Todos guardamos secretos. Algunos durante años. Otros durante toda la vida. Tal vez sea por eso por lo que mi padre afirmaba que nunca se acaba de conocer a las personas.
Mi padre y su afición por hacer prisioneras frases ajenas. Registraba todas ellas en una libretilla que siempre llevaba consigo. De tanto en tanto, transcribía su contenido a unos cuadernos pautados y numerados de forma rigurosa que descansaban, junto a centenares de libros, en la enorme librería del cuarto habilitado como despacho. A menudo sospeché que esa particular biblioteca del saber la tenía memorizada y el hecho de conservar aquellos cuadernos obedecía más a una costumbre irracional que a una posterior necesidad de consulta. Recuerdo que una de sus citas favoritas la había obtenido de un libro de esoterismo a los que tan aficionado era en su juventud. Rezaba algo así como que la vida de las personas sólo se justificaba por el esfuerzo que hicieran por comprender.
Comprender, entender. Acaso esa sea la clave necesaria para evadirme del laberinto de dudas en el que me encuentro. Estoy desconcertada, tan dolorosamente perdida que creo que lo mejor será remitirme al principio. Pero ¿cuál es? ¿cuándo comenzó toda esta historia?
Puede que para mí fuera aquella noche en la que él llegó a casa un poco más tarde de lo habitual. Mamá estaba en la cocina dando los últimos toques a la cena, embutida en su segunda piel en forma de bata rosa, arrastrando las zapatillas entre el fregadero y los fogones.
Recuerdo que cenamos bajo una atmósfera densa, salpicada a ratos por comentarios intrascendentes. Argos, nuestro golden, en contra de su rutina, no cesaba de rozar su cara contra las piernas de mi padre y de vez en cuando lamía su mano. No se había separado de él ni un segundo desde que había entrado por la puerta. Entonces recordé.
– Por cierto, papá ¿no tenías que ir hoy a recoger los resultados de los análisis?
Pregunté casi a traición. Hubo un silencio incómodo seguido de una repuesta imprecisa; está todo bien, un poco de estrés, ya sabes; una contestación demorada unos segundos que se me antojaron eternos; me conviene descansar unos días, trabajaré desde casa. Mamá seguía mirando absorta el televisor.
La ambigüedad alimenta la imprudencia y conduce a la curiosidad. A la mañana siguiente, antes de ir a la universidad, abrí el maletín de mi padre. Allí estaban los papeles del hospital con la realidad impresa a máquina, la situación irreversible, la renuncia expresa al tratamiento y un diagnóstico en cursiva: días contados, no más de un mes. Un sello de tinta azulada y una firma ilegible lo certificaban.
Doce días después falleció. La madrugada de un cuatro de mayo.
Unas horas antes, cuando pasé a su despacho para darle las buenas noches, me miró por encima de sus gafas con una mezcla de dulzura y de serena aceptación del destino.
– Me voy a dormir. ¿Necesitas algo, papá?
No contestó. Terminó de escribir unas líneas en el folio que tenía delante, lo metió en un sobre y, sin decir nada, me invitó con una seña a que me acercara. Sobre el techo y las paredes se difuminaba un mosaico de suaves colores procedentes de la lámpara Tiffany del rincón. Afuera, la lluvia arañaba los cristales en silencio.
Bordeé la mesa y me situé detrás de él. Acaricié su pelo y sentí como se abandonaba al contacto de mis dedos. Permanecí así unos minutos, tratando de expresar con mis manos las palabras que naufragaban en mi garganta. No quería llorar. No quería que me viera. Me agaché a su lado y le tomé la mano. Cogí el vaso de güisqui que tenía sobre la mesa y se lo acerqué a los labios. Bebió apenas un sorbo, sin apartar un solo momento sus ojos de los míos. Con ternura me apretó contra él y pude sentir su corazón latiendo acelerado en mi mejilla. Lo abracé con fuerza, como cuando era niña y él llegaba a casa al anochecer preguntando a voces:
– ¿Dónde está mi princesa? ¿Alguien ha visto alguna princesilla por aquí?
Y yo me situaba delante suyo, brincando, agitando los brazos para hacerme notar mientras él simulaba que no me veía hasta que, dando un grito de sorpresa, me alzaba hasta el techo y me dejaba caer en sus brazos, cubriéndome de besos mientras yo deseaba con toda mi alma quedarme colgada de su cuello eternamente.
– Papi, ¿hasta cuando podrás alzarme alto, muy alto?
Su respuesta era invariable: Siempre, cariño, siempre.
Luego, al terminar de cenar, me subía a su espalda y me llevaba al dormitorio. Tumbado junto a mí, inventaba cuentos de países misteriosos y de héroes con mantos mágicos que les volvían invisibles. A menudo era él quien se quedaba dormido y yo tenía que llamar a mamá para que lo despertase.
Y ahora estaba allí, convertida de nuevo en su niña, más unida a él de lo que nunca me había sentido. Dejando pasar los minutos en aquella penumbra tan deliciosamente acogedora, escuchando uno de sus discos de vinilo.
‘… dust in the wind, all we are is dust in the wind…’.
Antes de salir de la habitación pronunció mi nombre, dubitativo. Me giré y vi que aún tenía en sus manos el sobre que acababa de cerrar. Alargó el brazo.
– Ven, Violeta. Coge esto. No preguntes nada, por favor. Ya lo entenderás.
Cerré la puerta del despacho con la carta en mi regazo, sabiendo que no volvería a verlo con vida. Lo encontré unas horas más tarde, alrededor de las tres de la madrugada, con la cabeza apoyada en los brazos sobre el escritorio. Parecía dormido. Comenzó a llover en mis ojos.
La muerte es cruel, despiadada, soez. No sólo nos arrebata a quienes más amamos sino que corrompe el tiempo, forma crepúsculos permanentes, contamina los recuerdos, diluye la línea que separa la vigilia y el sueño. Espera paciente a que cerremos los ojos para proyectar en nuestra dolorosa añoranza las imágenes de quienes nos dejaron. En este estado, adormilada en la soledad de la noche en el tanatorio, vi o creí ver a un hombre de pie frente al féretro de mi padre, observándolo a través del cristal. Tenía esa edad indefinida que poseen algunas personas cuyo pelo se vuelve cano de forma prematura pero conservan tersa la piel. Vestido con un impecable traje oscuro, mantenía sus delgadas y pálidas manos entrelazadas mientras sus labios se movían de una forma casi imperceptible. Tal vez rezaba. Traté de salir de mi sopor, preguntarle quién era pero, antes de que pudiera decir nada, me miró un instante con sus ojos grises, giró sobre sí mismo caminando hacia la salida y se fundió con la oscuridad.
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Vaciar un armario es una forma de deshabitar la memoria.
Mamá se decidió a hacerlo cuando las fuerzas volvieron a acompañarla y abandonó los sedantes. Arrodillada frente al ropero, iba depositando con mimo las prendas de mi padre en cajas de cartón. De vez en cuando se acercaba alguna a la cara y permanecía unos segundos inmóvil, con los ojos cerrados, llenándose de recuerdos con su olor. Yo la observaba desde el quicio de la puerta.
Entonces sucedió. Escondida tras una montaña de calcetines grises, en el fondo del cajón inferior, mamá encontró la caja. Vi su gesto de sorpresa al ponerla delante de ella en el suelo; sus dedos nerviosos al levantar la tapa y descubrir el paquete de cartas atadas con una estrecha cinta verde; su boca trémula al abrir la primera; su rostro contraído al leerla; sus ojos como lunas azules al asimilar su contenido; su espalda encorvándose por segundos. Y luego otra carta, y otra más, y otra. En un inquietante silencio, devorando con ansia las palabras, extrayendo sin control aquellas hojas repletas de una caligrafía pulcra y cuidada. Leyó diez, tal vez quince, antes de ponerse en pie, trastabillándose, dejando que los sobres que aún tenía en las manos se precipitaran hasta el suelo mientras ella se derrumbaba en la cama sofocando su llanto con la almohada.
Durante unos instantes no supe qué hacer ni qué decir. Me acerqué al montón de cuartillas esparcidas frente al armario y comencé a leerlas. Todas ellas habían sido remitidas desde París y estaban encabezadas con el nombre de esa ciudad y la fecha. Sin duda alguna, mi padre era el destinatario de aquellos párrafos. Su nombre se repetía por doquier precedido de los más sutiles adjetivos. Adorado J…., querido J…, mi muy amado J…
Mamá gritó desde la cama fuera de sí.
– ¡Quémalas! ¡Quémalas todas!
Lo hice, no sin antes haber procedido a ordenarlas y a leerlas con detenimiento. La más antigua estaba escrita unas semanas antes de la boda de mis padres. La más reciente databa de un par de meses atrás. Cartas hermosas, celdas de papel ambarino que encerraban palabras delineadas a pluma y repletas de una conmovedora prosa que hechizaba los sentidos; trazos de tinta que poseían el misterioso encanto de saber deslizarse entre los pliegues de la razón y posarse como pájaros incorpóreos muy cerca del lugar donde todo nace. Nadie escribe con tanta delicadeza si no ama desde lo más hondo de sí mismo.
Comprendí entonces que en aquellas hojas estaba la justificación de sus prolongadas ausencias por viajes de trabajo, la respuesta a sus noches de insomnio encerrado en el despacho y la explicación de sus ambiguos y profundos silencios.
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Los días transcurren ahora con una cadencia espesa.
Argos está desconcertado. Olisquea aquí y allá para terminar recostado en la alfombra del despacho con la cabeza entre sus patas y las orejas caídas. Un ligero gruñido se le escapa de vez en cuando.
Mi padre confinado en su sueño eterno, ajeno a todo en la opresiva oscuridad de un arcón de roble, convirtiéndose como sus cartas en cenizas. Igual que la nota que deposité entre las flores de su féretro a modo de despedida.
Mi madre languidece en su dormitorio, sentada en la mecedora de la abuela, apagándose con cada atardecer, con la mirada vacía y perdida en algún punto del cuadro de Tamara de Lempicka, en donde una bella mujer enredada entre gasas rojas y gladiolos blancos parece lamentar el haber sido durante más de tres décadas mudo testigo de un amor que nunca lo fue. Ya no llora.
¿Y qué puedo decir de mí? Arrinconada en el vértice formado por la línea del desencanto y la del dolor que se ha instalado como un incómodo inquilino en mis entrañas. Incapaz de saber cómo debo manejar a partir de ahora las piezas de este rompecabezas, dejando escapar palabras entintadas sobre el papel con la vana esperanza de que se desvanezcan las sombras que me rodean.
Jamás sabré por qué mi padre no se deshizo en sus últimos días de aquellas cartas, ni por qué representó durante toda su vida el papel de esposo perfecto y el de amante furtivo de forma simultánea. Ahora ya no importa. De lo que estoy segura es que tenía razón cuando afirmaba que nadie conoce a nadie.
– Ven, Violeta. Coge esto.
La carta, su última carta; la que me entregó aquélla noche fijando sus ojos suplicantes en mí, mientras sus manos temblorosas abrazaban las mías. Dormida en el fondo del cajón de mi mesilla, guardando las palabras que conforman el puente entre el deseo de conocer y el miedo a encontrar las respuestas.
– No preguntes nada, por favor.
Y en alguna parte el hombre de pelo canoso que creí haber imaginado en el tanatorio; tan real como lo soy yo. A ratos me pregunto cómo se sentirá y si también hubiera deseado dejar un postrero mensaje escondido en el ramo de flores para su amado.
– Ya lo entenderás.
No, papá. No lo entiendo. Aún no.
(A la memoria de mi padre)
261- Cartas desde París. Por Violeta,Enviar a un amigo Imprimir
Violeta, acabo de leer tu relato y me da que pensar en lo que cuentas. ¿Cuánta gente habrá que pasa toda una vida engañándose a sí misma y engañando a alguien por no ser capaz de enfrentarse a una realidad? Afortunadamente, ya parece que cada día hay menos gente conformista y que «pelea» por lo que quiere y no por lo que debe…
Tras esta reflexión, tengo que decirte que me parece que está escrito con una corrección impecable, junto con un estilo y detalle excelente.
Te deseo mucha suerte!
Violeta, a mi también me ha gustado tu relato. Me deja un poso de tristeza. Conmueve. Suerte.
Violeta, tu historia es excelente, conmovedora, audaz. Me gusta como la escribiste, lo único que me chirria es lo de «llover en mis ojos». Te felicito
Compleja historia, Violeta, bien escrita pero poco aclarada, lo que suele llevar a la duda y en demasiadas ocasiones al desánimo por la lectura.
Los personajes principales, como ese tipo que se supone compartía amor con el padre, se visualizan mejor cuando se habla más sobre ellos, cuando ocupan el espacio que la historia les exige. De otra forma, como me ha ocurrido a mí, es muy fácil malinterpretar y perderse en versiones paralelas.
Difícil para muchos, me temo, entre los que me incluyo. Quizá para algunos, una obra maestra.
Suerte.
Violeta, de verdad que me ha emocionado. Sencillamente estupendo tu relato, lleno de humanidad y de verdad.
Todos deberíamos guardar cartas, notas, mensajes, algo que al final desvelara nuestros secretos, quiza para que se nos entendiera mejor..
Suerte tocay@!
Relato de mucha calidad.
Nadie conoce a nadie al cien por cien, es imposible, pero creo no equivocarme al decir que el amor que recibió Violeta de su padre, sí fue real y no escondía nada.¿No es eso lo más importante?
Mucha suerte.
Siempre me han gustado las historias abiertas, aquellas que esconden más de lo que muestran.
Mucha suerte.
Escribe muy bien, aunque debería revisar las comas. El relato es muy emotivo, pero… Debería haberlo terminado con su frase «comenzó a llover en mis ojos». Ahí es donde termina la historia. Ya no hace falta nada más. Deje a la imaginación del lector lo que la carta del padre pueda decir a su hija… O al notario, claro…
Suerte.
Me has hecho disfrutar de una excelente lectura. Gracias y mucha suerte.
He sentido el dolor, la frustración y la perplejidad de esa familia de ¿ficción? En cualquier caso describes a un hombre que amaba a dos personas y no pudo, o no supo, renunciar a ninguna. ¿egoista? ¿No lo somos todos?
Me ha parecido excelente. Escrito por una persona que sabe transmitir emociones al lector. Enhorabuena.
Impresionante relato. Estoy emocionado, la historia me ha «tocado» .
Me hace reflexionar sobre lo que el padre decia sobre que nunca se conoce a las personas.No obstante ,que dificicil es entender por que las personas actuamos de determinada manera inexplicable desde fuera.
Me ha gustado todo el relato, sobre todo la parte de misterio que queda sin resolver, permitiendo al lector imaginar las respuestas .
La historia es tremendamente humana y , si me permites una confesion, ha logrado hacer que me sienta identificado en lo que se refiere a la complejidad de las relaciones humanas.
El padre de tú relato, debió sufrir mucho, pero también recibió mucho amor, de otra forma no hubiera podido amar tanto…
Violeta, genial, te deseo mucha suerte y te doy las gracias por haberme hecho pasar un estupendo rato de lectura en la que, por momentos, «tambien llovia en mis ojos».
Enhorabuena
Tienes mi voto…Violeta
Suerte!
Querida violeta:
Simplemente fantástico, espresión impoluta y un tema apasionante, todas escondemos algo y lo más raro de todo es que de día queremos ser teresa de calcuta y de noche la más pérfida de las mujeres, en fin es un debate que no tiene fin que esa doble personalidad el que no la tiene la desearía y el que la tiene la esconde, un abrazo y ánimo tienes mi voto incondicional….
Violeta, tengo que felicitarte por esta historia, sencilla y conmovedora. Has sabido enlazar las palabras de forma magistral, consiguiendo que se deslicen fluidas, sin estridencias. Haces la literatura que me gusta, y me encantaría que tu relato estuviera entre los finalistas. Enhorabuena.
Violeta, buena historia y bien contada. Transmite. Espero que tengas suerte. Enhorabuena.
La historia se abre y se cierra perfectamente. Lo que queda a la interpretación del lector es la maraña de sentimientos, alegrías y sufrimientos de los protagonistas y en los secretos pero sobre todo, los que quedan al enfrentarse a la realidad, las preguntas sin respuestas que quedan abiertas como heridas sin cicatrizar.
Enhorabuena.
Violeta: Me has conmovido.
Espero que esta vez sea la definitiva. Suerte
Es cierto, nunca conocemos a nadie del todo, si no se vería lo cobardes que somos todos en realidad.
Mucha suerte!
Perfecta redacción y estilo impecable, imprescindible para ayudar al lector a seguir hasta el final con esa aparentemente fácil fluidez. Uno puede imaginar perfectamente los olores y sabores de la familia, la niñez y el hogar, para, de repente, sorprenderse brutalmente por la crueldad de la vida. Espero que les des una segunda oportunidad a la madre y al «otro» en un nuevo relato…
Mucha suerte.
Este relato me ha puesto los pelos de punta. A todos nos puede hacer recordar a alguien cercano que ya no tenemos a nuestro lado. Mucha suerte Violeta
Violeta, tu relato me parece muy «real y profundo» y como pienso que esta muy bien ligado y bien escrito, nos provoca un cierto «amargor» en el final del mismo.
Merece la pena «ser leido» y ser analizado pues describe, elegantemente, una situación compleja pero tratada de una forma muy humana.
Suerte Violeta.
El texto buenisimo.
Muy bueno. Tienes mi voto. Suerte!
Nadie escribe con tanta fuerza si no ama desde lo más hondo de sí mismo.
Maneja bien la dosificación de datos. El lirismo de algunos pasajes contribuye a fomentar el sentimiento de melancolía en el lector. Naranjitas para ti.
Continua escribiendo.
Siendo proactivos propongo que este relato sea el embrión de una novela, puede plantearse como secuela…o como precuela del relato corto
Magnifico relato, bien escrito, con claridad y con profundo sentimiento
Es cierto que deja un poso de tristeza pero, a veces, asi es la vida
La autora tiene una brillante carrera en la literatura de ficción. Es capaz de expresar sus sentimientos de una forma contundente y elegante a la vez.
Se lee con ansiedad desde su primera frase y el final, elegante y claro
Mi voto es para este inolvidable relato. Enhorabuena
Bien escrito aunque pienso que recargado en exceso. Me ha gustado más tu forma de narrar que la historia en sí.
Me a encantado, aun estoy emosionada.
suerte Violeta y gracias por invitarme a disfrutar de tu relato.
Violeta me ha gustado mucho y me ha emociando. Te doy mi voto.
Mucha suerte¡
Violeta, en mi bola de cristal veo que estarás en las dos finales, suerte.
Imaginativo, sorprendente, emocionante, emotivo… realmente bonito.
Mostrar lo más íntimo vestido de historia.
Mucha Suerte.
Francamente bueno, deja ver entre líneas la realidad de tantas y tantas relaciones familiares .Muchas veces, no podemos entender los motivos que hacen una vida salirse de los canones.
Pero creo que es necesario darse cuenta, que dentro de los derechos que debemos otorgar a nuestros seres queridos, esta el de ser o no ser y el de poder compartir con nosotros la parte que libremente decidan, sin sentir por ello que nos excluyen de su vida, solo dejan un rincón para su intimidad.
Como hija creo que amar a tu Padre, significa respetar y no juzgar……………solo disfrutar de los momentos vividos a su lado y del legado que nos dejó y forma parte de nuestro yo mas intimo.
Me ha gustado mucho, Violeta. Muy bien escrito, además. Supongo que lo sabes, uno sabe perfectamente cuando ha escrito algo bueno.
Te deseo mucha suerte.
Buen relato, de los mejores que hay por aquí. Sin duda, una prosa muy trabajada. Melancólico y triste, sin un ápice de esperanza, ni siquiera en la frase final.
Enhorabuena.
Claro y muy bien enfocado. Excelente.
Creo que no era necesario echar esa mano al lector destapando del todo el intríngulis en el antepenúltimo renglón. Si se lee atentamente (y el relato lo merece sin ninguna duda desde el comienzo), hacia la mitad del texto debe adivinarse sin esfuerzo por dónde suenan los clarines.
Muchas felicidades.
Muchas gracias a todos por vuestros comentarios.
Como véis, no se puede gustar a todos y ésto es lo que engrandece la literatura. A algunos les parece liado, a otros demasiado explícito; a unos largo, a otros corto; a algunos melancólico y triste, a otros emotivo y elegante; a unos sencillo y fácil de leer, a otros recargado. Sea como sea, mi más sincero agradecimiento a todos sin ninguna excepción por dedicar vuestro tiempo y vuestras palabras.
Yo te doy la mia. Me apunto a que está muy cuidada la prosa. Tienes partes realmente bellas en el relato. También creo que no hace falta tanto ya que lo habías apuntalado casi todo antes de la primera de puntos. De todos modos encantador. Tiene momentos de verdadera caricia. Mucha suerte.
Violeta,
me ha gustado mucho tu historia, pero sobre todo, has logrado sumergirme en la melancólica atmósfera de los recuerdos y la ambigüedad de una forma atractiva. Enhorabuena!
Violeta: tu relato me ha llenado el corazón de sentimientos y ¡qué bien escribes!. ¿Qué más se le puede pedir a un relato?. Mucha suerte.
Enhorabuena Violeta, un gran relato, una prosa muy cuidada y poco recargada. Interesante el doble juego del diagnostico medico sobre el que parecia descansar todo el relato para sorprender con una historia de amor que solo pudieron entender dos personajes, no debemos justificar nuestra vida en comprender a los demas, nunca los conoceremos del todo.
Mucha suerte.
Un relato excelente y una redacción muy cuidada.
¡¡ A por el premio !!
Cánquel, muchísimas gracias por tus palabras tan amables. Algunas veces pienso que en algún párrafo se me derramó el azúcar.
Aloha. Ambigüedad, esa es la clave para poder entender.
Jimena. Gracias, gracias, gracias. ¿La del Cid o la de Sabina?
Morgan: Ya no quedan piratas como los de antes. El testigo es tuyo.
Jorge. La discreción es la mejor de las virtudes. Gracias por tu tiempo.
Violeta, sabes que está muy bien escrito el relato, que es una buena y emotiva historia. No necesitas suerte. Seguro que consigues el éxito. También a mi me has provocado recuerdos de mi padre.
Muy interesante.
Gracias a todos los que habéis querido compartir conmigo un trocito de la tarta de vuestro tiempo. Besos, achuchones y abrazos.
Voto por este relato
Me ha gustado mucho. Y además lo he entendido. Muy, muy bueno, he disfrutado leyéndolo.
Hermoso relato, tanto por la historia como por la manera de contarla.
Enhorabuena por ser finalista del público y suerte.
Voto por este relato
Si abres la ventana y prestas atención seguro que oyes el eco de mis aplausos. Es un placer haberte leído. No lo había hecho y ahora me obligas a meditar antes de dar mi voto. Suerte como quiera que sea.
Voto por este relato
Violeta:
ojalá hubiera tenido más de un voto. Entre estos relatos finalistas hay dos más a los que me hubiera gustado votar.
Uno es el tuyo.
Suerte.
Voto por este relato.
Voto por este relato.
Me a encantado el relato. Un votito para él.
El tuyo es el tercero que me quedo con ganas de votar. Pero hay que elegir. No quería dejar de decírtelo.
Un abrazo
Voto por este relato
Lo que es agradable es tener esas virtudes que tú has destacado y encima escribir como los ángeles literatos. Gracias por la visita, Violeta, y mucha suerte, en general.
Voto por este relato.
Simplemente maravilloso, no tengo palabras.
Te remito mi más modesta opinión y sin duda el dominio de tus palabras es capaz de embriagar mi mente y capaz de hacerme despegar en un mundo en el que tú sólo has creado.
Mi más sincera enhorabuena por el relato.
Un abrazo
Voto por este relato.
Enhorabuena por ser finalista, y mucha suerte en la final.
¡Enhorabuena, Violeta!, veo que mi bola de cristal no ha fallado. En cuanto al resultado de esta final, en ella se ve borroso, por lo que no puedo adelantarte nada…¡Suerte!
Cuanto me alegro Violeta, te lo merecías.
Querida Violeta te deseo lo mejor, gracias por leerme y apoyarme.
Mucha suerte;)