La despertó la calidez de la mano de su marido que suavemente la acariciaba la espalda y en un tono bajo, como quien teme molestar, le decía que era la hora de levantarse, de empezar la jornada. Necesitó un poco de tiempo para encontrarse más despejada y cuando lo estuvo saltó de la cama. Tapó su desnudez con una bata y se fue al cuarto de los niños a despertarlos. Cuando lo consiguió, los dejó vistiéndose mientras ella bajó a la cocina y empezó con la tarea de preparar el desayuno. Primero apareció el más pequeño ya que era el más rápido en vestirse. El otro, más perezoso llegó después que el padre, que vestía un impecable traje azul oscuro. Terminaron casi todos al mismo tiempo y salieron de la casa hacia el coche. Como todos los días, el padre les llevaba a la escuela y después continuaba hasta su oficina.
Disfrutaba aún la sensación que le dejaron los besos que le obsequiaron al despedirse cuando se puso a recoger la cocina antes de meterse en el baño. Una vez allí, se tomó su tiempo. Podría considerarse un baño meditativo que le ayudaba a prepararse para el trabajo que le esperaba. Apuró hasta el último minuto antes de finalizar. Empezó con el arreglo personal, maquillaje, ropa, zapatos, bisutería y accesorios, todo a juego, que eligió con gusto y cuidado. Partió de la casa sin preocuparse por el arreglo de la misma ya que de eso se encargaba una empleada domestica que vendría en breve. Ella se concentró en la cita que tenia para el día de hoy. Llevaba apuntada la dirección en su agenda. Era un hotel en pleno centro que si mal no recordaba tenía parking, lo que le facilitaría el tema de estacionar el coche. No se equivocó. Lo aparcó y subió a la recepción donde preguntó por el nombre del cliente. Le dieron un número de habitación y se dirigió al ascensor para llegar hasta ella.
La recibió un hombre bastante mas joven que ella. La habitación estaba impregnada de ese olor agridulce que traen los hombres de negocios. En esta ocasión y quizás debido a su juventud era bastante fuerte. Le miró complacida. Era agradable en el trato y tenia formas agraciadas. Pensó que si su demanda no se complicaba con excentricidades, manías o rarezas, este trabajo la permitiría disfrutar. Su profesionalidad le impidió que este tipo de emoción aflorara. Su experiencia le indicaba que a veces las cosas se suelen torcer. Recordaba como algunos clientes de cara angelical o no de no haber roto un plato en su vida le presentaban la parte más oscura de si mismos. Aprendió a ser cauta, a no confiar.
Fue un trabajo fácil. No se trataba de dar rienda suelta a sus fantasías ni de sacar la parte pervertida de si mismo, solo quería descargar tensiones mediante un encuentro sexual al igual que hacen algunos cantantes, toreros, deportistas, según reza la leyenda urbana, ya que tenia una reunión muy pero que muy importante que le podía catapultar al éxito profesional. Si hubiera habido un tribunal examinándola la hubiera dado un sobresaliente. No solo por la prueba física sino también la verbal. El uso adecuado de las palabras así como la entonación que ponía conseguía llevarles a un estado de semihipnosis inducida por ella que les hacia sentirse como en el paraíso, técnica que había aprendido en un taller y que le estaba dando excelentes resultados.
Estaba tan encantado con su compañía que le pidió que almorzaran juntos. Aceptó ya que aún disponía de tiempo y de ese modo el cliente quedaría aún mas satisfecho por el servicio y además porque seguía resultándole agradable su compañía en lo que se incluía el placer de sus sentidos cuando contemplaba sus agraciadas facciones. Estiró al máximo el tiempo con él y a las cuatro se despidió ya que así tendría tiempo de llegar a su casa y estar allí cuando llegara su marido con los niños.
Recogió el coche y pagó el parking con la tarjeta de su empresa. Sacó el móvil de la guantera ya que una buena profesional no podía permitirse ser interrumpida en medio de un servicio por una llamada. Encontró un mensaje de la Madame que le pedía que se pusiese en contacto con ella. Por la entonación de la voz que dejo en el contestador pudo percibir que podía tratarse de una emergencia así es que la llamó antes de arrancar el coche. Efectivamente no se equivocó. Al parecer se había presentado de repente un antiguo cliente que estaba de paso en la ciudad y quería verla. Sabia que era mucho pedirla, pero este hombre insistió tanto que ella la instaba a que lo aceptase aunque sabía que al hacerlo rompía la norma que impuso al trabajar para ella, de estar libre por la tarde para poder atender a su familia. Le llevó un rato decidirse. Por un lado era grato el recuerdo que tenia del cliente que la demandaba pero de otra parte estaba su familia y la regla que ella misma se autoimpuso. Antes de aceptar, llamo a su marido y le comentó lo que pasaba y éste le mostró su parte mas comprensiva y le sugirió que aceptara el trabaja y que no se preocupara ya que el atendería a los niños. Le recordó lo que le quería y como lo hizo desde el corazón, no le costó esfuerzo alguno que le llegara.
De nuevo se puso en contacto con la Madame quien se alegró de su decisión y le pasó la nueva dirección a donde tenia que dirigirse. También la conocía. El hotel estaba mas alejado del centro y era menos lujoso, pero quedaba compensado siendo mas pequeño, discreto, intimo y mas acogedor. Dejó el coche fuera, en la calle y se tomo un tiempo para mirarse en el espejo y ver si había algo que recomponer en el maquillaje. Solo necesitó volver a pasar el carmín para que resaltara más sus labios.
De nuevo se acercó a la recepción. Dio el nombre del cliente y el recepcionista le indicó la habitación mientras le decía con una sonrisa que podría interpretarse como de complicidad, que la estaba esperando. Cuando le abrió la puerta sintió deseos de abrazarlo como quien se encuentra con un viejo amigo. De nuevo su profesionalidad le recordó que no debía mostrar sus emociones. Le extendió la mano a modo de saludo encontrándose con la de él que esperaba su iniciativa para responder. De forma excepcional y de modo poco habitual, el comenzó contándole algunos pasajes de su vida que le parecieron resaltables y que le habían sucedido desde la ultima vez que se vieron. Se lamentó que la vida no se hubiera portado bien con el. Los excesos que hiciera en otro tiempo le habían pasado factura. No solo en lo económico donde ya no podía permitirse los lujos de antaño sino en lo corporal recibiendo una visita que no por menos anunciada había sido menos esperada. Un infarto le había hecho tambalearse y así como los terremotos hacen con las casas poco sólidas, así quedo su cuerpo y le costó recuperar ese físico que ahora se presentaba ante ella. No pudo evitar mirarle con cierta tristeza y se alegró de que no hubiera podido reconstruir la vanidad que en otros tiempos formaba parte de su edificio psicológico y que ella intentaba sortear ignorándolo cuando se empeñaba en mostrarlo.
No quiso saber más y comenzó a quitarse la ropa. Apenas se había quitado la blusa cuando se acercó hacia ella y le invitó a ponérsela de nuevo. Solo quería hablar con ella, gozar de su compañía y por eso había contratado el encuentro. No quería arriesgarse y que su vanidad quedara aun más destruida si su órgano viril, ese que tantos momentos de placer le había producido, no respondiera. Prefirió que su presencia le transportara a otros tiempos en los que ella le había hecho sentir durantes unos minutos como si estuvieran viviendo una inmensa pasión. El evocarlo hizo que algo se moviera entre sus piernas aunque no con la fuerza necesaria para llevar a cabo acción alguna.
Por un momento se olvidó de su profesionalidad y dejo que la ternura que estaba sintiendo ante ese ser que estaba ante ella, se expresara. Le tomó de la mano y le llevó a la cama. Se tumbó junto a él y le abrazó. Era un abrazo calido, sentido y sincero y por eso produjo los efectos en él que ella transmitió. Ambos callaron porque hablaron sus cuerpos y el lenguaje era sencillo, amable, afectuoso, compasivo, bondadoso, afable…
Una llamada en la puerta los sacó de ese estado y posición. Era el camarero de las habitaciones que le traía la botella de champán que previamente había encargado. La invitó a compartirlo para celebrar con ella, el estar vivo y recordar y agradecerla los buenos momentos que le había hecho vivir. Quiso brindar por la delicadeza y suavidad con que acogió tanto su piel como su persona. Los efluvios del champán se hicieron pronto presentes y terminó algo embriagado. Entonces ella le ayudó a acostarse poniendo tanto cuidado y atención como lo haría una madre bondadosa Era casi media noche cuando abandonó la habitación.
Estuvo tan absorta en su trabajo que hasta se olvidó que era una madre de familia. El abandono al que les expuso se dilató demasiado en el tiempo. Una oleada de malestar se cruzó por su estomago y la hizo sentirse mal. No sabía si era por remordimientos, porque el champán a ella también le afectaba o porque no había comido nada desde el mediodía. Se apresuro todo lo que pudo para llegar a su casa.
Todo estaba en orden. Era como si su espíritu hubiera recogido esa ropa que el pequeño solía dejar tirado, recogido la cocina después de la cena y preparado las cosas para el día siguiente. Entró en la habitación de los niños y los dio un beso con ternura y complacencia. Luego se dirigió a su habitación donde también todo estaba en orden. Se acercó a su marido para ver si dormía y como le pareció que si, también le deposito un beso que le despertó. Se quitó la ropa, se dio una ducha rápida y se metió en la cama donde el la recibió con los brazos abiertos. La acogió en su pecho intentado resarcirla de la larga jornada que había tenido. Solo atisbó a susurrarle antes de quedarse dormido: Mañana no puedes trabajar tanto. Tenemos una cita para celebrar el aniversario de nuestra boda. Y se quedo placidamente dormido.