Icono del sitio VIII Certamen de Narrativa Breve 2011

189- Delfos Circense. Por Eunice

No deliberadamente decía Delibes que la sombra del ciprés era alargada.

Líbera atusa sus cabellos mientras mira a su yo en el espejo. Resopla desvaída porque el rizo no se quedó donde le había pedido al peluquero. Y es que era de orden mayor para el día que le tocaba afrontar  que todo estuviera en su sitio. La cintura entallada, los labios, frescos, perfecta y disimuladamente perfilados;  el ombligo oculto pero en la zona áurea que le correspondía. Y en la base, unos pies jónicos. Los llevaba calzados con unos maravillosos Manolos, que la constreñían hasta llegar casi al estallido de los pezones (especialmente más del seno izquierdo –sabemos que la anatomía humana no es simétrica aunque gracias a Cultura sí operable-). Todas y cada una de esas constricciones apuntaban hacia una tiranía que merecía la pena no sojuzgar. Un deber insuperable. El mismo que aleteaba libremente a su gusto y ejercicio.

Lanzado de soslayo susurraría que una no tan expresa fisura le abría los rizos. También le hacía soportar una alta dosis de sacrificio, esa perfección venida a menos por sus propios inalcanzables ideales.

Líbera llevaba muchos años dedicándose a la política. Tantos, que se había convertido en una verdadera política. Sus medios eran sociales, sus recursos se desplegaban para y por el poder. Y hoy tenía uno de esos mítines jubilosos y seductores en los que hacía una despampanante tarea no ya de mostrar, sino de demostrar la importancia del papel de la mujer en la sociedad. Ella era muy consciente de la función persuasiva de su discurso. Había de convencer a la ciudadanía, o al menos a una mayoría, que no mostraba a su vez ningún interés por ser convencida. Pero Líbera creía en la esperanza. Si no fuera por la constancia y la incesante lucha de mujeres, perdón, mejor de personas

como ella, el mundo no podría recrearse en relatos que dicen llevar a casa por un camino de baldosas amarillas.

Hacía gárgaras y no paraba de gesticular –frenética actividad- frente por frente a su especular imagen. Se aclaraba la voz, decidía cómo sería más correcta y cuánto más eficaz la retórica.

¡Fíjate! –pensaba- ¡qué cosas tienen los espejos! Me ofrece una imagen, me enfrenta a una rival, y deviene una vuelta pacificadora que vuelve a reunificarme. Y aquí sigo, observando mis gestos, ensayando mi soliloquio, anticipándome a lo que dentro de unas horas ocurrirá.

Alguna sensación tiñó tanta observación. Se le atravesó ese malestar que llevaba teniendo hacía algunos meses. La cruzaba, la escindía. Era como si sintiera que allá por donde hallaba hogar aquel número áureo del que hablábamos, asistiera perpleja una pequeña desconocida. Abismático. Y como estas sensaciones le incomodaban, decidió buscar ayuda. Había asistido ya a una docena de sesiones terapéuticas y su analista un día le lanzó una pregunta que le dejaron acongojada. Ahora resonaban esas palabras frente al eco aglutinado de su imagen…..”Sabe usted colocarlo todo en su vida –le decía el experto- cada cosa está en su sitio, y ¿dónde está colocada usted? ¿qué lugar ocupa en su propia vida?”

    Líbera no supo contestar y se sintió confrontada por este profesional al que no estaba pagando precisamente para que le hiciera preguntas. Sobre todo el impulso era firme, sintió que tenía que darle una respuesta. En casa se pasó días pensándola. Para empezar quería una respuesta brillante, excelsa, que jamás hubiera podido imaginar su analista. Acabó extenuada bajo su propia losa de  grandiosa expectación, y en tanto  apareció entre la lucidez de la apatía una nueva pregunta que se hacía a sí misma

¿Y por qué tiene que ser la respuesta brillante?

Yo –se decía a sí misma- estoy acostumbrada a hacer discursos fastuosos, llenos de ingenio, pero no son para mí. Son para otros. Ésos a los que tengo que embelesar, atraer, cautivar, fascinar, conmover, convencer. No me importa ni necesito que ellos me procesen ningún afecto, sólo es necesario que se sientan atraídos por mis palabras. Ni siquiera es necesario que se sientan atraídos por mí. Porque ……..yo no soy mis palabras –decía casi atiplando la voz- 

Le molestó rabiosamente esa idea que había salido de sus labios. Pero también soy mis palabras (o eso pensaba). Ya no estaba segura. Años y años tejidos en el esfuerzo de dominarlas. Para que se clavaran en su semblanza, para que fueran su semblanza misma.

Se había dado cuenta del error. Sus palabras no eran suyas. Si lo fueran, ¿por qué habría de convencer a los demás? Si creo en algo o en alguien no tengo necesidad de que me convenzan. Sintió que en algún lugar, en algún momento ella misma fue convencida, ya no recordaba.

Pero no pudo ser sin más ni más –se dijo estremecida-  

El lugar de la sombra alargada arañaba ahora las fibras de esta verdadera política que sabía siempre qué decir a los demás.

Cada cosa tiene que estar en su lugar –se le vino a la mente-   

¡¡¡El  mitin!!! –se oyó diciendo algo alarmada- 

Y  la placidez de la seducción y de la exhibición volvían a recomponerla. Pura emoción que sabía controlar con familiaridad.

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