Icono del sitio VIII Certamen de Narrativa Breve 2011

194- Lo que el viento no se llevó. Por Luna Celentano

Eva, mi hija mayor yacía en la cama de un hospital incapaz de recordar, de comunicarse. No podía interpretar la realidad y su capacidad de pensar y de emocionarse había desaparecido.  Los médicos no se ponían de acuerdo en el origen de su enfermedad, pero si estaban de acuerdo en algo, Eva era victima de un trastorno psicótico.

Yo era incapaz de dilucidar que había ocurrido en su vida para que se encontrase en ese estado. Era una niña sana, incapaz de tomar sustancias alucinógenas y hasta donde yo supiera, no había padecido ningún trastorno emocional últimamente. 

Aunque claro, tal vez yo había echado en los hombros de mi hija demasiada responsabilidad. Había olvidado que era una niña.

Hacia tres años que Rosa, mi mujer, había fallecido victima de un conductor borracho, que la había atropellado y se había dado a la fuga sin prestarle auxilio. Sin pretenderlo, convertí a Eva en la madre de Celia, su hermana de cinco años.

Los médicos no descartaban que mi hija fuera victima de un shock tardío y la culpa no me abandonaba. Celia siempre había estado más unida que su hermana a su madre y considerándola la hermana más débil, siempre le preste más atención. Que equivocado había estado. Era Eva quien se me había roto y de qué manera.

Había sido su cumpleaños y mis padres y yo le hicimos una pequeña fiesta en la habitación del hospital. Le llevamos una tarta de chocolate, su preferida, con dieciséis velas que no sopló y un enorme oso de peluche, al que no prestó atención.  Hicimos lo posible para arrancarle una sonrisa, pero fue en vano.

Cuando nos despedimos de ella y una vez en la calle, mi madre no pudo evitar unas lágrimas y mi padre, unos de los grandes pilares de mi vida, me abrazó como cuando era un niño y corría a sus brazos para que me protegiera de cualquier peligro, real o imaginario.

Me invitaron a dormir en su casa, a lo que yo me negué. Necesitaba soledad, estar en mi casa en silencio y abstraerme en mis recuerdos de cuando éramos una familia feliz.

Celia estaba en casa de mis padres, cuidada por una vecina y pasaría la noche con ellos.

Cuando llegué a mi casa, sentí necesidad de entrar en la habitación de mi hija mayor. No había vuelto a hacerlo desde que estaba en el hospital. Sentí necesidad de tocar sus cosas, de sentirme cerca de ella.

Su ordenador portátil descansaba en su escritorio y sentí el apremio de abrirlo, de ponerlo en marcha y acercarme al mundo de mi hija, del mundo al que había pertenecido hasta hacia una semana.

Esbocé una sonrisa, en el escritorio;  presidiéndolo todo, se encontraba un icono de la película preferida por las féminas de mi familia: lo que el viento se llevó. Llevado por la nostalgia, agregué la película al reproductor y presioné el play para empezar a visualizar la cinta. Me acomodé en el sofá y me dispuse a acompañar a la protagonista en su periplo particular, solo que en lugar de Tara, los inmensos ojos de un pequeño traspasaron  la pantalla.

Mi mente no estaba preparada  para las imágenes que desfilaron ante mis ojos. No existía ninguna señorita Escarlata, pero si una sucesión de niños desnudos mirando a cámara. Sus ojos sin brillo, desmentían sus poses forzadas, que pretendían resultar eróticas.  Atónito vi pasar la cinta ante mis ojos.

Quise levantarme del sofá y llamar a la policía, pero de repente, llenando toda la pantalla estaba Celia, mi dulce Celia, mi hija pequeña y comprendí, el porqué del estado de Eva.

A mi niña la habían cubierto con un collar de perlas, era su único vestido. Una mano velluda la acariciaba y ella pasaba su lenguecita por sus labios, en una tosca imitación de una mujer de mundo.

Confuso y lleno de rabia comencé a gritar y pude escuchar mis gritos como si fueran los de un desconocido. Unos golpes en la pared, procedentes de la casa del vecino, hicieron que volviera en mi.

Presa del pánico y del horror me serví una generosa ración de whisky. No controlé lo que bebía y en algún momento de la noche debí desmayarme.

Desperté tirado en el suelo, aturdido y con un gran desasosiego. Inmediatamente, recordé lo ocurrido y me dirigí al teléfono para llamar a la policía. Me sentía incapaz de ir a comisaría por mi propio pie y quise que vinieran ellos a mi casa. Pero antes, llamé a casa de mis padres.

_Mamá ¿como esta Celia? Necesito hablar con vosotros, ha ocurrido algo muy grave.

_No me asustes hijo, Celia está bien- respondió mi madre- ha salido con tu padre. Iban a buscar escenarios para sus grabaciones.

_ ¿Que dices? ¿Grabaciones? ¿Qué grabaciones?

_ Hijo, ¿no lo sabes? _ entonces el corazón se me hizo un nudo- tu padre compró una cámara de video, eso le ha rejuvenecido. Desde entonces, no deja de filmar a Celia y  a sus amiguitos. ¿No te lo ha contado Celia?

Grité. Un viento gélido invadió mi corazón.

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