En el escaparate hay absolutamente de todo. Arena de playa, palmeras de pórex, barcos hechos con piezas de lego, sombrillitas de papel, hamacas de cáñamo. En el imaginario común el paraíso siempre está representado con los mismos elementos, siempre. Y en él, la camisa de flores y el bikini forman parte de una realidad infinita. Me he parado delante del escaparate por varios motivos. El principal de ellos es que no sé que hacer para no pensar en ti. Y el secundario supongo que está relacionado con mis ganas desesperadas de ser feliz. Y este escaparate es como un bote de cristal que contiene todo aquello asociado al campo semántico felicidad. Aunque yo sea más de montaña que de playa y las palmeras me importen una mierda. El que la felicidad nunca esté representada por unas chirucas o una tienda de campaña supongo que ya es otro tema. Otro motivo es el que hay un hombre, el dependiente, haciendo dibujos con un rastrillo en la arena. Y eso me parece de un escaparatismo tan avanzado que me impulsa a entrar.
Me siento en una silla de plástico blanco de esas baratas y me distraigo con pósters que anuncian packs de auténtico ensueño. El hombre deja de juguetear con la arena para atenderme con la seriedad propia de un doctor. Tiene los ojos grandes como un cocodrilo, y una arrugas muy finas en la comisura de los labios que hacen que parezca que lleve toda la vida riéndose de lo lindo. Se sienta encima de la mesa en lugar de hacerlo en la silla como en una demostración de cercanía y me clava la mirada. Entonces me pregunta mi nombre y me dice el suyo, la cual cosa me parece extraña porque en las tiendas nunca nadie te hace preguntas personales.
– Marcos.
– Dora.
– Bonito nombre.
– Gracias.
También me pregunta los motivos de mi visita y antes de que me atreva a contestar me da los suyos. Parece que Marcos es de los que se anticipa.
– Éste no es mi puesto habitual. Estoy cubriendo una baja. Mi especialidad son los viajes a África. Pero cuéntame tu.
– En realidad…
En realidad yo no puedo hacer ningún viaje, sólo necesito pasar una tarde de proyección, de distracción. En realidad, no soy de esa clase de personas que contratan los servicios de una agencia de viajes. En realidad, soy una oficinista con todas las vacaciones de este año agotadas. En realidad, he entrado por el rastrillo en la arena pero a un nivel más profundo no sé que coño hago aquí. Pero cómo le explico esto a Marcos que me observa en silencio, con la atención de un lince. Marcos me recuerda a todos los animales del mundo y a su manera, empieza a resultarme atractivo. Por eso decido que no pienso decepcionarlo.
– … aún no sé cuando podré hacer vacaciones.
– Bueno, no importa. Primero lo que tenemos que hacer es centrarnos en el destino. A algún sitio habrás pensado ir…
– Hombre, hay tantos…
Marcos es de esas personas que no vacilan. Si por él fuera, la conversación se desarrollaría a un ritmo vertiginoso, casi de concurso televisivo. En cambio, yo tiendo al titubeo, al pensar lento. Pero él se apresura a rellenar los huecos, a no dejar paso al decaimiento. En su mundo, la curva siempre es ascendente.
– Primero tenemos que pensar en el tipo de vacaciones que te gustan.
– Ya.
– Lo haremos más fácil. ¿Aventurera o doméstica?
– Mmm… ¿Depende de la época del año?
– En verano.
– ¿Aventurera…?
Nunca se me hubiera ocurrido la idea de definirme como aventurera. Básicamente porque no lo soy. Pero ya es demasiado tarde para rectificar y eso hace que nuestra relación, des de un principio, ya se base en una mentira. Y eso definitivamente es un peligro.
– Bien, Dora, bien. Puede que sea el hombre que necesitas.
En eso tiene razón y siento que empezamos a entendernos. Le sonrío en señal de aprobación y él asiente.
– ¿Conoces África?
– No.
– África es la madre tierra. África lo es todo. África significa.
– ¿Significa?
– El ser humano significa, toma sentido.
Marcos suelta palabras y luego se detiene para medir los efectos que provocan. Y a mi me parece que me van a medida, aunque luego me pregunto si siempre serán las mismas, si todos los que entramos en este templo del viaje deseamos oír lo mismo. Pero me da igual, ya hace rato que estoy vendida a su equipo.
– ¿Sabes? Puede que no esté preparada.
– Querer es poder.
Me alegra saber que Marcos es de esa clase de personas que utiliza frases populares al hablar. No sé porqué pero me da confianza.
– Es cuestión de metas, de propósitos, de retos. Estás preparada para ir a África y mucho más. Eso te lo digo yo.
En estos tiempos de despersonalización que un desconocido te mire con ojos de cocodrilo para decirte que cree en ti es motivo suficiente para querer abrazarle y no soltarle nunca más. Pero me contengo.
– Solo tienes que decidir qué tipo de viaje quieres hacer. Y también es verdad que los viajes de placer de toda la vida son una opción no descartable.
En esto último percibo un deje de desprecio, muy sutil, como los rayos ultravioleta, no se perciben pero dañan.
– A mí lo que me parece es que las experiencias fuertes te pueden interesar.
Aquí me sonrojo como una estúpida y me doy cuenta de que he empezado a creerme que me embarco en un viaje. Y sospecho que ahora es Marcos el que ya ha descubierto que no tengo ninguna intención de viajar. Es un mago en tejer telas de arañas, en identificar a sus presas y darles todo lo que ellas quieren. Estoy segura que la mayoría de mujeres que entran aquí acaban queriéndose casar con él.
– Claro que me interesan. Sólo que no sé si es el momento.
– Si pensamos mucho, nunca es el momento para nada, nunca los factores convergen en una situación perfecta. Porque ésta no existe, es totalmente imaginaria.
Marcos muestra una capacidad asombrosa para emitir verdades universales en una agencia de viajes. Con la mirada perdida le da vueltas a la bola del mundo de madera que reposa en su mesa.
– ¿Sabes cuál es mi juego preferido?
No le contesto porque me parece una pregunta retórica. Sólo hago un movimiento leve de cabeza, hacia un lado.
– Darle vueltas a esta bola y poner mi dedo en un punto, al azar, con los ojos cerrados. Cuando la bola se detiene, mi dedo apunta un país. Y así encuentro el destino. La de países que he conocido a los que nunca habría pensado ir.
– Yo una vez hice eso de ir al aeropuerto y embarcarme en el vuelo más barato. Resultó ser a Valencia.
A Marcos se le escapa la risa pero disimula muy bien.
– También te podemos someter a lo que aquí llamamos el test. Sirve para encontrar tu paraíso particular.
– No me gustan los tests. La opción que escogería nunca aparece. Soy un tanto compleja.
– Piensa que al final, todos respondemos a un arquetipo.
Percibo como Marcos se crece ante el reto de una cliente difícil, no acierta conmigo y bucea entre lo personal y lo profesional. No sé porqué decido sincerarme si ni siquiera voy a realizar este viaje. Pero ya es demasiado tarde, en situaciones tensas hablo más de la cuenta y mi imaginación ya hace rato que se ha disparado.
– No quiero viajar sola.
– Hay viajes organizados. En grupos afines a tus gustos.
– Nunca podría hacer eso.
– Sabía que eras de las mías.
Estoy a punto de decirle que le agradecería que dejara de ponerme en su saco, que me pone nerviosa, que me seduce sin que no se dé ni cuenta. En lugar de eso, opto por todo lo contrario.
– De acuerdo, quiero ir a África.
Y lo digo por decir, lo digo por él, lo digo por verle sonreír, lo digo por hacerle feliz. Y a pesar de que haya reunido todas mis fuerzas para ser lo más convincente posible, Marcos me mira incrédulo.
– ¿Estás segura? No quiero que hagas nada que no sientas.
Ahora lo que quiero es preguntarle que porque habla así, si es de verdad que se preocupa por mí. Y expresarle mi profundo deseo de ser distinta al resto de sus clientes.
– Y quiero ir contigo.
Esto no estoy segura de si lo llego a decir porque creo que mis labios apenas se mueven y porque el rostro de Marcos permanece impertérrito. Solo oigo que traga saliva.
– ¿Quieres pensarlo mejor y regresar en unos días? No es una decisión trivial. Puedo recomendarte unas lecturas.
Marcos controla los tiempos, las pausas, la distribución de la información. Me alarga su tarjeta en la que dibuja un círculo rojo sobre su número telefónico.
– Llámame, a cualquier hora, encontraremos tu destino.
Segundos después, encajamos las manos y el calor que transmite es superior a lo que se espera de un vendedor. Detrás de mí una señora de mediana edad con perfume concentrado de flores espera su turno para sentarse en la silla de plástico blanco. Me pregunto de que destinos hablarán y descartar África por razones obvias me produce una pequeña victoria. Una vez en la calle pienso que es probable que no vuelva a ver a Marcos y que tampoco viaje al África o si lo hago sea en un safari para la tercera edad. Lo que decido es guardar para Marcos un profundo agradecimiento. No es fácil encontrar a personas que sepan tomarse la vida tan en serio.