127- Como una muñeca de trapo. Por Papá Noel
- 11 julio, 2011 -
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Julia llegó detrás de la furgoneta de los bomberos al edificio Coral Palace. Desdeñó el ascensor y subió las tres escaleras saltando dos peldaños en cada tranco. En segundos se encontró frente a la puerta del apartamento 3-A, donde habitaba Virginia desde que se había independizado dos mese antes. Eran las cuatro de la madrugada.
Mucho le había costado convencer a los bomberos.
-No tengo dudas, es un caso de suicidio- Dijo al funcionario de guardia, cuando se apersonó en la estación, situada a pocas cuadras de su casa.
Tenía motivos para pensar lo peor; últimamente su hija exhibía comportamientos contradictorios: Manifestaba expresiones de gran alegría que terminaban en llanto sin motivo aparente .Pero lo que más la abrumaba eran sus explosiones de ira ante cualquier contrariedad y aquellas miradas oblicuas que dirigía a su madre cuando ésta pretendía convencerla de que visitara a un especialista. Siempre daba la misma respuesta:
-¡La del problema eres tú!-
Esa madrugada Julia desperto´ súbitamente con el repique del teléfono, era Virginia.
– Estoy mal, necesito que me salves- le dijo antes de cortar la comunicación abruptamente. Con manos temblorosas Julia marcó el número de su hija, pero ésta nunca contestó
Los bomberos abrieron la puerta con relativa facilidad. Recostada del marco, Julia veía como su única hija yacía en un sofá con la cabeza ladeada, al borde del asiento. En el suelo observó tres cajitas de cartón y varios empaques vacíos de plástico transparente que un bombero recogió y guardó en el bolsillo de su camisa. Mientras un funcionario tomaba nota, los otros dos acomodaron a la joven de veintiséis años en una camilla; con prisa la llevaron hasta la ambulancia y arrancaron en dirección al hospital. Detrás de la furgoneta Julia conducía el auto como un robot, no lloraba, no pensaba, sólo percibía aquella enorme presión en el pecho y un inmenso calor que le brotaba desde lo más hondo, mientras que un sudor frío manaba de sus axilas y le corría hasta las caderas. El volante se le escurría de las húmedas manos. Percibió un olor a rancio al tiempo que los latidos del corazón retumbaban en sus oídos. Sintió urgentes deseos de orinar. Al descender del auto, frente al hospital, no prestó atención a sus pijamas empapadas.
Una butaca marrón de material plástico que estaba en el pasillo de la sala de cuidados intensivos sirvió de refugio a la tensión de Julia; allí se desplomó, aflojó los músculos y tomó una bocanada de aire. Acurrucada se permitió llorar, mientras intentaba pensar en algo coherente, poner orden en el caos de pensamientos que discurrían aceleradamente por su mente. Una imagen se enlentenció de improviso en su memoria: la diminuta esfera de papel color rosa que, un año antes, encontró en el estante de Virginia mientras sacudía el polvo de los libros. Recordó que había tomado la pequeña bolita entre los dedos advirtiendo que se trataba de un papel minuciosamente enrollado, y aunque sintió curiosidad, no se atrevió a desplegarlo; Virginia se enfurecía cuando alguien hurgaba sus cosas, las cuales mantenía en impecable orden.
A la semana siguiente, mientras sacudía el polvo de los libros, notó que allí, en el mismo lugar del tercer tramo del estante, permanecía solitaria y muda la respetada bolita de color rosado Esta vez la agarró automáticamente, sin pensar deshizo los dobleces y estiró la angosta y corta laminilla de papel. Escrito con cuidadosa caligrafía y en letras diminutas, decía: “Por más que me busques nunca me encontrarás”. Temerosa de disgustar a Virginia trató infructuosamente de seguir la marca de los dobleces del papel para darle la forma esférica original. Colocó la malograda esferita en el mismo lugar y esperó el regreso de su hija, dispuesta a escuchar la sarta de reproches que seguramente lloverían sobre su humanidad. Cuando escuchó el ruido de la puerta se refugió en su habitación aparentando leer un libro, mientras enfocaba la atención en el recorrido que hacía su hija por la casa. La sintió entrar en la cocina, tal vez a comer algo, luego al estudio, donde estuvo un largo rato; antes de retirarse a dormir pasó por la habitación de su madre y le dio las buenas noches.
– Que duermas bien- Contestó Julia extrañada.
Al día siguiente Virginia tuvo un comportamiento amable y apenas se marchó a la Universidad, Julia corrió hasta el estante y tal como había imaginado, la bolita ya no estaba. “El mensaje llegó a su destinatario, era para mí, seguramente se dio cuenta de que leí la nota” , pensó. Ahora, sentada en una butaca en el pasillo de un hospital, volvió a sentir el mismo escalofrío de antes. Es que para Julia, los frecuentes y fallidos intentos de acercarse a su hija eran respondidos siempre con desprecio y hasta con crueldad. Como pasó el día en que le pidió que la ayudara a levantarse cuando resbaló en la cocina y la respuesta fue:
“No dispongo de tiempo, debo estudiar”
Por eso no le extrañaba que la nota estuviera destinada a ella.
El leve chirrido de la camilla sacó a Julia de sus cavilaciones. Grande fue su sorpresa al ver la camisa de fuerza que inmovilizaban torso y brazos de su hija. La enfermera contó que no hubo alternativa, que Virginia rechazaba los auxilios y que pretendió huir del hospital.
No podía dar crédito a lo que estaba viviendo.
-Es una pesadilla, una mala jugada de la fatalidad. Un desconocimiento de mis esfuerzos a mi rol de padre y madre, un menosprecio al apoyo incondicional que le brindé… Y si bien es cierto que ella se destacó siempre por su brillante inteligencia; nadie podrá negar que sin mi colaboración no hubiera obtenido con honores la licenciatura en Química. Parte de ese título me lo debe a mí – dijo Julia para sus adentros.
En la pequeña habitación que le pareció inmensa como su desamparo, contuvo el llanto y de pie al lado de la cama, mientras acariciaba el cabello de Virginia, con voz muy baja comenzó a entonar la canción de cuna con que solía arrullarla cuando era niña.
Virginia escuchaba con los ojos cerrados, por su memoria viajaban los recuerdos, lentos, apretujados, transportándola a una época en la que nada sabía y todo lo preguntaba:
-Mama ¿Por qué dices que el gato tiene hambre?-
-Las madres lo sabemos todo-
-Mama ¿Por qué anuncias que va llover y de verdad llueve?-
-Las madres lo sabemos todo-
¿Por qué, cuando repicó el teléfono dijiste: “atiende, es tu papá? ¿Cómo adivinaste?
-Es que las madres lo sabemos todo-
Respondía cada vez.
Julia luchó siempre contra la indiferencia de su ex marido, le dolía el olvido en que mantenía a la niña y solía llamarlo para recordarle:
“Comunícate con tu hija, hace una semana que no te ve ni te escucha.”
Inmediatamente el padre llamaba y la niña saltaba de alegría.
Murió cuando ella contaba diecisiete años. Durante la enfermedad, Virginia le visitó diariamente en el hospital, era quien le aseaba, le daba la comida y hasta se llevaba su ropa para lavarla en casa.
El doctor entró al cuarto, se acercó a la cama, aceleró el goteo del suero y desató la camisa que mantenía inmovilizado el cuerpo de Virginia. Después de examinarla, dijo que al día siguiente podría marcharse para continuar el tratamiento en casa, recomendando además la consulta de un psiquiatra. Se despidió con una amable sonrisa.
Julia sentía la urgencia del contacto, de salvar la zanja, ya convertida en abismo que se había abierto entre las dos. No soportaba el denso silencio. Clamó ante el Dios que había olvidado, pidió clemencia, pero sobre todo mendigó una dosis de valor para enfrentar la hostil mirada de su hija.
-Hija, te amo más que a mi propia vida, mi deseo es ayudarte. Estoy dispuesta a escuchar y comprenderlo todo. Cuentas conmigo, tú lo sabes…
¿Qué te impulso a tomar tan fatal decisión?-
Después de un prolongado silencio Virginia respondió:
-Fui abusada por mi papá en repetidas ocasiones-
Esta confesión sobrepasó la capacidad de tolerancia de julia y levantando la voz le espetó:
-¿Por qué nunca me lo contaste?
-Porque tú lo sabías. Porque las madres lo saben todo. Odiaba cuando te escuchaba decir jactanciosamente que sabías las cosas que yo ignoraba y que no podía explicarme, respondió con una sonrisa que a Julia le pareció sardónica.
– Pero si eras casi un bebé, se trataba de un juego que nos divertía a las dos. ¿Quiere decir que sufriste abusos de tu padre y soy yo quien tiene que soportar tu odio?-contestó agarrándose del borde de la cama para mantener el equilibrio.
Virginia no dijo nada
Julia conocía esos silencios que en ocasiones pretéritas se habían prolongado hasta dos meses produciéndole el efecto de una tortura. Sabía que Virginia mentía para causarle dolor. Salió del cuarto y recostándose de una columna revivió algunos sucesos del pasado que había lanzado al desván de su memoria; como la vez que viniendo del colegio su niña, de apenas ocho años, le contó que se había reñido con una compañera y que para responder a sus insultos le deseó que su hermano recién nacido muriera. Ni que decir de cuando encontró la figura de arcilla que había traído del Perú, pintada con esmalte de uñas rojo y nunca quiso confesar por qué lo había hecho. Peor aún: no aceptó que ella era la autora. Cuando esto ocurrió Virginia contaba siete años, nadie más que ella y su madre vivían en el piso. Tampoco explicó cómo habían llegado las píldoras analgésicas para la jaqueca que tomaba Julia y que había buscado exhaustivamente, hasta la casita de la “barbie”. Por toda respuesta Virginia dijo:
-No lo sé-
Temprano en la mañana salieron del hospital directo a la casa de su madre, adonde la convaleciente fue atendida hasta su recuperación. Julia quiso reiniciar la conversación sobre los supuestos abusos del padre pero Virginia le dijo
-No quiero hablar de eso-
¿Por qué se regodea causándome dolor? ¿A quien he criado? ¿A una hija que me odia? Se preguntaba Julia con angustia, mientras preparaba el batido de frutas favorito de Virginia. Comenzó a invadirla un sentimiento de dolor y de tristeza que se transformó en impotencia, en rabia sorda. Se percató de que ya no deseaba diálogos, mucho menos abrazos ni caricias y juró que no haría un solo intento más para “tender puentes” entre su hija y ella. Era la más desgarradora e involuntaria renuncia que presentaba ante la vida.
Al despedirse, antes de regresar a casa, Virginia agradeció a su madre y extendió los brazos hacia ella. Como el náufrago que se aferra a una débil rama, Julia la estrechó contra su pecho.
– No me siente, me lo dice su cuerpo laxo como el de una muñeca de trapo; esto no es un verdadero abrazo… Yo tampoco la siento a ella – Pensó Julia con resignación.
La historia es atractiva y de lo más doméstica.
Yo creo que quedaría mejor resumiendo ciertos pasajes. Convertirlos en leves apuntes incluidos en la parte de la trama que contiene el núcleo de la misma, la del triángulo madre-hija-padre.
El asunto tiene su enjundia.
Suerte.
¿QUIÉN ES LA MUÑECA DE TRAPO? ¿LA MADRE, LA HIJA O LAS DOS?
INTERESANTE HISTORIA. SUERTE
Salvando las distancias, este relato recuerda a El Tunel de Sábato
Amplío el comentario anterior: Me refiero al problema de la incomunicación entre dos personas que se supone deben amarse
Un poco desconcertante.
Mucha suerte
Sí coincido con Barba Negra. Es un relato que te descoloca. Felicidades
Encuentro que es un relato excelente, bien escrito y con muchos matices que cualquiera ha podido experimentar personalmente, lo que lo aproxima al lector; además dejas muchas líneas abiertas para que podamos imaginar, y eso está bien. Lo que encuentro menos logrado es el final, no en cuanto a contenido, que me gusta, sino en cuanto a forma. Tal vez por la limitación de espacio.
Un saludo con mis mejores deseos para el certamen.
Lo encuentro demasiado duro por real?, creo
Suerte
Una historia muy dura que deja un regusto amargo cuando terminas de leerla. Desgraciadamente, es una situación que se repite con más frecuencia de lo que pensamos. He detectado algunos pequeños errores de puntuación y algunas palabras que no me han sonado del todo bien (apersonó por personó, enlentenció por ralentizó). Nada que no se solucione con un poco más de revisión.
Un saludo y mucha suerte
Madre e hija se están dejando de querer… pero quieren quererse, por eso se abrazan… pero no hay nada en ese abrazo… contrariamente a otra opinión por aquí, el final me parece perfecto.
Que ideas más turbadoras has metido en este buen relato!
suerte!
Escalofriante por lo real y hasta cotidiano en este mundo. Suerte
Dos náufragos en dos islotes separados. Se ven, intentan comunicarse. Pero,¡es tanto lo que las separan…!
¿No estamos todos así, en esta incomunicación? El relato da que pensar.
Si era eso lo que querías transmitir, conmigo ha funcionado.
Suerte.
Si, Kellroy: «Has dado en el clavo», esa es la intención y me pareció que debía expresarlo a través de una relación madre-hija por lo que tiene de simbólico, por el valor universal que tiene. Quise expresar que hasta ese amor INCONDICIONAL Y SAGRADO puede verse nublado por la falta de comunicación. Es más, fíjate que hasta puede crearse la duda, pienso yo… de que la hija miente acerca del abuso del padre sólo por el perverso gusto de angustiar a la madre. Entonces la madre sufre la proyección del desamor de la hija…
Particularmnte creo que nada hay que iguale el amor de una madre.
Una vez escribí:
Un hijo está en la dimensión de lo sagrado
más alto que Iglesia o Catedral
Más allá de la flor de lis
de corola desgarrada.
Gracias Kellroy
Al releerlo, confimro su dureza y ahora también lo bien escrito.
Suerte y gracias por tus comentarios.
Envío un saludo a los que leyeron y criticaron mi relato. Quiero a la vez hacer mis propios comentarios sobre las observaciones que han realizado. No es otra mi intención que la de añadir un puntito de condimento a este grato certamen que lamentablemente se aproxima a su final
Rafael:
No comprendo qué quieres decir con eso de que se trata de una historia “de lo más doméstica”.
Si tal vez hubieras dicho de “violencia doméstica” me parecería más acertado, aunque el tema de la “historia” no es precisamente doméstico.
Por otra parte, no se trata de un triángulo ¿Dónde está el tercer vértice?. Es más bien una relación angular, donde el padre apenas roza el relato tangencialmente. El núcleo del relato es la relación de incomunicación madre-hija que viene dada desde la infancia y se mantiene aunque la hija se hace adulta y universitaria. la madre es una mujer proactiva, inteligente, que sabe tomar decisiones, “no se duerme en los laureles”. Insiste, escudriña, reflexiona. Sin embargo no logra derrumbar el muro que la separa de la hija Para Julia todo es una mentira de Virginia, lo afirma con seguridad y hay que creer a la madre por lo centrada y equilibrada que es , lo demuestra con su actitud.
Virginia disfrutó siempre haciéndola sufrir (la bolita de papel rosado, los analgésicos en la “casita de la barbie”). Ella amaba al padre indiferente. La historia se da en cuentagotas. Esa fue mi intención deliberada
Gracias por haberme leído y tomarte la molestia de opinar. Me gustó lo de “tiene su enjundia”
doméstico, ca
1. adj. De la casa o el hogar o relativo a ellos:
enseres domésticos.
2. [Animal] que se cría y vive en compañía de las personas:
el perro es un nimal doméstico.
3. m. y f. Criado que sirve en una casa:
la doméstica sirvió la mesa.
Doméstico. Sinónimos
• criado, fámulo, lacayo, mozo, servidor, sirviente
• manso, dócil, sumiso
Moreda:
Muy buena tu pregunta ¿Qué crees? Yo pienso que la madre se rindió, se cansó de luchar.
La Pulga:
Las tres veces que leí El Túnel me produjo mucha angustia, pero en la tercera lectura entendí que ella era inocente.
Barba Negra y Pillo:
Lamento que Julia y Virginia les hayan producido tanto desconcierto
Charlotte Corday: A ti te respondí en su momento. El final he podido hacerlo mas “ralentizado” o enlentecido.
Lupe:
Si el relato es duro, durísimo. Yo también lo creo
Ambrose Bierce:
Aquí estoy apersonada para agradecer tu comentario.Yo también sentí ese mismo regusto amargo cuando lo escribí.
Catch-22 dice:
Si, lo confirmo muchas perturbaciones. Esa es la idea…
Bea: Veo que el relato no pasó inadvertido. Abrígate.
Kellroy :
Eres mi alma gemela. Así se habla.
Un abrazo a todos y ojalá nos volvamos a encontrar el próximo año en este precioso espacio virtual.
Tengan todos una Feliz Navidad
Papá Noel
Hay errorcillos depuntuación, pero mi «ceguera» y el teclado no me ayudan.
Bye, bye
Puede una madre dejar de querer a una hija?
Una hija a una madre creo que sí.
No hay duda que la hija es una perturbada, o simplemente una bruja?
Muy bien narrado. Suerte!
Como ya sí parece que se acaba todo (independiente de que se quede en la web e incluso quizás podamos seguir hablándonos), quiero:
Por un lado expresar mi experiencia:
Es la primera vez que escribo algo para darlo a leer a los demás, bueno, no es del todo cierto, al mismo tiempo lo hice con otro relato corto, pero no tiene nada que ver con el seguimiento de este. Y la experiencia ha sido preciosa. ¿Qué iba yo a imginarme que habría tantas personas comunicándose alrededor de este concurso?, ¿cómo iba a pensar que unos días con más tiempo y otros con menos, esto me iba a llenar tanto?, (tanto que estaba deseando acercarme al pc para ver qué había de nuevo).
Y por otro lado expresar mi agradecimiento y felicitación tanto a la administración, que creo que trabaja con muchísimo interés para sacar esto adelante, como al resto de (¡prepárense!), «escritores y escritoras».
Cuando pueda iré tomando nota de sugerencias hechas en varios campos, tanto en recomendaciones estilísticas como en lecturas, (me permito hacerlo yo con los dos libros a los que aludo en mi relato).
Creo que a unos once relatos les he hecho una consideración especial, para decirles que eran los que por uno u otro motivo más me habían gustado. Digamos que en una libreta puse una frase a todos y una calificación. Esos alcanzaron hasta un ocho, pero hay después un número largo con un siete, de relatos que me han gustado, pero casi en todos, me lo ha estropeado la falta de originalidad en temas creo que demasiado socorridos e impactantes. Si volviera a leerlos, seguro que variaría mi opinión cualitativa y cuantitativamente, pero eso ya queda para otros momentos.
De nuevo, gracias a todos y suerte.