todo caso y antes del asesinato debería haber adquirido una prótesis y dejar el pasaporte en el domicilio siempre, para no dar demasiado el «cante», y haber quedado con algún «transportista» de inmigrantes ilegales (un «toque» actual) que la sacara de «Expaña»…
    Suerte.

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  15. Panzermeyer dice:

    Jaj, Antistenes, a veces te pasás de la raya, pero es inevitable leerte… y hombre, para esto, lo escribís vos, y listo…

    Hay tanta novela, cuento, publicados, a los que uno querría cambiarle tantas cosas… y los nombres aparecen en los suplementos culturales, en tipografía importante…

    Acá estamos aprendiendo, todos. TODOS, si?

    Así es que seamos amables… Antístenes, un pasito abajo del pedestal, vendría tan bien…

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  16. S. Sorne dice:

    No pienso entrar al trapo ni de Antístenes ni de nadie. Esto me recuerda el Gran Hermano, que el que más la lía se hace más famoso y luego sale en todos los bolos. Algunos hacen esto para crear polémica y ganar comentarios para que el jurado se fije más en su relato. A mi eso no me hace falta, reconozco que al relato tal vez le falte verosimilitud, pero es tal y como yo lo creé, y ustedes en lugar de corregirlo, dedíquense a escribir mejor, que más de uno lo necesita. Yo también sé corregir a los demás, pero prefiero utilizar ese tiempo en mejorar mis escritos

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  17. Panzermeyer dice:

    Perfecto, así se habla: esto es lo mío y desde ya que puedo hacer algo mejor, a eso me dedico, y ustedes en vez de andar tocando campanas en casas ajenas, vean la mugre en la propia.

    O sea, a escribir, ignaros.

    Bastante razón tiene, por cierto.

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  18. Hank dice:

    Pensaba haber comentado algunos detalles de su relato, S. Sorne, sobre todo porque le vendría muy bien revisar algunos aspectos y porque de eso es de lo que se trata en este foro, de comentar con el fin de que todos mejoremos nuestra técnica, pero en vista del carácter tan poco dado a aceptar crítica alguna que demuestra con sus contestaciones, mejor me lo perdono. Usted se lo pierde.

    Hay que ser más humilde cuando uno muestra su trabajo en público. De otra forma, se expone usted a quedar como lo ha hecho.

    Suerte con las editoriales, si es que trata de publicar algo, y mejor haría ne no enviar más textos a foros en los que los demás puedan opinar.

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  19. S. Sorne dice:

    Hank (¿O debería llamarle Antístenes 2º?)
    Créame que si algo soy es humilde. Ni he ganado nada nunca ni lo voy a ganar con este relato. Pero tampoco lo he expuesto aquí para que vengan algunos (solo me refiero a Antístenes y usted, claro, pues los demás han comentado con toda corrección), y se las den de maestros no solo con mi relato sino con todos los demás. Solo me faltaba que este señor me tenga que decir como he de enterrar el cadáver de la protagonista…
    Si no le gusta, lo asumo, faltaría más. Si no me gusta ni a mi…

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  20. Adafina dice:

    A ver, no comprendo muy bien por qué hay que buscarle la lógica a un relato que se supone que está contado en primera persona por una mujer demente, que en su locura seguro que creía poder pasar un año encerrada en una tumba. ¿Cómo no lo va a creer si ha depedazado al marido y se ha cortado un brazo con una sierra? En fin S.Sorne, a mí me ha gustado y lo englobo todo en la fantasía de la mujer protagonista, no en el autor. Esto es ficción.

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  21. Hank dice:

    Un relato magnífico, verosímil y con un ritmo trepidante.

    Enhorabuena

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  22. Ojos Oscuros dice:

    Honestamente, S. Sorne, a mí me gusta tal cual. Es tu historia y está perfecta. Es intrigante, agobiante y angustiosa. Enhorabuena por tu relato. ¡Suerte y ánimo!

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  23. S. Sorne dice:

    Gracias Adafina. Por fin alguien que no se plantea el porqué de la existencia al leer mi relato. Puede gustar o no, eso está claro, pero como bien dices esto es ficción. La lógica ya la tenemos en la vida cotidiana. ¿Qué sería de tantos directores de cine fantástico si les estuvieran censurando todos los planos fuera de la lógica? Te agradezco que hayas puesto un poco de lógica en esta ilógica que va a terminar conmigo peor que mi protagonista. Un saludo

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  24. Panzermeyer dice:

    Muy bien, Sorne, tu respuesta 23 es correcta, y completamente lógica.

    Y no lo tomes como algo personal, nunca. Lamentablemente nos ponemos, algunos… un poco desagradables.

    Pero de todo se aprende, y tomalo con buen humor, no vale la pena ir más allá.

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  25. S. Sorne dice:

    Respecto a Hank, no entiendo el comentario 21 después del 18. Supongo que va con ironía, pero lo dejamos ahí. En todo caso un saludo para él y mi agradecimiento.

    A ojos oscuros darle las gracias por los ánimos y alegrarme, cómo no, de que le haya gustado. Sin sacarla del contexto del que nunca debió salir, o sea, una historia posible solo dentro de la demencia de la protagonista.

    Y a Panzermayer agradecerle igualmente su comentario. Nunca lo he tomado como algo personal y entiendo (ya lo he explicado antes), que no te parezca verosímil. Lo único que me ha molestado ha sido que me digan (otros, no tú), los cambios que debo hacer en el desarrollo de la historia. Y por supuesto que de todo se aprende, y sobre todo, de la crítica constructiva, que yo siempre agradezco. Un saludo cordial

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  26. Paulo Rodríguez Lozada dice:

    Existen marisabidillos en cada rincón, para estos tipos hacerse de oídos sordos es la mejor opción
    En cuanto al relato, felicidades…

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  27. S. Sorne dice:

    A Paulo Rodríguez Lozada:
    Tienes toda la razón, amigo. aquí la gente tiene tal espíritu competitivo que se salta las reglas de la educación a menudo. Un comentario crítico ayuda mucho aun siendo negativo. Un comentario de quienes ya todos sabemos, enerva y afecta. Eso es lo que buscan precisamente. Reconozco que caí en su trampa, pero aprendí la lección. Gracias por leer mi humilde texto

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