-Yo soy el original, el verdadero don Juan- insistió don Juan Tirso.
-No sabemos si realmente fuiste el primer don Juan. Hay rumores de que fuiste inspirado en un hombre de mala vida. Además, de escoger a uno como el verdadero don Juan tendría que ser yo. Cuando los españoles piensan en don Juan me imaginan a mí. No se cansan de ver cómo desfallezco ante el infierno y cómo me salvo in extremis– respondió don Juan Zorrilla.
Don Juan Tirso y don Juan Zorrilla están con don Juan Torrente sentados en torno a una gran mesa redonda en un café. El resto se ha ido hace tiempo, pero ellos tres fuman los puros que manda traer don Juan Torrente de contrabando. Éste se dirige a los otros dos con una actitud entre condescendiente e irritada:
-No seáis pesados. Todo eso ya lo hemos hablado. Hay don Juanes para dar y tomar y no importa quién es el original.
-Claro, lo dices tú que te haces pasar por que tienes más de trescientos años cuando, en realidad, te escribieron hace cuatro días- responde ofendido don Juan Tirso-. Yo no tengo claro que tú seas don Juan.
-No me busques las cosquillas Tirso, eso es lo de menos. Lo que importa es que la gente de hoy no cree en don Juan. No hace mucho traté de agradecerle a un estudioso de mi vida un artículo y no me fue nada fácil convencerle de quién era yo. Tendríamos que cambiar.
-No pueden dejar de creer en mí. Soy el seductor por excelencia. Mucho mayor que Casanova, Asunción Silva y Paul Newman juntos. Las mujeres me aman y los hombres me temen. Lo que pasa es que te estás descuidando- le responde don Juan Tenorio a don Juan Torrente.
-Eso, habla por ti mismo, que no hay fortaleza ni prejuicios que detengan a don Juan-añade don Juan Tirso.
-Bueno, bueno, lo que digáis. Os propongo una cosa. Vamos a casa de Inés a ver si somos capaces de seducirla- dice don Juan Torrente.
Minutos después, los don Juanes se apostan tras un macetero enorme que hay en el rellano, que les permite ver sin ser vistos. Le corresponde el primer lugar a don Juan Tirso. Éste llama al timbre y abre Inés, que lleva un vestido con minifalda.
-Hola don Juan. Dime, ¿qué quieres?
-¿No me vas a invitar a pasar?
-Perdóname, pero es que ya me marcho.
-Te conozco. Vas a ver a ese pelagatos de Santiago. ¿Cuándo te vas a dar cuenta que no te conviene? Con esas tonterías que escribe no va ir a ninguna parte. Yo, en cambio, te ofrezco vivir como una reina.
-Ya te lo he dicho don Juan. Ya no soy ninguna adolescente y no me creo tus cuentos. Además, aunque así fuese prefiero mil veces a Santiago. Él me quiere de verdad. Estoy cansada de jugar siempre a lo mismo- Inés hurga en el bolso mientras habla-. ¿Me disculpas un momento? Me parece que olvidé el móvil- Inés cierra la puerta sin esperar contestación.
-Mira que eres simple- se ríe don Juan Zorrilla del pobre don Juan Tirso, que se ha quedado ante la puerta con cara de pánfilo-. A las mujeres ya no les impresiona el dinero, sino la determinación. Ahora veréis.
Don Juan Zorrilla se dirige con paso decidido a la puerta y deja apretado el timbre hasta que abre de nuevo Inés.
-Pero, ¿ahora que quieres? Ya te he dicho que tengo prisa y no puedo atenderte.
-Inés. Déjate de tonterías. Yo soy tu hombre y tú lo sabes- don Juan Zorrilla se echa hacia ella impetuoso-. No vas a ir a ninguna parte. Tus labios han sido hechos para mí- don Juan Zorrilla toma el rostro de Inés para besarla, pero, antes de que pueda hacerlo, ella le propina una patada en la entrepierna.
-De eso nada, tú y yo hemos terminado y, por favor, no vengas más por aquí- le dice Inés, con mucho dominio sobre sí misma, a don Juan Zorrilla, que se retuerce en el suelo. Inés cierra la puerta y se monta en el ascensor.
-Dios mío, qué patada. Torrente es tu turno. Baja aprisa por las escaleras y no la dejes marchar- dice don Juan Zorrilla con un hilo de voz.
-Es mejor que lo dejemos- se ríe don Juan Torrente.