Y apareció, deliciosa, sonriente y pulposa más rica que siempre, vestida de adulta, enterizo absolutamente blanco, sin mangas, con los hombros descubiertos, ceñido y lo suficientemente corto para disfrutar de sus muslos tostados y brillosos.
¿Te gusta mi vestido? Es que tuve exposición pues.
¿Qué si me gusta? ¡Puta madre!, no me levante a saludarte para no delatar mi entusiasmo, puta madre, hubiera venido en jean. ¿Qué si me gusta? Te queda tan bien como si no lo llevaras puesto, no me voy feliz de esta vida sin corroborar esto.
¡Mmmm!. Pucha estas ¡riquísima!
Estaba deliciosa, había tantas cosas que mirarle, sus ojos, su boquita, sus dientecitos, sus muslos, su escote discreto, su piel deliciosa y brillante- y se dio vuelta sonriente y coqueta- no Víctor, no, ¡no!, ni se te ocurra buscarle el culo, que te enamoras, y mucho menos ni pienses en encontrarle el calzón con tu vista de rayos “xxx”. Puta madre, era inevitable.
La conversación fluía, entre risas y más risas, no recuerdo bien de que hablábamos pero la estábamos pasando de la puta madre.
Vimos a un heladero y lo llamamos con las manos, entusiasmadísimos como niños. El se acerco y nos mostro su cartilla. Mientras decidíamos, el chico se había quedado mirándola sin pestañear, soñando despierto con todas las cosas que se le podría hacer. Y hubiese seguido así por años, hasta que lo mire con un “¡que chucha miras concha tu madre!” Y en el acto le volvió el pestañeo y nos indico que el “Sin Parar” estaba s/.2.50 y no s/3.00 como dice la cartilla.
“Donito” para la dama y “Jet” para el caballero.
Volvimos a lo nuestro, en esa tarde naranja que se eternizo en mi mente. Sin parar de reír, me explicaba lo graciosa que se le veía a su amiga cuando exponía como un robot. Hizo el gesto robótico con sus brazos y el “Donito” mancho piel y vestido en la esquina superior derecha de este. Vi como sus gestos cambiaban, sus ojos se cerraban y su boca se abría, sus labios dibujaron un puta madre. Sus manos se acercaron a corregir su fallo, la detuve con la mías, dije no suavemente, me acerque y mis labios desparecieron “Donito” de piel y vestido.
Nos miramos asombrados por segundos eternos. Yo sonreí, ella sonrió.
Los errores se vuelven agradables cuando las curas son deliciosas.