100- Nuevo correo recibido. Por Baikonour
- 6 julio, 2011 -
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Estaba en plena tarea con la hoja de cálculo cuándo en la esquina inferior derecha del monitor apareció el mensaje de “Nuevo correo recibido”. Chasqueó la lengua con fastidio, molesto por la distracción. El maldito recuadro, poderoso, parecía tener un imán sobre los ojos; le resultaba imposible apartarlos de la esquina, sustraerse a su influjo. Desistió de continuar con su tarea y pulsó la previsualización..
De: RRHH
Para: Luis Mediavilla
Asunto: Convocatoria despacho RRHH hoy 15:00
El súbito incremento de la tensión arterial golpeteo con fuerza en sus sienes, mientras el diafragma se negaba a bajar y dejar entrar aire en los pulmones. El ruido de los teclados de sus compañeros enmudeció súbitamente, y su campo de visión se redujo a la pantalla de 17 pulgadas que tenía justo enfrente. Leyó y releyó varias veces el encabezado, incrédulo, sin poder abrir por completo el correo. Su instinto de supervivencia, adormecido por los diez largos años pasados en la empresa, subiendo con tesón de puesto en puesto; despertaba de su letargo. Recibir un correo de ese tipo un viernes a las dos de la tarde no puede significar nada bueno, le decía esa vocecilla. Unos segundos (o eternidades) después, se armó de valor y desplegó el texto completo. La primera reacción fue de alivio al ver la brevedad del texto, en el que básicamente se reiteraba la información: tenía que presentarse a las 15:00 en el despacho de personal. Ninguna otra aclaración ni explicación accesoria. Si había, no obstante, un último regalo para su recién estrenada taquicardia. Al final del mensaje, y bajo el texto interrogante de “¿Acepta la convocatoria?” aparecían dos botones de voto, el verde del SI y el rojo del NO. Incluso creía percibir cierto retintín en la mecánica pregunta. El puntero saltaba de una casilla a la otra, indeciso como la mente en la que pugnaban los instintos enfrentados.
Incapaz de decidir, retiró la mano y levantó la vista. Recorrió la sala con la mirada anhelante, buscando alguna seña de complicidad, una cara amiga con la que descargar los nervios. Ninguno de sus compañeros parecía haberse dado cuenta de la angustia que le embargaba en aquél momento. Ni siquiera el chismoso de Recuero, que habitualmente oteaba su entorno como si fuera un búho, movimientos de cabeza incluidos, daba señales de inquietud. Estaba enfrascado en su trabajo como pocas veces recordaba haberle visto. Desechó la idea de buscar alguien amigo con el que comentar lo que le atenazaba. La corbata le apretaba con saña el cuello, ciñendo el cuello de una camisa que empezaba a empaparse sudor. Se levantó y fue al baño; se mojó la cara y el frescor del agua ayudo a sosegar un tanto su ánimo. Mientras se secaba las manos se miró en el amplio espejo, que le devolvió la imagen de un ser pálido, desencajado, encogido sobre sí mismo. Estaba totalmente fuera de si, necesitaba sacarse como fuera aquello de su interior.
Salió del baño, pero el recuerdo del amenazante ordenador le impedía volver a su puesto. Buscó en su memoria algún otro escondite. Subió a la planta superior, donde estaba la máquina del café, solo para comprobar que no tenía monedas. Pensó en pedírselas a alguno de los compañeros que había en la sala, pero finalmente se contentó con incorporarse a uno de los corrillos sin prestar la más mínima atención a la conversación. No se sentía en condiciones de charlar indolentemente sobre alguna noticia absurda de ultima hora. Sentía el ambiente extraño, tirante, muy distinto a la calidez que estaba buscando. En vez de tomar café se bebió sus propios pensamientos, digiriendo la amenaza que había recibido. La sudoración y el ritmo cardíaco empezaron a disminuir, mientras en su lucha interna, el bando del miedo retrocedía ante el avance de la furia y la rabia. Al salir atropelladamente de la sala, casi choca con Vazquez, de contabilidad.
-¿Dónde está el fuego, hombre?
-¿Cómo dices?
-Que dónde esta el fuego. Que ya me dirás si no a donde vas con tanta prisa. -Vázquez no era mal tipo, pero su sentido del humor era cuando menos peculiar. El se hacia muchísima gracia, siempre se estaba riendo, pero pocos en la oficina le catalogarían como una persona divertida.
-Ah, si, eso…. es que tengo un correo urgente que contestar.
-Peste de correos y de ordenadores. Parece que ya solo sabemos comunicarnos con esos malditos cacharritos. Yo me niego. Si alguien quiere algo, por lo menos que me llame por teléfono, y me lo diga de propia palabra. Mira, hoy, por ejemplo, llevo todo el día sin abrir el correo.
-Tú es que eres muy tuyo Vázquez – y otros varios adjetivos que se me están ocurriendo en este momento-; pero es que tu puesto te lo permite. A ti te dan tus cuentas y una calculadora y eres feliz, no necesitas mas.
-Pues haberte pedido contabilidad, cuando entraste en la empresa, que bien que te diste prisa en entrar en compras, jodio.
Estaba empezando a sentirse incomodo. Aparte de por su humor, Vázquez era conocido por lo pesado que podía llegar a ser. Era capaz de estar horas hablando sobre cualquier cosa y con cualquiera. El hecho de que hubieran entrado en la empresa con escasas semanas de diferencia le invitaba a tomarse unas confianzas que malditas sean las ganas que tenia de dárselas. Miró el reloj descaradamente, por ver si se daba por aludido. Segundos después, y ante la persistente verborrea, saltándose cualquier norma de educación le esquivó con un quiebro de cintura y le dejó con la palabra en la boca.
Imbuido en nuevos ánimos, bajó las escaleras de dos en dos y se sentó decidido ante su escritorio. Agitó el ratón para hacer despertar a su durmiente monitor, y pulsó firmemente sobre el SI, decidido a enfrentarse con lo que hiciera falta. Al cerrarse la pantalla del correo, reapareció la hoja de cálculo inacabada. Quedó perplejo durante unos instantes. Después, clicó con furia sobre el aspa de cerrar, sin ninguna gana de trabajar en aquello que hacía escasa media hora parecía ser lo más importante del mundo. Apareció el fondo de pantalla y la Ducati que tenía como imagen, objeto de deseo que nunca se dió el gustazo de satisfacer. Paseó la mirada por los iconos hasta encontrar el que buscaba. Pasó un rato deambulando por las carpetas de archivos personales, revisando las cosas que había ido acumulando con el paso del tiempo. Hizo una selección que pasó al pendrive que guardaba en el cajón, pero era imposible guardarlo todo. Sencillamente, no tenía espacio. Multitud de archivos, documentos, fotos, canciones… todos sucumbieron al frenesí de su dedo índice y el botón de “Suprimir”. Cuando terminó con los archivos personales, aún le quedaba un cuarto de hora para la cita que anticipaba fatídica. Al parar, se dio cuenta de que estaba sudoroso, con la respiración agitada. Se forzó a si mismo a detenerse unos instantes y recuperar la serenidad. Descolgó el teléfono que tenía en su mesa y marcó el número de su mujer.
-Hola cariño, ¿que estas haciendo?
-….
-Estaba pensando que, si te apetece, podíamos ir a comer a la arrocería esa que te gusta tanto.
-…
-No, hoy no tendré que volver a la oficina por la tarde. Tendrán que aguantarse y pasar sin mi. La tarde de hoy es solo para nosotros. Vete pensando adonde iremos después.
-….
-Quedamos allí a las tres y media, el primero que llegue que vaya pidiendo mesa.
Cuando colgó, se pasó la mano por la frente. El sudor que la perlaba momentos antes había desaparecido. Se encontraba mucho mejor, reconciliado consigo mismo. Recapacitó durante unos segundos, los suficientes para retomar el ratón y mandar la flechita parpadeante a la otra punta de la pantalla, justo dónde un icono colorido indicaba “Proyectos”. Una sinfonía de chasquidos mecánicos y zumbidos del disco duro protagonizaron los siguientes minutos. Se movía por el sistema de archivos con la precisión de un cirujano; cortando, sajando y amputando con su misma determinación. El reloj del escritorio iba desgranando los minutos a la misma velocidad que desaparecían los megabytes de información. Cumplido el límite horario, sonrió satisfecho consigo mismo y se recostó en el asiento. Tremendamente relajado, fue, ahora sí, consciente del extraño revuelo que se percibía en la oficina. El ir y venir de la gente, los grupitos en torno a algunos puestos, las sonrisas e incluso alguna carcajada superaban las habituales un viernes por la tarde a aquellas horas. Parpadeó perplejo en su sitio, casi olvidó la obligatoria visita pendiente. Le intrigaba a santo de qué tanto revuelo, pero no tenía tiempo para averiguaciones; y ademas, era algo que ya no le incumbía. Apagó el ordenador, recogió la mesa y se levantó. Tomó la chaqueta del perchero y tras cruzar la oficina con una media sonrisa bailándole en la cara, salió al descansillo. Pulsó el botón para llamar al ascensor, ya que recursos humanos se encontraba cinco plantas más arriba. Mientras esperaba tatareando una cancioncilla, llegó a su lado Cristina, la recepcionista de la planta. Le saludo fríamente, como siempre, mientras pegaba con celo un folio en la pared.
“Se comunica al personal que debido a un virus informático, se ha producido un falso envió masivo de correos suplantando la cuenta de Recursos Humanos. Los afectados pónganse en contacto con el departamento de informática para que revisen sus equipos”
Retrato de un hombre inmerso en la zozobra laboral. Un apresurado, ¿quizá, ahora, arrepentido? De cualquier forma el protagonista del relato aún puede dar marcha atrás: aplazar la cita y justificar la pérdida de la información debido al virus.
Creo que el relato podría ser más corto, o utilizar ciertas partes, o personajes (Vázquez), para profundizar e ir más allá del estereotipo del pesado de la oficina. Pero esto es cuestión de gustos.
Te dejo mis mejores deseos, Baikonour
VAYA RELATO, NOS HACE VER LO MUCHO QUE DEPENDEMOS DE LA COMPUTADORA. SUERTE
Es un buen relato, me ha gustado mucho. Considero que está muy bien escrito. Cómo desgranas los estadios emocionales por los que va pasando el protagonista. Lo que hace que aumenten las ganas de saber qué le depara el maldito correo. Uno se mete en la piel del protagonista e incluso se puede ver identificado.Seguro que a más de uno le pasó.
Mucha suerte.
Hay mucha tensión en el relato. Consigues que el lector siente la ansiedad y preocupación del protagonista aunque creo que se podría haber producido el mismo efecto con menos detalles. El ambiente que describes me hace recordar las obras de Kafka. Estoy curiosa ¿qué va a hacer este hombre ahora?
Conozco a una persona del mundo real que sufrío una situación similar a la que cuentas, pero que terminó bastante peor que tu protagonista. Ya se sabe: la realidad supera a veces la…
Mucha suerte, y mucha ficción como esta
Lo leí en una primera vuelta donde creía haber comentado todos, pero claro, algunos se me pasaron, este es uno de ellos y por eso lo hago ahora.
Me gusta la idea, aunque llega a ser asfixiante la preocupación de ese hombre por el miedo a algo que cree simplemente, que va a ocurrirle. Aquello de darle vueltas a las cosas antes de que suceda y que no se pueda evitar.
Suerte
Buen trabajo, descriptivo y un poco cruel. Un abrazo y muchos éxitos en el certamen.
Baikonour: Curioso Seudónimo que usas. Muy parecido a Baiconur, ciudad en Kyzylorda provincia de Kazakhstan. Al leer tu relato de inmediato pensé en mandarte un comentario por email, pero de seguro se iría a la bandeja de correo no deseado. Muy bueno tu relato y como veo que te gustan las situaciones intensas, te recomiendo el relato de Archibaldo. Felicidades. Fue un placer leerte.
Muy bueno