114- A la sombra de los álamos. Por Rosamol
- 8 julio, 2011 -
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Sara busca una sombra que dure, por eso elige el banco que hay debajo de los álamos que bordean el río. Escucha el rumor de las ramas y se imagina el color de sus hojas, ahora verdes, ahora blancas, mientras baja del carrito a su hijo y le ve alejarse corriendo hacia las escaleras del tobogán. ¡Cómo le gusta el murmullo de los árboles! Cierra los ojos y se acuerda de su aldea de Tucumán, una hilera de casas enganchadas a un cable, como un tren, en un paisaje seco, aplastado por el sol. Algunas veces piensa que ha merecido la pena haber recorrido las ascuas del infierno para haber llegado aquí, a este país con árboles, a su vida de ahora, a su hijo.
Siente la luz del sol en su cara mientra escucha la risa de los niños. De pronto, a través de sus párpados nota que la claridad del sol se apaga.
–Hola –escucha una voz de hombre y le siente a su lado. Abre los ojos y parpadea para quitarse el sol de dentro. Enfoca su mirada e intenta ubicar a ese hombre en su memoria. Sonríe. Sabe quién es. Lentamente se levanta y se dan la mano. Se sientan en el banco, lejos uno de otro, sin dejar de mirarse.
–Me alegro mucho de verte otra vez. No han pasado los años por ti –le dice él. Luego mira al niño del parque–. ¿Es tu hijo? –pregunta.
–Sí, tiene dos años –miran cómo se desliza de nuevo, oyen su risa.
–Se te ve feliz, absolutamente feliz.
–Lo soy. Siento que al fin me ha tocado empezar a vivir.
Viene el niño llorando porque se ha caído. Sara le limpia la rodilla con un pañuelo de papel humedecido con agua, le susurra palabras de consuelo y se va a jugar con dos niños de su edad que construyen un castillo de arena, con cubos y palas.
–¡Qué guapo es! Se parece a ti. Tiene tu piel tostada y tus ojos oscuros.
–Para mí es un regalo del cielo, después de todo.
–Tu vida no ha sido fácil.
Una ráfaga de viento levanta una nube de polvo. Ella se tapa los ojos con una mano y dice
–Te esperé. Creí que vendrías a ayudarme a volver a vivir, a recomponer mi vida…. ¡No sabes cómo necesité tu afecto y tus palabras!
–Y te pido perdón por ello, por dejarte sola, por no acompañarte en esos duros momentos. Huí lejos, no pude hacer otra cosa. He trabajado en África estos años, una experiencia muy dura que empequeñeció mis remordimientos.
–Vaya, yo escapé del infierno y tú fuiste a buscarlo. Pero cambiamos de vida, tú a tu nuevo trabajo y yo aquí, con mi hijo, y eso es lo que verdaderamente importa. ¡He pensado mucho en ti y me alegro tanto de verte! ¿Te quedarás aquí ya?
–He venido para cuidar a mi madre, que está mayor y muy enferma. Mientras ella viva, estaré aquí.
–Espero que no sufra. El sufrimiento no es buen aliño para vivir y ahora tú lo sabes muy bien.
–Me temo que tienes razón. Aunque está por todas partes. Entonces ¿te casaste y viniste a vivir a esta pequeña ciudad?
–Sí, mi marido colaboraba en la organización que me ayudó, así que no tuve que explicarle nada de mi pasado, lo conocía tan bien como yo, solo tuve que ponerme a ayudar a otras mujeres víctimas de engaños de mafias organizadas y luego, por su trabajo, nos vinimos aquí, a esta ciudad, tan luminosa y llena de árboles. ¿Sabes? Cuando le conocí me recordó mucho a ti, a ese día, cuando entraste en el burdel, con ese aire serio, temblando de miedo… También él tenía ideas religiosas bien arraigadas y estaba confuso.
–¡Bufff!, yo también recuerdo ese día. –Suspira, se sonroja y esconde su cara entre las manos–. ¡No sabes lo que me costó tomar esa decisión! Conducía y se me escapaba el volante de los dedos. Sudaba a chorros. Fíjate qué lejos me fui, por si me veía alguien conocido…
–Recuerdo que al entrar en el cuarto me dijiste alto, espera, hablemos antes de hacer nada, y hablamos, y nos sentó bien a los dos, y me contaste que tenías a Dios dentro, clavado hasta la médula y que te exigía más y más y ya no sabías qué más darle…; pero necesitabas aplacar esa ¿urgencia lo llamaste?
–Ya no sé ni cómo lo llamé. El caso es que estaba desesperado, presionado por mi educación religiosa y ya no sabía si necesitaba una mujer o a Dios. Pero Él quiso que te encontrara a ti. ¿Te acuerdas de cuánto charlamos esa noche? Después te acercaste a mí y me abrazaste, hicimos… el amor y cuando te dije “te quiero” comenzaste a llorar, tanto que no fui capaz de calmarte con nada… Tu tristeza, tu pasado, me destrozaron el alma.
–Sentí que era la persona más desgraciada de la tierra y me acordé de mi infancia, de la voz de mi padre, del llanto de mi madre, de mi aldea…
–Sí, y que cuando había tormenta solo los rayos tenían electricidad y tu mundo se reducía a la luz de una vela y a los cuentos de tu padre, maestro de una escuela sin niños, porque ya no había nadie.
–¿Te acuerdas también de eso?
–Y de que las fábricas eran cadáveres vacíos, sin nadie, solo restos esparcidos, por eso quedaba tan poca gente.
–¡Vaya! No lo has olvidado. Por eso, porque no había futuro, ni presente, fue tan fácil engañarnos. Luego vino lo peor… Y eso no era vivir. Durante un tiempo quise ser una piel vacía, para no sufrir, pero el corazón está vivo y a cada latido te recuerda que ahí estás tú, con tu miedo, con tu maldita deuda que nunca mengua, con el dolor de seguir un día más y otro…
Sara baja la cabeza intentando cambiar de pensamientos y ve a una hormiga que trabaja, incansable, a la sombra de una enorme piedra. Se afana en arrastrar el cadáver de un saltamontes espachurrado por un paseante distraído. El viento la aleja de su hormiguero y la obliga a iniciar la penosa marcha con su pesada carga. Pobre, piensa, y la empuja con el pie, suavemente.
–¿Y tu marido?, ¿eres feliz con él?
–Sí, es un buen hombre. Me da seguridad y afecto, que a estas alturas de mi vida es más de lo que puedo esperar. Ha tenido mucha paciencia conmigo, no sabes cuánto miedo y rencor he tenido que superar. –Se vuelve hacia él – ¡Y tú me ayudaste tanto!, gracias a ti estoy aquí.
–Bueno, solo no podía hacer nada, así que fui a hablar con la organización que te ayudó, que fueron los que hicieron el resto….
–Aún no me has dicho el porqué de tu huída.
Él le hace un gesto para llamar su atención y, lentamente se quita la bufanda y abre su abrigo negro. Sara le observa y mira el traje, serio. Sus ojos se detienen en el alzacuellos.
–Veo que al final….
–Ya lo era cuando te conocí, Sara, pero no pude decírtelo, no tuve valor, después de todo, me sentía terriblemente culpable, después del alivio que encontré a tu lado.
–Y yo en la otra ciudad, deseando que vinieras a verme… Ahora sé que fue en vano, que nunca habrías aparecido. Jamás te hubiera pedido otra cosa que tu amistad. Tu culpa fue la causa de que me abandonaras…
–Sí, lo sé, y nunca me perdonaré mi cobardía. He rezado mucho por ti desde aquel día. Mil veces le he pedido a Dios que no te abandonara, y mil veces le he agradecido que te pusiera en mi camino. A través de la organización me enteraba de tus progresos, me decían que estabas bien. –Coge su mano entre las suyas–. Ahora, prométeme que nos visitarás algún día, te contaré cómo es la sombra de los árboles en África. También allí la sombra es vida, fuera de ella solo hay espinos.
–Claro que sí. Tomaremos un café. Y también me contarás a qué huele el viento.
–Y hornearé dulces africanos hechos con miel.
Ríen. El sol está empezando a esconderse detrás de la única torre de edificios, como si se metiera en el balcón del último piso a dormir.
Un perro husmea en la basura y se aleja moviendo el rabo. Una señora va con la correa detrás de él amenazando con no sacarlo más de paseo. Apenas puede correr debido al excesivo volumen de su cuerpo. El perro la mira, triste, con la certeza de que, sin él, ella no saldría de casa, así que se deja prender.
Sara se levanta y llama a su hijo. El niño corre a su lado, y le pone las manos sucias en la falda. Sonríe, se las limpia, le coge en brazos, le besa y frota su cara con la suya.
Él toca su hombro, levemente, como una caricia y revuelve los cabellos al niño.
–Mi casa está al lado de la plaza. Tiene una rueda de molino en la puerta, del molino de mi padre. El río pasa por su lado y nos refresca en verano y enfría en invierno, pero su sonido nos acompaña siempre. No lo olvides. Adiós, Sara.
Mira las hojas de los álamos, que el viento sigue cambiando de color, y se va caminando despacio. Sara sonríe, mira a ambos lados y, aprovechando la ausencia de todos, le tira un beso.
Un relato estructurado mediante diálogos que cuentan el relato en sí.
Es una técnica muy difícil, sobre todo para un relato corto. El intercambio de palabras debe sonar fluído, natural, como si estuvieras escuchando en ese mismo momento a los personajes; y eso, repito, es tremendamente complicado. Si leyéramos en voz alta esos diálogos, un oyente a nuestro lado lo percibiría inmediatamente.
No se habla como se escribe, y viceversa.
Concuerdo con Rafael: los diálogos deben ser fluidos, el lector debe sentirlos espontáneos. Además, no existe contrapunto. Estas ¨almas gemelas¨ se complementan al punto que son capaces de continuar las frases del otro, se dan la razón mutuamente, están absolutamente de acuerdo y eso, aparte de restar naturalidad, también consume la tensión. Pobre del esposo, no tiene ni remoto chance de evitar los cuernos que, de seguro, le van a montar en el molino. Esa parte está bien lograda.
EL ESTAR ESCRITO TU RELATO A BASE DE DIÁLOGOS HACE QUE EN DETERMINADO MOMENTO NO SE SEPA CUÁL DE LOS DOS ESTÁ HABLANDO, SIN EMBARGO TU RELATO TIENE SU ENCANTO, DIGO YO. SUERTE
Un culebrón contado a través de diálogos forzados.
Me gusta mucho tu relato porque de una manera sencilla -mediante un diálogo suave en un parque- cuentas una historia terrible.
Mucha suerte Rosamol
Los diálogos deben ser naturales, aunque eso se consigue con práctica.
Suerte.
Lo de los diálogos forzados ya te lo han dicho por ahí arriba, y puede -sólo puede- que lleven razón, pero tu prosa es suave como de terciopelo, y se merece unas cuantas estrellitas.
Un beso y Suerte!
Has elegido el diálogo y punto, con más o menos pericia has desarrollado tu historia.
Suerte
Los dos primeros párrafos son prometedores, aunque luego creo que el relato pierde fuerza por culpa de unos diálogos poco verosímiles. Ya lo he dicho en otros relatos que he comentado, aunque la idea no es original mía, desde luego: no hay que ser tan explícito y hay que dejar que sea la propia acción la que explique las cosas, o la que permita que cada lector se haga una idea diferente de lo que el autor trata de explicar. A veces no queda más remedio que ser muy explícito, pero el efecto es menos «literario», para mi gusto. Reconozco de todas formas que no siempre es fácil de conseguir, y yo mismo he caído en esa trampa más veces de las que lo he evitado.
Por lo demás, me gusta la sensibilidad con que tratas el tema y veo muchas posibilidades a tu relato una vez bien revisado.
Mucha suerte
Un relato conmovedor que muestra gran sensibilidad hacia el mundo de los marginados. Me quedo con algunas frases que denotan una prosa ágil y elegante:
Cierra los ojos y se acuerda de su aldea de Tucumán, una hilera de casas enganchadas a un cable, como un tren, en un paisaje seco, aplastado por el sol. Algunas veces piensa que ha merecido la pena haber recorrido las ascuas del infierno para haber llegado aquí, a este país con árboles, a su vida de ahora, a su hijo. (a la primera le sobra la coma detrás de tren)
Quizá deberías utilizarla más en próximos relatos. Así evitarías, de paso, la utilizaciónde de diálogos casi en exclusiva, que son más complicados y requiere una habilidad, a veces innata.
Suerte en el certamen Rosamol