-Cada sol tiene su ocaso (لِكُلّ شمْس مغْرِب)-susurró Muhammad Ibn Mardanish[1], mientras paseaba por los jardines del castillo de Munt.güd[2], un vergel desde donde se podía abarcar toda la ciudad de Mursiya[3], y que había amanecido recubierto por brillantes perlas del rocío de la mañana, ofreciendo un aspecto tan melancólico […]